Me detengo frente a la puerta del consultorio, mirando por el cristal. Kukla está sentada allí, tranquila, con su típica expresión de "aquí no pasa nada". Y me jode porque, claro, no le dijo nada de esto. Estaba convencido de que íbamos a cenar hoy. Pero no, parece que esta es la versión "Ginecología: la cita que no esperabas".La enfermera entra y le hace una señal para que la siga. Aprovecho la ocasión y entro en la sala como buen atrevido. Pero justo cuando me encamino hacia la puerta por donde mi Kukla y mi suegra se escurrieron, aparece la enfermera de antes.—¿Quién es usted? —me lanza una mirada sorprendida—. No puede estar aquí, señor. ¿Quién lo dejó entrar?.—Yo no necesito permiso para estar en ningún lado —gruño, sintiendo el maldito dolor de cabeza retumbando en mi sien—. Muévase, mi esposa está adentro.—¿Su esposa? Lo siento, pero...—A la mierda las formalidades —la empujo a un lado, casi atropellándola con el hombro mientras me cuelo para buscar a mi mujer.— ¡Oiga, q
|Aisling Renn| Me miro en el espejo y, de inmediato, una sonrisa se dibuja en mi rostro. El vestido blanco que llevo puesto cae con suavidad, moldeándose a mi figura. El escote en V me resulta cómodo y realza mis rasgos de forma sutil, mientras las mangas abullonadas le aportan un aire romántico que me encanta. Estoy lista para salir con Alaric. Como toque final, me coloco mi amuleto de la suerte: el collar con la pequeña mariposa negra.—Liebling —la voz de Alaric suena del otro lado de la puerta—. ¿Ya estás lista?.—¡Sí! —respondo con entusiasmo.La puerta se abre y Alaric entra. Sus ojos recorren mi figura de pies a cabeza antes de detenerse en los míos. Sonríe y, con esa seguridad que lo caracteriza, se acerca para rodearme la cintura con sus manos, sin dejar de mirarme con tanta ternura.—Estás preciosa —murmura en un tono íntimo que me hace sonrojar—. Creo que estoy reconsiderando si deberíamos salir. No quiero que nadie más te vea.—Oye, tú tampoco deberías salir con esa pinta
|Dorothea Weber|Aquí, en la mansión de Lin, todo es alegría con esta celebración que se ha organizado para nosotras tras anunciar la noticia de nuestros embarazos. Como si fuera poco, también estamos celebrando su compromiso con el ogro de Alaric.Artem me observa de reojo desde su lugar, cerca de unos arbustos, mientras conversa con Alaric. Yo aparto la mirada, aún molesta con él desde hace días. Lo estoy castigando por su atrevimiento. ¿A quién se le ocurre cambiar mis anticonceptivos sin decirme nada? Está completamente loco.—¿Sigues molesta con tu esposo? —pregunta Lin, riendo. —Parece un cachorro regañado.—Y con razón —gruño—. Se lo ha buscado.Lin suelta una carcajada mientras disfruta unas uvas verdes con sal. Al verlas, el antojo me ataca y le robo unas cuantas.—La mansión que compró Artem es preciosa. Ven a visitarme —le digo, haciendo una mueca por la cantidad de sal en las frutas—. No quiero aburrirme sola en ese lugar tan grande.—¿Ya te mudaste?.—Sí. Mis padres me ay
Alaric Kaiser bajó del avión con la elegancia de un hombre que estaba acostumbrado a dominar el mundo. Sus zapatos de cuero negro brillaban bajo la luz artificial de la pista mientras avanzaba hacia las dos hileras de hombres trajeados que lo esperaban con deferencia.Su cabello azabache, tan oscuro como la noche, estaba perfectamente peinado hacia atrás, sin un solo mechón fuera de lugar. Sus ojos, del mismo tono oscuro y penetrante, reflejaban una frialdad aterradora. Llevaba un traje hecho a medida color negro, que se ajustaba perfectamente a su figura atlética. La camisa del mismo color que asomaba impecable bajo el saco contrastaba con el brillo de los gemelos de oro que adornaban sus puños.Su porte era altivo, seguro, como el de un rey que acababa de regresar a su reino. No era solo un magnate; era un hombre que había conquistado su destino, y cada detalle de su presencia lo gritaba. Desde la firmeza de sus pasos hasta la mirada que lanzaba a los autos lujosos que lo esperaban,
~4 años después~—Señorita —la voz neutral de la institutriz Kate hizo que Aisling detuviera sus dedos sobre las teclas del piano—. Es hora de prepararse. —¿Tan pronto?.—Sí, por favor, debe darse prisa. Aisling asintió y se levantó sin objeciones. Ni siquiera se molestó en saber si esa persona estaría presente en un día que, para ella, no era más que una mera formalidad.Después de unos minutos arreglándose, Aisling bajó las escaleras ya lista para su graduación. Su institutriz, una mujer de lentes transparentes, cabello recogido sin un solo mechón fuera de lugar, vestida siempre con una falda de tubo por debajo de las rodillas y una camisa blanca impoluta, la esperaba al pie de la escalera.Ni un elogio, ni una sonrisa. Solo un leve asentimiento de cabeza antes de guiarla hacia el exterior de la gran mansión. Estaba acostumbrada a esa vida. Las palabras innecesarias no tenían cabida en el régimen bajo el que había crecido; solo debía ser impecable y demostrar ser la mejor, nada má
—Iremos a un restaurante —dijo Alaric a su lado, rompiendo el incómodo silencio entre ambos. La chica lo miró; no estaba preguntando si quería ir, estaba decidiendo por ambos—. ¿Qué te gustaría en especial? Podemos ir al que tú quieras, es tu mejor día.Aisling apretó los labios en una fina línea. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Rabia? ¿Decepción? No podía precisar qué le provocaba escucharlo hablar con tanta naturalidad, como si se conocieran de toda una vida, ignorando el hecho de que ella había estado sola durante tanto tiempo.—Cualquier cosa está bien —respondió, con un nudo en la garganta. Para ella, él seguía siendo un extraño, pero no tenía idea de lo que él sentía hacia ella—. Será lo que usted elija.—No me hables de usted, Aisling —la voz de Alaric se endureció, y ella se tensó, levantando la cabeza de golpe, como si hubiera cometido un error—. Llámame por mi nombre.Tragó saliva, nerviosa... ¿Asustada? ¿Por qué le temía incluso a su voz? No, no era solo eso. Era todo: su voz, s
Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?.Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida.El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta.El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga: «Estoy
El auto que llevaba a Aisling y a su amiga se detuvo frente a una casa de dos pisos, de la cual salía una mezcla de música estridente y luces de colores que parecían una discoteca para adolescentes con mucha energía y poca responsabilidad. Aisling pudo ver a jóvenes de su edad entrando como si fueran los dueños del mundo, en grupitos de chicos y chicas que claramente no tenían ni la menor idea de lo que era estar confinados... algo que ella envidió por un segundo. Ella no estaba allí por elección propia, sino porque a "ese hombre" le dio la gana permitirle un respiro.—Toma lo tuyo, abuela —dijo Dorothea, rompiendo el hechizo de las luces de neón. Aisling giró la cabeza, y para su sorpresa, su amiga le estaba pasando un rollo de billetes a su abuela —. Cómprate esas agujas de tejer que tanto te gustan. Te lo ganaste.—Tu padre es un rata miserable, no me deja otra opción más que meterme en estos negocios turbios —se quejó la anciana mientras contaba el dinero, sin ninguna prisa, como