IV

Me despierto al oír los rasguños y jadeos por parte de los esperpentos. Sam mantiene impasible frente a la hoguera; espera que el pescado esté hecho. Me incorporo y me froto los párpados. No dormí mucho. Con algo de reticencia, me vuelvo a poner las botas, esta vez sin medias, y busco en mi mochila una camiseta. La que traigo puesta ya ha de ser limpiada.

Sam me ve vestirme, incluso lo pillo con una pequeña sonrisa.

Lo observo con el entrecejo fruncido como pregunta.

—Lo siento, fue inevitable no ver. —Carraspea al revisar la carne del pescado—. Quiet, ¿no te da vergüenza vestirte ante alguien que no…? Ejem, que no, pues, ya tú sabes, es muy obvio —musita. Me acomodo a su lado sin apartar la vista de la suya—. Veo que no le ves nada de malo. ¿Ellos todo el tiempo molestan? —Asiento—. No sé cómo puedes acostumbrarte a ellos.

Me señalo.

Él asiente para que continúe.

Inclino la cabeza y dirijo mi dedo hacia la cama con un encogimiento.

 —¿Solo te acuestas y ya? —Vuelvo a asentir—. ¡Eso es tener agallas! La costumbre, supongo.

Sirve el pescado, lo corta por la mitad, echa mi parte en el arroz que dejé y me lo entrega. Se lo agradezco. Él se entretiene con la misma revista de la tarde. Ambos ignoramos los ruidos de la noche. De la pila de más revistas saco otro periódico, el cual es de hace unos meses antes de este desastre.

El mundo está en crisis.

La OMS no sabe cómo responder ante el incremento de muertes y gente enferma por un virus desconocido, el cual no tiene una vacuna y es poco probable que tenga una. Las grandes ciudades, como Nueva York, han sido reducidas tanto que ahora parecen pequeños poblados. La organización de la salud declara estado de emergencia a nivel global. Asimismo, las fundaciones sin ánimos de lucro hacen lo que están en sus manos para ayudar a las comunidades pobres. Científicos de todos los países se reúnen para discutir soluciones que se ven muy lejanas.

La Unión Soviética comunica que está lejos de un tratado con Estados Unidos, al igual que la potencia de China, que ha roto todo tratado comercial. Se viene una nueva era de desempleo y bajas económicas gracias a la falta de exportaciones por el país asiático. Corea del Norte se une a la problemática. Las sociedades que cuidan el ambiente están asustadas, pues hay incremento en los ecosistemas que se han adueñado de la mano humana.

La enfermedad que desvanece toda acción de…

Escudriño bien las letras.

Esa parte la taché hace tiempo, ni recordaba que lo hice.

… Se sabe que no hay cura para este fenómeno. Lo único que pueden hacer las personas afectadas es aislarse. Se teme que muten a esa nueva raza problemática, rabiosa y con inteligencia avanzada.

“Son como primates, pero más sabios. Parece ser que se comunican de alguna forma, quizás a través de señas. Lo que hemos podido notar es que con solo mirarse ya saben qué hacer”, declara el zoólogo y científico de la universidad de Toronto, Charles Murphy. Además de ello, advierte que si no se hallan soluciones prontas la balanza se opondrá al lado contrario.

Se ha decretado cuarentena total. Nadie puede salir de su hogar ni tan siquiera para comprar víveres. La milicia se encarga de hacerlo. El pánico crece y los fallecidos triplican el miedo.

Niños en todas partes quedan huérfanos, sin siquiera con gente cercana que desee darles auxilio. Gracias a esto, el gobierno ha decidido abrir un plantel para darles hospicio…

Dejo caer el periódico con los párpados juntos. Trago el nudo pesado e intento ignorar el dolor que atenaza mi corazón. Toso, guardo las hojas amarillentas en su pila y me enfoco en mi comida. Empiezo a llevar cucharadas de arroz a mi boca con el fin de alejar un poco esas emociones que me quieren arrancar la poca cordura que mantengo. Un chillido nos crispa. Algo reticentes, esperamos a que pase otra cosa. Me incorporo con suavidad y con una señal de silencio hago que se quede quieto. Me aproximo a unos huecos oxidados que están en el lateral del conteiner. Pestañeo para enfocar mi vista.

Dejo salir una bocanada de aire.

—¿Qué sucede?

«No es nada relevante, simplemente se están matando entre ellos… como siempre. Suelen hacerlo por supremacía, para ver quién es el más fuerte o quién es el mejor líder. Ah, lo hacen cerca de mi casa para obtener mi atención. ¿Las razones? Ni idea».

Me alejo un poco y le hago un ademán para que él lo vea.

—Bueno, al fin y al cabo, son bestias —gorjea al apartarse—. Tienen que comportarse como una. —Lo observo; arruga el entrecejo—. ¿Pasa algo?

Me aparto y vuelvo con mi plato. Ve cómo me alimento con los labios en una fina línea. Le señalo la revista que antes leí. Ignora mi indirecta y se cruza de brazos.

—Me viste de una forma tan… extraña. ¿Acaso le tienes empatía a esas cosas? —Dejo mi cuenca de manera abrupta. Se le desencaja la mandíbula, dirige sus ojos enfurecidos hacia la esquina y aprieta los puños. Está irritado—. Ahora comprendo por qué vives cerca de ellos, porque intentas comprenderlos, ¿cierto? Intentas ver lo que alguna vez fueron, ¡humanos! ¿No es así? Pensé que era estratégico compartir lugar con tus enemigos, pero… Joder, puede decirse que eres como ellos…

Mi puño impacta contra su mejilla. Trastabilla. De milagro no impactó contra el suelo, pues alcanzó a agarrar la mesa como soporte. Mis hombros tiemblan, los nudillos me duelen y las lágrimas aguardan tras mis párpados. Trago. Me sereno lo más que puedo, calmo mis pensamientos e intento acercarme. Me detiene con su mano y me mira con asombro.

—Si reaccionaste así es porque tengo la razón o parte de ella, Quiet. —Se limpia la comisura de los labios y ríe—. Desde un principio desconfié, ahora más. Esto es una locura —gruñe al empezar a dar vueltas—. ¡Eres el enemigo!

Todo en mí se desmorona.

Me quedo en blanco.

Espera más cosas, pero lo ignoro. Llega a gritar, sin embargo, sigo buscando entre la pila de objetos cerca del colchón. Al dar con lo que deseo, se lo tiro. Aquello cae en su pecho. No lo deja resbalarse porque lo atrapa en el aire.

—¿Esto es…? Quiet, no me digas que… ¡No! —Jadea con el objeto entre sus manos—. Lo siento, de verdad. No pensé que… que fuera por esto. —Aprieta el plástico con la prueba de laboratorio en su interior con una etiqueta desalentadora en el frente. Lo guardaba allí como un vil recuerdo—. ¡Lo siento! ¡En serio que lo siento!

Vuelvo a pasar de él, recojo los platos y guardo lo que sobra. Servirá para mañana de desayuno. Al finalizar con la limpieza, me acuesto y me cubro con las mantas, además de dejarle un pequeño espacio.

—¿Quiet?

Me limpio las mejillas, me giro y lo único que le brindo es una sonrisa, de esas que saben decir que es mejor dejar el asunto atrás.

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