Atravieso la entrada principal. Aquí reina la oscuridad. Saco la linterna y la golpeo antes de revisar que las pilas que le puse hace unos días funcionan. Parpadea un largo rato antes de iluminar el lugar. La agitación retoma la batuta y la sudoración empieza a surgir. Hay heces en todas partes, incluso nidos hechos de ropa y otras cosas. Se divierten en el recibidor y han de dormir en algún local lo suficientemente helado como para hacerlos hibernar durante unas pocas horas. Observo las esquinas; restos de cuerpos están apilados contra la pared que solía ser de un color granate. Algunos son frescos y otros llevan tiempo. En la carne putrefacta y huesos a la vista revolotean moscas, entre otros insectos, y no faltan las ratas que se dan un buen festín.
Se arriesgaron y jamás volvieron, quizá solo como restos.
Señalo hacia las escaleras manchadas de sangre coagulada y seca. Menos mal tengo una
Ahora azotan cerca de las ventanas, lo hacen con rabia, incluso estrellan objetos contra las paredes. Me levanto y vuelvo a ver entre los tablones.«Oh, Sam, seguro te estarás retorciendo de nerviosismo e intentando salir para buscarme. Espero que te calmes en algún momento y no hagas una locura».—No te preocupes, no podrán traspasar mi seguridad. Cada que me ven o están cerca, suelen dañarme solo la valla o quitar el alambrado. Como verás, he reforzado esta casa lo suficiente como para que no me jodan más de lo debido. Por tu mirada sé que tienes muchas preguntas. Te contestaré la que más te molesta: empecé a remodelar mi hogar justo cuando empezó esto de la transición de esas criaturas y los problemas militares. Soy… conspiranoico, por así decirlo.Inspiro, vuelvo a sentarme aún con los vellos como escarpias y aprieto los reposabra
Vuelvo a cerrar los ojos.Sus nudillos se pasean por mi pecho y su respiración se vuelve errática con efluvios húmedos que incrementan mi repudio. Entonces, cuando cree que ya me tiró del todo a la sumisión y me encara, le doy un cabezazo justo en su tabique, el cual cruje bajo mi frente. Aquel líquido carmesí sale disparado, así como sus palmas, que hacen lo posible por detenerlo. Cuando se remueve y me da libertad de mover una pierna, no titubeo al darle una patada en el centro de su asqueroso abdomen. Me estiro, toqueteo el filo del cuchillo militar, aprieto con brío el mango y esta vez soy yo quien se instala en su pecho. Le doblo el brazo y me deleito con el sonar del húmero quebrarse. Brama, incluso llega a insultarme, pero se queda quieto al sentir la hoja en su pescuezo. Me acerco lo suficiente a su cara para inspeccionar mejor sus trémulos orbes.«A algunos nos enseñan a
Sam se encarga de extender la rejilla para que no quede con ondulaciones a la hora de ponerla. Entretanto, martilleo unos clavos en alargados troncos que servirán para sostener nuestras próximas vallas. Me entretengo con el golpear del martillo, de esta forma ignoro el dolor en mi antebrazo, en mis costillas, mandíbula y abdomen.El castaño durmió abrazado a mí toda la noche, un gesto que agradezco muchísimo, pues esto ahuyentó pesadillas y frágiles memorias. La desazón amainó, mi cordura lideró mi mente y las demás emociones se quedaron quietas, presas a reaccionar de forma indebida.—Quiet —lo observo; se quita el polvo de sus pantalones y deja en paz la rejilla—, lo militantes en cualquier momento volverán. Te tengo una sugerencia. Verás, es bueno poner una valla, sí, que no te quepa duda. Sin embargo, pueden verla de lejos y sabrá
Me entretengo al pasar los dedos por la rugosidad de la tapa de mi agenda. Ya sus páginas me gritan la edad que tiene y todo el conocimiento, quizá perdido en otro lado, que almacena con total felicidad, como si ese hecho fuese suficiente para hacerse el tonto con la situación que le rodea. Decido pasar las yemas por las hojas escritas, donde se siente cada trazado y cada letra con más tinta de lo normal. Una sonrisa trémula se me escapa. Cuando papá me la dio con la poca lucidez que alcanzaba a agarrar, me otorgó una mueca simpática y tan solo se acostó… A la mañana siguiente ya no era el mismo.Suspiro.«Es mejor dejar de torturarte, ¿sabes? Vuelve a la monotonía de antes, es lo mejor».Elevo el mentón. Mi interés es atraído por el frasco con una pequeña pizca de sal en su interior. Revoloteo las pestañas y me decido. Es hor
Contemplo la danza de las hojas al caerse de sus ramas. Es como si me dijeran que es hora de marcharme de este lugar, pero lo veo improbable si deseo estar cerca de mi padre. Solo será hora de irse cuando él me olvide del todo o suceda alguna calamidad.Sé que los militantes podrán venir en cualquier momento mientras durmamos o estemos cocinando algo. Es bien sabido que no se quedarán sin las ganas de torturar a su alto mando que les dio la espalda. Él cometió una traición que no merece ser perdonada, según entendí.Los militantes son un grupo subversivo que quiere mandar los despojos de gobierno que dejó el país y no les importa cómo con tal de cumplir sus expectativas. Esto te deja en claro que matar para llegar a su fin es como si pisotearan a una cucaracha o se deshicieran del polvo en sus ropas. Es así de simple.Me abrazo para no sobrecogerme con tantas emocio
Me limpio la cortadura que me hice para escapar de los esperpentos. Una mueca prevalece en mi cara mientras paso el retazo de tela por la herida semiabierta, pues hice un intento de coserla. Mis dotes de primeros auxilios cuando los hago en mí no son tan buenos. Me vendo con cuidado a la vez que reviso las contusiones a lo largo de mi abdomen. Sam hace lo mismo con sus heridas ya sin puntos, los cuales quité hace un par de horas. La herida de bala ha dejado una profunda cicatriz. Se puede ver de lejos.Enfoco la vista en el crepitar de la madera. Sé que en algún momento dado esta relación casi romántica tendrá que llegar a su fin, que este lugar tendrá que desvanecerse y que cada uno se irá por su lado. Él será arrastrado por los militantes o, en consecuencia, decidirá dejarme atrás para cuidarme. Mientras tanto, yo buscaré un nuevo sitio donde quedarme y quizá tambi&eacut
«Reprimo un sollozo al verificar su pulso. Nada, se ha ido. Me apoyo contra su pecho sin soltarlo. Mi estómago se revuelve al alzar la vista y pasearla por el lugar lleno de cadáveres que alguna vez fueron mis amigos. Me muerdo el interior de la mejilla, estabilizo los movimientos erráticos de mis hombros y lo observo.Aprieta los puños al darse media vuelta.—No es tu culpa ni la mía. Nos esperaban y nos hicieron una emboscada. La milicia ni siquiera fue capaz de reconocer el terreno antes de enviarnos.Le cierro los párpados a mi camarada caído y no dejo de llorar.—Me iré —espeto.Se gira con el rostro pálido.—¿Qué? No puedes hacerlo…Se calla cuando nuestros ojos se entrelazan.—Me iré».Aprieto la insignia en mi palma mientras Sam está distraído.Parpadeo y la vue
Me recibe con sus orbes fijos en mis rasgos. Me dejo caer de rodillas frente a él y le regalo esa sonrisa que solía darle cada vez que cometía un error. Se sienta en sus patas traseras y eleva sus brazos. No me toca, solo intenta hacerlo. Lo obligo a que sus ásperas palmas se paseen por mis mejillas en ese gesto que hacía cuando se despedía de mí en mi niñez. Comprende por fin. Se separa con un resoplido y, por último, berrea con fuerza.Cierro los ojos.No quiero ver su tristeza y ese resquicio de padre que aún conserva.Golpea sus puños contra la tierra, da vueltas en su eje y tira piedras para reflejar su ira. Se calma después de destrozar lo que halla a su paso y me ve afligido. En el reflejo de sus pupilas veo al hombre que me crio con tanta paciencia, con tanta devoción…Pongo mi mano con los dedos extendidos a la altura de mi corazón.Son