—Solía ser parte de los militantes —explica sin dejar de pasar sus pupilas entre las líneas garabateadas de mi agenda—. Fui ingenuo y estúpido. Pensé que siendo como ellos podría vivir sin temor alguno y con lujos, hasta que comprendí lo extremistas que son. Son como las guerrillas. Justo eso. Se aprovechan, se creen los altos mandos… Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
Poso mi dedo índice entre mis labios. Lo capta, mas no lo entiende como yo deseo, incluso parece intranquilo. Dejo caer los hombros y lo escribo.
—¿Quiet? —Asiento con una sonrisa—. Eso no es un nombre.
Me señalo una y otra vez. Alza sus manos sin querer discutirlo más.
—Pues bien, es tu nombre. Es un gusto, Quiet, me llamo Sam.
Sigo picando las zanahorias.
No ahondaré más en su pasado, sé que oculta algo y es mejor que se quede así. No quiero que me influencie o sentir más empatía de la que le otorgo ahora.
Parece querer ayudarme, así que le extiendo una pequeña navaja y empieza a cortar con dificultad. Tengo mis razones del porqué lo ayudé y él sabrá entenderlas. No dejaría morir a nadie fuera de mi hogar, más si no siento que me hará daño en un futuro.
—Entonces, ¿dónde puedo hallar animales para cazar? —Lo observo con las cejas enarcadas—. Vale, rastrearé alguno. ¿Sabes? En momentos de supervivencia sí o sí se tiene que matar para poder coexistir. Que sí, los vegetales podrán llenarte el estómago y aportarte minerales o vitaminas, qué sé yo, pero la carne te da proteínas y te dará más energía.
«No me gusta ver a los animalitos sufrir, eso es todo. La carne que comí hace dos días fue un intercambio que hice con una mujer que me encontré por ahí».
Le paso un cuenco para que deje caer las rebanadas en su interior. Corto en cuadritos unos rábanos, al igual que unas patatas. Después saco de una bolsa escondida en una esquina un poco de arroz. Cocinar arroz sin aceite es tedioso. Saldrá como una plasta o como gachas de avena. Menos mal hay un poco de sal, la cual ayudará un poco a pasar la sensación pastosa. Alzo la mirada; me está viendo y no parece avergonzarse cuando me entero. También sé que desconfía por mi falta de habla, que estará pensando en eso y que está con más peligro conmigo que afuera. Suspiro. El que sepa algo como aquello me inquieta. Se supone que era algo de clasificación alta. Sacudo la cabeza. Qué más da, al fin y al cabo, ando con más tranquilidad sin el habla. Se levanta, enciende la fogata y atiza la leña. Cuando ve que está como se debe, me indica que le pase la olla. En ella dejo caer todo lo cortado junto a las hojuelas.
Se sienta frente a nuestra próxima comida. Limpio los residuos de vegetales y también las hojas de las navajas. Siento que ve el hacha en mi cintura, mas no hago nada. Si desconfía hasta ese punto, es comprensible.
—¿Dónde consigues las zanahorias, rábanos y papas? —Extiendo los brazos y abarco el terreno imaginario entre ellos. Parece pensarlo—. ¿Un campo? —Niego—. ¿Una parcela de cultivos? —Vuelvo a negar—. ¿Un parque? —Asiento—. ¡Vaya! Eso sí es interesante. ¿Dónde está? Ah, no te esfuerces. Lo veré en la lejanía.
Me acomodo a su lado, quiebro algunas ramas y hago bolita unas hojas secas. Las echo al fuego, recojo mis rodillas y abrazo mis piernas. El bailar de las llamas es hipnótico.
—¿Por qué vives aquí? —Lo miro por el rabillo del ojo; está atento a que no se queme o pegue el arroz. Me pide permiso para sacar un poco de sal, lo dejo—. Quizás estás en la soledad como todos: los perdiste. —Junto los párpados y esquivo sus orbes al girar el rostro. Traga y deja caer la mirada. Aparenta arrepentimiento con una pizca de desosiego—. Yo vivía con mi pareja. Estábamos planeando tener una familia, uno o dos niños, tampoco hay que olvidarse del perro o gato, hasta que todo esto sucedió y ese sueño se esfumó.
Atrae mi atención.
Con duda, poso la mano en su hombro sano y le doy un suave apretón.
Me regala una sonrisa trémula.
—Todo lo que pasó demuestra que la envidia es lo peor que podemos poseer los humanos. También está la hipocresía y la traición, pero querer lo de otro corroe y contamina. Estás joven, posiblemente en la puerta de la vida, no mereces este mundo tan deplorable, este resultado de esa envidia.
Ladeo la cabeza.
«Creo que tenemos la misma edad. Bueno, no dudo que me ganes con cinco años más… como máximo».
—Vivir sin compañía ha de ser feo, ¿cierto? —Niego—. ¿Es en serio? Vale, tienes ya la costumbre de estar en la soledad, supongo. Entonces…
Detiene su hablar al ver algo que atrae su atención.
Con la revista en manos, se gira en mi dirección y esboza una gran sonrisa.
—¿Es que sabes pelear?
Me encojo. Le echa un vistazo a las páginas que no parecen deterioradas con el tiempo. Entretanto, me sumerjo en mis divagaciones. Ni siquiera sé cuánto tiempo llevo en la soledad, tan así que mi vida pasó de extrovertida a introvertida sin siquiera tener algún atisbo de consciencia. Solía tener mucha diversión, ahora no es que me importe soltar alguna broma interna o reír. Contemplo cómo sus labios se ensanchan cada vez que lee un truco o halla una imagen digna de ver.
Me toco el pómulo con una mueca. Duele un poco.
Él nota mi gesto y parece avergonzado por ello. Soy indiferente ante su comportamiento. Me levanto y apago el fuego; el arroz ya está listo. Le sirvo un poco. Después de perder la paciencia en hallar una cuchara limpia, se la paso. Al tener mi plato listo, intento ojear un viejo periódico ya café por los años.
¿La guerra entorpecerá nuestro futuro?
La Unión Soviética se debate entre enviar sus fuerzas militares o quedarse quieta en cuanto a la bochornosa solicitud de Estados Unidos en pedir ayuda. La ONU no ha establecido nada, es muy posible que sea para no entorpecer los tratados de paz. México declara que no desea estar en medio de las decisivas contiendas. Mientras tanto, China y Japón se quedan al margen. Parece ser que apoyan la ideología de alzar las manos y decir basta. Si no hay una mejoría, ¿el mundo será sumido en hostilidad y muerte?
Lo demás es inentendible.
Bajo el corroído papel y me enfoco en cómo come Sam. Tal vez hace mucho que no se alimentaba como se debe. Suspiro y analizo el último encabezado.
Hace tres días que el cielo está gris, no como en tiempos de lluvia. Está de un gris enfermo e inducido. Desde que se tornó así las personas han empezado a sentirse enfermas, la mayoría de problemas respiratorios. Al analizar los cadáveres por este idílico momento, se ha podido evidenciar que los órganos colapsan. Además de ello, algunos sufren mutaciones inquietantes e incluso comportamientos erráticos, como si de rabia se tratase. Las autoridades intentan llegar a una explicación coherente. Sin embargo, no hay ninguna. ¿Acaso habrá algo parecido a los zombis que nos muestran en las cintas fílmicas? ¿El aire traerá algún virus que será un detonante para los siguientes días? ¿Será todo esto una consecuencia de una guerra biológica que oculta el gobierno? En cambio, la minoría de los afectados pierde…
Lo siguiente lo tacho con furia y con el corazón acongojado.
Me enderezo de un salto, dejo mi comida en la mesa, me pongo la mochila y salgo con Sam detrás de mí. Lo escucho preguntar qué sucedió para que tuviese un arranque de esta magnitud, así que me giro a medio camino e intento regular la respiración. Está algo azorado.
—¿Qué pasa? ¿Adónde vas?
Me cruzo de brazos y busco una manera de hacerle saber que iré a buscar alguna distracción. Alzo el índice como si atrapara una idea, paso por su lado y de la esquina cercana a mi cama, bueno, nuestra cama, agarro la caña de pescar que restauré a medias. La elevo y se la señalo.
—¿Adónde irás a pescar? —inquiere, ceñudo. Dejo caer los hombros—. Vale, pero… —observa el cielo— regresa antes del anochecer. Seguro habrá tormenta. A esas criaturas les encanta.
Me encantaría decirle que recién me conoce como para que se preocupe, de modo que lo único que hago es mostrarle el pulgar antes de regresar con mi caminata. Lo oigo recular y después cierra las puertas del container. Mejor así.
Con las cejas casi juntas, intento calmar los pensamientos embravecidos que evocan al antaño. Inspiro, así toda cavilación que no requiero se va. Alzo la mirada; el hombre viejo que aceptó el trueque mantiene su interés puesto en mí. Me crispo. Si está tan cerca puede saber dónde me quedo, y es lo que menos quiero. Lo saludo con una sonrisa, no sin antes bajar un poco mi bufanda. Su ceja se dispara hacia el nacimiento de su cabello y sus dedos se hacen del listón que sostiene su rifle. Los dos sujetos que le acompañan también se ponen alerta. Parece ser que son sus guardaespaldas, no, sus familiares. Eso sería lo más acertado y conveniente. Me apresuro en ponerme a la defensiva.—Buenas tardes. Veo que se dirige a pescar. ¿No le gustaría un poco de compañía? —Sacudo la cabeza. No le gusta, pues comprime los labios—. Usted parece, uhm, que pu
Me despierto al oír los rasguños y jadeos por parte de los esperpentos. Sam mantiene impasible frente a la hoguera; espera que el pescado esté hecho. Me incorporo y me froto los párpados. No dormí mucho. Con algo de reticencia, me vuelvo a poner las botas, esta vez sin medias, y busco en mi mochila una camiseta. La que traigo puesta ya ha de ser limpiada.Sam me ve vestirme, incluso lo pillo con una pequeña sonrisa.Lo observo con el entrecejo fruncido como pregunta.—Lo siento, fue inevitable no ver. —Carraspea al revisar la carne del pescado—. Quiet, ¿no te da vergüenza vestirte ante alguien que no…? Ejem, que no, pues, ya tú sabes, es muy obvio —musita. Me acomodo a su lado sin apartar la vista de la suya—. Veo que no le ves nada de malo. ¿Ellos todo el tiempo molestan? —Asiento—. No sé cómo puedes acostumbrarte a ellos.Me
A la mañana siguiente, él no está ni nada que me pueda asegurar que volverá. Me reclino y envuelvo mis rodillas con los brazos. Lo veía venir. Por el rabillo del ojo veo esa bolsa indeseable. Me levanto y la vuelvo a guardar sin tan siquiera examinarla. En la cúspide de mi martirio ya ni considero llorar, dado que esa emoción se ha vuelto una parte tan grande en mí que lo único que puedo demostrar es una soledad ambigua y una quietud zalamera.Al levantarme, diviso mi libreta abierta en medio de la mesa. Con el entrecejo fruncido, me acerco y deslizo los dedos por la caligrafía tosca que yace en toda una hoja. Mi respiración se agita y mi corazón se dispara mucho más que cuando corres por tu vida. «Es como una serendipia». Saber el trasfondo de su pasado, más profundizado y tratado con seriedad, junto a sus tomas de decisiones, desafortunadas como llenas de fort
Me gruñe. No me amilano ante su postura encorvada en claro signo de intimidación. Sam ha cesado sus golpes y solo alcanzo a oír sus jadeos entrecortados. Persiste en llamarme. Como mantengo el pie en la manija que solo puede deslizar la reja y ejerzo toda mi fuerza, él no ha podido salir justo por eso, también porque pongo todo mi peso.Le siseo.Se detiene a unos cuantos pasos de mí.Dejo caer la cabeza, de este modo le demuestro mi sumisión, y extiendo la mano sin temor alguno.Los minutos pasan, la lluvia empieza, los quejidos de Sam se vuelven más altos y las nubes que impactan entre sí para crear truenos se intensifican.Cuando siento sus dedos acariciar mi palma, es el momento indicado para alzar la vista. Está calmado, pero percibo algo de contrariedad en sus iris. Los otros hacen sonidos húmedos, unos que me crispan y me alteran un poco. Su nariz, que aún co
Paseo por el parque con las manos tras mi espalda. Más allá de donde me encuentro está el manantial, el cual ya desde mucho antes de ser construida la ciudad estaba. Alguna vez oí que era artificial, que fue creado naturalmente o por la mano humana. Divagaciones locas. Me decanto con que es natural y que fue creado por las lluvias. El que sea salado puede ser por la tierra. Me arrodillo a un lado de la pequeña huerta de hierbas que está bajo unos árboles, busco entre los tallos los que necesito, bajo mi bolso de lona donde suelo guardarlos y empiezo a arrancar el tomillo, el romero, la menta, la caléndula, la manzanilla… Agradezco que el suelo sea fértil.Me tenso al ver bajo mi nariz esa mano grande y tosca, como la de un primate, que tiene entre sus dedos una rama de hinojo. Alzo la vista; sus pupilas dilatadas parecen sonreírme. El cómo hace lo posible por ocultarme sus fauces me hace estir
—¿Quiet? ¿Qué hacías con esos esperpentos? ¿Qué…?Se silencia al verlos con más afinidad. Aprieta la mandíbula, me agarra del antebrazo y me arrastra a las malas hacia el container. Con suma parsimonia cierra las puertas con las pestañas juntas en una expresión incalculable.Reacciono. ¡Mi libreta! Me le acerco para alejarlo de la entrada, pero me envuelve entre sus brazos. Le doy manotazos para que me suelte. Esa libreta es muy importante para mí. No solo hay pequeñas observaciones mías, también de mi padre, las cuales son mayoría. Es lo único que me queda de él en su estado de consciencia pura. Maldice en voz baja y por fin me suelta. Jadeante, lo empujo. El rechinido de uno de los portones al abrirse se ve apaciguado por la brisa. Me inclino y busco a tientas la agenda. Al dar con ella, me incorporo y vuelvo a cerrar.&mdas
Aprieto los dientes, saco el cargador de la pistola y reviso que tenga las suficientes balas, le quito el seguro y echo cabeza. Rememoro cómo debo posicionarme; con las piernas separadas, los brazos rectos y los hombros perpendiculares a estos.No lo observo cuando sale, solo espero un minuto para seguirle y me confundo entre la maraña de matorrales. Cierro los ojos cuando lo tiran al suelo con tanta agresividad que alcanzo a oír el quejido de sus huesos y a él diciéndole a un excamarada que no sea tan bruto. Lo levantan como algo que no sirve, no sin antes ponerle los grilletes con tanto hastío que los han apretado más de lo debido.Inspiro y expiro, nivelo los latidos de mi corazón.Es una cuadrilla.Espero a que recojan sus puestos y me muevo cuando ya están listos. Sam en ningún instante hace acopio de girarse para buscarme. Las palmas se me vuelven gelatina y el sudor no tarda en e
Estudio cómo duerme con expresión ida. Parece ajeno a este mundo desagradable, lleno de dolor y memorias tan agudas como un cruel cuchillo a punto de atravesar tu corazón. Con curiosidad, entierro los dedos en su cabello y sopeso la textura. Mi mente vuelve a viajar a la decisión que tomé a última hora, así que me levanto y vuelvo a revisar la corrediza de la Beretta y su cargador. Si tanto necesito más balas, a él no lo arriesgaré. Sí, también ha de tener conocimientos de cómo defenderse. Sin embargo, a la hora del pastel sanguinolento, si lo pierdo, me echaré la culpa y mis días estarán contados a partir de allí.Me pongo de pie y suspiro. Cuadro los hombros, estiro los brazos y zarandeo la cabeza para que mi cuello se afloje un poco. Han de ser las siete de la mañana, hora perfecta para salir. Aprieto la correa del hacha contra mi cintura al mismo t