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7. Vista indebida

***

—Baja del auto, Aisling —sentenció Alaric por tercera vez. Ella se negaba; no quería obedecerle en absoluto. Estaba molesta, pero no más que él en ese momento.

Alaric soltó un suspiro pesado antes de quitarle el cinturón de seguridad.

—¿Qué haces? ¡Déjame! —protestó ella, resistiéndose a ser sacada del auto. El alemán la sacó a la fuerza, recibiendo arañazos de Aisling. Le sorprendió un poco su agresividad; jamás pensó que reaccionaría así, pero tal vez era por el alcohol que había consumido.

Sin darle importancia a sus pataletas, la cargó sobre su hombro y entró a la mansión. Los tacones de Aisling cayeron de sus pies, y su cartera se deslizó al suelo mientras ella seguía resistiéndose. Kate llegó y comenzó a recoger el desorden sin decir nada, manteniéndose prudente. Los empleados no debían interferir en su vida personal a menos que él lo autorizara.

—¡Te dije que me bajes! —gritó ella, golpeando su espalda con los puños. Alaric soltó un gruñido de dolor; esta vez sí sintió el impacto—. ¡Déjame! ¡Eres un ogro amargado que no me deja ser libre! ¡Bájame ahora!.

Él la ignoró mientras subía las escaleras. Estaba armando un escándalo, pero seguro que mañana, cuando recobrara el sentido, se avergonzaría de sus berrinches.

Al llegar a la habitación de Aisling, Alaric la dejó en el suelo. Ella se alejó, mirándolo con rabia, su pecho subiendo y bajando agitadamente. Se apartó los mechones de cabello de la cara, sudada por el esfuerzo.

—¿Qué demonios te pasa? —le increpó él, acercándose para sujetarle el mentón con fuerza, molesto—. ¿Para eso querías que te dejara salir? ¿Para beber como una loca y acabar así? Tienes prohibido el alcohol de ahora en adelante. Si bebes una gota, Aisling, estarás en serios problemas conmigo.

—¿¡Por qué!? —apartó su mano de un manotazo—. ¡¿Por qué no puedo?! ¡No soy una niña, puedo hacer lo que quiera! ¡Yo quería beber!.

—¡Es peligroso si te emborrachas en ese tipo de lugares! —levantó la voz, sus ojos oscuros destilando ira—. ¡Eres una jovencita inmadura, Aisling, no sabes nada de la vida! ¿Viste esa fiesta? ¿Crees que quiero ese tipo de ambiente para ti? ¡Me hice el imbécil con la excusa de la abuela de tu amiga para complacerte, pero mírate!.

—¡Es lo que yo quería! —exclamó ella, con los ojos al borde de lágrimas y mareada—. ¡Déjame hacer lo que quiero!.

—¿Sabes qué? A partir de ahora tienes totalmente prohibido ver a esa supuesta amiga. Ya vi que es una mala influencia para ti —declaró con dureza. Aisling palideció—. Lo permití para que no te sintieras sola, pero fue un error. Mañana mismo hablaré con los padres de esa chica. A mí nadie me ve la cara de imbécil.

Se dio la vuelta para salir de la habitación, pero Aisling se aferró a su brazo.

—¡Espera, no, por favor! —suplicó, apretando su piel con desesperación—. ¡No puedes hacerme esto! ¡No tengo amigos, no tengo a nadie por tu culpa! ¿¡Me vas a quitar también a ella!? ¡No es justo!.

—Es por tu bien. Esa chica es una mala influencia, estoy seguro de que te da malos consejos. No quiero que tengas ese tipo de relaciones.

—No... no lo hagas —negó frenéticamente con la cabeza, aterrorizada. Si no podía ver más a su amiga, su vida sería aún más miserable. La soledad la consumiría lentamente—. Yo... me equivoqué, no lo volveré a hacer, pero por favor, deja que Thea siga siendo mi amiga. No les digas nada a sus padres sobre la fiesta o su abuela, se enfadarán con ella... todo es culpa mía...

Las lágrimas comenzaron a brotar, esta vez por rabia. Sentía una impotencia profunda, pero no tenía más opción que aceptar que se había equivocado, aunque solo quería experimentar. No deseaba quedarse sola; al menos quería tener a Dorothea a su lado. Si Alaric se enteraba de que en esa fiesta se había besado con el chico que le gustaba, seguramente la confinaría para siempre. Tenía que volver a ganarse su confianza.

—Deja de llorar —le dijo él, suspirando. No era su intención ser tan duro ni llegar a ese extremo, pero solo quería lo mejor para ella, a su manera—. Está bien, pero basta de lágrimas.

—¿En serio? —levantó la mirada, esperanzada—. ¿Vas a dejarme seguir viendo a Thea? ¿No le dirás nada a sus padres?.

—Lo dejaré pasar esta vez —sacó un pañuelo de su bolsillo y le secó las lágrimas—. Que sea la última, Aisling, no dejaré pasar otra. No soy un hombre indulgente —ella sonrió, todavía rabiosa, pero al menos podría seguir con su amiga—. Pero estarás castigada en tu habitación hasta que recapacites.

La sonrisa de Aisling se desvaneció de inmediato. Alaric salió de la habitación, dejándole su pañuelo tras esa sentencia. Una vez sola, rechinó los dientes de frustración. Tiró el pañuelo al suelo con furia y maldijo contra su almohada para no ser escuchada. Aún se sentía ebria, y por poco dice cosas de las que podría haberse arrepentido. De no ser por la amenaza de Alaric sobre su amistad con Dorothea, seguramente le habría reprochado su ausencia durante esos años.

Por otro lado, Alaric bajó las escaleras, pasándose una mano por el cabello y la cara, cansado. Sentía la espalda adolorida por los golpes de Aisling y el ardor en los brazos por los arañazos que le había dado. Se dirigió a su bar personal y se sirvió un trago, luego otro, y después otro más.

¿Había sido demasiado duro? Para él, no. Pensaba que esa era su manera de protegerla. Él mismo había tenido malas experiencias en las fiestas y no quería que ella pasara por lo mismo.

—Kate —llamó a la institutriz.

—Señor.

—Prepara una sopa para Aisling y busca algo para la resaca. No quiero que se sienta mal después —ordenó, tanteando el vaso de licor en su mano.

—Sí, señor.

La mujer acató la orden y se retiró. Alaric se dejó caer en su sillón de cuero, agotado. Liberarse con Jessica no le había servido de nada, se sentía peor que antes. Recordar que había estado satisfaciendo sus deseos en lugar de cuidar de Aisling le puso de mal humor. No podía ser tan descuidado.

Poco después, Kate apareció en el umbral de la sala con una bandeja. Encima llevaba la sopa, un medicamento y un vaso de agua.

—Yo se la llevo —se ofreció Alaric al verla, poniéndose de pie—. Retírate.

—Sí, señor.

Alaric tomó la bandeja de sus manos y subió las escaleras. Iba a aprovechar para disculparse con Aisling por su rudeza. Había estado muy furioso y no se había controlado. Era el primer día que regresaba a la mansión después de tanto tiempo, y ya habían tenido ese tipo de enfrentamientos.

Llegó a la puerta de Aisling y tocó suavemente, pero ella no respondió. Resopló, imaginando que seguía molesta con él, así que, sosteniendo la bandeja con una mano, giró el pomo de la puerta con la otra y entró.

Para su sorpresa, Aisling no estaba en la cama, aunque se veía desordenada como si hubiera hecho una pataleta. Negó con la cabeza, pero se detuvo en seco al ver el pañuelo que le había dado, tirado en el piso. Se agachó suavemente y lo recogió, guardándolo. Era evidente que ella estaba resentida.

Caminó hacia la mesita de noche junto a la cama para dejarle la bandeja de comida y el medicamento. Observó la habitación; era muy bonita, decorada en suaves tonos crema, reflejando la personalidad de Aisling. Además, el aroma característico de ella, una mezcla dulce de caramelo y vainilla, flotaba en el aire. Era la primera vez que Alaric entraba allí.

—¿Aisling? Te traje...—sus palabras murieron en la punta de la lengua al escuchar el sonido de la regadera; estaba en el baño.

Sin quererlo, sus ojos se dirigieron hacia la puerta del baño, que estaba entreabierta, lo justo para permitir ver lo que sucedía al otro lado. Desde la puerta principal no se veía nada, pero, al estar él junto a la cama, tenía una vista completa.

Tragó saliva al ver lo que no debía. Sabía que debía salir de allí, apartar la mirada o hacerse escuchar para que ella notara su presencia, pero no hizo nada de eso. Se quedó estático, sus músculos tensos, mientras sus ojos la observaban con detenimiento.

Aisling estaba de espaldas, su cabello negro y liso, como plumas de cuervo, ondeaba en su espalda mientras se bajaba el vestido lentamente. Lo dejó caer a sus pies. Alaric se dio cuenta de que no llevaba sostén debajo y frunció el ceño, pero seguía inmóvil, mirándola.

Luego, ella se inclinó hacia abajo, mostrando su trasero redondo en dirección a él, sin saber que la estaba observando. Tomó la liga de sus panties color rosa y los bajó lentamente por sus piernas, agachándose, dejando su intimidad rosada expuesta ante él. Su boca se secó y sus dedos comenzaron a hormiguear.

Aisling se puso de lado, llevándose las manos a las sienes para darse un masaje por el dolor de cabeza que sentía. Alaric pudo verla mejor: sus pechos medianos y redondos, con esos picos rosados y delicados que, probablemente, nunca habían sido tocados por nadie. Quiso apartar la mirada al haber visto lo suficiente, pero no pudo. Y en ese momento, se odiaba por ello.

La vio perderse hacia la regadera, y fue entonces cuando ya no pudo seguir mirándola. Parpadeó varias veces, como si hubiera salido de un trance, y bajó la vista hacia sus pantalones. Frunció el ceño al notar el gran bulto.

—Maldita sea —murmuró entre dientes, sintiéndose como un enfermo.

Por fin, sus pies respondieron, y salió de la habitación apresuradamente, cerrando la puerta con cuidado para que ella no se diera cuenta de que había estado allí. Al cruzar el pasillo, se topó con Kate, que iba justo hacia la habitación de Aisling.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con su habitual tono frío.

—Lo siento, señor, venía a traerle esto a la señorita —dijo, mostrando los tacones y la cartera—. ¿Está descansando? Si es así...

—No, ve —la interrumpió—. Le dejé la sopa sobre la mesita de noche con la medicina. Asegúrate de que coma todo y se lo tome. Más importante, no le digas que estuve en su habitación. Se estaba bañando y no pude hablar con ella. Sigue enojada, así que sé discreta.

—A sus órdenes —acató con una inclinación de cabeza.

Alaric siguió su camino como alma que lleva el diablo hasta su habitación, donde se encerró. Un puño aterrizó contra la pared con fuerza, lastimándose a sí mismo.

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