¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo! Espero que hayan disfrutado de los últimos días del mes de diciembre con sonrisas dibujadas en sus rostros, acompañados de las personas que aman. Este nuevo años, les deseo prosperidad, abundancia, pero por sobre todo, mucha felicidad para caminar por este camino de la vida, que estoy segura, que para mucho es difícil. Como en cada post en mis redes sociales, en cada pie de la historia, me queda agradecerles a cada uno de mis lectores, seguidores por seguir leyendo mis historias, por compartir con sus amigos, por sus comentarios. Yo los leo siempre y es lo que más me gusta hacer después de cada actualización. Sigan disfrutando de la lectura. Los amo. Lgamarra.
El coche negro avanzaba con suavidad por las calles iluminadas por el sol. Anaís miraba por la ventana, intentando calmar la curiosidad que comenzaba a apoderarse de ella. Ernesto había insistido en conducir él mismo, algo que rara vez hacía, y el destino era un misterio que solo él conocía. Finalmente, incapaz de contenerse, Anaís rompió el silencio.— ¿A dónde me llevas? — preguntó, cruzando los brazos con una expresión mezcla de desconfianza y ternura.Ernesto sonrió, pero no apartó la vista del camino.— Es una sorpresa — dijo con calma.Anaís suspiró. Odiaba las sorpresas. Tal vez porque nunca había recibido una que valiera la pena, o porque aquellas que ella había intentado dar en el pasado siempre habían sido ignoradas o rechazadas. Una sombra de tristeza cruzó por su rostro mientras recordaba los años desperdiciados con Jorge, intentando ganar su amor y atención.— Gracias — murmuró de repente, sorprendiéndose incluso a sí misma.Ernesto giró la cabeza brevemente para mirarla.
El día había comenzado con un aire de tensión palpable en la casa. Anaís se había levantado temprano, preparando cada detalle para su regreso a la oficina. Era un paso simbólico, una declaración de que no viviría con miedo. Sin embargo, Ernesto no compartía su entusiasmo.— Es una muy mala idea, Anaís — dijo Ernesto, cruzado de brazos frente a la puerta mientras ella ajustaba su bolso.— Lo sé, Ernesto. Pero si confié en que podría escapar de Ezra, también puedo confiar en que Federico Lombardi salvará mi vida si algo ocurre — respondió con determinación. Su voz tenía un tono tranquilo, pero sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y valentía.Ernesto bufó, claramente frustrado.— Es la peor forma de vengarte de alguien que te entregó a un… mal hombre, por no llamarlo proxeneta hijo de puta. Pero ¿qué puedo hacer contigo? Aun así, no irás sola.Anaís lo miró, entendiendo que la preocupación de Ernesto era genuina. Se acercó y le dio un beso suave en los labios.— Gracias por cuidar de m
El jet privado aterrizó con una suavidad que solo se logra con experiencia. Ezra bajó los escalones con la calma de un depredador. Inhaló profundamente el aire de la ciudad y una sonrisa torcida se formó en su rostro. Estar allí era como volver a casa, a su campo de batalla, a su terreno. La cacería había comenzado, y su presa, Anaís, ni siquiera lo sabía… o eso creía él.Con una mirada, Ezra indicó a sus hombres que lo siguieran, mientras su asistente personal, una mujer alta de cabello negro como el azabache, ajustaba su paso al ritmo de su jefe.— ¿Qué tenemos? — preguntó él con un tono frío.— Los movimientos preliminares indican que Anaís ya ha comenzado a mover sus fichas. — La asistente le ofreció una tableta.Ezra estudió la información en silencio, asintiendo lentamente mientras sus labios murmuraban un pensamiento inaudible. Por supuesto, no esperaba menos de Anaís. Si algo la hacía destacarse, era su habilidad para atacar justo donde dolía, siempre calculadora, siempre un p
La noche caía sobre la imponente mansión de Federico Lombardi, donde cada sombra parecía susurrar secretos. Desde el otro lado de la calle, Lucrecia observaba, oculta tras un árbol. Su contacto le había asegurado que el misterioso Ezra estaría allí. Había llegado el momento de confirmar si su intuición era correcta: Ezra y Lombardi compartían algo más que un odio visceral por Anaís.Cuando las luces de un auto negro se proyectaron en la entrada, Lucrecia adoptó su postura. El vehículo se detuvo con precisión, y de él cayó Ezra, una figura tan intimidante como elegante. La misma presencia que la había intrigado y aterrado a partes iguales en las pocas ocasiones en que había oído hablar de él. Sin dudarlo, Lucrecia salió de su escondite y se plantó frente al hombre.Ezra se detuvo y la miró de pies a cabeza, sus ojos recorriéndola con la misma frialdad con la que un cazador estudia a su presa.— ¿Quién eres? — preguntó, su voz grave cortando el aire como un cuchillo.Lucrecia sonriendo,
La silueta de Ezra destacaba en el amplio vestíbulo de la Corporación Wes. Vestido impecablemente con un traje negro que parecía esculpido en su cuerpo, caminaba con la arrogancia de un hombre que sabía que el mundo le pertenecía. Los empleados lo miraban, susurraban entre ellos, mientras él ignoraba cualquier gesto de admiración o temor. El asistente de Anaís, un joven nervioso, intentó detenerlo.— Disculpe, señor, no puede entrar sin cita previa…Ezra lo miró de arriba abajo, su expresión fría y calculadora haciéndolo retroceder instintivamente.— No suelo pedir permiso — respondió con calma mientras seguía caminando hacia la oficina de Anaís.El joven intentó insistir, pero un gesto de advertencia de Ezra lo detuvo. Era como si el aire a su alrededor se tensara, haciendo que incluso los más valientes reconsideraran sus decisiones. ¿Por qué todos eran intimidantes?Cuando abrió la puerta de la oficina sin molestarse en anunciarse, la encontró. Anaís estaba sentada tras su amplio esc
La noche caía en la ciudad, y la mansión de Anaís y Jorge se alzaba como un reflejo de poder y frialdad. Los muebles perfectamente ordenados, las luces cálidas y los detalles elegantes no lograban esconder el vacío y la distancia que se respiraba entre esas paredes.Anaís observó su reflejo en el enorme espejo de su habitación. El vestido color esmeralda caía con gracia sobre su figura, y el maquillaje impecable acentuaba sus facciones delicadas. Se había esmerado en parecer perfecto, pero ese esfuerzo no era para ella. Era para él, el hombre que una vez había jurado amarla. Anaís imitaba el estilo de Lucrecia, su prima, con la absurda esperanza de que Jorge pudiera verla, de que la atención que le dedicaba a los fantasmas de su pasado se volviera hacia ella, aunque fuera por una noche.Escuchó el eco de la puerta principal cerrarse con brusquedad, y sintió una mezcla de ansiedad y resentimiento. Sabía que Jorge había llegado, aunque la probabilidad de que subiera a verla era escasa.
Anaís observó cómo la empleada entraba en la habitación con un vestido claro, de esos que había acumulado a lo largo de los años. El tono perlado del vestido era angelical, insinuando pureza, lealtad y sumisión, virtudes con las que había intentado envolver su vida matrimonial, esperando que su devoción lograra transformar un matrimonio vacío en algo verdadero. Pero hoy, ese vestido representaba la ingenuidad y las cadenas de un pasado que estaba decidida a dejar atrás.La empleada, acostumbrada a verla en ese tipo de atuendos, le sonrió con cordialidad, extendiéndole el vestido sobre el sillón junto a la ventana.— Este parece perfecto para hoy, señora — dijo la mujer, con amabilidad —. Es clásico, elegante… seguro le gustará al señor Jorge.Anaís observó el vestido, pero en su mente no sentía ningún tipo de apego por esa prenda, ni por lo que significaba. Era como si de repente todo aquello que la había retenido en un papel subordinado le resultara ajeno, como si esa versión de sí m
Anaís respiró hondo antes de entrar al edificio que alguna vez compartió con Jorge, pero esta vez no como su esposa, sino como dueña y principal accionista. Sabía que su sola presencia causaría revuelo; llevaba tiempo ausente, sumida en la sombra, mientras él hacía y deshacía en nombre de la familia. Pero hoy iba a ser diferente. Cada paso que daba sobre el mármol pulido resonaba en el vestíbulo y provocaba miradas de asombro y murmullos. Los empleados se detenían en sus labores, algunos con sorpresa en el rostro, otros con expresión de miedo al ver cómo cruzaba los pasillos con determinación y vestida impecablemente en un traje negro que dejaba claro que ella no era una visitante ni una mera exesposa. Había vuelto para tomar el control.Sin perder tiempo, Anaís se dirigió a la oficina de conferencias más grande de la empresa y solicitó una reunión de emergencia. El rostro de su asistente reflejaba duda, como si fuera incapaz de procesar el pedido, pero en cuanto Anaís la miró a los o