Capítulo 9
Lucía no podía adivinar qué era lo que el hombre estaba pensando y asintió con la cabeza. Había momentos que la gente podía ser humilde sin ninguna razón. Lucía parece que ya se había acostumbrado a obedecer de cualquier modo las órdenes de Cristian. El hombre manejaba hacia el centro de la ciudad. Ella no tenía pensado que la iba a traer directo al hospital.

Ella odiaba el olor de la desinfección del hospital. Pero no le quedaba otra que seguir los pasos del hombre. Lorena estaba tomando una infusión. Acostada en la cama blanca del hospital, con una mirada distraída, parecía ser aún más débil de lo que era. Al verlos entrar juntos, le clavo una mirada helada a Lucía y le dijo a Cristian.

—¡No quiero verla! ¡Dile que se vaya!

Al parecer, la pérdida del bebé hizo que su postura delicada y hermosa también desapareciera. A cambio de eso, tenía odio y la frialdad. Cristian caminó hacia ella, la abrazó y frotándole la cabeza como gesto de consuelo, dijo.

—Déjala que te cuide unos días, es lo que debe hacer.

La escena de mimo de las dos personas provocó un fuerte dolor en el corazón de Lucía. Lorena quería seguir diciendo algo, pero de pronto sonrió levemente y comentó.

—¡De acuerdo!

La conversación de ellos ya determinaba el destino de Lucía. Era gracioso que ella ni siquiera diga una palabra, y solo obedecía las órdenes de ellos. Cristian estaba muy ocupado. A pesar de que no apareció en el funeral, él seguía siendo miembro de la familia Castillo. Tenía muchas cosas que organizar, el gran comercio de la familia Castillo estaba en sus manos, por eso no tenía el suficiente tiempo de quedarse en el hospital y cuidar a Lorena.

Entonces la única que podía era su esposa. Eran las dos de la mañana. La enferma había descansado demasiado durante el día y no podía dormirse. No había adicional en el hospital y Lucía solo pudo sentarse en la silla que estaba al lado de la cama. Al notar que seguía despierta, Lorena habló.

—Eres demasiada humilde.

Al escucharlo, miró hacia el anillo de matrimonio que llevaba en la mano y luego de un rato comentó.

—¿El amor no es así? —Ella sonrió, al rato dijo.

—¿No te cansa?

Lucía negó con la cabeza. Luego de décadas de vida, ¿qué cosa no era agotador? Solo que se enamoró de alguien que no la ama.

—¿Me alcanzas un vaso de agua? —Preguntó mientras se levantaba con cuidado. Ella asintió y se levantó para servirle el agua—. ¡Lo quiero bien caliente!

Sus palabras eran sin emociones. Lucía le entregó el agua, pero ella no lo agarró. La miró y dijo.

—Lo siento por ti, pero también siento que eres lamentable. La pérdida del bebé no fue tu culpa, pero no puedo evitar culparte.

Lucía no entendía que era lo que pretendía decir. Le entregó el vaso de vuelta y dijo.

—¡Ten cuidado que está caliente!

Ella tomó el vaso de agua y la agarró violentamente. Lucía quiso retirar su mano, Lorena la miró con una mirada profunda llena de rabia y comentó.

—¿Quieres hacer una apuesta? ¿A ver si él va a sentir lástima por ti?

Se quedó petrificada por un instante y vio la sombra del hombre al lado de la puerta. No sabía cuándo había llegado. Lorena la miró y dijo.

—¿Te atreves?

Lucía se quedó en silencio. Dejó que le volcara el agua hervida en su mano. El fuerte dolor parecía que hubiera miles y millones de hormigas mordiéndola. Aunque no dijo nada, participó de la apuesta. Lorena dejó el vaso de agua y con una cara inocente dijo

—Perdón, no fue apropósito. Estaba demasiado caliente y sin querer se me cayó. ¿Estás bien?

Sus palabras era evidentemente una mentira. Lucía retiró su mano y aguantándose el dolor sacudió la cabeza.

—¡No pasa nada, estoy bien!
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