~4 años después~
—Señorita —la voz neutral de la institutriz Kate hizo que Aisling detuviera sus dedos sobre las teclas del piano—. Es hora de prepararse. —¿Tan pronto?. —Sí, por favor, debe darse prisa. Aisling asintió y se levantó sin objeciones. Ni siquiera se molestó en saber si esa persona estaría presente en un día que, para ella, no era más que una mera formalidad. Después de unos minutos arreglándose, Aisling bajó las escaleras ya lista para su graduación. Su institutriz, una mujer de lentes transparentes, cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar, vestida siempre con una falda de tubo por debajo de las rodillas y una camisa blanca impoluta, la esperaba al pie de la escalera. Ni un elogio, ni una sonrisa. Solo un leve asentimiento de cabeza antes de guiarla hacia el exterior de la gran mansión. Estaba acostumbrada a esa vida. Las palabras innecesarias no tenían cabida en el régimen bajo el que había crecido; solo debía ser impecable y demostrar ser la mejor, nada más. Subieron a una camioneta, seguida por un séquito de autos llenos de guardaespaldas que la acompañaban a todas partes. Ganarse la confianza de alguno de ellos para permitir que alguien se acercara libremente a Aisling era casi imposible, todo bajo estrictas órdenes de su tutor. El birrete y la toga resultaban sofocantes. Tenía calor, la tela le irritaba la piel. Deseaba que todo terminara lo antes posible para volver a su jaula de oro, donde pasaba la mayor parte del tiempo. El auto se detuvo frente a un auditorio, donde se llevaría a cabo la ceremonia. Kate bajó primero, seguida de Aisling, quien mantenía una expresión inescrutable en su rostro, a pesar de ser un día que muchos considerarían especial. —¡Lin! —una chica castaña se lanzó hacia ella y la abrazó en cuanto la vio llegar—. ¡Llegaste! Te ves... horrendamente preciosa. —Tienes razón, es horrendo y da mucho calor —respondió Aisling entre risas—. Tú te ves genial. Kate se aclaró la garganta detrás de ellas, manteniendo su postura impecable de siempre. —Oh, "Miss Perfección" vino contigo —le susurró su amiga al oído. Aisling contuvo una risa—. Por cierto, ¡felicidades a nosotras!. —¿Gracias?. —Qué entusiasmo el tuyo. Vamos adentro. Su mejor amiga, Dorothea, la tomó de la mano y la guió hacia el auditorio, que comenzaba a llenarse de gente. Al menos, en un día como ese, tenía a esa loca a su lado, quien convertía sus días grises en los más divertidos. Aunque parecía una locura decirlo, Dorothea era su única amiga, y llegar a ese punto no había sido fácil. Con su carácter alocado y rebelde, fue todo un desafío que la institutriz y los guardaespaldas permitieran que conservaran su amistad. Eso sí, la amistad con hombres estaba totalmente prohibida para ella. Solo compañeros o conocidos. Si mostraban señales de algo más, no dudarían en ser espantados por Kate, la mujer de hielo, y los gorilas que siempre la acompañan. Aisling mantuvo la mente en blanco mientras la ceremonia se extendía interminable, tal como lo había previsto: aplausos esporádicos, risitas nerviosas y la monotonía de los discursos. Lo único que la mantenía conectada a la realidad era la mano de Dorothea, quien a su lado, no dejaba de mostrar entusiasmo. Aisling solo quería que todo acabara para poder volver a casa. Cuando escuchó su nombre, casi media hora después, el sobresalto la sacó de su ensimismamiento. Se levantó, caminó hacia el estrado y, como todos antes que ella, dijo unas breves palabras de agradecimiento, aunque no tenía idea de lo que sus compañeros habían mencionado previamente. Desde el público, su amiga agitaba el diploma en el aire, haciéndole gestos de apoyo que le sacaron una leve sonrisa. Sin embargo, al dirigir la mirada de forma casual hacia la entrada del auditorio, algo en su interior se detuvo. Inhalar, exhalar, todo dejó de tener sentido. Allí, bajo la luz de las puertas abiertas, un hombre alto, vestido con un impecable traje de tres piezas que parecía diseñado para humillar al resto de los presentes, entraba con paso firme. Aisling se quedó congelada. Los murmullos empezaron de inmediato, y todas las miradas convergieron en él. Alaric Kaiser, quien siempre era el centro de atención en cualquier lugar al que entrara. Habían varios años desde que desapareció de su vida, pero ahí estaba, como si nunca se hubiera ido, acercándose a ella con esa presencia arrolladora. En menos de nada, su figura alta e imponente estaba parada frente a su campo de visión, envolviendo su pequeña figura con su sombra intimidante. —Felicidades, Aisling —su profunda y grave voz la estremeció. Ella tragó saliva, tratando de asimilar lo que ocurría—. Has hecho un gran trabajo. Aisling levantó la mirada, encontrándose con sus ojos oscuros. Eran fríos, tan fríos que sentía cómo le helaban la sangre. No había una sonrisa en sus labios, ni un atisbo de suavidad en sus facciones, rígidas y controladas. —Gracias —murmuró ella en voz baja, tomando el diploma que él le extendía. Había llegado personalmente a entregárselo. Ni una caricia, ni una palabra más. Alaric se dio la vuelta y bajó del estrado. Aisling lo siguió con la mirada, saliendo por un instante de su shock mental. ¿Qué hacía ese hombre allí? Buscó la respuesta en Kate, pero ella no hizo ningún gesto. Estaba claro que lo sabía. La institutriz siempre lo sabía todo. Era la encargada de cuidarla y de informar a Alaric sobre cada uno de sus movimientos, tanto dentro como fuera de la mansión. ¿No le habían dicho porque querían sorprenderla? Si ese era el plan, lo lograron. Lo último que esperaba era ver a su tutor en un día como ese. —¡Lin! —Dorothea se colgó de su brazo en cuanto la ceremonia terminó—. ¡No puedo creerlo! ¿Sabías que vendría y no me dijiste nada?. —No tenía idea, lo juro —respondió, aún nerviosa—. Estoy tan sorprendida como tú. —¡Woa! ¿Cómo se atreve a venir? ¡Qué descarado! Me cae fatal —refunfuñó irritada—. Todo poderoso, viniendo a felicitarte. Menudo gilipollas. —Oye, no hables así, alguien puede oírte —le advirtió en voz baja—. Sabes que él... —Sus malditos negocios son más importantes que la chica de la que quiso hacerse cargo, creyéndose la madre Teresa, lo sé —interrumpió Dorothea, llena de sarcasmo—. Mejor se hubiera comprado una muñeca de porcelana y asunto resuelto. Dorothea era la única persona que conocía su historia. Sabía que Alaric se había hecho cargo de Aisling cuando quedó desamparada, y que no tardó mucho en dejarla sola en una enorme mansión, rodeada de sirvientes y personas que cubrían todas sus necesidades. Su vida era de lujo, sí, pero vacía y solitaria, como una muñeca de lujo encerrada en una jaula de oro. Alaric, por su lado, se mantenía al tanto de su vida desde la distancia, pero rara vez volvía a Berlín, siempre absorbido por sus negocios en el exterior. Solo le enviaba costosos regalos en su cumpleaños o en ocasiones especiales, y aparecía en la ciudad solo si tenía algún asunto importante que atender. —Señorita, es hora de despedirse —interrumpió Kate—. El señor la espera. —¿A mí? —Aisling se señaló, incrédula. —Sí, a usted. Sea breve, por favor. —Anda, ve —le dijo Dorothea, dándole un codazo—. Te llamaré después. Aisling asintió, recibiendo un guiño de su amiga, lo que significaba que tendría que contarle cada detalle de lo que sucediera entre su tutor reaparecido y ella. Kate la guió fuera del auditorio, donde un auto la esperaba. Un hombre abrió la puerta, revelando a Alaric sentado adentro, con las piernas cruzadas y su mirada fría y penetrante fija al frente. Aisling tragó saliva de nuevo. Ese hombre le seguía causando temor; nada había cambiado desde el pasado. Estar a solas con él en un espacio tan reducido sería incómodo. Todo podría haber sido distinto si él al menos hubiera hecho el esfuerzo de entablar algún tipo de relación comunicativa entre ellos. Finalmente, entró al auto, y para su mala suerte, Kate no iría con ellos, sino en otro vehículo. Aisling se quedó estática en su asiento, su mirada fija en el diploma que sostenía, sin atreverse a decir una palabra.—Iremos a un restaurante —dijo Alaric a su lado, rompiendo el incómodo silencio entre ambos. La chica lo miró; no estaba preguntando si quería ir, estaba decidiendo por ambos—. ¿Qué te gustaría en especial? Podemos ir al que tú quieras, es tu mejor día.Aisling apretó los labios en una fina línea. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Rabia? ¿Decepción? No podía precisar qué le provocaba escucharlo hablar con tanta naturalidad, como si se conocieran de toda una vida, ignorando el hecho de que ella había estado sola durante tanto tiempo.—Cualquier cosa está bien —respondió, con un nudo en la garganta. Para ella, él seguía siendo un extraño, pero no tenía idea de lo que él sentía hacia ella—. Será lo que usted elija.—No me hables de usted, Aisling —la voz de Alaric se endureció, y ella se tensó, levantando la cabeza de golpe, como si hubiera cometido un error—. Llámame por mi nombre.Tragó saliva, nerviosa... ¿Asustada? ¿Por qué le temía incluso a su voz? No, no era solo eso. Era todo: su voz, s
Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?.Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida.El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta.El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga: «Estoy
El auto que llevaba a Aisling y a su amiga se detuvo frente a una casa de dos pisos, de la cual salía una mezcla de música estridente y luces de colores que parecían una discoteca para adolescentes con mucha energía y poca responsabilidad. Aisling pudo ver a jóvenes de su edad entrando como si fueran los dueños del mundo, en grupitos de chicos y chicas que claramente no tenían ni la menor idea de lo que era estar confinados... algo que ella envidió por un segundo. Ella no estaba allí por elección propia, sino porque a "ese hombre" le dio la gana permitirle un respiro.—Toma lo tuyo, abuela —dijo Dorothea, rompiendo el hechizo de las luces de neón. Aisling giró la cabeza, y para su sorpresa, su amiga le estaba pasando un rollo de billetes a su abuela —. Cómprate esas agujas de tejer que tanto te gustan. Te lo ganaste.—Tu padre es un rata miserable, no me deja otra opción más que meterme en estos negocios turbios —se quejó la anciana mientras contaba el dinero, sin ninguna prisa, como
*Momentos antes*Alaric salió del baño, envuelto en una bata blanca que estratégicamente dejaba ver parte de su torso, como si estuviera protagonizando un comercial de perfume. Mientras se secaba el cabello con una toalla, tres golpecitos sonaron en la puerta. Ah, perfecto, la puntualidad era su segundo nombre... cuando no se trataba de él.Lanzó la toalla sobre la cama con una despreocupación digna de un rey y abrió la puerta. Del otro lado, estaba Jessica. Seductora, claro, con su cabello rojizo perfectamente peinado, esos ojos azules que parecían decir “sí, soy peligrosa” y las pecas que, para su desgracia, solo conseguían que pareciera más adorable que temible. Su atuendo no decepcionaba: falda de látex negro, blusa con un escote digno de una película de acción, y una chaqueta de cuero que gritaba "rebelde sin causa". En resumen, su proxeneta exclusiva en todo su esplendor.—Hola, guapo —saludó Jessica con una sonrisa que probablemente practicó frente al espejo unas cincuenta vece
***—Baja del auto, Aisling —sentenció Alaric por tercera vez. Ella se negaba; no quería obedecerle en absoluto. Estaba molesta, pero no más que él en ese momento.Alaric soltó un suspiro pesado antes de quitarle el cinturón de seguridad.—¿Qué haces? ¡Déjame! —protestó ella, resistiéndose a ser sacada del auto. El alemán la sacó a la fuerza, recibiendo arañazos de Aisling. Le sorprendió un poco su agresividad; jamás pensó que reaccionaría así, pero tal vez era por el alcohol que había consumido.Sin darle importancia a sus pataletas, la cargó sobre su hombro y entró a la mansión. Los tacones de Aisling cayeron de sus pies, y su cartera se deslizó al suelo mientras ella seguía resistiéndose. Kate llegó y comenzó a recoger el desorden sin decir nada, manteniéndose prudente. Los empleados no debían interferir en su vida personal a menos que él lo autorizara.—¡Te dije que me bajes! —gritó ella, golpeando su espalda con los puños. Alaric soltó un gruñido de dolor; esta vez sí sintió el i
Ya era de mañana. Aisling se removió en su cama, molesta por la luz que entraba por la ventana. Abrió los ojos y notó que esta ya estaba abierta.—Señorita —la voz de Kate la sobresaltó. Aún estaba aturdida—, el señor la espera en el comedor para el desayuno.—¿Qué hora es? —preguntó mientras se tapaba la cara con la sábana, somnolienta.—Son las ocho de la mañana.—Quiero dormir un poco más, me duele la cabeza...—¿El medicamento no le ayudó anoche?.—Parece que no.—Entonces le avisaré al señor.En ese momento, Aisling abrió los ojos de golpe, recordándolo todo. Había estado borracha, armando un escándalo con gritos y golpes. Lo último que hizo fue tomar una ducha, comer la sopa de Kate y el medicamento.—¡Espera! —detuvo a Kate antes de que saliera—. Estoy bien, bajaré. Solo necesito arreglarme primero.—Está bien, la espero.Aisling salió disparada de la cama, dejando la sábana tirada en el suelo mientras buscaba desesperadamente algo que ponerse. Dejó todo un caos en la habitació
—Me iré de viaje, Marcus —anunció Aisling en voz baja, sosteniendo su móvil mientras estaba en su habitación. Acababa de terminar sus clases de piano y había visto varios mensajes de él, aunque sabía perfectamente que podían comunicarse por otro teléfono—. Partimos mañana. Te escribiré cuando regrese, pero por favor, deja de enviarme mensajes. —Solo quería escuchar tu voz, aunque fuera un momento —dijo Marcus. Las mejillas de Aisling se sonrojaron mientras volvía a poner el seguro en la puerta y se sentaba en la cama—. ¿Cuánto tiempo estarás fuera? Quisiera verte.—Una semana. Solo espera, de algún modo podremos vernos, te lo prometo. —Está bien, pero... ¿podrías llamarme cuando tengas un momento? —insistió él—. Es difícil soportar esto. —Lo haré, pero no me llames ni me escribas, podrían descubrirnos.—Todavía no entiendo por qué te prohíben tantas cosas, Aisling, ya eres lo suficientemente mayor para decidir por ti misma.Aisling guardó silencio. Era un tema que no le gustaba abo
Aisling se removió incómoda sobre algo duro. Con la mano, palpó algo que no debía mientras intentaba acomodarse. Al escuchar un sonido extraño y sentir una respiración rozando su oído, abrió los ojos de golpe y se incorporó.El pavor la invadió al darse cuenta de que estaba recostada sobre las piernas de Alaric, quien conducía. No supo qué decir; él no la miraba, como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, estaba segura de haber tocado algo que lo había hecho gruñir.Dirigió la mirada a sus piernas y la apartó rápidamente, comprendiendo lo que había agarrado para hacerlo reaccionar así. —¿Por qué no me despertaste? —le preguntó, encogiéndose en su asiento—. Debiste estar incómodo.—Necesitabas dormir —respondió Alaric con calma, aunque sus manos aferraban el volante con más fuerza. Tenía un problema evidente entre sus piernas que necesitaba solucionar antes de reventar los pantalones—. ¿Te sientes bien? ¿Tienes hambre?.—Un poco —contestó, sin mirarlo, el rostro marcado por la vergüe