—Iremos a un restaurante —dijo Alaric a su lado, rompiendo el incómodo silencio entre ambos. La chica lo miró; no estaba preguntando si quería ir, estaba decidiendo por ambos—. ¿Qué te gustaría en especial? Podemos ir al que tú quieras, es tu mejor día.
Aisling apretó los labios en una fina línea. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Rabia? ¿Decepción? No podía precisar qué le provocaba escucharlo hablar con tanta naturalidad, como si se conocieran de toda una vida, ignorando el hecho de que ella había estado sola durante tanto tiempo. —Cualquier cosa está bien —respondió, con un nudo en la garganta. Para ella, él seguía siendo un extraño, pero no tenía idea de lo que él sentía hacia ella—. Será lo que usted elija. —No me hables de usted, Aisling —la voz de Alaric se endureció, y ella se tensó, levantando la cabeza de golpe, como si hubiera cometido un error—. Llámame por mi nombre. Tragó saliva, nerviosa... ¿Asustada? ¿Por qué le temía incluso a su voz? No, no era solo eso. Era todo: su voz, su presencia, el hecho de tenerlo cerca. Todo le daba miedo, y no sabía por qué. Tal vez porque lo sentía como un extraño, igual que la primera vez que la recogió. Esa autoridad en su voz siempre le había causado temor. —Sí, Alaric —murmuró, retorciendo el diploma en sus manos. El automóvil se detuvo eternos minutos después frente a un restaurante de lujo. Alaric fue el primero en bajar, mientras que Aisling, antes de salir, se quitó la toga y el birrete, revelando un sencillo pero hermoso vestido magenta que llevaba debajo. Los colores suaves del vestido armonizaban con su personalidad recatada y dulce. Cuando ella salió, Alaric ya la esperaba. Apenas la vio, sus ojos oscuros recorrieron su figura de pies a cabeza. Algo había cambiado. Los años habían transformado a esa niña en una mujer. Su cuerpo tenía curvas suaves, y aunque su busto no era grande, encajaba perfectamente con su pequeña figura. Su rostro seguía siendo inocente y temeroso, como un cordero. Sin duda, era toda una mujer ahora, y su mejor amigo, Vincent, estaría orgulloso de verla así. —Entremos —dijo Alaric, ofreciéndole su brazo. Aisling obedeció, pero al instante en que sintió el contacto, quiso apartarse. Le resultaba incómodo, opresivo, y su mera presencia la inquietaba. Como era de esperarse, todas las miradas se posaron en ellos al entrar al restaurante. Pero era por él, Alaric Kaiser, quien siempre atraía la atención donde fuera. Una mesera se acercó rápidamente y los guió hacia la mejor mesa, ofreciéndoles el menú de vinos y platillos. Cuando la mesera se retiró, el silencio volvió a instalarse entre ellos. Aisling había esperado muchas cosas ese día, pero jamás imaginó que terminaría comiendo junto a su tutor, como prefería llamarlo, ya que ni siquiera era capaz de referirse a él como "padre". —¿Cómo has estado? —la pregunta de Alaric la tomó por sorpresa—. Sé que eres excelente en tus estudios, pero me refiero a tu vida personal. Aisling abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato, pensativa. No había esperado una pregunta así. Él siempre había parecido desinteresado en su vida, y si le hubiera importado algo, no la habría abandonado. —Estoy bien —respondió, evitando su mirada—. Todo sigue... igual. —¿Igual cómo? ¿Te sientes cómoda? ¿Algo te molesta? No sé, cualquier cosa. ¿Por qué seguía haciéndole preguntas tan difíciles de responder? Quería desahogarse, reclamarle, pero temía una reprimenda por atreverse. A pesar de eso, alzó la vista y sus ojos se encontraron. —¿Por qué viniste hoy? —soltó con valentía—. ¿Por qué tenía que ser justo hoy?. —¿Te molesta? —Alaric frunció el ceño, justo lo que ella temía—. Hablas como si hubiera arruinado el mejor día de tu vida. —No me refería exactamente a eso... en parte —corrigió—. No tenías motivos para venir, porque... —Vine por negocios, Aisling —la interrumpió. En ese instante, deseó no haber dicho nada—. Es cierto que vine por tu graduación, es importante para ti y también para mí, porque estás bajo mi cuidado. Pero también estoy en la ciudad por negocios. —Claro —asintió, bajando la mirada. Siempre era lo mismo. No había venido por ella, no para verla ni para decirle que estaba orgulloso. Solo le daba una felicitación vacía y una comida en un restaurante lujoso. Por un momento había olvidado lo patética y solitaria que era su vida—. Creo que he dicho cosas sin importancia. No prestes atención. —Puedes ser sincera, Aisling. Si algo te molesta, eres libre de expresarlo. Quería decir tantas cosas, pero algo en su interior le decía que nada cambiaría si lo hacía. Todo seguiría igual, bajo su control absoluto. —Me alegra mucho verte de nuevo —dijo, levantando el mentón y forzando una sonrisa—. Es que... hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que es algo extraño. —Cierto —Alaric se enderezó en su silla—. Ha pasado tiempo, pero no creas que no he estado pendiente de ti. Lo hago y lo seguiré haciendo. —Lo sé, y te lo agradezco. En ese momento, la mesera interrumpió con los platillos y el vino. Frente a Aisling, colocó una Langosta Thermidor, preparada con una mezcla de crema, mostaza y cognac, horneada y servida con una capa de queso gratinado. Frente a Alaric, un Wagyu Beef, la carne de res japonesa más costosa, acompañada del exclusivo vino tinto Romanée-Conti. Aisling lo observó todo, sintiendo que era excesivo, pero no era como si pudiera opinar sobre la "buena voluntad" de Alaric al invitarla, un gesto que él claramente veía como celebración por su graduación. La comida entre ellos fue breve y silenciosa. No había mucho de qué hablar, y era evidente que Alaric no era el tipo de hombre que mantuviera largas conversaciones. Esto lo había demostrado en el auditorio, donde apenas prestó atención a las personas que se acercaron a él. Aisling tampoco haría el esfuerzo; era mejor mantener la distancia hasta que él se marchara. Al terminar, ambos salieron del restaurante de lujo y retomaron el camino hacia la mansión. Así era una celebración con Alaric: breve, formal, sin emoción. Pero Aisling ya tenía otros planes. Estaba nerviosa de que la presencia de él en la mansión arruinara su oportunidad de salir a festejar la graduación en casa de un compañero. Esa era su verdadera oportunidad de divertirse. Al llegar a la mansión, el séquito de empleados los esperaba en dos largas hileras a lo largo del camino pedregoso de la entrada principal, como si hubieran decorado una alfombra viva para que Alaric pudiera pasar. Así era el saludo de bienvenida para el gran señor. Aisling caminaba detrás de él, observando cómo Alaric entraba con su acostumbrado aire de poderío. El mayordomo y otra empleada le quitaron el saco y le ofrecieron un tabaco encendido, como si ya estuvieran entrenados para recibirlo de esa manera. Sin esperar a que él la notara, Aisling subió rápidamente a su habitación y se encerró. Nerviosa y casi asustada sin saber exactamente por qué, Aisling levantó el colchón de su cama y sacó un celular. No era el que usaba habitualmente; este se lo había regalado su mejor amiga, para que pudiera hablar con ella y otros amigos sin restricciones. Era la única forma, ya que su institutriz tenía la estricta orden de revisar su móvil principal para asegurarse de que no tuviera "distracciones" inapropiadas. Con las manos temblorosas, marcó el número de Dorothea, quien respondió al instante. —Hay problemas —susurró, caminando de un lado a otro —. Alaric se quedará aquí por un tiempo. —¿Qué?. —Acabamos de tener una comida juntos como celebración. Dijo que está aquí por negocios, lo que significa que se quedará en la mansión —explicó, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón—. ¿Sabes lo que eso significa?. —Sí, que no solo habrá muros en esa mansión, sino también barrotes de metal reforzados con alambre de púas —respondió su amiga con oscura ironía—. ¿Te he dicho que me cae muy mal ese tipo?. —No, Thea, no hablo de eso. Hablo de la fiesta de esta noche —aclaró Aisling—. Tengo muchas ganas de ir, pero no sé... —¡Mierda, es cierto! No puedes faltar, el chico que te gusta te invitó. ¿Y si te hace la gran pregunta?. Aisling se sonrojó. Había un chico en su clase que siempre la miraba de lejos, le enviaba notas en secreto, ya que no podía acercarse a ella libremente. Con la ayuda de su mejor amiga, había logrado verla a escondidas en varias ocasiones. La fiesta sería en su casa, y Aisling no quería perderse esa oportunidad. —¿Qué podría hacer? Nunca le he pedido permiso directamente a él para salir, siempre lo hacía a través de Kate —dijo Aisling, desesperada—. ¿Qué hago, Thea? Ni siquiera puedo hablarle sin que me tiemble todo. Es muy raro tenerlo tan cerca. —Carajo, déjame pensar —se podía imaginar a su amiga también dando vueltas nerviosas al otro lado del teléfono—. ¡Ya sé! Tú vístete lo más puta que puedas... bueno, no tanto, o esta vez te mandan directo a un convento. Solo ponte linda. Yo iré a buscarte con mi abuela. —¿Qué? ¿Estás loca?. —¡Haz lo que te digo! —la regañó Dorothea—. ¿Quieres salir de esa cárcel o no? Estoy segura de que mi abuela nos ayudará si le compro su juego favorito de agujas para tejer. Así que sin objeciones, Aisling. Confía en mí.Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?.Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida.El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta.El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga: «Estoy
El auto que llevaba a Aisling y a su amiga se detuvo frente a una casa de dos pisos, de la cual salía una mezcla de música estridente y luces de colores que parecían una discoteca para adolescentes con mucha energía y poca responsabilidad. Aisling pudo ver a jóvenes de su edad entrando como si fueran los dueños del mundo, en grupitos de chicos y chicas que claramente no tenían ni la menor idea de lo que era estar confinados... algo que ella envidió por un segundo. Ella no estaba allí por elección propia, sino porque a "ese hombre" le dio la gana permitirle un respiro.—Toma lo tuyo, abuela —dijo Dorothea, rompiendo el hechizo de las luces de neón. Aisling giró la cabeza, y para su sorpresa, su amiga le estaba pasando un rollo de billetes a su abuela —. Cómprate esas agujas de tejer que tanto te gustan. Te lo ganaste.—Tu padre es un rata miserable, no me deja otra opción más que meterme en estos negocios turbios —se quejó la anciana mientras contaba el dinero, sin ninguna prisa, como
*Momentos antes*Alaric salió del baño, envuelto en una bata blanca que estratégicamente dejaba ver parte de su torso, como si estuviera protagonizando un comercial de perfume. Mientras se secaba el cabello con una toalla, tres golpecitos sonaron en la puerta. Ah, perfecto, la puntualidad era su segundo nombre... cuando no se trataba de él.Lanzó la toalla sobre la cama con una despreocupación digna de un rey y abrió la puerta. Del otro lado, estaba Jessica. Seductora, claro, con su cabello rojizo perfectamente peinado, esos ojos azules que parecían decir “sí, soy peligrosa” y las pecas que, para su desgracia, solo conseguían que pareciera más adorable que temible. Su atuendo no decepcionaba: falda de látex negro, blusa con un escote digno de una película de acción, y una chaqueta de cuero que gritaba "rebelde sin causa". En resumen, su proxeneta exclusiva en todo su esplendor.—Hola, guapo —saludó Jessica con una sonrisa que probablemente practicó frente al espejo unas cincuenta vece
***—Baja del auto, Aisling —sentenció Alaric por tercera vez. Ella se negaba; no quería obedecerle en absoluto. Estaba molesta, pero no más que él en ese momento.Alaric soltó un suspiro pesado antes de quitarle el cinturón de seguridad.—¿Qué haces? ¡Déjame! —protestó ella, resistiéndose a ser sacada del auto. El alemán la sacó a la fuerza, recibiendo arañazos de Aisling. Le sorprendió un poco su agresividad; jamás pensó que reaccionaría así, pero tal vez era por el alcohol que había consumido.Sin darle importancia a sus pataletas, la cargó sobre su hombro y entró a la mansión. Los tacones de Aisling cayeron de sus pies, y su cartera se deslizó al suelo mientras ella seguía resistiéndose. Kate llegó y comenzó a recoger el desorden sin decir nada, manteniéndose prudente. Los empleados no debían interferir en su vida personal a menos que él lo autorizara.—¡Te dije que me bajes! —gritó ella, golpeando su espalda con los puños. Alaric soltó un gruñido de dolor; esta vez sí sintió el i
Ya era de mañana. Aisling se removió en su cama, molesta por la luz que entraba por la ventana. Abrió los ojos y notó que esta ya estaba abierta.—Señorita —la voz de Kate la sobresaltó. Aún estaba aturdida—, el señor la espera en el comedor para el desayuno.—¿Qué hora es? —preguntó mientras se tapaba la cara con la sábana, somnolienta.—Son las ocho de la mañana.—Quiero dormir un poco más, me duele la cabeza...—¿El medicamento no le ayudó anoche?.—Parece que no.—Entonces le avisaré al señor.En ese momento, Aisling abrió los ojos de golpe, recordándolo todo. Había estado borracha, armando un escándalo con gritos y golpes. Lo último que hizo fue tomar una ducha, comer la sopa de Kate y el medicamento.—¡Espera! —detuvo a Kate antes de que saliera—. Estoy bien, bajaré. Solo necesito arreglarme primero.—Está bien, la espero.Aisling salió disparada de la cama, dejando la sábana tirada en el suelo mientras buscaba desesperadamente algo que ponerse. Dejó todo un caos en la habitació
—Me iré de viaje, Marcus —anunció Aisling en voz baja, sosteniendo su móvil mientras estaba en su habitación. Acababa de terminar sus clases de piano y había visto varios mensajes de él, aunque sabía perfectamente que podían comunicarse por otro teléfono—. Partimos mañana. Te escribiré cuando regrese, pero por favor, deja de enviarme mensajes. —Solo quería escuchar tu voz, aunque fuera un momento —dijo Marcus. Las mejillas de Aisling se sonrojaron mientras volvía a poner el seguro en la puerta y se sentaba en la cama—. ¿Cuánto tiempo estarás fuera? Quisiera verte.—Una semana. Solo espera, de algún modo podremos vernos, te lo prometo. —Está bien, pero... ¿podrías llamarme cuando tengas un momento? —insistió él—. Es difícil soportar esto. —Lo haré, pero no me llames ni me escribas, podrían descubrirnos.—Todavía no entiendo por qué te prohíben tantas cosas, Aisling, ya eres lo suficientemente mayor para decidir por ti misma.Aisling guardó silencio. Era un tema que no le gustaba abo
Aisling se removió incómoda sobre algo duro. Con la mano, palpó algo que no debía mientras intentaba acomodarse. Al escuchar un sonido extraño y sentir una respiración rozando su oído, abrió los ojos de golpe y se incorporó.El pavor la invadió al darse cuenta de que estaba recostada sobre las piernas de Alaric, quien conducía. No supo qué decir; él no la miraba, como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, estaba segura de haber tocado algo que lo había hecho gruñir.Dirigió la mirada a sus piernas y la apartó rápidamente, comprendiendo lo que había agarrado para hacerlo reaccionar así. —¿Por qué no me despertaste? —le preguntó, encogiéndose en su asiento—. Debiste estar incómodo.—Necesitabas dormir —respondió Alaric con calma, aunque sus manos aferraban el volante con más fuerza. Tenía un problema evidente entre sus piernas que necesitaba solucionar antes de reventar los pantalones—. ¿Te sientes bien? ¿Tienes hambre?.—Un poco —contestó, sin mirarlo, el rostro marcado por la vergüe
**Momentos antes**Cuando Alaric salió del baño, la vio ahí, tendida en la cama. Su mano descansaba sobre su abdomen, y la corta blusa dejaba parte de su piel expuesta, al igual que sus piernas, cubiertas apenas por esos shorts diminutos.Él ya estaba cambiado, porque a ella le incomodaba verlo casi desnudo, algo que, sin querer, le molestaba. Se suponía que debía controlarse en su presencia, pero sus oscuros deseos querían aflorar naturalmente.Desvió la mirada de ese cuerpo pequeño e indefenso en la cama y se concentró en terminar de arreglarse frente al espejo. Estaba tenso, demasiado tenso, necesitaba mantener la distancia antes de cometer un error del que pudiera arrepentirse más tarde.Pero no pudo evitarlo. Terminó de vestirse, se giró y se sentó en la cama, justo a su lado. La observó dormir plácidamente, como si no estuviera a solas con él en esa habitación, como si de verdad creyera que él era una buena persona. Se dio cuenta de lo inocente e ingenua que era, tan fácil de en