Me despierto al oír los rasguños y jadeos por parte de los esperpentos. Sam mantiene impasible frente a la hoguera; espera que el pescado esté hecho. Me incorporo y me froto los párpados. No dormí mucho. Con algo de reticencia, me vuelvo a poner las botas, esta vez sin medias, y busco en mi mochila una camiseta. La que traigo puesta ya ha de ser limpiada.
Sam me ve vestirme, incluso lo pillo con una pequeña sonrisa.
Lo observo con el entrecejo fruncido como pregunta.
—Lo siento, fue inevitable no ver. —Carraspea al revisar la carne del pescado—. Quiet, ¿no te da vergüenza vestirte ante alguien que no…? Ejem, que no, pues, ya tú sabes, es muy obvio —musita. Me acomodo a su lado sin apartar la vista de la suya—. Veo que no le ves nada de malo. ¿Ellos todo el tiempo molestan? —Asiento—. No sé cómo puedes acostumbrarte a ellos.
Me señalo.
Él asiente para que continúe.
Inclino la cabeza y dirijo mi dedo hacia la cama con un encogimiento.
—¿Solo te acuestas y ya? —Vuelvo a asentir—. ¡Eso es tener agallas! La costumbre, supongo.
Sirve el pescado, lo corta por la mitad, echa mi parte en el arroz que dejé y me lo entrega. Se lo agradezco. Él se entretiene con la misma revista de la tarde. Ambos ignoramos los ruidos de la noche. De la pila de más revistas saco otro periódico, el cual es de hace unos meses antes de este desastre.
El mundo está en crisis.
La OMS no sabe cómo responder ante el incremento de muertes y gente enferma por un virus desconocido, el cual no tiene una vacuna y es poco probable que tenga una. Las grandes ciudades, como Nueva York, han sido reducidas tanto que ahora parecen pequeños poblados. La organización de la salud declara estado de emergencia a nivel global. Asimismo, las fundaciones sin ánimos de lucro hacen lo que están en sus manos para ayudar a las comunidades pobres. Científicos de todos los países se reúnen para discutir soluciones que se ven muy lejanas.
La Unión Soviética comunica que está lejos de un tratado con Estados Unidos, al igual que la potencia de China, que ha roto todo tratado comercial. Se viene una nueva era de desempleo y bajas económicas gracias a la falta de exportaciones por el país asiático. Corea del Norte se une a la problemática. Las sociedades que cuidan el ambiente están asustadas, pues hay incremento en los ecosistemas que se han adueñado de la mano humana.
La enfermedad que desvanece toda acción de…
Escudriño bien las letras.
Esa parte la taché hace tiempo, ni recordaba que lo hice.
… Se sabe que no hay cura para este fenómeno. Lo único que pueden hacer las personas afectadas es aislarse. Se teme que muten a esa nueva raza problemática, rabiosa y con inteligencia avanzada.
“Son como primates, pero más sabios. Parece ser que se comunican de alguna forma, quizás a través de señas. Lo que hemos podido notar es que con solo mirarse ya saben qué hacer”, declara el zoólogo y científico de la universidad de Toronto, Charles Murphy. Además de ello, advierte que si no se hallan soluciones prontas la balanza se opondrá al lado contrario.
Se ha decretado cuarentena total. Nadie puede salir de su hogar ni tan siquiera para comprar víveres. La milicia se encarga de hacerlo. El pánico crece y los fallecidos triplican el miedo.
Niños en todas partes quedan huérfanos, sin siquiera con gente cercana que desee darles auxilio. Gracias a esto, el gobierno ha decidido abrir un plantel para darles hospicio…
Dejo caer el periódico con los párpados juntos. Trago el nudo pesado e intento ignorar el dolor que atenaza mi corazón. Toso, guardo las hojas amarillentas en su pila y me enfoco en mi comida. Empiezo a llevar cucharadas de arroz a mi boca con el fin de alejar un poco esas emociones que me quieren arrancar la poca cordura que mantengo. Un chillido nos crispa. Algo reticentes, esperamos a que pase otra cosa. Me incorporo con suavidad y con una señal de silencio hago que se quede quieto. Me aproximo a unos huecos oxidados que están en el lateral del conteiner. Pestañeo para enfocar mi vista.
Dejo salir una bocanada de aire.
—¿Qué sucede?
«No es nada relevante, simplemente se están matando entre ellos… como siempre. Suelen hacerlo por supremacía, para ver quién es el más fuerte o quién es el mejor líder. Ah, lo hacen cerca de mi casa para obtener mi atención. ¿Las razones? Ni idea».
Me alejo un poco y le hago un ademán para que él lo vea.
—Bueno, al fin y al cabo, son bestias —gorjea al apartarse—. Tienen que comportarse como una. —Lo observo; arruga el entrecejo—. ¿Pasa algo?
Me aparto y vuelvo con mi plato. Ve cómo me alimento con los labios en una fina línea. Le señalo la revista que antes leí. Ignora mi indirecta y se cruza de brazos.
—Me viste de una forma tan… extraña. ¿Acaso le tienes empatía a esas cosas? —Dejo mi cuenca de manera abrupta. Se le desencaja la mandíbula, dirige sus ojos enfurecidos hacia la esquina y aprieta los puños. Está irritado—. Ahora comprendo por qué vives cerca de ellos, porque intentas comprenderlos, ¿cierto? Intentas ver lo que alguna vez fueron, ¡humanos! ¿No es así? Pensé que era estratégico compartir lugar con tus enemigos, pero… Joder, puede decirse que eres como ellos…
Mi puño impacta contra su mejilla. Trastabilla. De milagro no impactó contra el suelo, pues alcanzó a agarrar la mesa como soporte. Mis hombros tiemblan, los nudillos me duelen y las lágrimas aguardan tras mis párpados. Trago. Me sereno lo más que puedo, calmo mis pensamientos e intento acercarme. Me detiene con su mano y me mira con asombro.
—Si reaccionaste así es porque tengo la razón o parte de ella, Quiet. —Se limpia la comisura de los labios y ríe—. Desde un principio desconfié, ahora más. Esto es una locura —gruñe al empezar a dar vueltas—. ¡Eres el enemigo!
Todo en mí se desmorona.
Me quedo en blanco.
Espera más cosas, pero lo ignoro. Llega a gritar, sin embargo, sigo buscando entre la pila de objetos cerca del colchón. Al dar con lo que deseo, se lo tiro. Aquello cae en su pecho. No lo deja resbalarse porque lo atrapa en el aire.
—¿Esto es…? Quiet, no me digas que… ¡No! —Jadea con el objeto entre sus manos—. Lo siento, de verdad. No pensé que… que fuera por esto. —Aprieta el plástico con la prueba de laboratorio en su interior con una etiqueta desalentadora en el frente. Lo guardaba allí como un vil recuerdo—. ¡Lo siento! ¡En serio que lo siento!
Vuelvo a pasar de él, recojo los platos y guardo lo que sobra. Servirá para mañana de desayuno. Al finalizar con la limpieza, me acuesto y me cubro con las mantas, además de dejarle un pequeño espacio.
—¿Quiet?
Me limpio las mejillas, me giro y lo único que le brindo es una sonrisa, de esas que saben decir que es mejor dejar el asunto atrás.
A la mañana siguiente, él no está ni nada que me pueda asegurar que volverá. Me reclino y envuelvo mis rodillas con los brazos. Lo veía venir. Por el rabillo del ojo veo esa bolsa indeseable. Me levanto y la vuelvo a guardar sin tan siquiera examinarla. En la cúspide de mi martirio ya ni considero llorar, dado que esa emoción se ha vuelto una parte tan grande en mí que lo único que puedo demostrar es una soledad ambigua y una quietud zalamera.Al levantarme, diviso mi libreta abierta en medio de la mesa. Con el entrecejo fruncido, me acerco y deslizo los dedos por la caligrafía tosca que yace en toda una hoja. Mi respiración se agita y mi corazón se dispara mucho más que cuando corres por tu vida. «Es como una serendipia». Saber el trasfondo de su pasado, más profundizado y tratado con seriedad, junto a sus tomas de decisiones, desafortunadas como llenas de fort
Me gruñe. No me amilano ante su postura encorvada en claro signo de intimidación. Sam ha cesado sus golpes y solo alcanzo a oír sus jadeos entrecortados. Persiste en llamarme. Como mantengo el pie en la manija que solo puede deslizar la reja y ejerzo toda mi fuerza, él no ha podido salir justo por eso, también porque pongo todo mi peso.Le siseo.Se detiene a unos cuantos pasos de mí.Dejo caer la cabeza, de este modo le demuestro mi sumisión, y extiendo la mano sin temor alguno.Los minutos pasan, la lluvia empieza, los quejidos de Sam se vuelven más altos y las nubes que impactan entre sí para crear truenos se intensifican.Cuando siento sus dedos acariciar mi palma, es el momento indicado para alzar la vista. Está calmado, pero percibo algo de contrariedad en sus iris. Los otros hacen sonidos húmedos, unos que me crispan y me alteran un poco. Su nariz, que aún co
Paseo por el parque con las manos tras mi espalda. Más allá de donde me encuentro está el manantial, el cual ya desde mucho antes de ser construida la ciudad estaba. Alguna vez oí que era artificial, que fue creado naturalmente o por la mano humana. Divagaciones locas. Me decanto con que es natural y que fue creado por las lluvias. El que sea salado puede ser por la tierra. Me arrodillo a un lado de la pequeña huerta de hierbas que está bajo unos árboles, busco entre los tallos los que necesito, bajo mi bolso de lona donde suelo guardarlos y empiezo a arrancar el tomillo, el romero, la menta, la caléndula, la manzanilla… Agradezco que el suelo sea fértil.Me tenso al ver bajo mi nariz esa mano grande y tosca, como la de un primate, que tiene entre sus dedos una rama de hinojo. Alzo la vista; sus pupilas dilatadas parecen sonreírme. El cómo hace lo posible por ocultarme sus fauces me hace estir
—¿Quiet? ¿Qué hacías con esos esperpentos? ¿Qué…?Se silencia al verlos con más afinidad. Aprieta la mandíbula, me agarra del antebrazo y me arrastra a las malas hacia el container. Con suma parsimonia cierra las puertas con las pestañas juntas en una expresión incalculable.Reacciono. ¡Mi libreta! Me le acerco para alejarlo de la entrada, pero me envuelve entre sus brazos. Le doy manotazos para que me suelte. Esa libreta es muy importante para mí. No solo hay pequeñas observaciones mías, también de mi padre, las cuales son mayoría. Es lo único que me queda de él en su estado de consciencia pura. Maldice en voz baja y por fin me suelta. Jadeante, lo empujo. El rechinido de uno de los portones al abrirse se ve apaciguado por la brisa. Me inclino y busco a tientas la agenda. Al dar con ella, me incorporo y vuelvo a cerrar.&mdas
Aprieto los dientes, saco el cargador de la pistola y reviso que tenga las suficientes balas, le quito el seguro y echo cabeza. Rememoro cómo debo posicionarme; con las piernas separadas, los brazos rectos y los hombros perpendiculares a estos.No lo observo cuando sale, solo espero un minuto para seguirle y me confundo entre la maraña de matorrales. Cierro los ojos cuando lo tiran al suelo con tanta agresividad que alcanzo a oír el quejido de sus huesos y a él diciéndole a un excamarada que no sea tan bruto. Lo levantan como algo que no sirve, no sin antes ponerle los grilletes con tanto hastío que los han apretado más de lo debido.Inspiro y expiro, nivelo los latidos de mi corazón.Es una cuadrilla.Espero a que recojan sus puestos y me muevo cuando ya están listos. Sam en ningún instante hace acopio de girarse para buscarme. Las palmas se me vuelven gelatina y el sudor no tarda en e
Estudio cómo duerme con expresión ida. Parece ajeno a este mundo desagradable, lleno de dolor y memorias tan agudas como un cruel cuchillo a punto de atravesar tu corazón. Con curiosidad, entierro los dedos en su cabello y sopeso la textura. Mi mente vuelve a viajar a la decisión que tomé a última hora, así que me levanto y vuelvo a revisar la corrediza de la Beretta y su cargador. Si tanto necesito más balas, a él no lo arriesgaré. Sí, también ha de tener conocimientos de cómo defenderse. Sin embargo, a la hora del pastel sanguinolento, si lo pierdo, me echaré la culpa y mis días estarán contados a partir de allí.Me pongo de pie y suspiro. Cuadro los hombros, estiro los brazos y zarandeo la cabeza para que mi cuello se afloje un poco. Han de ser las siete de la mañana, hora perfecta para salir. Aprieto la correa del hacha contra mi cintura al mismo t
Atravieso la entrada principal. Aquí reina la oscuridad. Saco la linterna y la golpeo antes de revisar que las pilas que le puse hace unos días funcionan. Parpadea un largo rato antes de iluminar el lugar. La agitación retoma la batuta y la sudoración empieza a surgir. Hay heces en todas partes, incluso nidos hechos de ropa y otras cosas. Se divierten en el recibidor y han de dormir en algún local lo suficientemente helado como para hacerlos hibernar durante unas pocas horas. Observo las esquinas; restos de cuerpos están apilados contra la pared que solía ser de un color granate. Algunos son frescos y otros llevan tiempo. En la carne putrefacta y huesos a la vista revolotean moscas, entre otros insectos, y no faltan las ratas que se dan un buen festín.Se arriesgaron y jamás volvieron, quizá solo como restos.Señalo hacia las escaleras manchadas de sangre coagulada y seca. Menos mal tengo una
Ahora azotan cerca de las ventanas, lo hacen con rabia, incluso estrellan objetos contra las paredes. Me levanto y vuelvo a ver entre los tablones.«Oh, Sam, seguro te estarás retorciendo de nerviosismo e intentando salir para buscarme. Espero que te calmes en algún momento y no hagas una locura».—No te preocupes, no podrán traspasar mi seguridad. Cada que me ven o están cerca, suelen dañarme solo la valla o quitar el alambrado. Como verás, he reforzado esta casa lo suficiente como para que no me jodan más de lo debido. Por tu mirada sé que tienes muchas preguntas. Te contestaré la que más te molesta: empecé a remodelar mi hogar justo cuando empezó esto de la transición de esas criaturas y los problemas militares. Soy… conspiranoico, por así decirlo.Inspiro, vuelvo a sentarme aún con los vellos como escarpias y aprieto los reposabra