Capítulo 14
Lucía notó que Cristian estaba enojado, se despidió de Julieta en voz baja y se dirigió al hombre y le susurró.

—¡Gracias! —Le clavó una mirada helada y con expresión neutra dijo.

—¡Sube al auto!

Ella no se animó a decir nada más y se subió obedientemente al auto. Luego de un rato largo, Lucía recibió el mensaje de Julieta diciendo que ya había llegado bien a casa. Le respondió que descanse temprano y miró hacia afuera de la ventana. Ya estaban por llegar a la villa.

Miró hacia el hombre que tenía al lado, este seguía con una expresión seria y helada. Evidentemente, si él no hablaba, ella tampoco hablaría. Cuando llegaron a la villa. Lucía siguió los pasos del hombre y entraron juntos a la casa. Ella pensó por un momento y dijo.

—Cristian, pensé que estabas borracho, por eso llamé al Dr. Carrizo. No lo malinterpretes.

A pesar de que la explicación era redundante, y a él tampoco le importaba, pero ella quería explicárselo. El hombre de pronto paró de caminar, se dio la vuelta y mirándola con los ojos entrecerrados habló.

—¿Qué quieres que piense? ¿Crees que Iván va a gustar de ti?

Sus palabras eran tan directas que Lucía ni siquiera sabía cómo responderle. Lo que decía era cierto. Primero él era el amigo de Cristian, y ella todavía seguía siendo la esposa de él, a pesar de que no lo fuese, Iván tampoco se enamoraría de ella. Para su esposo, ella era una persona bien humilde. Si no fuese porque Don Castillo la apreciaba, ella ni era capaz de conocerlo, ni hablar de casarse con él.

Al ver que Lucía no hablaba, Cristian la miró fríamente y se dirigió al segundo piso. Luego de dar unos pasos, se detuvo nuevamente y, como si hubiera recordado en algo, la miró y dijo.

—Ve a Quilmes a comprar una cena.

Lucía se quedó atónita, «¿por qué no lo mencionó recién en el camino? Ese lugar está en la otra esquina de la provincia. Además, ahora ya es de medianoche. ¿Quiere que cruce medio Buenos Aires para comprarle una cena?»

—¿Sí o si tienes que comerlo hoy? Ya es muy tarde, ¿probablemente está cerrado?

—¡Está abierto las veinticuatro horas del día!

Terminó de decir las palabras y se fue directo a la habitación, sin darle oportunidad de refutarlo. No era que quería cenar, solo quería torturarla, pero, al fin y al cabo, Lucía sentía que fue culpa de ella. Ella salió de la villa y se metió en el auto, era temporada de lluvias, el aire estaba cálido y húmedo, al parecer estaba por llover.

Tenía pensado en conducir el Jeep de Cristian, pero él se llevó la llave del auto al estudio. Por lo que no le quedó otra que conducir su auto, que tenía el chasis más bajo. Eran las una de la mañana. Cruzó media ciudad para comprarle la cena. En la ida tuvo suerte de que no llovió. Pero cuando recién salió de la tienda comenzó a llover bien fuerte junto con truenos y relámpagos. Era casi una tormenta.

En el camino de vuelta, muchos túneles y carreteras de CABA estaban inundadas, así que tuvo que evitar pasar por los túneles. A pesar de que la distancia se hacía más larga, pero por suerte no estaba inundado. Sin embargo, en medio del camino el auto se rompió. Debido a que tomó un desvío, y sumando a que conducía lento. Todavía estaba lejos de la villa.

Estaba en un lugar muy remoto y estaba lloviendo fuerte. Era difícil tomar un taxi. Miró el celular y vio que no le quedaba mucha batería. No le quedaba otra que llamar a Cristian. El teléfono sonó varias veces, pero no contestó. Al ver que el celular se estaba por apagar, lo único que podía hacer era buscar un paraguas en el auto y volver caminando con la cena en la mano.
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