Capítulo 11
Cuando Lucía llegó a la sala de Lorena, ella ya estaba durmiendo. Había una enfermera de mediana edad que fue contratada por Cristian para cuidar a la enferma. Al verla, la mujer la saludó. Le dijo que el señor le ordenó a que se quedara a cuidar a la paciente, por lo que ella no necesitaba seguir ahí. Al salir del hospital, Lucía tomó un taxi para volver a la villa.

Luego de la larga noche, se sentía muy cansada, al llegar a la villa ya era de madrugada. Probablemente, sea porque estaba embarazada y por eso tenía mucho sueño. Al entrar al dormitorio se metió directo a la cama. Fue despertada por un fuerte olor a cigarrillo, al abrir los ojos y vio una figura negra sentada al lado de la cama, se pegó un susto y al verlo bien, notó que era Cristian.

No sabían en qué momento había vuelto. La habitación estaba toda cerrada y lleno de humo espeso. El hombre todavía tenía un cigarrillo encendido entre sus dedos. A juzgar por la situación, seguro fumó un montón.

—Has vuelto.

Lucía se levantó y quedó sentada mirando hacia el hombre. No era un hombre que le gustara fumar con la cantidad que fumó, seguro algo grave le sucedió. Él seguía en silencio, pero su mirada estaba en ella. Era una mirada profunda, Lucía no podía entenderlo. El fuerte olor a cigarrillo la dejaba casi sin aire. Se levantó de la cama para abrir la ventana. El hombre aún sentado al borde de la cama. Cuando ella pasó frente a él, este la abrazó con tanta fuerza que le dio miedo.

—¡Cristian!

A pesar de que no sabía la razón de su acción, ella odiaba el olor a cigarrillo. Intentó deshacerse, pero no pudo. Se calmó y lo miró.

—¿Tomaste mucho?

Al principio no lo había notado, ahora que estaba cerca de él, sintió un fuertemente olor a alcohol.

—¿No me odias?

De pronto saltó con una pregunta. Lucía lo miró confusa. Notó que tenía las cejas fruncidas y tenía un poco de barba alrededor de la boca. Probablemente sea porque estaba demasiado ocupado y no tenía ni tiempo para ordenarse.

—¡Sí, te odio!

Respondió ella mientras volvía a intentar liberarse de sus brazos. Sin embargo, este la abrazó aún más fuerte. No entendía el motivo de sus acciones.

—Cristian, ¿qué te pasa?

—¿Vas a retirarlo?

El hombre la miraba de manera fija. Sus ojos por el alcohol se veían vidriosa. Lucía no comprendió a qué se refería.

—¿Retirar qué?

El hombre no dijo nada más y sus manos comenzaron a explorar el cuerpo de la chica. Ella sabía lo que quería, de inmediato le agarró la mano y con las cejas fruncidas dijo.

—Cristian, soy Lucía, no Lorena, por favor despiértate.

Él seguía sin decir nada. La levantó y comenzó a besarla. Los besos eran acompañados del fuerte olor a alcohol.

—¡Cristian, soy Lucía! —volvió a decirle—. ¡Abre los ojos y mira bien!

Estaba media desplomada, levantó su cara con las dos manos, intentando que la vea bien. El hombre se veía un poco cansado, la miró fijamente por unos segundos y dijo.

—¡Lo sé!

Mientras hablaba, el movimiento de sus manos no paraba. El traje que tenía puesto, debido a sus movimientos, ya estaba arrugado. La campera ya estaba tirada en una esquina de la cama. Al ver que la situación se descontrolaba, ella de repente tomó la conciencia. Todavía tenía el bebé en la panza, esto no podía seguir. Mientras el hombre se preparaba, Lucía lo empujó con fuerza y se deshizo. Se envolvió con la frazada y comentó.

—¡Estás borracho!

Al terminar las palabras, tomó algo de ropa y se retiró de inmediato de la habitación. Se cambió la ropa y se fue apresurada. Temía que, si seguía estando en la villa, perdería al bebé.
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