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—Baja del auto, Aisling —sentenció Alaric por tercera vez. Ella se negaba; no quería obedecerle en absoluto. Estaba molesta, pero no más que él en ese momento. Alaric soltó un suspiro pesado antes de quitarle el cinturón de seguridad. —¿Qué haces? ¡Déjame! —protestó ella, resistiéndose a ser sacada del auto. El alemán la sacó a la fuerza, recibiendo arañazos de Aisling. Le sorprendió un poco su agresividad; jamás pensó que reaccionaría así, pero tal vez era por el alcohol que había consumido. Sin darle importancia a sus pataletas, la cargó sobre su hombro y entró a la mansión. Los tacones de Aisling cayeron de sus pies, y su cartera se deslizó al suelo mientras ella seguía resistiéndose. Kate llegó y comenzó a recoger el desorden sin decir nada, manteniéndose prudente. Los empleados no debían interferir en su vida personal a menos que él lo autorizara. —¡Te dije que me bajes! —gritó ella, golpeando su espalda con los puños. Alaric soltó un gruñido de dolor; esta vez sí sintió el impacto—. ¡Déjame! ¡Eres un ogro amargado que no me deja ser libre! ¡Bájame ahora!. Él la ignoró mientras subía las escaleras. Estaba armando un escándalo, pero seguro que mañana, cuando recobrara el sentido, se avergonzaría de sus berrinches. Al llegar a la habitación de Aisling, Alaric la dejó en el suelo. Ella se alejó, mirándolo con rabia, su pecho subiendo y bajando agitadamente. Se apartó los mechones de cabello de la cara, sudada por el esfuerzo. —¿Qué demonios te pasa? —le increpó él, acercándose para sujetarle el mentón con fuerza, molesto—. ¿Para eso querías que te dejara salir? ¿Para beber como una loca y acabar así? Tienes prohibido el alcohol de ahora en adelante. Si bebes una gota, Aisling, estarás en serios problemas conmigo. —¿¡Por qué!? —apartó su mano de un manotazo—. ¡¿Por qué no puedo?! ¡No soy una niña, puedo hacer lo que quiera! ¡Yo quería beber!. —¡Es peligroso si te emborrachas en ese tipo de lugares! —levantó la voz, sus ojos oscuros destilando ira—. ¡Eres una jovencita inmadura, Aisling, no sabes nada de la vida! ¿Viste esa fiesta? ¿Crees que quiero ese tipo de ambiente para ti? ¡Me hice el imbécil con la excusa de la abuela de tu amiga para complacerte, pero mírate!. —¡Es lo que yo quería! —exclamó ella, con los ojos al borde de lágrimas y mareada—. ¡Déjame hacer lo que quiero!. —¿Sabes qué? A partir de ahora tienes totalmente prohibido ver a esa supuesta amiga. Ya vi que es una mala influencia para ti —declaró con dureza. Aisling palideció—. Lo permití para que no te sintieras sola, pero fue un error. Mañana mismo hablaré con los padres de esa chica. A mí nadie me ve la cara de imbécil. Se dio la vuelta para salir de la habitación, pero Aisling se aferró a su brazo. —¡Espera, no, por favor! —suplicó, apretando su piel con desesperación—. ¡No puedes hacerme esto! ¡No tengo amigos, no tengo a nadie por tu culpa! ¿¡Me vas a quitar también a ella!? ¡No es justo!. —Es por tu bien. Esa chica es una mala influencia, estoy seguro de que te da malos consejos. No quiero que tengas ese tipo de relaciones. —No... no lo hagas —negó frenéticamente con la cabeza, aterrorizada. Si no podía ver más a su amiga, su vida sería aún más miserable. La soledad la consumiría lentamente—. Yo... me equivoqué, no lo volveré a hacer, pero por favor, deja que Thea siga siendo mi amiga. No les digas nada a sus padres sobre la fiesta o su abuela, se enfadarán con ella... todo es culpa mía... Las lágrimas comenzaron a brotar, esta vez por rabia. Sentía una impotencia profunda, pero no tenía más opción que aceptar que se había equivocado, aunque solo quería experimentar. No deseaba quedarse sola; al menos quería tener a Dorothea a su lado. Si Alaric se enteraba de que en esa fiesta se había besado con el chico que le gustaba, seguramente la confinaría para siempre. Tenía que volver a ganarse su confianza. —Deja de llorar —le dijo él, suspirando. No era su intención ser tan duro ni llegar a ese extremo, pero solo quería lo mejor para ella, a su manera—. Está bien, pero basta de lágrimas. —¿En serio? —levantó la mirada, esperanzada—. ¿Vas a dejarme seguir viendo a Thea? ¿No le dirás nada a sus padres?. —Lo dejaré pasar esta vez —sacó un pañuelo de su bolsillo y le secó las lágrimas—. Que sea la última, Aisling, no dejaré pasar otra. No soy un hombre indulgente —ella sonrió, todavía rabiosa, pero al menos podría seguir con su amiga—. Pero estarás castigada en tu habitación hasta que recapacites. La sonrisa de Aisling se desvaneció de inmediato. Alaric salió de la habitación, dejándole su pañuelo tras esa sentencia. Una vez sola, rechinó los dientes de frustración. Tiró el pañuelo al suelo con furia y maldijo contra su almohada para no ser escuchada. Aún se sentía ebria, y por poco dice cosas de las que podría haberse arrepentido. De no ser por la amenaza de Alaric sobre su amistad con Dorothea, seguramente le habría reprochado su ausencia durante esos años. Por otro lado, Alaric bajó las escaleras, pasándose una mano por el cabello y la cara, cansado. Sentía la espalda adolorida por los golpes de Aisling y el ardor en los brazos por los arañazos que le había dado. Se dirigió a su bar personal y se sirvió un trago, luego otro, y después otro más. ¿Había sido demasiado duro? Para él, no. Pensaba que esa era su manera de protegerla. Él mismo había tenido malas experiencias en las fiestas y no quería que ella pasara por lo mismo. —Kate —llamó a la institutriz. —Señor. —Prepara una sopa para Aisling y busca algo para la resaca. No quiero que se sienta mal después —ordenó, tanteando el vaso de licor en su mano. —Sí, señor. La mujer acató la orden y se retiró. Alaric se dejó caer en su sillón de cuero, agotado. Liberarse con Jessica no le había servido de nada, se sentía peor que antes. Recordar que había estado satisfaciendo sus deseos en lugar de cuidar de Aisling le puso de mal humor. No podía ser tan descuidado. Poco después, Kate apareció en el umbral de la sala con una bandeja. Encima llevaba la sopa, un medicamento y un vaso de agua. —Yo se la llevo —se ofreció Alaric al verla, poniéndose de pie—. Retírate. —Sí, señor. Alaric tomó la bandeja de sus manos y subió las escaleras. Iba a aprovechar para disculparse con Aisling por su rudeza. Había estado muy furioso y no se había controlado. Era el primer día que regresaba a la mansión después de tanto tiempo, y ya habían tenido ese tipo de enfrentamientos. Llegó a la puerta de Aisling y tocó suavemente, pero ella no respondió. Resopló, imaginando que seguía molesta con él, así que, sosteniendo la bandeja con una mano, giró el pomo de la puerta con la otra y entró. Para su sorpresa, Aisling no estaba en la cama, aunque se veía desordenada como si hubiera hecho una pataleta. Negó con la cabeza, pero se detuvo en seco al ver el pañuelo que le había dado, tirado en el piso. Se agachó suavemente y lo recogió, guardándolo. Era evidente que ella estaba resentida. Caminó hacia la mesita de noche junto a la cama para dejarle la bandeja de comida y el medicamento. Observó la habitación; era muy bonita, decorada en suaves tonos crema, reflejando la personalidad de Aisling. Además, el aroma característico de ella, una mezcla dulce de caramelo y vainilla, flotaba en el aire. Era la primera vez que Alaric entraba allí. —¿Aisling? Te traje...—sus palabras murieron en la punta de la lengua al escuchar el sonido de la regadera; estaba en el baño. Sin quererlo, sus ojos se dirigieron hacia la puerta del baño, que estaba entreabierta, lo justo para permitir ver lo que sucedía al otro lado. Desde la puerta principal no se veía nada, pero, al estar él junto a la cama, tenía una vista completa. Tragó saliva al ver lo que no debía. Sabía que debía salir de allí, apartar la mirada o hacerse escuchar para que ella notara su presencia, pero no hizo nada de eso. Se quedó estático, sus músculos tensos, mientras sus ojos la observaban con detenimiento. Aisling estaba de espaldas, su cabello negro y liso, como plumas de cuervo, ondeaba en su espalda mientras se bajaba el vestido lentamente. Lo dejó caer a sus pies. Alaric se dio cuenta de que no llevaba sostén debajo y frunció el ceño, pero seguía inmóvil, mirándola. Luego, ella se inclinó hacia abajo, mostrando su trasero redondo en dirección a él, sin saber que la estaba observando. Tomó la liga de sus panties color rosa y los bajó lentamente por sus piernas, agachándose, dejando su intimidad rosada expuesta ante él. Su boca se secó y sus dedos comenzaron a hormiguear. Aisling se puso de lado, llevándose las manos a las sienes para darse un masaje por el dolor de cabeza que sentía. Alaric pudo verla mejor: sus pechos medianos y redondos, con esos picos rosados y delicados que, probablemente, nunca habían sido tocados por nadie. Quiso apartar la mirada al haber visto lo suficiente, pero no pudo. Y en ese momento, se odiaba por ello. La vio perderse hacia la regadera, y fue entonces cuando ya no pudo seguir mirándola. Parpadeó varias veces, como si hubiera salido de un trance, y bajó la vista hacia sus pantalones. Frunció el ceño al notar el gran bulto. —Maldita sea —murmuró entre dientes, sintiéndose como un enfermo. Por fin, sus pies respondieron, y salió de la habitación apresuradamente, cerrando la puerta con cuidado para que ella no se diera cuenta de que había estado allí. Al cruzar el pasillo, se topó con Kate, que iba justo hacia la habitación de Aisling. —¿Qué haces aquí? —preguntó con su habitual tono frío. —Lo siento, señor, venía a traerle esto a la señorita —dijo, mostrando los tacones y la cartera—. ¿Está descansando? Si es así... —No, ve —la interrumpió—. Le dejé la sopa sobre la mesita de noche con la medicina. Asegúrate de que coma todo y se lo tome. Más importante, no le digas que estuve en su habitación. Se estaba bañando y no pude hablar con ella. Sigue enojada, así que sé discreta. —A sus órdenes —acató con una inclinación de cabeza. Alaric siguió su camino como alma que lleva el diablo hasta su habitación, donde se encerró. Un puño aterrizó contra la pared con fuerza, lastimándose a sí mismo.Ya era de mañana. Aisling se removió en su cama, molesta por la luz que entraba por la ventana. Abrió los ojos y notó que esta ya estaba abierta.—Señorita —la voz de Kate la sobresaltó. Aún estaba aturdida—, el señor la espera en el comedor para el desayuno.—¿Qué hora es? —preguntó mientras se tapaba la cara con la sábana, somnolienta.—Son las ocho de la mañana.—Quiero dormir un poco más, me duele la cabeza...—¿El medicamento no le ayudó anoche?.—Parece que no.—Entonces le avisaré al señor.En ese momento, Aisling abrió los ojos de golpe, recordándolo todo. Había estado borracha, armando un escándalo con gritos y golpes. Lo último que hizo fue tomar una ducha, comer la sopa de Kate y el medicamento.—¡Espera! —detuvo a Kate antes de que saliera—. Estoy bien, bajaré. Solo necesito arreglarme primero.—Está bien, la espero.Aisling salió disparada de la cama, dejando la sábana tirada en el suelo mientras buscaba desesperadamente algo que ponerse. Dejó todo un caos en la habitació
—Me iré de viaje, Marcus —anunció Aisling en voz baja, sosteniendo su móvil mientras estaba en su habitación. Acababa de terminar sus clases de piano y había visto varios mensajes de él, aunque sabía perfectamente que podían comunicarse por otro teléfono—. Partimos mañana. Te escribiré cuando regrese, pero por favor, deja de enviarme mensajes. —Solo quería escuchar tu voz, aunque fuera un momento —dijo Marcus. Las mejillas de Aisling se sonrojaron mientras volvía a poner el seguro en la puerta y se sentaba en la cama—. ¿Cuánto tiempo estarás fuera? Quisiera verte.—Una semana. Solo espera, de algún modo podremos vernos, te lo prometo. —Está bien, pero... ¿podrías llamarme cuando tengas un momento? —insistió él—. Es difícil soportar esto. —Lo haré, pero no me llames ni me escribas, podrían descubrirnos.—Todavía no entiendo por qué te prohíben tantas cosas, Aisling, ya eres lo suficientemente mayor para decidir por ti misma.Aisling guardó silencio. Era un tema que no le gustaba abo
Aisling se removió incómoda sobre algo duro. Con la mano, palpó algo que no debía mientras intentaba acomodarse. Al escuchar un sonido extraño y sentir una respiración rozando su oído, abrió los ojos de golpe y se incorporó.El pavor la invadió al darse cuenta de que estaba recostada sobre las piernas de Alaric, quien conducía. No supo qué decir; él no la miraba, como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, estaba segura de haber tocado algo que lo había hecho gruñir.Dirigió la mirada a sus piernas y la apartó rápidamente, comprendiendo lo que había agarrado para hacerlo reaccionar así. —¿Por qué no me despertaste? —le preguntó, encogiéndose en su asiento—. Debiste estar incómodo.—Necesitabas dormir —respondió Alaric con calma, aunque sus manos aferraban el volante con más fuerza. Tenía un problema evidente entre sus piernas que necesitaba solucionar antes de reventar los pantalones—. ¿Te sientes bien? ¿Tienes hambre?.—Un poco —contestó, sin mirarlo, el rostro marcado por la vergüe
**Momentos antes**Cuando Alaric salió del baño, la vio ahí, tendida en la cama. Su mano descansaba sobre su abdomen, y la corta blusa dejaba parte de su piel expuesta, al igual que sus piernas, cubiertas apenas por esos shorts diminutos.Él ya estaba cambiado, porque a ella le incomodaba verlo casi desnudo, algo que, sin querer, le molestaba. Se suponía que debía controlarse en su presencia, pero sus oscuros deseos querían aflorar naturalmente.Desvió la mirada de ese cuerpo pequeño e indefenso en la cama y se concentró en terminar de arreglarse frente al espejo. Estaba tenso, demasiado tenso, necesitaba mantener la distancia antes de cometer un error del que pudiera arrepentirse más tarde.Pero no pudo evitarlo. Terminó de vestirse, se giró y se sentó en la cama, justo a su lado. La observó dormir plácidamente, como si no estuviera a solas con él en esa habitación, como si de verdad creyera que él era una buena persona. Se dio cuenta de lo inocente e ingenua que era, tan fácil de en
Aisling regresó a la habitación a toda prisa, agitada, con los pulmones ardiendo por la carrera que había hecho para escapar de ese lugar. Al cerrarse dentro, los guardaespaldas se acercaron rápidamente, llamando a su puerta y preguntando si estaba bien. Ella respondió con rapidez que sí, que todo estaba en orden, mientras sacaba algo de ropa de su maleta con manos temblorosas, desesperada por adelantarse a la llegada de Alaric. Sabía que debía mantener la calma y actuar con naturalidad. Lo mejor sería meterse a la ducha y calmar sus nervios. Si Alaric descubría que lo había seguido y lo había visto con otra mujer, se metería en serios problemas. Lanzó su teléfono sobre la cama y se encerró en el baño, asegurando la puerta con el pestillo. Con manos torpes, se deshizo de la ropa rápidamente y encendió la regadera, permitiendo que el agua caliente cubriera su cuerpo. Miró sus manos, que aún temblaban, mientras las imágenes de lo que había presenciado seguían clavadas en su mente. Apr
Aisling comenzó a moverse en la cama, incómoda. Tenía frío, así que, desesperada, buscó el cálido cuerpo humano que estaba a su lado. Parecía un pequeño gatito ronroneando al recibir una suave caricia en la cabeza, y justo así se sintió cuando percibió la calidez de aquella mano.Pero, cuando su subconsciente le gritó que despertara, lo hizo de forma automática, recordando que no solía dormir acompañada de nadie. Se encontró de frente con el rostro de Alaric, quien la observaba fijamente con esos bellos ojos oscuros, los cuales tenían un brillo extraño al mirarla detenidamente.Estaba abrazada a él, con una pierna encima de su cuerpo mientras lo rodeaba. Al darse cuenta de su posición, Aisling dio un brinco y se incorporó en la cama, conmocionada, retrocediendo tanto que estuvo a punto de caerse por el borde de no ser porque Alaric le sostuvo el brazo, levantándose también.—Ten cuidado —le dijo con su voz ronca—. Si te caes de espaldas desde esta altura, podrías romperte un hueso.—¿
—Alaric, por favor —suplicó en un susurro. Quería mirar a cualquier otro lugar que no fuera ese rostro perfecto, pero estaba atrapada.—No has respondido a mi pregunta, Aisling.—Pero no así...—Solo responde —insistió.¿Cómo podía hacerlo, estando tan cerca de él? Su mano grande aprisionaba su cintura, y la miraba con esa intensidad que la desarmaba.—No... —empezó a decir, con la voz temblorosa—, no me acostumbro aún a ti.—Así que eso es lo que sucede —no apartó la mirada—. ¿No quieres que nuestra relación sea más llevadera?.—Sí... —No sabía lo que decía, solo respondía por inercia, porque toda su atención estaba en esa extraña sensación en su estómago. ¿Eran mariposas?.—Aisling, mírame —le tomó el mentón, sus cuerpos pegándose aún más—. Estás distraída.—Cualquiera lo estaría en esta situación.—¿Estás nerviosa?.—Un poco, sí.—¿Por qué?.—Porque... estoy encima de ti, y muy... muy cerca.—¿Te molesta o te incomoda?.Mordió su labio inferior antes de responder. Sabía la respuest
—Aisling, por Dios, di algo —insistió Alaric. La chica seguía inmóvil, sin pronunciar palabra, con la mirada fija, no en su rostro, sino en su entrepierna, que ya estaba cubierta—. Oye, mírame.Finalmente, Aisling salió de su burbuja de asombro cuando Alaric se movió hacia ella. Por reflejo, retrocedió.—¿Qué haces en mi habitación? —preguntó Alaric, manteniendo una distancia prudente para no asustarla—. ¿Viniste a decirme algo? Parecías apurada.—Ah... yo... —balbuceó, sin saber qué decir. Lo miró a los ojos; él parecía calmado, sereno, a pesar de que hacía solo un momento estaba sorprendido—. Lo siento, no sabía que estabas... bueno... desnudo.Alaric se pasó una mano por el cabello, sin saber cómo manejar la situación. Esa chiquilla, además de imprudente, parecía ajena a muchas cosas. ¿Qué debía hacer ahora? Si su intención era evitar incomodarla, todo había terminado peor de lo que imaginaba.—No pasa nada, está bien, Aisling —respondió, buscando calmar la tensión entre ambos—. No