Capítulo 2

Me golpeo una y otra vez internamente. No puedo creer que haya considerado aceptar semejante propuesta. Yo no soy así. Tengo dignidad y amor propio; no me convertiré en una fulana. Huí de mi casa, crié sola a mi hermana pequeña y hasta ahora he trabajado para pagar su tratamiento. Mis sacrificios no serán en vano; no luché tanto para caer ante esta oferta.

—No —respondí tajante.

—Te recomiendo reconsiderarlo. Si trabajas aquí, es porque necesitas el dinero.

—Usted no sabe nada de mí. Puedo trabajar aquí solo porque quiero.

—Claro que no —sonrió confiado—. Una mujer como tú —recorrió mi cuerpo de arriba abajo, como si estuviera detallando cada parte— no tiene la necesidad de hacer algo como esto, y mucho menos por simple placer. La mayoría son más listas; buscan un tipo al cual sacarle dinero.

—Prefiero bailar aquí todas las noches; al menos estaría ganando mi propio dinero. Pero no sería capaz de estar con un hombre solo para que pagara mis cuentas. Entonces sí sería una prostituta —mantengo mi rostro en alto, con dignidad. Porque soy una mujer que lucha por lo que necesita; no dependo de un hombre para nada. Soy una guerrera, no una princesa.

—¿Es tu última palabra? —se puso de pie.

—Así es. Ahora, por favor, necesito que se vaya.

—Como quieras, pero recuerda, si cambias de opinión, puedes encontrarme en —interrumpí su hablar.

—No quiero saber dónde encontrarlo porque no voy a buscarle.

—Es demasiado pronto para hablar —aseguró y echó a andar rumbo a la puerta.

Eso ha sido muy incómodo. En serio, no puedo creer que pensé en aceptar. Necesito el dinero, es cierto, pero hay muchas otras cosas que puedo hacer para conseguirlo.

Agradecí estar usando aún el antifaz; lo menos que necesito ahora mismo es un acosador y menos que conozca mi verdadera identidad.

Me quito el maquillaje y me coloco nuevamente mi ropa. El burdel está a punto de cerrar y no tengo más actuaciones en lo que resta de la noche, así que me alisto para ir a casa.

Salgo como siempre por la puerta trasera, cuidándome de que nadie me vea. Camino un poco, alejándome del burdel, para poder tomar un taxi.

La calle está desierta; no hay ni un solo taxi, lo cual es muy raro. Además de eso, una extraña sensación se apodera de mí. Es como si alguien me estuviera observando, como si no estuviera sola, pero no hay absolutamente nadie alrededor. La inquietud aumenta conforme pasan los minutos. La presencia no disminuye; solo se vuelve cada vez más incómoda y sofocante.

Suspiré aliviada cuando vi los faroles de un auto acercarse rápidamente. Para mi suerte, era un taxi.

Llegué a mi apartamento. Estoy realmente agotada, así que decido tomar un rápido baño para despejarme un poco e irme a dormir.

No tardé mucho en conciliar el sueño, pero lamentablemente tuve otra horrible pesadilla:

"Miro a mi alrededor, no logro distinguir nada más que oscuridad por doquier. Mis pies se sienten húmedos, como si estuviera sobre algún pequeño charco de agua. El aire que corre está helado y emite un desagradable sonido.

—Todo esto es tu culpa. —Una lejana pero conocida voz resonaba y hacía eco por todo el lugar.

—¿Madre? —pregunté, mirando alrededor.

—Él me abandonó por tu culpa. —Esa frase que acostumbro a oír desde que recuerdo.

—No, no sé de qué hablas.

—Nunca debiste nacer; eres un engendro, Gabriella, un monstruo.

—No lo soy, no lo soy —cubrí mis oídos, desesperada."

Pegué un brinco en la cama, tomando una larga inspiración de aire mientras pasaba mis manos por mi rostro. Mis mejillas estaban surcadas de lágrimas y mi cuello empapado en sudor.

Los malos recuerdos siempre me afectan de una desagradable manera. No puede ser que esas malditas frases no salgan de mi cabeza, que atormenten mi subconsciente. Definitivamente tengo que ir a terapia.

Miré la hora en mi teléfono; falta poco para que amanezca, así que decido comenzar a alistarme. De todos modos, no creo ser capaz de dormir nuevamente.

Tomé una relajante ducha y me preparé. Para cuando estaba lista, ya había amanecido.

Antes de ir a visitar a mi pequeña, pasé por una tienda de juguetes y compré una hermosa muñeca para ella.

Me adentro en el hospital, saludo a un par de enfermeras y a la recepcionista. Vengo aquí diariamente, así que ya todos me conocen bien.

Mi hermana se encuentra en su habitación, está absorta mirando por la ventana, hasta que siente mi presencia y voltea a verme. Su rostro está pálido y las ojeras se marcan debajo de sus ojos. Mi corazón se oprime en mi pecho, pero trago el nudo en mi garganta y sonrío.

—Hola, Gabi —sonríe desganada.

—Hola, pequeña —besé su frente y me senté junto a ella—. Te he traído un regalo.

Tomé la preciosa muñeca y se la extendí. Una sonrisa triste se formó en su rostro.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta? —pregunté al notar su expresión.

—No es eso —acarició los rizos dorados de la muñeca—. Yo quiero tener el cabello como ella.

—No lo necesitas; eres hermosa así. Además, tu cabello crecerá nuevamente. Solo debes ser fuerte y, cuando te recuperes, tendrás un cabello incluso más bonito que el de la muñeca.

—Si sobrevivo —musitó por lo bajo.

—Sobrevivirás, te lo prometo —aseguré, tomando sus manos.

—¿Puedes leerme un cuento?

—Claro —limpié rápidamente la lágrima rebelde que rodó por mi mejilla.

El horario de visitas culminó, así que decidí ir a visitar al médico para pedir un reporte de su estado actual.

—Buenas tardes, Gabriella —saludó el hombre mayor mientras tomaba asiento en su escritorio.

—Buenas tardes, doctor.

—Gabriella, vienes aquí diariamente. La condición de la niña es igual; el progreso es lento, pero ella está estable por ahora.

—Justamente ese es el problema. Usted solo dice lo mismo. Necesito mejorías más notorias. Solo tiene diez años y ya se encuentra al borde de la muerte.

—La vida es injusta, pero nosotros no podemos hacer más por ella.

—Tiene que haber algo —tomé sus manos, suplicante—. Por favor, doctor.

—Hacemos todo lo que podemos. El trasplante de médula no fue posible porque no hemos encontrado a nadie compatible con ella. Aunque creo que sí hay algo.

—Dígame, haré lo que sea.

—Resulta que un grupo de médicos ha establecido un programa en el extranjero. Están realizando estudios que hasta ahora han sido muy certeros en la lucha contra el cáncer. Podrías inscribirla en ese programa, aunque eso significaría tener que enviarla al exterior.

—¿Ese tratamiento ha funcionado?

—Ha tenido mucho éxito, la verdad.

—Entonces lo haré; la inscribiré —aseguré.

—Ese no es el problema —acomodó sus lentes—. El programa es increíblemente costoso; no creo que puedas costearlo.

—No importa; conseguiré ese dinero.

«Acepta acostarte conmigo cada vez que yo lo desee y te pagaré en cada encuentro lo que acostumbras a ganar en todo un mes de trabajo en el burdel».

¿Por qué esas palabras se repiten en mi cabeza?

No, no pienso reconsiderarlo. Conseguiré ese dinero, pero será de otra manera, así tenga que trabajar horas extras en el burdel y conseguir otro trabajo.

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