Capítulo 8
Laura resopló con furia e irónicamente comentó.

—Es un desagrado, no sabe agradecer, la atención que le dio Don Castillo fue todo en vano.

—¡Cállate! —Rafael le pegó un vistazo y le dijo a Lucía.

—Ya es tarde, el abuelo ya se encuentra descansando en paz, tú también vuelve temprano a casa.

—Gracias, tío.

Sus tíos ya tenían más de cincuenta años y no tuvieron hijos, pero igual vivían bien con la acción que tenían de la compañía Castillo. A pesar de que Laura era una persona que le encanta ironizar a la gente, era una buena persona dentro de todo. Por lo que la vida de ellos siempre fue envidiada por los demás.

Lucía siguió con la vista la imagen de los dos alejándose. Se puso frente a la sepultura del abuelo, estaba media distraída. La muerte del anciano significaba que la vinculación de ella con Cristian también había terminado. El viento parará, la lluvia se secará, el sol se irá y al fin y al cabo ella lo perderá.

—Abuelo, cuídate, otro día volveré a visitarte.

Lucía, parada en frente de la lápida, hizo una reverencia profunda y se dio la vuelta para irse. De pronto se quedó sorprendida. «¿Cuándo vino Cristian?» El hombre estaba vestido de negro. Su expresión era seria y helada. Estaba parado no muy lejos detrás de Lucía. Sus ojos negros con una mirada profunda estaban clavados en la lápida del anciano. No se sabía que era lo que estaba pensando. Al notar que lo descubrió, retiró la mirada y en voz baja ordenó.

—¡Vamos!

¿Él... vino a buscarla? Al ver que el hombre se iba, Lucía lo bloqueó de inmediato.

—Cristian, el abuelo ya falleció, debes dejar el pasado. Tú sabes que él te dio todo lo posible…

Al captar la mirada con ira del hombre, no pude evitar tragarse las palabras que tenía. Pensó que se iba a enojar. Sin embargo, no dijo ni una palabra y se fue. Al salir del cementerio, el cielo ya estaba oscuro. El conductor que traído a Lucía ya se había ido por la presencia de Cristian. No le quedaba otra que volverse con el hombre.

Se subió al auto y él arrancó acelerando su auto. En el camino de vuelta había un silencio demasiado incómodo. Lucía quería preguntar la situación de Lorena, pero al notar la expresión oscura del hombre se guardó todas las ansias. Pero al final no pudo aguantar y preguntó.

—¿Cómo está la señorita Peralta?

A pesar de que no la empujó, pero se cayó en frente de ella. «Chiiiii…» El auto que conducía se detuvo de repente. La velocidad era demasiado rápida. Por lo que ella se inclinó hacia adelante violentamente. No tuvo ni tiempo de reaccionar y su cintura fue presionada fuertemente por el hombre, entonces volvió a sentarse bien. Cristian presionó medio cuerpo hacia ella. La mirada del hombre era oscura, seria y con ira.

—Cristian...

—¿Cómo quieres que este? —Preguntó con furia en un tono de total desagrado—. Lucía, ¿no creerás que me podrás amenazar con esa caja? ¿Verdad?

Ella se sorprendió, él realmente era omnipotente. El asunto sucedió recién hace unas horas y él ya lo sabía todo.

—Yo no la empujé. —Lucía reprimió la angustia y al ver su mirada casi se pone a reír—. Cristian, no tengo ni idea qué es lo que hay en la caja, y tampoco lo voy a utilizar para retenerte. Ya que tanto quieres divorciarte, ¡Estoy de acuerdo! Mañana iremos a la Oficina de Asuntos Civiles para solicitar el certificado de divorcio.

El cielo estaba completamente oscuro. Fuera de la ventana comenzó a soplar el viento junto con la lluvia. La atmósfera que ya era deprimente se puso aún más nostálgica. El acuerdo del divorcio de Lucía sorprendió al hombre. Luego de unos segundos de silencio, él sonrió sarcásticamente.

—Lore todavía sigue en el hospital. ¿Y quieres irte así no más? —¿Entonces qué quieres que yo haga?

Era cierto, el amor de Cristian estaba en el hospital por su culpa. ¿Cómo la iba a dejar irse con facilidad?

—A partir de mañana, ve al hospital a cuidarla.

Se enderezó, y comenzó a arrancar el auto de vuelta. Su mirada era cada vez más profunda.
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