Me golpeo una y otra vez internamente. No puedo creer que haya considerado aceptar semejante propuesta. Yo no soy así. Tengo dignidad y amor propio; no me convertiré en una fulana. Huí de mi casa, crié sola a mi hermana pequeña y hasta ahora he trabajado para pagar su tratamiento. Mis sacrificios no serán en vano; no luché tanto para caer ante esta oferta.
—No —respondí tajante. —Te recomiendo reconsiderarlo. Si trabajas aquí, es porque necesitas el dinero. —Usted no sabe nada de mí. Puedo trabajar aquí solo porque quiero. —Claro que no —sonrió confiado—. Una mujer como tú —recorrió mi cuerpo de arriba abajo, como si estuviera detallando cada parte— no tiene la necesidad de hacer algo como esto, y mucho menos por simple placer. La mayoría son más listas; buscan un tipo al cual sacarle dinero. —Prefiero bailar aquí todas las noches; al menos estaría ganando mi propio dinero. Pero no sería capaz de estar con un hombre solo para que pagara mis cuentas. Entonces sí sería una prostituta —mantengo mi rostro en alto, con dignidad. Porque soy una mujer que lucha por lo que necesita; no dependo de un hombre para nada. Soy una guerrera, no una princesa. —¿Es tu última palabra? —se puso de pie. —Así es. Ahora, por favor, necesito que se vaya. —Como quieras, pero recuerda, si cambias de opinión, puedes encontrarme en —interrumpí su hablar. —No quiero saber dónde encontrarlo porque no voy a buscarle. —Es demasiado pronto para hablar —aseguró y echó a andar rumbo a la puerta. Eso ha sido muy incómodo. En serio, no puedo creer que pensé en aceptar. Necesito el dinero, es cierto, pero hay muchas otras cosas que puedo hacer para conseguirlo. Agradecí estar usando aún el antifaz; lo menos que necesito ahora mismo es un acosador y menos que conozca mi verdadera identidad. Me quito el maquillaje y me coloco nuevamente mi ropa. El burdel está a punto de cerrar y no tengo más actuaciones en lo que resta de la noche, así que me alisto para ir a casa. Salgo como siempre por la puerta trasera, cuidándome de que nadie me vea. Camino un poco, alejándome del burdel, para poder tomar un taxi. La calle está desierta; no hay ni un solo taxi, lo cual es muy raro. Además de eso, una extraña sensación se apodera de mí. Es como si alguien me estuviera observando, como si no estuviera sola, pero no hay absolutamente nadie alrededor. La inquietud aumenta conforme pasan los minutos. La presencia no disminuye; solo se vuelve cada vez más incómoda y sofocante. Suspiré aliviada cuando vi los faroles de un auto acercarse rápidamente. Para mi suerte, era un taxi. Llegué a mi apartamento. Estoy realmente agotada, así que decido tomar un rápido baño para despejarme un poco e irme a dormir. No tardé mucho en conciliar el sueño, pero lamentablemente tuve otra horrible pesadilla: "Miro a mi alrededor, no logro distinguir nada más que oscuridad por doquier. Mis pies se sienten húmedos, como si estuviera sobre algún pequeño charco de agua. El aire que corre está helado y emite un desagradable sonido. —Todo esto es tu culpa. —Una lejana pero conocida voz resonaba y hacía eco por todo el lugar. —¿Madre? —pregunté, mirando alrededor. —Él me abandonó por tu culpa. —Esa frase que acostumbro a oír desde que recuerdo. —No, no sé de qué hablas. —Nunca debiste nacer; eres un engendro, Gabriella, un monstruo. —No lo soy, no lo soy —cubrí mis oídos, desesperada." Pegué un brinco en la cama, tomando una larga inspiración de aire mientras pasaba mis manos por mi rostro. Mis mejillas estaban surcadas de lágrimas y mi cuello empapado en sudor. Los malos recuerdos siempre me afectan de una desagradable manera. No puede ser que esas malditas frases no salgan de mi cabeza, que atormenten mi subconsciente. Definitivamente tengo que ir a terapia. Miré la hora en mi teléfono; falta poco para que amanezca, así que decido comenzar a alistarme. De todos modos, no creo ser capaz de dormir nuevamente. Tomé una relajante ducha y me preparé. Para cuando estaba lista, ya había amanecido. Antes de ir a visitar a mi pequeña, pasé por una tienda de juguetes y compré una hermosa muñeca para ella. Me adentro en el hospital, saludo a un par de enfermeras y a la recepcionista. Vengo aquí diariamente, así que ya todos me conocen bien. Mi hermana se encuentra en su habitación, está absorta mirando por la ventana, hasta que siente mi presencia y voltea a verme. Su rostro está pálido y las ojeras se marcan debajo de sus ojos. Mi corazón se oprime en mi pecho, pero trago el nudo en mi garganta y sonrío. —Hola, Gabi —sonríe desganada. —Hola, pequeña —besé su frente y me senté junto a ella—. Te he traído un regalo. Tomé la preciosa muñeca y se la extendí. Una sonrisa triste se formó en su rostro. —¿Qué pasa? ¿No te gusta? —pregunté al notar su expresión. —No es eso —acarició los rizos dorados de la muñeca—. Yo quiero tener el cabello como ella. —No lo necesitas; eres hermosa así. Además, tu cabello crecerá nuevamente. Solo debes ser fuerte y, cuando te recuperes, tendrás un cabello incluso más bonito que el de la muñeca. —Si sobrevivo —musitó por lo bajo. —Sobrevivirás, te lo prometo —aseguré, tomando sus manos. —¿Puedes leerme un cuento? —Claro —limpié rápidamente la lágrima rebelde que rodó por mi mejilla. El horario de visitas culminó, así que decidí ir a visitar al médico para pedir un reporte de su estado actual. —Buenas tardes, Gabriella —saludó el hombre mayor mientras tomaba asiento en su escritorio. —Buenas tardes, doctor. —Gabriella, vienes aquí diariamente. La condición de la niña es igual; el progreso es lento, pero ella está estable por ahora. —Justamente ese es el problema. Usted solo dice lo mismo. Necesito mejorías más notorias. Solo tiene diez años y ya se encuentra al borde de la muerte. —La vida es injusta, pero nosotros no podemos hacer más por ella. —Tiene que haber algo —tomé sus manos, suplicante—. Por favor, doctor. —Hacemos todo lo que podemos. El trasplante de médula no fue posible porque no hemos encontrado a nadie compatible con ella. Aunque creo que sí hay algo. —Dígame, haré lo que sea. —Resulta que un grupo de médicos ha establecido un programa en el extranjero. Están realizando estudios que hasta ahora han sido muy certeros en la lucha contra el cáncer. Podrías inscribirla en ese programa, aunque eso significaría tener que enviarla al exterior. —¿Ese tratamiento ha funcionado? —Ha tenido mucho éxito, la verdad. —Entonces lo haré; la inscribiré —aseguré. —Ese no es el problema —acomodó sus lentes—. El programa es increíblemente costoso; no creo que puedas costearlo. —No importa; conseguiré ese dinero. «Acepta acostarte conmigo cada vez que yo lo desee y te pagaré en cada encuentro lo que acostumbras a ganar en todo un mes de trabajo en el burdel». ¿Por qué esas palabras se repiten en mi cabeza? No, no pienso reconsiderarlo. Conseguiré ese dinero, pero será de otra manera, así tenga que trabajar horas extras en el burdel y conseguir otro trabajo.Salí del hospital y decidí caminar un poco para despejarme. Además, necesitaba pensar con claridad.Podría quedarme trabajando un par de horas extras en el burdel, tal vez incluso conseguir un empleo durante el día, pero eso sería difícil. No tengo mucha formación académica, ni siquiera terminé la universidad.Por ahora, todo lo que me queda es el burdel. Así que decidí llamar a Susan, ya que hoy era mi noche libre y no la vería.—¿Qué pasa? —respondió, notándose la irritación en su tono.—¿A qué se debe ese mal humor? —pregunté, un poco sorprendida.—Estoy lidiando con problemas legales.—¿Qué? —mi voz sonó confundida.—No es nada, solo dime para qué llamaste.—Necesito trabajar más horas.—Vaya, vaya. ¿Y esto por qué ahora?—Porque necesito más dinero.—¿Tienes algo planeado para la noche?—No.—Entonces ven al burdel. Hablaremos aquí, pero no me pidas mucho dinero.—Nos vemos en la noche, Susan —colgué y guardé mi teléfono en el bolso mientras cruzaba la calle.Después de un buen r
La noche llegó, pero el sueño no. Me movía de un lado a otro, incapaz de hallar calma. Por un lado, temía volver a dormir y escuchar la voz de mi madre resonando en mi mente. Por otro, me aterraba el paso que estaba a punto de dar. No conocía nada de ese hombre. Hasta el momento, solo sabía que se alojaba en uno de los hoteles más lujosos de Nueva York. Lo que menos necesitaba ahora era tratar con un millonario egocéntrico. Finalmente, logré dormir, pero no por mucho tiempo. Un fuerte golpe en la puerta me despertó, casi derribándola. Al abrir, me encontré con la señora Miller y uno de los guardias. —Buenos días —dije entrecortada, aún adormilada. —Es necesario que desaloje inmediatamente —me respondió con frialdad. —Lo haré —respondí con una mirada cargada de resentimiento—, solo necesito unos minutos para prepararme. —Una hora —contestó sin inmutarse—. Ni más ni menos. Con esas palabras, se retiró. Me apresuré al baño y comencé a alistarme. Pensé por un momento qué ropa elegir
Le lanzo una mirada fulminante, pero me pongo de pie sin perder la compostura. Tomo el borde de mi vestido y, con calma, empiezo a levantarlo hasta que lo retiro por completo, quedando solo en bragas. Él, el muy sinvergüenza, me inspecciona sin pudor, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. No me dejo intimidar. Levanto la cabeza con firmeza, sin una pizca de vergüenza ni incomodidad. —¿Las bragas también? —pregunto, con una calma calculada. —No es necesario —se lame los labios, sin desviar la mirada. Luego, con una sonrisa arrogante, añade—: ¿No te da ni un poco de vergüenza desnudarte? —No —respondo sin titubear. —Ya veo. Supongo que son gajes del oficio, por eso de ser prostituta —su tono es despectivo, como si buscara provocarme. —Soy bailarina exótica —repito la respuesta, ahora con un atisbo de cansancio en mi voz. —¿En serio? —levanta una ceja con escepticismo—. Esto que estás haciendo ahora, ¿cómo se llama? Porque si mal no recuerdo, te estás prostituyendo. Cie
Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro.—Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona.—Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras.—Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró.—¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué?—Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía
Cada estocada de su parte parecía indagar en mi ser; el placer nublaba tanto mis sentidos como mi vista. Intentaba contener mis gemidos, pero se volvía imposible. Una última embestida marcó mi liberación. Me dejé caer sobre el asiento, completamente exhausta, mientras mi respiración tardaba en regularse y mis piernas se sentían como gelatina. Cuando me voltee, noté que Azrael ya había comenzado a vestirse, como si nada hubiera pasado. Juraría que él también debería estar exhausto. —Tienes mucha energía —dije en tono burlón. —Más de la que podrías aguantar. Se podría decir que no me canso con nada. —Vaya suerte la tuya —decidí sacar el tema que realmente me importaba—. Ahora, págame —exigí, poniéndome de pie y agarrando mis bragas. —Eres exigente, y luego dices que no eres prostituta. —Al parecer lo soy; me he convertido en tu prostituta. Así que paga por mis servicios —si él es un sinvergüenza, yo también puedo serlo. Caminó en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros d
Azrael es un desgraciado, eso ya lo tengo muy claro. Y yo soy una estúpida porque siempre caigo en sus garras, aunque no es como si él me dejara muchas opciones.No puedo creer que tenga que ir a una fiesta. Quería estar tranquila; me siento triste por la partida de Mara, y no estoy en condiciones para eventos de ningún tipo.Bufé una vez más y, al final, tomé el vestido y me dirigí hacia el baño. Tomé una ducha larga, porque sabía que él tenía prisa y quería molestarlo, tan fácil como eso.Cuando estuve lista, me vestí. Como imaginé, el pedazo de tela no es precisamente cubriente, aunque debo admitir que es precioso y me queda muy bien.Tomé el maquillaje —que al parecer formaba parte de las cosas que mandó a comprar— y me apliqué un poco, sin ser demasiado escandalosa. Elegí unos tacones altos para combinar con el vestido y un pequeño bolso de mano. Terminé de acomodar mis pechos dentro del vestido y ajusté el escote.—¿Cuánto más piensas tardar? —Azrael apareció en la habitación mi
Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas
—Tenías esto planeado, ¿no es cierto? —elevé una ceja, resaltando la obviedad.—Qué va, las cosas planeadas no son para nada emocionantes —se encogió de hombros.Se acercó y me tomó por la cadera, levantándome en el aire y depositándome sobre la mesa de billar. Lo hizo con mucha facilidad, como si yo no pesara nada. Sería un halago, pero sé que no estoy tan delgada.Me sostuve de sus hombros y enredé mis piernas alrededor de sus caderas. Pasó sus manos por mis muslos, ascendiendo, y a medida que lo hacía, subía mi vestido hasta sacármelo.—Espera, no me desnudes totalmente —tomé sus manos.—¿Por qué? —ladeó el rostro, algo burlón—. Te da vergüenza.—Obviamente no, pero alguien podría entrar y... —cubrió mi boca con su mano.—Nadie nos va a interrumpir a menos que sigas parloteando. No tienen por qué saber que estamos aquí. Si no eres ruidosa, todo irá bien. Además —delineó el borde de mis labios con el dedo—, no es necesario armar tanto drama. Con vestido o sin vestido, cualquiera sab