Capítulo 10
Cristian, quien vio toda la escena, entró con una expresión oscura y en un tono frío preguntó a Lorena.

—¿Por qué sigues despierta?

Lorena fingió no haber notado la presencia del hombre anteriormente. Al verlo entrar, le tiró de la ropa y lo hizo sentarse a un costado de la cama.

—Ya descansé demasiado de día, ¿qué haces aquí?

—¡Vine a verte! —Mientras hablaba miró hacia la mano herida de Lucía—. ¡Ve y soluciona eso!

Su voz era indiferente y fría, no había nada de cariño o preocupación. La mujer lo abrazó y con disculpas dijo.

—Fue sin querer. No tenía la intensión de quemarla.

Cristian le acomodó su largo cabello. Su expresión decía que no la iba a culpar. A Lucía le dolía tanto el corazón que no lograba respirar. Por lo que salió de inmediato de la habitación. Desde el principio ella sabía que iba a perder la apuesta. Pero deseaba que por lo menos le preguntase si le dolía o no, lo que le ayudaría a seguir estando de pie a su lado.

Sin embargo, ni siquiera recibió una mirada de compasión. En el pasillo, se golpeó con el pecho ancho de un hombre. Lucía levantó la cabeza y vio a Iván frunciendo sus hermosas cejas. Este la estaba mirando de una manera rara, no entendía la expresión de sus ojos y dijo.

—¡Doctor Carrizo! —Este la observó durante un tiempo y preguntó.

—¿No te duele?

Lucía quedó atónita por un instante y sintió una fuerte amargura en el corazón. Una gota enorme de lágrima cayó en el piso. El viento frío soplaba por el pasillo y hacía que el ambiente fuera aún más vacío. Hasta alguien que ni se vieron muchas veces le preguntaba por la herida. ¿Por qué la persona con la que había estado durante dos años ni le da una vista de más? Iván le tomó la mano y ella inconscientemente quiso resistir. Sin embargo, fue tirada aún más fuerte.

—¡Soy un médico!

Habló Iván. Lo que quería decir era que era médico y no podía dejar al paciente como si nada. Sin embargo, Lucía sabía que a él no le gustaba meterse en problemas. Solo que ella era la esposa de Cristian y por eso sé así cargo. La guio a un consultorio, le dio unas órdenes a la enfermera.

—Coopera bien. —Ella asintió.

—¡Gracias!

Iván se retiró. La enfermera comenzó a limpiarle la herida. Al ver las ampollas que tenía, frunció levemente las cejas.

—La quemadura es un poco grave, puede que quede una cicatriz en el futuro.

—¡No pasa nada!

Quedará como una lección. Para limpiar la herida, las ampollas debían ser reventadas, temiendo que la chica no podía aguantar, la enfermera dijo.

—Será muy doloroso, tendrás que aguantarlo.

—¡Bueno!

El dolor de la herida no era nada a comparación de la angustia que sentía en su corazón, su piel erizada por el dolor. Al terminar de tratar la herida, la enfermera le dio algunas instrucciones de cuidado y estaba en camino de vuelta a la habitación de Lorena. Al pasar por las escaleras, escucho un movimiento allí y no pudo evitar pararse.

—Don Castillo ya falleció. ¿Cuándo vas a divorciarte? —«¿Era la voz de Iván?» —¿De Lucía?

La voz baja y fría de un hombre sonó. Era una voz familiar, era Cristian. Se acercó y lo vio con las manos en el bolsillo, apoyándose contra la baranda, y con una expresión fría. Iván, con un cigarrillo encendido entre sus finos y largos dedos, estaba apoyado contra la pared. Golpeó las cenizas con el dedo, miró hacia Cristian y dijo.

—Tienes bien claro que ella no hizo nada. Ella solo te ama. —Su esposo lo miró con disgusto.

—¿Desde cuándo le prestas tanta atención? —Al escuchar las palabras, Iván frunció las cejas.

—No lo malinterpretes. Solo quiero recordarte para que no te arrepientas en el futuro. A pesar de que el amor sea bien profundo, en algún momento será retirado. —Se echó a reír de manera burlona.

—No me hace falta su amor…

Lucía no siguió escuchando la charla. Había cosas que con que lo sepas por dentro era suficiente y si pretendes que el otro te lo explique claramente, entonces eres un tonto descuidado.
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