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3. Plan de fiesta

—Iremos a un restaurante —dijo Alaric a su lado, rompiendo el incómodo silencio entre ambos. La chica lo miró; no estaba preguntando si quería ir, estaba decidiendo por ambos—. ¿Qué te gustaría en especial? Podemos ir al que tú quieras, es tu mejor día.

Aisling apretó los labios en una fina línea. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Rabia? ¿Decepción? No podía precisar qué le provocaba escucharlo hablar con tanta naturalidad, como si se conocieran de toda una vida, ignorando el hecho de que ella había estado sola durante tanto tiempo.

—Cualquier cosa está bien —respondió, con un nudo en la garganta. Para ella, él seguía siendo un extraño, pero no tenía idea de lo que él sentía hacia ella—. Será lo que usted elija.

—No me hables de usted, Aisling —la voz de Alaric se endureció, y ella se tensó, levantando la cabeza de golpe, como si hubiera cometido un error—. Llámame por mi nombre.

Tragó saliva, nerviosa... ¿Asustada? ¿Por qué le temía incluso a su voz? No, no era solo eso. Era todo: su voz, su presencia, el hecho de tenerlo cerca. Todo le daba miedo, y no sabía por qué. Tal vez porque lo sentía como un extraño, igual que la primera vez que la recogió. Esa autoridad en su voz siempre le había causado temor.

—Sí, Alaric —murmuró, retorciendo el diploma en sus manos.

El automóvil se detuvo eternos minutos después frente a un restaurante de lujo. Alaric fue el primero en bajar, mientras que Aisling, antes de salir, se quitó la toga y el birrete, revelando un sencillo pero hermoso vestido magenta que llevaba debajo. Los colores suaves del vestido armonizaban con su personalidad recatada y dulce.

Cuando ella salió, Alaric ya la esperaba. Apenas la vio, sus ojos oscuros recorrieron su figura de pies a cabeza. Algo había cambiado. Los años habían transformado a esa niña en una mujer. Su cuerpo tenía curvas suaves, y aunque su busto no era grande, encajaba perfectamente con su pequeña figura. Su rostro seguía siendo inocente y temeroso, como un cordero. Sin duda, era toda una mujer ahora, y su mejor amigo, Vincent, estaría orgulloso de verla así.

—Entremos —dijo Alaric, ofreciéndole su brazo. Aisling obedeció, pero al instante en que sintió el contacto, quiso apartarse. Le resultaba incómodo, opresivo, y su mera presencia la inquietaba.

Como era de esperarse, todas las miradas se posaron en ellos al entrar al restaurante. Pero era por él, Alaric Kaiser, quien siempre atraía la atención donde fuera. Una mesera se acercó rápidamente y los guió hacia la mejor mesa, ofreciéndoles el menú de vinos y platillos.

Cuando la mesera se retiró, el silencio volvió a instalarse entre ellos. Aisling había esperado muchas cosas ese día, pero jamás imaginó que terminaría comiendo junto a su tutor, como prefería llamarlo, ya que ni siquiera era capaz de referirse a él como "padre".

—¿Cómo has estado? —la pregunta de Alaric la tomó por sorpresa—. Sé que eres excelente en tus estudios, pero me refiero a tu vida personal.

Aisling abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato, pensativa. No había esperado una pregunta así. Él siempre había parecido desinteresado en su vida, y si le hubiera importado algo, no la habría abandonado.

—Estoy bien —respondió, evitando su mirada—. Todo sigue... igual.

—¿Igual cómo? ¿Te sientes cómoda? ¿Algo te molesta? No sé, cualquier cosa.

¿Por qué seguía haciéndole preguntas tan difíciles de responder? Quería desahogarse, reclamarle, pero temía una reprimenda por atreverse. A pesar de eso, alzó la vista y sus ojos se encontraron.

—¿Por qué viniste hoy? —soltó con valentía—. ¿Por qué tenía que ser justo hoy?.

—¿Te molesta? —Alaric frunció el ceño, justo lo que ella temía—. Hablas como si hubiera arruinado el mejor día de tu vida.

—No me refería exactamente a eso... en parte —corrigió—. No tenías motivos para venir, porque...

—Vine por negocios, Aisling —la interrumpió. En ese instante, deseó no haber dicho nada—. Es cierto que vine por tu graduación, es importante para ti y también para mí, porque estás bajo mi cuidado. Pero también estoy en la ciudad por negocios.

—Claro —asintió, bajando la mirada. Siempre era lo mismo. No había venido por ella, no para verla ni para decirle que estaba orgulloso. Solo le daba una felicitación vacía y una comida en un restaurante lujoso. Por un momento había olvidado lo patética y solitaria que era su vida—. Creo que he dicho cosas sin importancia. No prestes atención.

—Puedes ser sincera, Aisling. Si algo te molesta, eres libre de expresarlo.

Quería decir tantas cosas, pero algo en su interior le decía que nada cambiaría si lo hacía. Todo seguiría igual, bajo su control absoluto.

—Me alegra mucho verte de nuevo —dijo, levantando el mentón y forzando una sonrisa—. Es que... hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que es algo extraño.

—Cierto —Alaric se enderezó en su silla—. Ha pasado tiempo, pero no creas que no he estado pendiente de ti. Lo hago y lo seguiré haciendo.

—Lo sé, y te lo agradezco.

En ese momento, la mesera interrumpió con los platillos y el vino. Frente a Aisling, colocó una Langosta Thermidor, preparada con una mezcla de crema, mostaza y cognac, horneada y servida con una capa de queso gratinado. Frente a Alaric, un Wagyu Beef, la carne de res japonesa más costosa, acompañada del exclusivo vino tinto Romanée-Conti. Aisling lo observó todo, sintiendo que era excesivo, pero no era como si pudiera opinar sobre la "buena voluntad" de Alaric al invitarla, un gesto que él claramente veía como celebración por su graduación.

La comida entre ellos fue breve y silenciosa. No había mucho de qué hablar, y era evidente que Alaric no era el tipo de hombre que mantuviera largas conversaciones. Esto lo había demostrado en el auditorio, donde apenas prestó atención a las personas que se acercaron a él. Aisling tampoco haría el esfuerzo; era mejor mantener la distancia hasta que él se marchara.

Al terminar, ambos salieron del restaurante de lujo y retomaron el camino hacia la mansión. Así era una celebración con Alaric: breve, formal, sin emoción. Pero Aisling ya tenía otros planes. Estaba nerviosa de que la presencia de él en la mansión arruinara su oportunidad de salir a festejar la graduación en casa de un compañero. Esa era su verdadera oportunidad de divertirse.

Al llegar a la mansión, el séquito de empleados los esperaba en dos largas hileras a lo largo del camino pedregoso de la entrada principal, como si hubieran decorado una alfombra viva para que Alaric pudiera pasar. Así era el saludo de bienvenida para el gran señor.

Aisling caminaba detrás de él, observando cómo Alaric entraba con su acostumbrado aire de poderío. El mayordomo y otra empleada le quitaron el saco y le ofrecieron un tabaco encendido, como si ya estuvieran entrenados para recibirlo de esa manera.

Sin esperar a que él la notara, Aisling subió rápidamente a su habitación y se encerró.

Nerviosa y casi asustada sin saber exactamente por qué, Aisling levantó el colchón de su cama y sacó un celular. No era el que usaba habitualmente; este se lo había regalado su mejor amiga, para que pudiera hablar con ella y otros amigos sin restricciones. Era la única forma, ya que su institutriz tenía la estricta orden de revisar su móvil principal para asegurarse de que no tuviera "distracciones" inapropiadas.

Con las manos temblorosas, marcó el número de Dorothea, quien respondió al instante.

—Hay problemas —susurró, caminando de un lado a otro —. Alaric se quedará aquí por un tiempo.

—¿Qué?.

—Acabamos de tener una comida juntos como celebración. Dijo que está aquí por negocios, lo que significa que se quedará en la mansión —explicó, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón—. ¿Sabes lo que eso significa?.

—Sí, que no solo habrá muros en esa mansión, sino también barrotes de metal reforzados con alambre de púas —respondió su amiga con oscura ironía—. ¿Te he dicho que me cae muy mal ese tipo?.

—No, Thea, no hablo de eso. Hablo de la fiesta de esta noche —aclaró Aisling—. Tengo muchas ganas de ir, pero no sé...

—¡Mierda, es cierto! No puedes faltar, el chico que te gusta te invitó. ¿Y si te hace la gran pregunta?.

Aisling se sonrojó. Había un chico en su clase que siempre la miraba de lejos, le enviaba notas en secreto, ya que no podía acercarse a ella libremente. Con la ayuda de su mejor amiga, había logrado verla a escondidas en varias ocasiones. La fiesta sería en su casa, y Aisling no quería perderse esa oportunidad.

—¿Qué podría hacer? Nunca le he pedido permiso directamente a él para salir, siempre lo hacía a través de Kate —dijo Aisling, desesperada—. ¿Qué hago, Thea? Ni siquiera puedo hablarle sin que me tiemble todo. Es muy raro tenerlo tan cerca.

—Carajo, déjame pensar —se podía imaginar a su amiga también dando vueltas nerviosas al otro lado del teléfono—. ¡Ya sé! Tú vístete lo más puta que puedas... bueno, no tanto, o esta vez te mandan directo a un convento. Solo ponte linda. Yo iré a buscarte con mi abuela.

—¿Qué? ¿Estás loca?.

—¡Haz lo que te digo! —la regañó Dorothea—. ¿Quieres salir de esa cárcel o no? Estoy segura de que mi abuela nos ayudará si le compro su juego favorito de agujas para tejer. Así que sin objeciones, Aisling. Confía en mí.

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