Trato de mantener la calma, pero mis manos temblorosas me delatan. Cruzo mis dedos sobre mi regazo y respiro hondo.
—¿Qué está pasando con ella, doctor? —miro preocupada al médico que se encuentra ligeramente recostado en la silla de su escritorio. Tiene una expresión amable en un rostro surcado de arrugas. —Señorita, lo que está sucediendo con su hermana es normal para una niña que padece leucemia mieloide aguda. —Lo sé, pero últimamente está muy deprimida, pálida y siempre parece muy cansada. —Todos esos son síntomas normales. Recuerde que está siendo sometida a quimioterapia. Es un proceso que tiende a traer muchas consecuencias, entre ellas la anemia, que es la razón de la debilidad de Mara. —¿Debo preocuparme? —pregunté mientras me ponía de pie. —Es inevitable que se preocupe; la leucemia es muy peligrosa. Pero por ahora, todo está controlado, Mara está en buenas manos. —Muchas gracias, doctor —estreché amablemente su mano y tomé mi bolso, encaminándome a la salida. El horario de visitas de Mara ha culminado y, si no me doy prisa, llegaré tarde al burdel. Mi teléfono vibra dentro de mi bolso mientras voy en el taxi. No es necesario ver el nombre; por la hora, imagino de quién se trata. —Hola —respondí mientras buscaba en mi bolso el dinero para el taxi. —Llegarás tarde nuevamente —su tono de irritación no pasa desapercibido. —Estaré allí a tiempo —rodé los ojos, irritada—. No es necesario que me llames diariamente, sabes que tengo que ir a trabajar. —Te espero en diez minutos, máximo —dicho esto, colgó. Ya ni me molesta; estoy acostumbrada. El taxi se estacionó en la entrada del burdel, donde ya comenzaban a acumularse los autos. Hombres de todas las edades y clases se adentran por la puerta principal, así que decido tomar la trasera. Apenas entro al camerino, me encuentro con la cara poco amigable de mi querida jefa, Susan. —Llegas cinco minutos tarde —reclamó mientras caminaba en mi dirección. —Lo siento, estaba visitando a Mara. —Siempre es la misma excusa. Si estás aquí trabajando es porque sentí lástima de ti. —Y tú siempre con el mismo sermón. Si estoy aquí es porque, desde que llegué, tus clientes han subido el doble. Porque la mayoría de los hombres que están allá afuera han venido a verme bailar —contrajo el rostro enojada, pero no se atrevió a refutar, por el simple hecho de que tengo razón y lo sabe. —Vístete, ya casi te toca —dejó el atuendo sobre la percha y se marchó, haciendo resonar sus tacones de nueve centímetros sobre el suelo de madera. Me senté frente al tocador, recogí mi cabello para comenzar a maquillarme. No tardé mucho en vestirme. Respiré hondo y coloqué el antifaz negro sobre mi rostro. Entonces lo sentí, al igual que cada noche; cuando me coloco el antifaz, me vuelvo otra. Dejo de ser Gabriella para convertirme en Venus, la que todo hombre desea, la que ilumina los escenarios. —¡Venus, te toca! —anuncian desde la puerta del camerino. Dejo caer la fina bata de seda que cubre mi cuerpo, dejando así al descubierto el atuendo que en esta ocasión escogió Susan para mí. El brillante color rojo resalta perfectamente con mi piel blanca y se asienta sobre mis curvas como si fuera hecho solamente para mí. Llego al escenario que se encuentra en penumbras; todo se ilumina y el lugar se llena con la lenta y sensual melodía de la música que acompaña mis movimientos. Muevo mis caderas con lentitud contra el frío metal del tubo, ganándome unos cuantos silbidos y asquerosos comentarios lascivos. Me deslizo hacia abajo sensualmente, abriendo mis piernas para luego subir, exponiendo mi poco cubierto trasero hacia el público. La música se detiene y el lugar estalla en aplausos, silbidos y dinero, mucho dinero, siendo lanzado al escenario. Doy la espalda y, en un agraciado movimiento, comienzo a caminar nuevamente rumbo al camerino. Me siento sobre uno de los muebles tapizados de rojo. Me recuesto hacia atrás unos segundos mientras dejo que mi mente divague en mis recuerdos. Recuerdos que logran atormentarme. —Te has lucido hoy allá arriba, Venus, te felicito —Susan entra y me ofrece una botella de agua que acepto gustosa. —Todo sea por el dinero —dije desinteresada. —Puede que siempre esté discutiendo contigo, pero sabes que te admiro —la miré elevando una ceja incrédula. —¿Tienes fiebre, Susan, o no te ha sentado el whisky? —sonreí burlona. —Te reprendo, lo sé, pero lo que estás haciendo por tu hermana es admirable. —Susan —advertí—, sabes que no me gusta sacar ese tema. Mara jamás sabrá a lo que me dedico. —No tienes por qué avergonzarte; lo que haces es un acto de amor incondicional. —No me avergüenzo de mí, solo quiero que ella crezca con la cabeza en alto. No quiero que sufra la vergüenza de saber que su hermana era una stripper. —Le estás salvando la vida; ella jamás se sentiría de ese modo por ti. —¿A qué has venido? —pregunté con la mayor intención de abandonar ese tema de conversación—. Sé que no viniste solo a traerme agua y decirme cuánto me admiras. Suspiró resignada y se puso de pie. —Hay un cliente —le corté antes de que terminara. —Ya sabes muy bien mi respuesta. No iré a la cama con ninguno de tus clientes, yo solo bailo, nada más. —Lo sé, se lo he dicho, pero es muy insistente. —No discutiré nuevamente sobre esto. —Escucha, Venus, es una oportunidad excelente de ganar mucho más dinero que solo bailando. Además, deberías verlo; ese hombre es una escultura andante. —He dicho que no, ahora déjame sola. No muy resignada con mi respuesta, abandonó la habitación soltando un montón de maldiciones. Bebí un largo trago de agua y me dispuse a tomar mis cosas e irme. Mañana la visita de Mara sería en la mañana y quería poder pasar antes a comprarle algún regalo. Además, debía pagar al hospital el tratamiento. La puerta del camerino se abrió y luego se cerró, sonando a mis espaldas. —Susan, no hablaré nuevamente; he dicho que —pegué un brinco al voltearme y encontrarme con un hombre de pie en el centro de la estancia—. ¿Quién es usted? No puede estar aquí —me apresuré a responder. El desconocido ladeó el rostro mientras se formaba en sus labios una sonrisa de medio lado. —La dueña me lo ha permitido —respondió, rodeando mi figura y caminando hasta sentarse despreocupadamente sobre uno de los asientos. ¡Voy a matar a Susan! —Señor, es mejor que se marche. —Te pagaré lo que quieras —¿perdón? —Disculpe —me crucé de brazos, indignada. —Oh, no te hagas la moralista; eres prostituta. —Soy bailarina exótica, no me acuesto con los clientes. —Sí, ya estoy al tanto de tu manera de pensar. —Entonces puede irse por donde mismo ha llegado. —Te propongo un trato. —No estoy interesada. —No soy de los que tienen mucha paciencia —advirtió con expresión severa—, así que le recomiendo guardar silencio y escucharme. No sé si fue por miedo a su expresión o por interés, pero guardé silencio y me senté, aunque aún manteniendo mi rostro serio. —Seré rápido y consistente, como acostumbro —cruzó elegantemente una pierna por encima de la otra, dándole un aspecto muy empresarial—. Acepta acostarte conmigo cada vez que yo lo desee, y te pagaré en cada encuentro lo que acostumbras a ganar en todo un mes de trabajo en el burdel. No sé si reírme o gritar. Pero prefiero creer que es una broma, porque si no lo es, creo que corro el riesgo de aceptar su propuesta. Justo ahora estoy desesperada; necesito dinero para el pago del hospital y los carísimos medicamentos de Mara. El burdel paga bien, pero no lo suficiente. Susan acostumbra a emboscarse la mayor parte de lo que obtiene gracias a mí. Así que una propuesta como esta, ahora mismo, me parece muy tentadora.Me golpeo una y otra vez internamente. No puedo creer que haya considerado aceptar semejante propuesta. Yo no soy así. Tengo dignidad y amor propio; no me convertiré en una fulana. Huí de mi casa, crié sola a mi hermana pequeña y hasta ahora he trabajado para pagar su tratamiento. Mis sacrificios no serán en vano; no luché tanto para caer ante esta oferta. —No —respondí tajante. —Te recomiendo reconsiderarlo. Si trabajas aquí, es porque necesitas el dinero. —Usted no sabe nada de mí. Puedo trabajar aquí solo porque quiero. —Claro que no —sonrió confiado—. Una mujer como tú —recorrió mi cuerpo de arriba abajo, como si estuviera detallando cada parte— no tiene la necesidad de hacer algo como esto, y mucho menos por simple placer. La mayoría son más listas; buscan un tipo al cual sacarle dinero. —Prefiero bailar aquí todas las noches; al menos estaría ganando mi propio dinero. Pero no sería capaz de estar con un hombre solo para que pagara mis cuentas. Entonces sí sería una prostitu
Salí del hospital y decidí caminar un poco para despejarme. Además, necesitaba pensar con claridad.Podría quedarme trabajando un par de horas extras en el burdel, tal vez incluso conseguir un empleo durante el día, pero eso sería difícil. No tengo mucha formación académica, ni siquiera terminé la universidad.Por ahora, todo lo que me queda es el burdel. Así que decidí llamar a Susan, ya que hoy era mi noche libre y no la vería.—¿Qué pasa? —respondió, notándose la irritación en su tono.—¿A qué se debe ese mal humor? —pregunté, un poco sorprendida.—Estoy lidiando con problemas legales.—¿Qué? —mi voz sonó confundida.—No es nada, solo dime para qué llamaste.—Necesito trabajar más horas.—Vaya, vaya. ¿Y esto por qué ahora?—Porque necesito más dinero.—¿Tienes algo planeado para la noche?—No.—Entonces ven al burdel. Hablaremos aquí, pero no me pidas mucho dinero.—Nos vemos en la noche, Susan —colgué y guardé mi teléfono en el bolso mientras cruzaba la calle.Después de un buen r
La noche llegó, pero el sueño no. Me movía de un lado a otro, incapaz de hallar calma. Por un lado, temía volver a dormir y escuchar la voz de mi madre resonando en mi mente. Por otro, me aterraba el paso que estaba a punto de dar. No conocía nada de ese hombre. Hasta el momento, solo sabía que se alojaba en uno de los hoteles más lujosos de Nueva York. Lo que menos necesitaba ahora era tratar con un millonario egocéntrico. Finalmente, logré dormir, pero no por mucho tiempo. Un fuerte golpe en la puerta me despertó, casi derribándola. Al abrir, me encontré con la señora Miller y uno de los guardias. —Buenos días —dije entrecortada, aún adormilada. —Es necesario que desaloje inmediatamente —me respondió con frialdad. —Lo haré —respondí con una mirada cargada de resentimiento—, solo necesito unos minutos para prepararme. —Una hora —contestó sin inmutarse—. Ni más ni menos. Con esas palabras, se retiró. Me apresuré al baño y comencé a alistarme. Pensé por un momento qué ropa elegir
Le lanzo una mirada fulminante, pero me pongo de pie sin perder la compostura. Tomo el borde de mi vestido y, con calma, empiezo a levantarlo hasta que lo retiro por completo, quedando solo en bragas. Él, el muy sinvergüenza, me inspecciona sin pudor, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo. No me dejo intimidar. Levanto la cabeza con firmeza, sin una pizca de vergüenza ni incomodidad. —¿Las bragas también? —pregunto, con una calma calculada. —No es necesario —se lame los labios, sin desviar la mirada. Luego, con una sonrisa arrogante, añade—: ¿No te da ni un poco de vergüenza desnudarte? —No —respondo sin titubear. —Ya veo. Supongo que son gajes del oficio, por eso de ser prostituta —su tono es despectivo, como si buscara provocarme. —Soy bailarina exótica —repito la respuesta, ahora con un atisbo de cansancio en mi voz. —¿En serio? —levanta una ceja con escepticismo—. Esto que estás haciendo ahora, ¿cómo se llama? Porque si mal no recuerdo, te estás prostituyendo. Cie
Detuve sus manos, que ya comenzaban a explorar mi cuerpo.—Antes quiero dejarte algo claro —dije, ganándome su total atención—. No soy masoquista, y con eso espero dejarlo todo claro.—Nunca dije que yo fuera un sádico —me miró con una sonrisa burlona.—Solo te advierto —me crucé de brazos, como era mi costumbre—. Nada de cosas extrañas. Ni aparatitos raros, ni golpes, maltratos o ataduras.—Ya he dicho que no me gustan esas cosas —elevó los brazos en señal de rendición—. Soy bastante perverso, eso lo acepto, pero no sádico. Aprovecho para informarte también de mi costumbre —tomó un mechón de mi cabello y lo colocó detrás de mi oreja—. No beso en la boca, a nadie —aclaró.—¿Estás hablando en serio? —su rostro confirmaba su seriedad—. ¿Por qué?—Creo que es algo realmente íntimo, aún más personal que el sexo. Y no quiero tener ese tipo de relación con nadie. Además, no creo que te guste besarme —elevé una ceja. Puede que no estuviera con él precisamente por elección propia, pero debía
Cada estocada de su parte parecía indagar en mi ser; el placer nublaba tanto mis sentidos como mi vista. Intentaba contener mis gemidos, pero se volvía imposible. Una última embestida marcó mi liberación. Me dejé caer sobre el asiento, completamente exhausta, mientras mi respiración tardaba en regularse y mis piernas se sentían como gelatina. Cuando me voltee, noté que Azrael ya había comenzado a vestirse, como si nada hubiera pasado. Juraría que él también debería estar exhausto. —Tienes mucha energía —dije en tono burlón. —Más de la que podrías aguantar. Se podría decir que no me canso con nada. —Vaya suerte la tuya —decidí sacar el tema que realmente me importaba—. Ahora, págame —exigí, poniéndome de pie y agarrando mis bragas. —Eres exigente, y luego dices que no eres prostituta. —Al parecer lo soy; me he convertido en tu prostituta. Así que paga por mis servicios —si él es un sinvergüenza, yo también puedo serlo. Caminó en mi dirección hasta quedar a escasos centímetros d
Azrael es un desgraciado, eso ya lo tengo muy claro. Y yo soy una estúpida porque siempre caigo en sus garras, aunque no es como si él me dejara muchas opciones.No puedo creer que tenga que ir a una fiesta. Quería estar tranquila; me siento triste por la partida de Mara, y no estoy en condiciones para eventos de ningún tipo.Bufé una vez más y, al final, tomé el vestido y me dirigí hacia el baño. Tomé una ducha larga, porque sabía que él tenía prisa y quería molestarlo, tan fácil como eso.Cuando estuve lista, me vestí. Como imaginé, el pedazo de tela no es precisamente cubriente, aunque debo admitir que es precioso y me queda muy bien.Tomé el maquillaje —que al parecer formaba parte de las cosas que mandó a comprar— y me apliqué un poco, sin ser demasiado escandalosa. Elegí unos tacones altos para combinar con el vestido y un pequeño bolso de mano. Terminé de acomodar mis pechos dentro del vestido y ajusté el escote.—¿Cuánto más piensas tardar? —Azrael apareció en la habitación mi
Había pasado alrededor de 20 minutos de trayecto en silencio. Pero sentí un poco de curiosidad sobre el asunto de Susan y el burdel. —Oye Azrael —llamé su atención y me miró rápidamente para luego volver a fijar su atención en la carretera —¿Qué sucedió con el burdel?—Creo que está cerrado aún —estiró la mano a la guantera y sacó una cajetilla de cigarrillos.—¿Y Susan? —¿Qué con ella? —preguntó mientras lo encendía.—Por tu culpa se metió en problemas legales.—¿Por mi culpa? —rió mientras daba una calada y soltaba una larga exhalación de humo.—Así es, tú creaste toda esa falsa historia para dejarme sin trabajo.—No creé ninguna historia, en ese lugar venden droga.—No es cierto, trabajo allí desde hace más de un año. —¿Alguna vez has estado entre las personas que visitan el lugar? —negué —. Exactamente, jamás te mezclaste entre tu público, todos están drogados, los meseros la venden. Y estoy seguro de que Susan estaba al tanto.Mi boca se abrió estupefacta. Imaginé muchas cosas