CXXXVIII Monstruos
Marcelo terminó de trabajar frente a la computadora y fue a ver a Libi. Su inquieta socia había estado demasiado silenciosa toda la mañana y esperaba su opinión sobre unos artículos que estaba diseñando. La razón quedó clara cuando la encontró dormida sobre el escritorio.

En su pálido rostro, las ojeras no se mantenían ocultas mucho tiempo y las de ella parecían brillar como una baliza que alertaba sobre un peligro inminente. Le cubrió la espalda con la chaqueta que colgaba del respaldo de la silla y procuró que en el taller hubiera el silencio suficiente para que pudiera descansar.

Ella apareció a la hora del almuerzo, se desplazaba con andar somnoliento.

—Pareces un zombie, bella mia.

—Gracias, tú también estás muy guapo —se dejó caer en la silla junto a él y dio un largo bostezo.

—¿Todavía te preocupa lo del visitante nocturno?

—Qué va, eran desvaríos de mi vecina loca.

—Pero pareces no estar descansando mucho últimamente.

—Tengo algo de insomnio, nada nuevo, nada que
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