Azrael: El más dulce pecado
Azrael: El más dulce pecado
Por: D. Meiler
Capítulo 1

Trato de mantener la calma, pero mis manos temblorosas me delatan. Cruzo mis dedos sobre mi regazo y respiro hondo.

—¿Qué está pasando con ella, doctor? —miro preocupada al médico que se encuentra ligeramente recostado en la silla de su escritorio. Tiene una expresión amable en un rostro surcado de arrugas.

—Señorita, lo que está sucediendo con su hermana es normal para una niña que padece leucemia mieloide aguda.

—Lo sé, pero últimamente está muy deprimida, pálida y siempre parece muy cansada.

—Todos esos son síntomas normales. Recuerde que está siendo sometida a quimioterapia. Es un proceso que tiende a traer muchas consecuencias, entre ellas la anemia, que es la razón de la debilidad de Mara.

—¿Debo preocuparme? —pregunté mientras me ponía de pie.

—Es inevitable que se preocupe; la leucemia es muy peligrosa. Pero por ahora, todo está controlado, Mara está en buenas manos.

—Muchas gracias, doctor —estreché amablemente su mano y tomé mi bolso, encaminándome a la salida.

El horario de visitas de Mara ha culminado y, si no me doy prisa, llegaré tarde al burdel.

Mi teléfono vibra dentro de mi bolso mientras voy en el taxi. No es necesario ver el nombre; por la hora, imagino de quién se trata.

—Hola —respondí mientras buscaba en mi bolso el dinero para el taxi.

—Llegarás tarde nuevamente —su tono de irritación no pasa desapercibido.

—Estaré allí a tiempo —rodé los ojos, irritada—. No es necesario que me llames diariamente, sabes que tengo que ir a trabajar.

—Te espero en diez minutos, máximo —dicho esto, colgó. Ya ni me molesta; estoy acostumbrada.

El taxi se estacionó en la entrada del burdel, donde ya comenzaban a acumularse los autos. Hombres de todas las edades y clases se adentran por la puerta principal, así que decido tomar la trasera.

Apenas entro al camerino, me encuentro con la cara poco amigable de mi querida jefa, Susan.

—Llegas cinco minutos tarde —reclamó mientras caminaba en mi dirección.

—Lo siento, estaba visitando a Mara.

—Siempre es la misma excusa. Si estás aquí trabajando es porque sentí lástima de ti.

—Y tú siempre con el mismo sermón. Si estoy aquí es porque, desde que llegué, tus clientes han subido el doble. Porque la mayoría de los hombres que están allá afuera han venido a verme bailar —contrajo el rostro enojada, pero no se atrevió a refutar, por el simple hecho de que tengo razón y lo sabe.

—Vístete, ya casi te toca —dejó el atuendo sobre la percha y se marchó, haciendo resonar sus tacones de nueve centímetros sobre el suelo de madera.

Me senté frente al tocador, recogí mi cabello para comenzar a maquillarme. No tardé mucho en vestirme.

Respiré hondo y coloqué el antifaz negro sobre mi rostro. Entonces lo sentí, al igual que cada noche; cuando me coloco el antifaz, me vuelvo otra. Dejo de ser Gabriella para convertirme en Venus, la que todo hombre desea, la que ilumina los escenarios.

—¡Venus, te toca! —anuncian desde la puerta del camerino.

Dejo caer la fina bata de seda que cubre mi cuerpo, dejando así al descubierto el atuendo que en esta ocasión escogió Susan para mí. El brillante color rojo resalta perfectamente con mi piel blanca y se asienta sobre mis curvas como si fuera hecho solamente para mí.

Llego al escenario que se encuentra en penumbras; todo se ilumina y el lugar se llena con la lenta y sensual melodía de la música que acompaña mis movimientos.

Muevo mis caderas con lentitud contra el frío metal del tubo, ganándome unos cuantos silbidos y asquerosos comentarios lascivos.

Me deslizo hacia abajo sensualmente, abriendo mis piernas para luego subir, exponiendo mi poco cubierto trasero hacia el público. La música se detiene y el lugar estalla en aplausos, silbidos y dinero, mucho dinero, siendo lanzado al escenario.

Doy la espalda y, en un agraciado movimiento, comienzo a caminar nuevamente rumbo al camerino.

Me siento sobre uno de los muebles tapizados de rojo. Me recuesto hacia atrás unos segundos mientras dejo que mi mente divague en mis recuerdos. Recuerdos que logran atormentarme.

—Te has lucido hoy allá arriba, Venus, te felicito —Susan entra y me ofrece una botella de agua que acepto gustosa.

—Todo sea por el dinero —dije desinteresada.

—Puede que siempre esté discutiendo contigo, pero sabes que te admiro —la miré elevando una ceja incrédula.

—¿Tienes fiebre, Susan, o no te ha sentado el whisky? —sonreí burlona.

—Te reprendo, lo sé, pero lo que estás haciendo por tu hermana es admirable.

—Susan —advertí—, sabes que no me gusta sacar ese tema. Mara jamás sabrá a lo que me dedico.

—No tienes por qué avergonzarte; lo que haces es un acto de amor incondicional.

—No me avergüenzo de mí, solo quiero que ella crezca con la cabeza en alto. No quiero que sufra la vergüenza de saber que su hermana era una stripper.

—Le estás salvando la vida; ella jamás se sentiría de ese modo por ti.

—¿A qué has venido? —pregunté con la mayor intención de abandonar ese tema de conversación—. Sé que no viniste solo a traerme agua y decirme cuánto me admiras.

Suspiró resignada y se puso de pie.

—Hay un cliente —le corté antes de que terminara.

—Ya sabes muy bien mi respuesta. No iré a la cama con ninguno de tus clientes, yo solo bailo, nada más.

—Lo sé, se lo he dicho, pero es muy insistente.

—No discutiré nuevamente sobre esto.

—Escucha, Venus, es una oportunidad excelente de ganar mucho más dinero que solo bailando. Además, deberías verlo; ese hombre es una escultura andante.

—He dicho que no, ahora déjame sola.

No muy resignada con mi respuesta, abandonó la habitación soltando un montón de maldiciones.

Bebí un largo trago de agua y me dispuse a tomar mis cosas e irme. Mañana la visita de Mara sería en la mañana y quería poder pasar antes a comprarle algún regalo. Además, debía pagar al hospital el tratamiento.

La puerta del camerino se abrió y luego se cerró, sonando a mis espaldas.

—Susan, no hablaré nuevamente; he dicho que —pegué un brinco al voltearme y encontrarme con un hombre de pie en el centro de la estancia—. ¿Quién es usted? No puede estar aquí —me apresuré a responder.

El desconocido ladeó el rostro mientras se formaba en sus labios una sonrisa de medio lado.

—La dueña me lo ha permitido —respondió, rodeando mi figura y caminando hasta sentarse despreocupadamente sobre uno de los asientos.

¡Voy a matar a Susan!

—Señor, es mejor que se marche.

—Te pagaré lo que quieras —¿perdón?

—Disculpe —me crucé de brazos, indignada.

—Oh, no te hagas la moralista; eres prostituta.

—Soy bailarina exótica, no me acuesto con los clientes.

—Sí, ya estoy al tanto de tu manera de pensar.

—Entonces puede irse por donde mismo ha llegado.

—Te propongo un trato.

—No estoy interesada.

—No soy de los que tienen mucha paciencia —advirtió con expresión severa—, así que le recomiendo guardar silencio y escucharme.

No sé si fue por miedo a su expresión o por interés, pero guardé silencio y me senté, aunque aún manteniendo mi rostro serio.

—Seré rápido y consistente, como acostumbro —cruzó elegantemente una pierna por encima de la otra, dándole un aspecto muy empresarial—. Acepta acostarte conmigo cada vez que yo lo desee, y te pagaré en cada encuentro lo que acostumbras a ganar en todo un mes de trabajo en el burdel.

No sé si reírme o gritar. Pero prefiero creer que es una broma, porque si no lo es, creo que corro el riesgo de aceptar su propuesta. Justo ahora estoy desesperada; necesito dinero para el pago del hospital y los carísimos medicamentos de Mara. El burdel paga bien, pero no lo suficiente. Susan acostumbra a emboscarse la mayor parte de lo que obtiene gracias a mí. Así que una propuesta como esta, ahora mismo, me parece muy tentadora.

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