Capítulo 4
El pasillo era angosto, Iván estaba asombrado al encontrarse con Lucía. Se acomodó la ropa y dijo.

—Señorita Torres, vine a ver a Lore.

Iván era uno de los mejores amigos de Cristian. Había un dicho que decía si quieres saber si el hombre te ama o no, solo tienes que ver la actitud de sus amigos. Ni hacía falta ver la actitud, con solo escuchar cómo la nombraba ya era evidente. Al parecer, ella solo tenía un título: Señorita Torres.

¡Un título bien respetuoso y distante! No deberíamos prestar demasiada atención en detalles, si no sentiríamos mucha amargura. Lucía sonrió y se apartó del camino.

—¡Están en la habitación!

Hay veces que en serio envidiaba a Lorena. Con solo unas gotas de lágrimas podía tener el cariño que ella no podría tener ni gastando media vida. Una vez que volvió al dormitorio, sacó del armario un conjunto de ropa que Cristian nunca había usado. Salió de la habitación y se fue a la sala del primer piso.

Iván revisó a Lorena con rapidez. Le tomó la temperatura y le dio algunos remedios para bajar la fiebre y se retiró. Al bajar las escaleras, se encontró con Lucía, con una sonrisa distante, dijo.

—Ya es tarde, ¿no va a descansar, señorita Torres?

—¡En un rato voy! —Lucía le dio el conjunto de ropa que tenía en mano y dijo—. Tu ropa está mojada y afuera sigue lloviendo. Cámbiate la ropa antes de irte. No tomes frío.

Tal vez no había pensado que ella estuviera allí para darle un conjunto de ropa limpia, por lo que se quedó sorprendido por un segundo. Luego, con una sonrisa amable, dijo.

—¡Soy fuerte, no pasa nada! —Le entregó la ropa en sus manos.

—Es nueva, Ustedes dos tienen casi la misma estatura, ¡así que seguro te quedará bien!

Al terminar las palabras, se dio media vuelta y regresó al dormitorio. Lucía no era buena. Solo que cuando su abuela estaba en el hospital, Iván era el cirujano que se ocupaba de la anciana. Él, siendo un médico famoso a nivel mundial, si no fuera por la familia Castillo, no iba a aceptar encargarse de la cirugía. La ropa era de agradecimiento.

Al día siguiente. Luego de una noche de lluvias violentas, por fin salió el sol. Lucía tenía la costumbre de despertarse temprano. Al terminar de limpiarse y bajar al primer piso se encontró con Cristian junto a Lorena en la cocina. El hombre llevaba puesto un delantal negro y hermoso, estaba friendo huevos.

No se veía ningún aura fría en él, en cambio, parecía ser una persona normal. Lorena lo miraba con los ojos brillosos, tal vez sea porque recién se le bajó la fiebre, su delicada y pequeña cara seguía media roja, lo que le hacía verse encantadora.

—Cris, quiero que los huevos fritos sean un poco quemados. —Al mismo tiempo que hablaba, agarró una frutilla y se la acercó a la boca del hombre y siguió—. Pero que no esté demasiado quemado, si no va a estar amargo.

Cristian masticó la frutilla y la miró sin hablar, pero era una vista llena de cariño. Un hombre guapo y talentoso, mujer linda y hermosa, ¡Realmente eran una pareja! La escena se veía romántica y dulce.

—Son una buena pareja, ¿verdad?

Sonó una voz detrás. Lucía se asustó. Al darse la vuelta, se encontró con Iván. Anoche Lorena estaba con fiebre alta, era obvio que no lo iba a dejar irse.

—¡Buenos días!

Lucía lo saludó con una sonrisa leve, y vio que él llevaba puesto la ropa que le había entregado anoche. Al captar su vista, el hombre levantó las cejas y sonriendo comentó.

—La ropa es demasiada cómoda. ¡Muchas gracias! —La chica sacudiendo la cabeza ligeramente dijo.

—¡De nada!

La ropa lo había comprado ella para Cristian, pero él ni siquiera la tocó. Probablemente, escucharon el movimiento, Lorena los llamó.

—Luci, Iván, ya se levantaron. Cris hizo unos huevos fritos, ¡Vengan a comer juntos!

Su tono parecía como si fuese la dueña de la casa. Lucía sonrió levemente.

—No hace falta, ayer compré pan y leche, están en la heladera. Recién te recuperaste, debes tomar más.

A pesar de todo, esa era la casa en la que ella vivió dos años. Su nombre y el de Cristian eran los que están escritos en el certificado de propiedad. Aunque sea débil, no iba a dejar que nadie le ocupara su lugar.
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