Los huérfanos o jóvenes que no encontraron a sus familias han sido acogidos por la milicia con el fin de entrenarlos para reducir el crecimiento exorbitante de aquellas criaturas que parecen representar el último paso de la humanidad.
No solo serán entrenados, también serán sometidos a experimentaciones en donde se intentará unir el ADN de aquellas criaturas con sus instrucciones genéticas, de este modo podrán combatir contra ellos, ser más fuertes y poder brindar una protección adecuada. Todos los jóvenes informados al respecto toman la decisión por voluntad propio. El que no desee participar en estos experimentos, será entrenado como un militar común.
Según los científicos que están a cargo, es muy posible que la unión de ambas estructuras genéticas sea posible, pero el riesgo será muy alto.
Segunda parteUna cálida luz acaricia mi rostro y me insta a abrir los ojos. Me incorporo como puedo y, con esfuerzo, me dedico a mirar mi alrededor. Reconozco las paredes de un azul claro desgastado. Mi mirada esta vez se centra en mis manos, que están vendadas. La tela blanquecina está manchada por la sangre seca. Pestañeo y vuelvo a observar el techo. La bombilla parpadea y parece intensificar su luz. Suspiro.«¿Cuándo seremos libres?».Aprieto las manos contra mis muslos y apoyo el lateral de la cabeza en la gélida pared a mi derecha.—Quiet. —Los ojos verdes me buscan al otro lado de la habitación, los siento—. ¡Quiet!Vuelvo en sí y lo miro.—¿Qué ocurre, Peace?Alza la mano y me revela el yeso.—No soporté esta vez. —Presiona los labios—. E
Atizo la madera que está a punto de volverse en carbón. Las bajas llamas, casi muertas, parecen revivir durante un efímero momento. Suspiro y dejo caer el palo. Tanteo el suelo en busca de lo que necesito, pues la luz anaranjada no llega hasta donde se halla. Esbozo una sonrisa. Lo agarro con cuidado y examino la carne envuelta en hojas de palmeras casi secas. Empiezo a pincharla con alargadas ramas y luego la posiciono en lo alto de la fogata. Con ahumarla será suficiente.Recojo mis piernas y cuento los segundos que trascurrirán para que ya esté hecha, no es como si fuera mucho. Además, mi estómago está tranquilo, pero si me acuesto sin comer nada mañana amaneceré con alguna enfermedad y es lo que menos deseo. Le echo un vistazo al mundo que está fuera de mi caja de metal; ya no hay contaminación como para que las estrellas sean tímidas y brillen para escandalizar. Giro la carn
A primera hora de la mañana, limpio los rastros de excremento que han dejado fuera de mi hogar. El sol ya está en lo alto. Aunque las heces ya han perdido esa composición algo aguada, el mal olor sigue reticente. Con una maldición silenciosa, doy media vuelta y entro en el container. Aseguro mi mochila a mi espalda, reviso que el filo de mi arma esté en condiciones, vuelvo a buscar las cadenas y por fin decido emprender mi pequeño viaje hacia ese manantial que tanto es custodiado por los otros. Sé que no se negarán a un trueque, tengo algo de valor que seguro no dejarán escapar. Hago lo posible por no echarle un vistazo a lo que alguna vez fueron unas casas, ahora sumidas en algo así como un desierto provocado por el mal cuidado. En las sombras estarán esos esperpentos o a lo seguro andarán en un lugar más frío como… un sótano húmedo. Odian el calor, pero no el sol. Odian el día, mas no por los fuertes rayos ultravioleta. Son nocturnos, sí, e inteligentes. No hay una explica
—Solía ser parte de los militantes —explica sin dejar de pasar sus pupilas entre las líneas garabateadas de mi agenda—. Fui ingenuo y estúpido. Pensé que siendo como ellos podría vivir sin temor alguno y con lujos, hasta que comprendí lo extremistas que son. Son como las guerrillas. Justo eso. Se aprovechan, se creen los altos mandos… Por cierto, ¿cuál es tu nombre?Poso mi dedo índice entre mis labios. Lo capta, mas no lo entiende como yo deseo, incluso parece intranquilo. Dejo caer los hombros y lo escribo.—¿Quiet? —Asiento con una sonrisa—. Eso no es un nombre.Me señalo una y otra vez. Alza sus manos sin querer discutirlo más.—Pues bien, es tu nombre. Es un gusto, Quiet, me llamo Sam.Sigo picando las zanahorias.No ahondaré más en su pasado, sé que oculta algo y es mejor que se quede
Con las cejas casi juntas, intento calmar los pensamientos embravecidos que evocan al antaño. Inspiro, así toda cavilación que no requiero se va. Alzo la mirada; el hombre viejo que aceptó el trueque mantiene su interés puesto en mí. Me crispo. Si está tan cerca puede saber dónde me quedo, y es lo que menos quiero. Lo saludo con una sonrisa, no sin antes bajar un poco mi bufanda. Su ceja se dispara hacia el nacimiento de su cabello y sus dedos se hacen del listón que sostiene su rifle. Los dos sujetos que le acompañan también se ponen alerta. Parece ser que son sus guardaespaldas, no, sus familiares. Eso sería lo más acertado y conveniente. Me apresuro en ponerme a la defensiva.—Buenas tardes. Veo que se dirige a pescar. ¿No le gustaría un poco de compañía? —Sacudo la cabeza. No le gusta, pues comprime los labios—. Usted parece, uhm, que pu
Me despierto al oír los rasguños y jadeos por parte de los esperpentos. Sam mantiene impasible frente a la hoguera; espera que el pescado esté hecho. Me incorporo y me froto los párpados. No dormí mucho. Con algo de reticencia, me vuelvo a poner las botas, esta vez sin medias, y busco en mi mochila una camiseta. La que traigo puesta ya ha de ser limpiada.Sam me ve vestirme, incluso lo pillo con una pequeña sonrisa.Lo observo con el entrecejo fruncido como pregunta.—Lo siento, fue inevitable no ver. —Carraspea al revisar la carne del pescado—. Quiet, ¿no te da vergüenza vestirte ante alguien que no…? Ejem, que no, pues, ya tú sabes, es muy obvio —musita. Me acomodo a su lado sin apartar la vista de la suya—. Veo que no le ves nada de malo. ¿Ellos todo el tiempo molestan? —Asiento—. No sé cómo puedes acostumbrarte a ellos.Me
A la mañana siguiente, él no está ni nada que me pueda asegurar que volverá. Me reclino y envuelvo mis rodillas con los brazos. Lo veía venir. Por el rabillo del ojo veo esa bolsa indeseable. Me levanto y la vuelvo a guardar sin tan siquiera examinarla. En la cúspide de mi martirio ya ni considero llorar, dado que esa emoción se ha vuelto una parte tan grande en mí que lo único que puedo demostrar es una soledad ambigua y una quietud zalamera.Al levantarme, diviso mi libreta abierta en medio de la mesa. Con el entrecejo fruncido, me acerco y deslizo los dedos por la caligrafía tosca que yace en toda una hoja. Mi respiración se agita y mi corazón se dispara mucho más que cuando corres por tu vida. «Es como una serendipia». Saber el trasfondo de su pasado, más profundizado y tratado con seriedad, junto a sus tomas de decisiones, desafortunadas como llenas de fort
Me gruñe. No me amilano ante su postura encorvada en claro signo de intimidación. Sam ha cesado sus golpes y solo alcanzo a oír sus jadeos entrecortados. Persiste en llamarme. Como mantengo el pie en la manija que solo puede deslizar la reja y ejerzo toda mi fuerza, él no ha podido salir justo por eso, también porque pongo todo mi peso.Le siseo.Se detiene a unos cuantos pasos de mí.Dejo caer la cabeza, de este modo le demuestro mi sumisión, y extiendo la mano sin temor alguno.Los minutos pasan, la lluvia empieza, los quejidos de Sam se vuelven más altos y las nubes que impactan entre sí para crear truenos se intensifican.Cuando siento sus dedos acariciar mi palma, es el momento indicado para alzar la vista. Está calmado, pero percibo algo de contrariedad en sus iris. Los otros hacen sonidos húmedos, unos que me crispan y me alteran un poco. Su nariz, que aún co