Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.
Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?. Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida. El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta. El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga: «Estoy aquí, voy a tocar». El corazón de Aisling se aceleró. Era el momento. Guardó el teléfono, respiró hondo y esta vez, con determinación, tomó el pomo de la puerta y salió. Cuando bajó las escaleras, se congeló al ver a Alaric sentado justamente en el living, en su sillón favorito de cuero, dándole un aire de poder como si fuera el rey del infierno. Junto a él, en una mesa de vidrio, había una botella de licor, probablemente del más caro y amargo que siempre tomaba, y un vaso vacío con hielo derretido. Tragó saliva en el momento en que los ojos oscuros de Alaric se levantaron y la miraron desde el último escalón. Aisling apretó su bolso de mano con disimulo mientras su corazón empezaba a latir más rápido. Quiso volver sobre sus pasos, pero sin darse cuenta, bajó por completo y quedó justo en su campo de visión. Alaric la recorrió de pies a cabeza con una ceja levantada. Su manzana de Adán subió y bajó, su mandíbula se tensó y esos ojos, tan intensos, parecían desnudarla. Aisling era la hija de su mejor amigo, pero en ese momento, Alaric no la veía así. La veía como una mujer, aunque no lo quisiera. Su ropa, su figura y ese maldito aroma que emanaba de ella lo sacudieron por unos segundos. ¿Qué estaba pasando? ¿Se pasó de tragos?. Alejó cualquier indicio de mal pensamiento enseguida. —¿A dónde vas vestida así? —intentó que su voz no sonara como un reproche—. ¿Hay algo que no me has dicho, Aisling?. —Emm... sí —murmuró—. Esta noche me invitaron a una fiesta para celebrar nuestra graduación. —¿Fiesta? —frunció el ceño—. ¿Por qué no sabía nada?. —Porque... no estabas aquí —mintió. —Me informan de todo lo que haces, esté o no en la ciudad —su tono se volvió más severo—. ¡Kate!. Al instante, la institutriz apareció en el living, alternando su mirada entre ambos, con nerviosismo. —Dígame, señor. —¿Por qué no me informaste de que Aisling tenía una fiesta esta noche? —la miró enfadado—. Responde. —Lo siento, señor, pero no sé de qué me habla. —No le dije nada a Kate —confesó Aisling, temblando un poco, pero luego se armó de valor. No había hecho nada malo, no tenía por qué tener miedo—. Mi amiga Dorothea me avisó a última hora, por eso nadie lo sabía. —Retírate —le ordenó fríamente a la empleada. Kate hizo una reverencia y se marchó, dejándolos solos. —¿Pensabas irte sin decir nada? —la increpó, haciendo que se estremeciera—. Habla, Aisling. —Te lo estoy diciendo —levantó el mentón y lo miró directamente a los ojos—. ¿He cometido un crimen? Es una fiesta, todos mis compañeros irán. —Tú no eres como ellos. —¿Y qué soy entonces? Quiero divertirme, ¿me lo vas a prohibir?. Alaric frunció aún más el ceño, irritado por el tono que ella usaba con él. Se levantó, su imponente figura eclipsando la de Aisling como un ogro ante una pequeña hada. Era obvio que ella temblaba frente a él; podía notarlo. Aisling retrocedió dos pasos, asustada. Estuvo a punto de disculparse, pero se contuvo. No era una niña, era una adulta. Quería libertad, una vida normal. —¿Qué es ese tono, Aisling? ¿Te molesta que te cuide? —preguntó, acercándose lentamente, intimidante—. Sabes quién soy y sabes quién eres. No puedes salir libremente, es peligroso. —No iré sola a la fiesta —respondió tajante—. Dorothea y su abuela me acompañarán. —¿Su abuela? —repitió, reconociendo aquel truco barato. —Sí, también ella vendrá. Alaric quiso negarle el permiso, sabía que lo de la abuela era solo una excusa ridícula para dejarla ir. Pero antes de que pudiera decir algo, el timbre de la puerta resonó en la mansión. Una sirvienta se apresuró a abrir, revelando a una joven castaña enfundada en un atrevido vestido rojo de hombros descubiertos y tacones altos. A su lado, una mujer de mediana edad vestida de manera recatada pero elegante. Aisling soltó una maldición en voz baja. ¿Dorothea no era la que le decía que no se vistiera como una "puta"? Y ahí estaba, justo así. Casi había olvidado el estilo provocativo de su mejor amiga. Se maldijo a sí misma por haber confiado en ella. —¡Amiga! —chilló la castaña al verla, lanzándose sobre ella en un abrazo. Aisling sabía que todo era puro teatro—. ¿Lista? ¡Ya es hora!. —Oye, niña, ¿no tienes educación? —la regañó su abuela, acercándose a ellos—. Buenas noches, señor Kaiser. Soy Elena, la abuela de Dorothea, y lamento la falta de modales. —No se preocupe —respondió Alaric, sus expresiones tan imperturbables como siempre—. Aisling me comentó que usted las acompañaría a la fiesta, ¿es cierto?. —Por supuesto —afirmó la anciana con una sonrisa amable—. No permitiría que estas jovencitas estén solas en un lugar desconocido. —Lo dejará ir, ¿verdad, señor Kaiser? —interrumpió descaradamente la castaña, enganchando su brazo al de Aisling—. Hoy fue nuestra graduación, un día muy especial, y, claro, queremos celebrarlo con nuestros compañeros. Todo muy sano, no tiene por qué preocuparse. Aisling ya es una a-dul-ta —recalcó con desdén. —¿Por qué hablas así? Claro que la dejará ir —intervino la abuela, como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Los jóvenes tienen derecho a divertirse. ¿No lo cree, señor Kaiser?. Alaric, por supuesto, ya había captado las intenciones detrás de esa pequeña actuación. Era evidente lo que querían. Desvió la mirada hacia Aisling, que prácticamente le suplicaba con los ojos. Aquello lo tomó por sorpresa; ella nunca le pedía nada, ni cuando estaban bajo el mismo techo ni cuando estaban distanciados. No tenía motivos para negarle ese deseo, aunque le preocupaba su seguridad. Había prometido protegerla, y tal vez se lo estaba tomando demasiado en serio. —Puedes ir —cedió finalmente—. Pero debes estar de vuelta antes de medianoche. Ni un minuto más. —¡Yajú! —exclamó Dorothea, exasperantemente imprudente—. ¿Oíste eso? ¡Nos vamos!. Dorothea la jaló del brazo tan rápido que Aisling no tuvo tiempo ni de agradecerle a Alaric. La abuela dio las gracias en su lugar y salió con las dos jóvenes, que dejaron la mansión emocionadas. Alaric, por su parte, llamó de inmediato a sus dos guardaespaldas de confianza, quienes aparecieron al instante. —Síganlas de cerca —ordenó en un tono amenazante—. Quiero que me informen de cada movimiento. Ellos acataron sin cuestionar y salieron tras ellas, manteniendo, como siempre, una distancia prudente para no ser descubiertos. —Kate —llamó de nuevo a la institutriz, que apareció de inmediato. —Señor. —Contacta a Jessica —ordenó mientras se dirigía hacia las escaleras—. Cuando llegue, envíala a mi habitación. Kate asintió obediente. Jessica era su amante ocasional, a quien no había contactado desde que se fue de la ciudad. Ahora que Aisling no estaba en la mansión, aprovecharía la oportunidad para llamarla y evitarse la molestia de ir a buscarla al club que solía frecuentar. Necesitaba liberarse del estrés y de la molestia que cargaba encima, y qué mejor manera de hacerlo que con su puta exclusiva, quien era experta en llevarlo a las nubes del placer.El auto que llevaba a Aisling y a su amiga se detuvo frente a una casa de dos pisos, de la cual salía una mezcla de música estridente y luces de colores que parecían una discoteca para adolescentes con mucha energía y poca responsabilidad. Aisling pudo ver a jóvenes de su edad entrando como si fueran los dueños del mundo, en grupitos de chicos y chicas que claramente no tenían ni la menor idea de lo que era estar confinados... algo que ella envidió por un segundo. Ella no estaba allí por elección propia, sino porque a "ese hombre" le dio la gana permitirle un respiro.—Toma lo tuyo, abuela —dijo Dorothea, rompiendo el hechizo de las luces de neón. Aisling giró la cabeza, y para su sorpresa, su amiga le estaba pasando un rollo de billetes a su abuela —. Cómprate esas agujas de tejer que tanto te gustan. Te lo ganaste.—Tu padre es un rata miserable, no me deja otra opción más que meterme en estos negocios turbios —se quejó la anciana mientras contaba el dinero, sin ninguna prisa, como
*Momentos antes*Alaric salió del baño, envuelto en una bata blanca que estratégicamente dejaba ver parte de su torso, como si estuviera protagonizando un comercial de perfume. Mientras se secaba el cabello con una toalla, tres golpecitos sonaron en la puerta. Ah, perfecto, la puntualidad era su segundo nombre... cuando no se trataba de él.Lanzó la toalla sobre la cama con una despreocupación digna de un rey y abrió la puerta. Del otro lado, estaba Jessica. Seductora, claro, con su cabello rojizo perfectamente peinado, esos ojos azules que parecían decir “sí, soy peligrosa” y las pecas que, para su desgracia, solo conseguían que pareciera más adorable que temible. Su atuendo no decepcionaba: falda de látex negro, blusa con un escote digno de una película de acción, y una chaqueta de cuero que gritaba "rebelde sin causa". En resumen, su proxeneta exclusiva en todo su esplendor.—Hola, guapo —saludó Jessica con una sonrisa que probablemente practicó frente al espejo unas cincuenta vece
***—Baja del auto, Aisling —sentenció Alaric por tercera vez. Ella se negaba; no quería obedecerle en absoluto. Estaba molesta, pero no más que él en ese momento.Alaric soltó un suspiro pesado antes de quitarle el cinturón de seguridad.—¿Qué haces? ¡Déjame! —protestó ella, resistiéndose a ser sacada del auto. El alemán la sacó a la fuerza, recibiendo arañazos de Aisling. Le sorprendió un poco su agresividad; jamás pensó que reaccionaría así, pero tal vez era por el alcohol que había consumido.Sin darle importancia a sus pataletas, la cargó sobre su hombro y entró a la mansión. Los tacones de Aisling cayeron de sus pies, y su cartera se deslizó al suelo mientras ella seguía resistiéndose. Kate llegó y comenzó a recoger el desorden sin decir nada, manteniéndose prudente. Los empleados no debían interferir en su vida personal a menos que él lo autorizara.—¡Te dije que me bajes! —gritó ella, golpeando su espalda con los puños. Alaric soltó un gruñido de dolor; esta vez sí sintió el i
Ya era de mañana. Aisling se removió en su cama, molesta por la luz que entraba por la ventana. Abrió los ojos y notó que esta ya estaba abierta.—Señorita —la voz de Kate la sobresaltó. Aún estaba aturdida—, el señor la espera en el comedor para el desayuno.—¿Qué hora es? —preguntó mientras se tapaba la cara con la sábana, somnolienta.—Son las ocho de la mañana.—Quiero dormir un poco más, me duele la cabeza...—¿El medicamento no le ayudó anoche?.—Parece que no.—Entonces le avisaré al señor.En ese momento, Aisling abrió los ojos de golpe, recordándolo todo. Había estado borracha, armando un escándalo con gritos y golpes. Lo último que hizo fue tomar una ducha, comer la sopa de Kate y el medicamento.—¡Espera! —detuvo a Kate antes de que saliera—. Estoy bien, bajaré. Solo necesito arreglarme primero.—Está bien, la espero.Aisling salió disparada de la cama, dejando la sábana tirada en el suelo mientras buscaba desesperadamente algo que ponerse. Dejó todo un caos en la habitació
—Me iré de viaje, Marcus —anunció Aisling en voz baja, sosteniendo su móvil mientras estaba en su habitación. Acababa de terminar sus clases de piano y había visto varios mensajes de él, aunque sabía perfectamente que podían comunicarse por otro teléfono—. Partimos mañana. Te escribiré cuando regrese, pero por favor, deja de enviarme mensajes. —Solo quería escuchar tu voz, aunque fuera un momento —dijo Marcus. Las mejillas de Aisling se sonrojaron mientras volvía a poner el seguro en la puerta y se sentaba en la cama—. ¿Cuánto tiempo estarás fuera? Quisiera verte.—Una semana. Solo espera, de algún modo podremos vernos, te lo prometo. —Está bien, pero... ¿podrías llamarme cuando tengas un momento? —insistió él—. Es difícil soportar esto. —Lo haré, pero no me llames ni me escribas, podrían descubrirnos.—Todavía no entiendo por qué te prohíben tantas cosas, Aisling, ya eres lo suficientemente mayor para decidir por ti misma.Aisling guardó silencio. Era un tema que no le gustaba abo
Aisling se removió incómoda sobre algo duro. Con la mano, palpó algo que no debía mientras intentaba acomodarse. Al escuchar un sonido extraño y sentir una respiración rozando su oído, abrió los ojos de golpe y se incorporó.El pavor la invadió al darse cuenta de que estaba recostada sobre las piernas de Alaric, quien conducía. No supo qué decir; él no la miraba, como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, estaba segura de haber tocado algo que lo había hecho gruñir.Dirigió la mirada a sus piernas y la apartó rápidamente, comprendiendo lo que había agarrado para hacerlo reaccionar así. —¿Por qué no me despertaste? —le preguntó, encogiéndose en su asiento—. Debiste estar incómodo.—Necesitabas dormir —respondió Alaric con calma, aunque sus manos aferraban el volante con más fuerza. Tenía un problema evidente entre sus piernas que necesitaba solucionar antes de reventar los pantalones—. ¿Te sientes bien? ¿Tienes hambre?.—Un poco —contestó, sin mirarlo, el rostro marcado por la vergüe
**Momentos antes**Cuando Alaric salió del baño, la vio ahí, tendida en la cama. Su mano descansaba sobre su abdomen, y la corta blusa dejaba parte de su piel expuesta, al igual que sus piernas, cubiertas apenas por esos shorts diminutos.Él ya estaba cambiado, porque a ella le incomodaba verlo casi desnudo, algo que, sin querer, le molestaba. Se suponía que debía controlarse en su presencia, pero sus oscuros deseos querían aflorar naturalmente.Desvió la mirada de ese cuerpo pequeño e indefenso en la cama y se concentró en terminar de arreglarse frente al espejo. Estaba tenso, demasiado tenso, necesitaba mantener la distancia antes de cometer un error del que pudiera arrepentirse más tarde.Pero no pudo evitarlo. Terminó de vestirse, se giró y se sentó en la cama, justo a su lado. La observó dormir plácidamente, como si no estuviera a solas con él en esa habitación, como si de verdad creyera que él era una buena persona. Se dio cuenta de lo inocente e ingenua que era, tan fácil de en
Aisling regresó a la habitación a toda prisa, agitada, con los pulmones ardiendo por la carrera que había hecho para escapar de ese lugar. Al cerrarse dentro, los guardaespaldas se acercaron rápidamente, llamando a su puerta y preguntando si estaba bien. Ella respondió con rapidez que sí, que todo estaba en orden, mientras sacaba algo de ropa de su maleta con manos temblorosas, desesperada por adelantarse a la llegada de Alaric. Sabía que debía mantener la calma y actuar con naturalidad. Lo mejor sería meterse a la ducha y calmar sus nervios. Si Alaric descubría que lo había seguido y lo había visto con otra mujer, se metería en serios problemas. Lanzó su teléfono sobre la cama y se encerró en el baño, asegurando la puerta con el pestillo. Con manos torpes, se deshizo de la ropa rápidamente y encendió la regadera, permitiendo que el agua caliente cubriera su cuerpo. Miró sus manos, que aún temblaban, mientras las imágenes de lo que había presenciado seguían clavadas en su mente. Apr