XVIII

«Reprimo un sollozo al verificar su pulso. Nada, se ha ido. Me apoyo contra su pecho sin soltarlo. Mi estómago se revuelve al alzar la vista y pasearla por el lugar lleno de cadáveres que alguna vez fueron mis amigos. Me muerdo el interior de la mejilla, estabilizo los movimientos erráticos de mis hombros y lo observo.

Aprieta los puños al darse media vuelta.

—No es tu culpa ni la mía. Nos esperaban y nos hicieron una emboscada. La milicia ni siquiera fue capaz de reconocer el terreno antes de enviarnos.

Le cierro los párpados a mi camarada caído y no dejo de llorar.

—Me iré —espeto.

Se gira con el rostro pálido.

—¿Qué? No puedes hacerlo…

Se calla cuando nuestros ojos se entrelazan.

—Me iré».

Aprieto la insignia en mi palma mientras Sam está distraído.

Parpadeo y la vue

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