70 - Mi escolta personal.

La habitación estaba sumida en un silencio inquietante, roto solo por el sonido del monitor que marcaba los latidos del corazón de Anaís. Federico Lombardi estaba de pie junto a la puerta, visiblemente nervioso. Había sido convocado, y aunque el hospital era terreno neutral, estar frente a Anaís Santana con Ernesto presente era como caminar sobre un campo minado. Especialmente después de lo que había hecho y en el lío que se metió queriendo aparentar tener un poder que en realidad no poseía.

No ante ellos.

Anaís lo miró con una sonrisa suave, casi amigable, pero en sus ojos brillaba una astucia que lo desarmaba.

— ¿No tienes nada que decirme, Federico? — preguntó con voz tranquila, pero cargada de significado.

Lombardi bajó la cabeza. Su garganta se secó, y las palabras que había ensayado una y otra vez se esfumaron. Finalmente murmuró: — Lo siento.

Anaís ladeó la cabeza, como si examinara cada palabra.

— ¿Eso es todo? — replicó, ignorando su disculpa como si no hubiera sido pronuncia
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