XIV

Sam se encarga de extender la rejilla para que no quede con ondulaciones a la hora de ponerla. Entretanto, martilleo unos clavos en alargados troncos que servirán para sostener nuestras próximas vallas. Me entretengo con el golpear del martillo, de esta forma ignoro el dolor en mi antebrazo, en mis costillas, mandíbula y abdomen.

El castaño durmió abrazado a mí toda la noche, un gesto que agradezco muchísimo, pues esto ahuyentó pesadillas y frágiles memorias. La desazón amainó, mi cordura lideró mi mente y las demás emociones se quedaron quietas, presas a reaccionar de forma indebida.

—Quiet —lo observo; se quita el polvo de sus pantalones y deja en paz la rejilla—, lo militantes en cualquier momento volverán. Te tengo una sugerencia. Verás, es bueno poner una valla, sí, que no te quepa duda. Sin embargo, pueden verla de lejos y sabrá

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