Lucía tenía claro en mente que era imposible detenerlo. Sin embargo, quería intentarlo al menos por una sola vez. Miró hacia el hombre y dijo.

—No tengo problemas en divorciarme, pero hoy te tienes que quedar sí o sí. Una vez que mañana termine el funeral, de inmediato firmo el contrato. —Cristian entrecerró los ojos, con una sonrisa irónica comentó.

—Intenta complacerme. — Se acercó hacia su oído. —Lucía, tienes que ganártelo y no solo con decir dos palabras.

El hombre seducía en un tono helado. Ella entendió lo que quería, entonces lo abrazó de la cintura, levantó la cabeza, e hizo lo posible para acercarse. Sus estaturas eran muy diferentes, por lo que esa posición la hacía verse ridícula. No sabía cómo describir lo que sentía en el fondo del corazón. Era realmente triste que tuviera que detener a su esposo de esa manera. Lucía deslizó su mano, cuando de repente el hombre la agarró fuertemente. La chica levanto la vista y se encontró con la mirada oscura del hombre.

—¡Ya basta!

Ella se quedó petrificada al escuchar su voz fría. No sabía que era lo que estaba pensando. Luego vio que el hombre se puso el pijama gris de vuelta. Al siguiente segundo reaccionó… ¿Será que se iba a quedar? Ni siquiera sintió la felicidad, cuando una voz débil sonó desde afuera de la ventana.

—Cris...

Lucía ni siquiera llegó a reaccionar y vio a Cristian acercarse rápidamente al balcón. Luego, con una expresión de furia agarró un abrigo y salió casi corriendo de la habitación. Fuera del balcón, Lorena estaba parada bajo la lluvia. Tenía puesto un vestido fino y este ya estaba empapado. La bella enfermiza se veía aún más débil.

Cristian le puso el abrigo en su hombro, ni tuvo tiempo de regañarla cuando ella llorando ya se había lanzado a sus brazos. Al ver la escena, Lucía entendió por qué no significaba mucho su presencia a su lado. Ya que ella con solo una llamada importaba más, que los dos años vividos juntos. Ella no importaba. Su esposo la metió a la villa entre los brazos y la llevó al segundo piso. Lucía, parada en el alto de las escaleras, les bloqueó el camino.

—¡Sal de aquí!

Ordenó el hombre en un tono frío e indiferente. Su mirada estaba llena de disgusto. Lucía ya no sabía si sentía la tristeza o no, solo sabía que sus ojos dolían más que el corazón. Vio exactamente cómo su marido atesoraba a otra mujer y la pisoteaba a ella.

—Cristian, en nuestro casamiento prometiste al abuelo que mientras yo este acá, nunca traerás a esta mujer.

Allí era el único lugar en que vivía junto al hombre. Ya le regalo numerosas noches a Lorena para que estuviera con él. ¿Por qué debía contaminar hasta su último sitio?

—¿Disculpa?— El hombre sonrió sarcásticamente y la empujo hacia un lado —Lucía, creo que eres demasiada creída.

Sus palabras eran demasiadas irónicas. Ella, como un transeúnte, los veía entrar a la habitación de invitados. La noche estaba destinada a ser inestable. Lorena de lo débil que estaba, luego de empaparse con la lluvia, le dio fiebre. Cristian le cambió la ropa con cuidado y con una toalla intentaba calmarle la fiebre. Probablemente sentía que Lucía era demasiada molesta y con una mirada fría dijo.

—¡Ándate a la mansión antigua! Lore en este estado no se va a poder irse.

¿A esa hora quería que se fuera? «Se ve que en serio siente que soy desagradable. » Mirando al hombre durante un tiempo, Lucía ni siquiera sabía que podía decir para recordarle lo peligroso que era a una mujer irse tan tarde a la mansión que estaba tan lejos. Pero era obvio que a él no le interesaba, lo único que le importaba era que la existencia de ella perjudicaba el descanso de Lorena. Luego de reprimir la tristeza, con calma dijo.

—Me voy a quedar en el dormitorio. ¡No es hora de ir a la mansión!

«A él no le importo, pero no me puedo no apreciarme a mí misma. » Al salir de la habitación, se encontró con Iván Carrizo, quien venía realizando los recorridos. Notó que el hombre estaba vestido de un pijama negro. Se veía que salió rápido que ni tuvo tiempo de cambiarse las zapatillas y su ropa estaba medio empapado.