|Dorothea Weber| Volver a casa con el secreto del embarazo de Aisling atorado en mi garganta es lo peor del mundo, pero encontrar a mi tío Tito en la sala de estar, justo donde solía esperar antes, lo mejora todo.Está sentado junto a mi padre, conversando sobre algo que no alcanzo a escuchar. Una sonrisa se dibuja en mi rostro, y sin pensarlo dos veces, dejo caer el bolso que traía en la mano. Artem se queda atrás mientras yo corro hacia ellos.—¡Tito! —exclamo con alegría. Ambos se giran al escucharme—. ¡Estás aquí!.Me lanzo sobre él, abrazándolo con fuerza. La emoción de verlo nuevamente después de tanto tiempo me inunda. Desde el rescate no había sabido nada de él, y ahora, de repente, está aquí.—¿Dónde has estado? —pregunto, separándome apenas para mirarlo a los ojos, lo único visible bajo la capucha y la mascarilla que lleva puesta—. ¿Por qué no habías venido a verme?.—Hija, cariño —interviene mi padre desde detrás de nosotros—. Acabas de llegar. ¿No vas a saludarme? Dale un
***|Alaric Kaiser| Aisling me ha estado evitando desde ayer. ¿He hecho algo mal? La duda me atormenta cada vez que la veo, cuando sus ojos parecen querer decirme algo, pero luego aparta la mirada y se queda en silencio.Me consume la preocupación. Tal vez aún no me ha perdonado por completo, o quizás las sombras de su pasado la siguen acechando, trayendo recuerdos o pesadillas. Las posibilidades se arremolinan en mi mente. ¿O estará enferma? Desde que llegamos, la he notado más pálida, pasando casi todo el día encerrada en su habitación durmiendo. —¿Le ocurre algo, señor? —la voz de Gerd irrumpe en mi despacho, sacándome del trance. Su tono refleja preocupación—. La noto decaído.—Es Aisling —respondo, pasándome una mano por el rostro, como si intentara despejar la niebla que cubre mis pensamientos—. No sé qué le pasa. Me evita.Gerd coloca unos papeles sobre mi escritorio, los cuales debería revisar, pero ahora mismo me cuesta concentrarme en cualquier cosa. Pensé que las cosas en
|Artem Zaisetv| Me siento como si me hubiera pasado un camión encima. ¿Qué demonios me ocurre? Estoy más cansado que un sicario en lunes, la jaqueca me está taladrando el cráneo y, para colmo, todo me da asco. Ni siquiera el olor del café me gusta hoy, y eso ya es una señal del apocalipsis. Tengo antojos de cosas raras, tan raras que me hace pensar que algo anda muy mal. ¿Me enfermé? Por Dios, mi cuerpo no conoce esa palabra a menos que me metan un tiro.—¿Me estás escuchando? —Alaric me habla de nuevo, y juro que si tuviera hilo y aguja, le cosía la boca ahí mismo. Hoy estoy más amargado que nunca. —¿Estás bien?.—"Bien" mis pelotas —gruño, masajeándome las sienes como si eso fuera a salvarme del infierno que es este día—. Soy un desastre, Alaric. Nada está bien.—Si estás enfermo, me lo hubieras dicho antes.—¡No lo estoy! —le espeto, aunque ni yo me lo creo—. Bueno, no sé. Habla de una maldita vez.—Voy a ser papá —suelta él, y mi ánimo, que ya estaba en el subsuelo, llega al núcl
Me detengo frente a la puerta del consultorio, mirando por el cristal. Kukla está sentada allí, tranquila, con su típica expresión de "aquí no pasa nada". Y me jode porque, claro, no le dijo nada de esto. Estaba convencido de que íbamos a cenar hoy. Pero no, parece que esta es la versión "Ginecología: la cita que no esperabas".La enfermera entra y le hace una señal para que la siga. Aprovecho la ocasión y entro en la sala como buen atrevido. Pero justo cuando me encamino hacia la puerta por donde mi Kukla y mi suegra se escurrieron, aparece la enfermera de antes.—¿Quién es usted? —me lanza una mirada sorprendida—. No puede estar aquí, señor. ¿Quién lo dejó entrar?.—Yo no necesito permiso para estar en ningún lado —gruño, sintiendo el maldito dolor de cabeza retumbando en mi sien—. Muévase, mi esposa está adentro.—¿Su esposa? Lo siento, pero...—A la mierda las formalidades —la empujo a un lado, casi atropellándola con el hombro mientras me cuelo para buscar a mi mujer.— ¡Oiga, q
|Aisling Renn| Me miro en el espejo y, de inmediato, una sonrisa se dibuja en mi rostro. El vestido blanco que llevo puesto cae con suavidad, moldeándose a mi figura. El escote en V me resulta cómodo y realza mis rasgos de forma sutil, mientras las mangas abullonadas le aportan un aire romántico que me encanta. Estoy lista para salir con Alaric. Como toque final, me coloco mi amuleto de la suerte: el collar con la pequeña mariposa negra.—Liebling —la voz de Alaric suena del otro lado de la puerta—. ¿Ya estás lista?.—¡Sí! —respondo con entusiasmo.La puerta se abre y Alaric entra. Sus ojos recorren mi figura de pies a cabeza antes de detenerse en los míos. Sonríe y, con esa seguridad que lo caracteriza, se acerca para rodearme la cintura con sus manos, sin dejar de mirarme con tanta ternura.—Estás preciosa —murmura en un tono íntimo que me hace sonrojar—. Creo que estoy reconsiderando si deberíamos salir. No quiero que nadie más te vea.—Oye, tú tampoco deberías salir con esa pinta
|Dorothea Weber|Aquí, en la mansión de Lin, todo es alegría con esta celebración que se ha organizado para nosotras tras anunciar la noticia de nuestros embarazos. Como si fuera poco, también estamos celebrando su compromiso con el ogro de Alaric.Artem me observa de reojo desde su lugar, cerca de unos arbustos, mientras conversa con Alaric. Yo aparto la mirada, aún molesta con él desde hace días. Lo estoy castigando por su atrevimiento. ¿A quién se le ocurre cambiar mis anticonceptivos sin decirme nada? Está completamente loco.—¿Sigues molesta con tu esposo? —pregunta Lin, riendo. —Parece un cachorro regañado.—Y con razón —gruño—. Se lo ha buscado.Lin suelta una carcajada mientras disfruta unas uvas verdes con sal. Al verlas, el antojo me ataca y le robo unas cuantas.—La mansión que compró Artem es preciosa. Ven a visitarme —le digo, haciendo una mueca por la cantidad de sal en las frutas—. No quiero aburrirme sola en ese lugar tan grande.—¿Ya te mudaste?.—Sí. Mis padres me ay
Alaric Kaiser bajó del avión con la elegancia de un hombre que estaba acostumbrado a dominar el mundo. Sus zapatos de cuero negro brillaban bajo la luz artificial de la pista mientras avanzaba hacia las dos hileras de hombres trajeados que lo esperaban con deferencia.Su cabello azabache, tan oscuro como la noche, estaba perfectamente peinado hacia atrás, sin un solo mechón fuera de lugar. Sus ojos, del mismo tono oscuro y penetrante, reflejaban una frialdad aterradora. Llevaba un traje hecho a medida color negro, que se ajustaba perfectamente a su figura atlética. La camisa del mismo color que asomaba impecable bajo el saco contrastaba con el brillo de los gemelos de oro que adornaban sus puños.Su porte era altivo, seguro, como el de un rey que acababa de regresar a su reino. No era solo un magnate; era un hombre que había conquistado su destino, y cada detalle de su presencia lo gritaba. Desde la firmeza de sus pasos hasta la mirada que lanzaba a los autos lujosos que lo esperaban,
~4 años después~—Señorita —la voz neutral de la institutriz Kate hizo que Aisling detuviera sus dedos sobre las teclas del piano—. Es hora de prepararse. —¿Tan pronto?.—Sí, por favor, debe darse prisa. Aisling asintió y se levantó sin objeciones. Ni siquiera se molestó en saber si esa persona estaría presente en un día que, para ella, no era más que una mera formalidad.Después de unos minutos arreglándose, Aisling bajó las escaleras ya lista para su graduación. Su institutriz, una mujer de lentes transparentes, cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar, vestida siempre con una falda de tubo por debajo de las rodillas y una camisa blanca impoluta, la esperaba al pie de la escalera.Ni un elogio, ni una sonrisa. Solo un leve asentimiento de cabeza antes de guiarla hacia el exterior de la gran mansión. Estaba acostumbrada a esa vida. Las palabras innecesarias no tenían cabida en el régimen bajo el que había crecido; solo debía ser impecable y demostrar ser la mejor, nada má