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4. Extraña sensación

Aisling estaba lista, o al menos eso creía. Quería bajar las escaleras, enfrentarlo y decirle que saldría esa noche. Sin embargo, por tercera vez, tomó el pomo de la puerta y volvió a arrepentirse. No sabía cómo hacerlo.

Alaric había llegado de viaje ese mismo día, y si ella salía de fiesta, probablemente no le sentaría bien. Pero, ¿qué culpa tenía ella de que él llegara sin avisar?.

Se miró de nuevo en el espejo para asegurarse de que su ropa fuera adecuada: ni demasiado reveladora como para recibir un regaño, ni tan recatada como para parecer aburrida.

El vestido ajustado, de corte mini y color morado brillante, resaltaba su figura. Con cuello halter y un tejido que reflejaba la luz, le daba un toque llamativo y elegante. Suspiró al verse por enésima vez. Todo estaba bien. Solo se le veían los muslos y los hombros. Era normal, ¿no? No iba a ponerse una falda larga para una fiesta.

El teléfono vibró en su bolso de mano. Lo sacó rápidamente y vio el mensaje de su mejor amiga:

«Estoy aquí, voy a tocar».

El corazón de Aisling se aceleró. Era el momento. Guardó el teléfono, respiró hondo y esta vez, con determinación, tomó el pomo de la puerta y salió.

Cuando bajó las escaleras, se congeló al ver a Alaric sentado justamente en el living, en su sillón favorito de cuero, dándole un aire de poder como si fuera el rey del infierno. Junto a él, en una mesa de vidrio, había una botella de licor, probablemente del más caro y amargo que siempre tomaba, y un vaso vacío con hielo derretido.

Tragó saliva en el momento en que los ojos oscuros de Alaric se levantaron y la miraron desde el último escalón. Aisling apretó su bolso de mano con disimulo mientras su corazón empezaba a latir más rápido. Quiso volver sobre sus pasos, pero sin darse cuenta, bajó por completo y quedó justo en su campo de visión.

Alaric la recorrió de pies a cabeza con una ceja levantada. Su manzana de Adán subió y bajó, su mandíbula se tensó y esos ojos, tan intensos, parecían desnudarla.

Aisling era la hija de su mejor amigo, pero en ese momento, Alaric no la veía así. La veía como una mujer, aunque no lo quisiera. Su ropa, su figura y ese maldito aroma que emanaba de ella lo sacudieron por unos segundos. ¿Qué estaba pasando? ¿Se pasó de tragos?.

Alejó cualquier indicio de mal pensamiento enseguida.

—¿A dónde vas vestida así? —intentó que su voz no sonara como un reproche—. ¿Hay algo que no me has dicho, Aisling?.

—Emm... sí —murmuró—. Esta noche me invitaron a una fiesta para celebrar nuestra graduación.

—¿Fiesta? —frunció el ceño—. ¿Por qué no sabía nada?.

—Porque... no estabas aquí —mintió.

—Me informan de todo lo que haces, esté o no en la ciudad —su tono se volvió más severo—. ¡Kate!.

Al instante, la institutriz apareció en el living, alternando su mirada entre ambos, con nerviosismo.

—Dígame, señor.

—¿Por qué no me informaste de que Aisling tenía una fiesta esta noche? —la miró enfadado—. Responde.

—Lo siento, señor, pero no sé de qué me habla.

—No le dije nada a Kate —confesó Aisling, temblando un poco, pero luego se armó de valor. No había hecho nada malo, no tenía por qué tener miedo—. Mi amiga Dorothea me avisó a última hora, por eso nadie lo sabía.

—Retírate —le ordenó fríamente a la empleada.

Kate hizo una reverencia y se marchó, dejándolos solos.

—¿Pensabas irte sin decir nada? —la increpó, haciendo que se estremeciera—. Habla, Aisling.

—Te lo estoy diciendo —levantó el mentón y lo miró directamente a los ojos—. ¿He cometido un crimen? Es una fiesta, todos mis compañeros irán.

—Tú no eres como ellos.

—¿Y qué soy entonces? Quiero divertirme, ¿me lo vas a prohibir?.

Alaric frunció aún más el ceño, irritado por el tono que ella usaba con él. Se levantó, su imponente figura eclipsando la de Aisling como un ogro ante una pequeña hada. Era obvio que ella temblaba frente a él; podía notarlo.

Aisling retrocedió dos pasos, asustada. Estuvo a punto de disculparse, pero se contuvo. No era una niña, era una adulta. Quería libertad, una vida normal.

—¿Qué es ese tono, Aisling? ¿Te molesta que te cuide? —preguntó, acercándose lentamente, intimidante—. Sabes quién soy y sabes quién eres. No puedes salir libremente, es peligroso.

—No iré sola a la fiesta —respondió tajante—. Dorothea y su abuela me acompañarán.

—¿Su abuela? —repitió, reconociendo aquel truco barato.

—Sí, también ella vendrá.

Alaric quiso negarle el permiso, sabía que lo de la abuela era solo una excusa ridícula para dejarla ir. Pero antes de que pudiera decir algo, el timbre de la puerta resonó en la mansión.

Una sirvienta se apresuró a abrir, revelando a una joven castaña enfundada en un atrevido vestido rojo de hombros descubiertos y tacones altos. A su lado, una mujer de mediana edad vestida de manera recatada pero elegante.

Aisling soltó una maldición en voz baja. ¿Dorothea no era la que le decía que no se vistiera como una "puta"? Y ahí estaba, justo así. Casi había olvidado el estilo provocativo de su mejor amiga. Se maldijo a sí misma por haber confiado en ella.

—¡Amiga! —chilló la castaña al verla, lanzándose sobre ella en un abrazo. Aisling sabía que todo era puro teatro—. ¿Lista? ¡Ya es hora!.

—Oye, niña, ¿no tienes educación? —la regañó su abuela, acercándose a ellos—. Buenas noches, señor Kaiser. Soy Elena, la abuela de Dorothea, y lamento la falta de modales.

—No se preocupe —respondió Alaric, sus expresiones tan imperturbables como siempre—. Aisling me comentó que usted las acompañaría a la fiesta, ¿es cierto?.

—Por supuesto —afirmó la anciana con una sonrisa amable—. No permitiría que estas jovencitas estén solas en un lugar desconocido.

—Lo dejará ir, ¿verdad, señor Kaiser? —interrumpió descaradamente la castaña, enganchando su brazo al de Aisling—. Hoy fue nuestra graduación, un día muy especial, y, claro, queremos celebrarlo con nuestros compañeros. Todo muy sano, no tiene por qué preocuparse. Aisling ya es una a-dul-ta —recalcó con desdén.

—¿Por qué hablas así? Claro que la dejará ir —intervino la abuela, como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Los jóvenes tienen derecho a divertirse. ¿No lo cree, señor Kaiser?.

Alaric, por supuesto, ya había captado las intenciones detrás de esa pequeña actuación. Era evidente lo que querían.

Desvió la mirada hacia Aisling, que prácticamente le suplicaba con los ojos. Aquello lo tomó por sorpresa; ella nunca le pedía nada, ni cuando estaban bajo el mismo techo ni cuando estaban distanciados. No tenía motivos para negarle ese deseo, aunque le preocupaba su seguridad. Había prometido protegerla, y tal vez se lo estaba tomando demasiado en serio.

—Puedes ir —cedió finalmente—. Pero debes estar de vuelta antes de medianoche. Ni un minuto más.

—¡Yajú! —exclamó Dorothea, exasperantemente imprudente—. ¿Oíste eso? ¡Nos vamos!.

Dorothea la jaló del brazo tan rápido que Aisling no tuvo tiempo ni de agradecerle a Alaric. La abuela dio las gracias en su lugar y salió con las dos jóvenes, que dejaron la mansión emocionadas.

Alaric, por su parte, llamó de inmediato a sus dos guardaespaldas de confianza, quienes aparecieron al instante.

—Síganlas de cerca —ordenó en un tono amenazante—. Quiero que me informen de cada movimiento.

Ellos acataron sin cuestionar y salieron tras ellas, manteniendo, como siempre, una distancia prudente para no ser descubiertos.

—Kate —llamó de nuevo a la institutriz, que apareció de inmediato.

—Señor.

—Contacta a Jessica —ordenó mientras se dirigía hacia las escaleras—. Cuando llegue, envíala a mi habitación.

Kate asintió obediente. Jessica era su amante ocasional, a quien no había contactado desde que se fue de la ciudad. Ahora que Aisling no estaba en la mansión, aprovecharía la oportunidad para llamarla y evitarse la molestia de ir a buscarla al club que solía frecuentar. Necesitaba liberarse del estrés y de la molestia que cargaba encima, y qué mejor manera de hacerlo que con su puta exclusiva, quien era experta en llevarlo a las nubes del placer.

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