5. Primer beso

El auto que llevaba a Aisling y a su amiga se detuvo frente a una casa de dos pisos, de la cual salía una mezcla de música estridente y luces de colores que parecían una discoteca para adolescentes con mucha energía y poca responsabilidad. Aisling pudo ver a jóvenes de su edad entrando como si fueran los dueños del mundo, en grupitos de chicos y chicas que claramente no tenían ni la menor idea de lo que era estar confinados... algo que ella envidió por un segundo. Ella no estaba allí por elección propia, sino porque a "ese hombre" le dio la gana permitirle un respiro.

—Toma lo tuyo, abuela —dijo Dorothea, rompiendo el hechizo de las luces de neón. Aisling giró la cabeza, y para su sorpresa, su amiga le estaba pasando un rollo de billetes a su abuela —. Cómprate esas agujas de tejer que tanto te gustan. Te lo ganaste.

—Tu padre es un rata miserable, no me deja otra opción más que meterme en estos negocios turbios —se quejó la anciana mientras contaba el dinero, sin ninguna prisa, como si fuera la protagonista de una transacción de contrabando —. Todo en orden. Ya pueden irse.

—Oye, Thea...—susurró Aisling, confundida, sin saber muy bien si aquello era normal —. ¿Ella no va a entrar con nosotras? ¿Y qué es ese dinero?.

—¿No te lo dije? Mi abuela nos ayudaría con esa pinta de anciana adorable digna y respetable. ¿Quien duraría de ella?—respondió Dorothea con una sonrisa sarcástica —. Tú no preguntes tanto, Lin. ¿En serio pensabas que iba a entrar con nosotras? ¿Qué quieres, que seamos la burla de la fiesta? Esto es solo teatro, cariño. Te falta calle, definitivamente.

—Date una oportunidad, niña —intervino la abuela, levantando las cejas —. ¿Piensas terminar vistiendo santos? Esta ñoña me ha dicho que eres una prisionera, ya es hora de que te sueltes un poco. No siempre estará esta vieja para ayudarlas en sus jugarretas.

—Sí, pero... ¿y cuando regresemos? ¿Qué pasa si Alaric se da cuenta? —preguntó Aisling, con un nudo de preocupación en la garganta.

—Que se lo lleve un halcón a ese amargado —soltó la abuela, fiel a su estilo de vocabulario digno de taberna —. Disfruta hoy y deja que el mañana te sorprenda. ¿O quieres morirte sin haber probado un solo trago?.

—Mi abuela tiene razón, Lin —reforzó Dorothea con una sonrisa cómplice—. No lo pienses tanto, ¡vamos a divertirnos! Estoy tan contenta de que al fin hayas venido a una fiesta. Nunca te han dejado, y hoy es nuestro día para ser nosotras mismas, ¿vale?.

Aisling alternó su mirada entre su amiga y la abuela, quienes parecían estar haciéndole una porra silenciosa para que se animara. Al final, suspiró con resignación; ya estaban ahí, y la verdad, sí quería disfrutar como lo hacían sus compañeros.

—Está bien, de acuerdo.

—¡Esa es mi chica! —dijo Dorothea, abriendo la puerta del auto con una sonrisa de triunfo. Ambas salieron con energía.

—¡Y usen protección, niñas! —les gritó la abuela desde el coche—. ¡Nada de sorpresitas al despertar!.

El auto arrancó, dejándolas en la entrada mientras el viento se llevaba las últimas palabras de la abuela. Dorothea se aferró al brazo de Aisling, arrastrándola hacia la inmensa casa. No había rastro de seguridad, solo un hombre un poco mayor que todos esos jóvenes, con pinta de que su único trabajo era vigilar que no se quemara el lugar. Las dejaron entrar sin pestañear, y una vez adentro... comenzó la diversión.

El ambiente estaba cargado de música movida, risas, y silbidos de puro disfrute. Las luces de neón bailaban por toda la casa mientras los jóvenes, conocidos y desconocidos, se apretujaban en la pista, todos con sus clásicos vasos rojos en la mano, que claramente no contenían juguito de frutas.

Aisling miraba todo asombrada, como si acabara de aterrizar en otro planeta, y en cierto modo, así era. Nunca le habían permitido asistir a ese tipo de fiestas, y ahora entendía por qué. El ambiente era un caos desenfrenado, pero increíblemente divertido. Si había un momento para probar cosas nuevas, definitivamente era este.

—¡Esto está brutal! —chilló Dorothea, tratando de hacerse oír sobre la música —. ¡Vamos, Lin! ¡Te conseguiré algo para beber!.

Antes de que pudiera protestar, Aisling fue arrastrada entre la multitud, tropezando con un par de compañeros desprevenidos. Llegaron a una improvisada barra donde los vasos rojos estaban llenos de líquidos azules, rojos y quién sabe qué más.

—Toma, bebe esto —dijo Dorothea con una sonrisa de conspiración, extendiéndole un vaso —. No seas tímida, prueba.

Aisling lo miró con desconfianza, pero dio un sorbo. De inmediato, su cara se transformó en una mueca de puro desagrado. Por supuesto, era alcohol. La pobre nunca había probado una gota en su vida y ahora sentía como si estuviera cometiendo el crimen del siglo.

—¡Esto es licor, Thea! —dijo horrorizada —. ¡No puedo beberlo!.

—¿Otra vez con lo mismo, Lin? ¡Es nuestra noche! —protestó Dorothea, rodando los ojos —. No te vas a emborrachar con eso, solo quiero que disfrutes un poco. Es solo una prueba. Al principio sabe mal, pero ya verás, luego le agarras el gusto. Como cuando empiezas a hacer ejercicio: es horrible al principio, pero después... bueno, igual sigue siendo horrible, pero te acostumbras.

Aisling la miró con cautela, pero al final tenía razón. Estaba ahí para disfrutar, no para preocuparse. Así que, con una decisión valiente (o temeraria), dio varios sorbos al contenido del vaso, frunciendo el ceño como si hubiera mordido un limón. Al final, un dulzor ligero le llegó al paladar, y pensó que tal vez no estaba tan mal después de todo.

—¿Aisling? —una voz conocida la sobresaltó tanto que casi se atraganta con el trago. Ahí estaba, el anfitrión de la fiesta y el chico que le había dado el empujoncito final para venir: Marcus Gleen, el mismo que le traía mariposas en el estómago.

—¡Marcus! —chilló Dorothea con la energía de una animadora—. ¡Qué bueno que apareciste! Ya casi iba a buscarte para darte la gran noticia: te traje a tu chica. ¿Qué tal? ¡Sorpresa!.

Las mejillas de Aisling se tornaron de un rojo vivo ante la frase "tu chica". Apenas y hablaban debido a todas las restricciones, pero cuando lo hacían, las conversaciones siempre eran... interesantes.

—Hola, Marcus —saludó Aisling, aún apenada—. Sí, pude venir, como ves.

—Eso es... maravilloso —respondió él, claramente sorprendido mientras la observaba de arriba a abajo. Se veía tan preciosa que no era el único en la fiesta con la mirada fija en ella—. Bueno... ¿quieres bailar? O no sé... lo que tú quieras.

Dorothea, parada entre los dos como una versión moderna de Cupido, se esforzaba por enviarle señales silenciosas a Aisling para que aceptara. Habían desafiado al temible Alaric para llegar hasta ahí, y no estaba dispuesta a dejar que todo ese esfuerzo se desperdiciara por timidez.

—Sí, ella quiere bailar —intervino Dorothea, harta de que ambos estuvieran ahí plantados como dos maniquíes avergonzados—. No vinimos aquí a rezar. ¡Vamos, a la pista! —les aplaudió como si fueran dos niños perezosos que necesitaban un empujón.

Aisling asintió hacia Marcus, quien le tendió la mano, y ella la aceptó. Dejó su cartera y el vaso sobre la barra y, respirando hondo, se animó a seguirlo a la pista. Gracias a las pijamadas con Dorothea, donde practicaban bailes en secreto cada vez que Kate, autorizada por Alaric, les daba el visto bueno, por fin podría poner a prueba esas clases clandestinas de baile.

Los dos empezaron a moverse en la pista, muy juntitos, mirándose a los ojos con esa intensidad que gritaba "me gustas, me gustas mucho". Ambos lo sabían, pero era demasiado pronto para dar el primer paso... o eso querían creer.

Dorothea, mientras tanto, no tardó en encontrar a algún desafortunado compañero para arrastrar a la pista y divertirse, pero sin perder de vista a Aisling. Sabía que su amiga merecía disfrutar, pero tampoco pensaba dejarla sola; si pasaba algo raro, Dorothea estaba lista para intervenir como un superhéroe... o una hermana mayor entrometida.

Por otra parte, en la entrada de la casa, los dos guardaespaldas enviados por Alaric para vigilar a Aisling estaban teniendo una noche bastante menos festiva. Intentaron colarse, pero el gorila de la puerta les dio el "no" más firme del universo. Era obvio que no eran invitados; parecían más listos para interrogar a alguien en un callejón que para bailar con vasos rojos en las manos. Al final, se quedaron afuera, mascullando su frustración. No podían irrumpir a la fuerza, porque conociendo a Alaric, el escándalo que se armaría no sería menor si los lleganse a descubrir.

Y dentro, la diversión seguía. Aisling continuó bailando con Marcus, notando cómo sus manos la tocaban más de lo necesario. Él, descuidado pero atrevido, la mantenía cerca. Era la primera vez que Aisling experimentaba algo así, pero no sentía malas intenciones, solo un poco de torpeza de su parte... o quizás mucha.

Después de bailar, ambos regresaron a la barra, necesitaban un respiro. Aisling estaba claramente más animada; se lo estaba pasando en grande, y no era para menos. Estaba con el chico que le atraía, el que parecía el ideal de cualquier película juvenil: rubio, guapísimo, con ojos color miel claro, carismático y dulce. Claro, un poco torpe, pero con esa chispa libertina que hacía todo más interesante.

—¿Quieres ir a un lugar más tranquilo? Aquí es imposible hablar —le sugirió él al oído, levantando la voz sobre la música atronadora—. ¿Qué dices?.

—¿Pero no eres el anfitrión? Si te vas...

—Por favor, soy solo uno más aquí. Nadie ha venido a adorarme, créeme —respondió Marcus con una sonrisa encantadora.

Aisling, sin pensarlo mucho, aceptó. Miró entre la multitud, buscando a su amiga, pero Dorothea ya estaría en su propio mundo, probablemente haciendo sufrir a algún pobre incauto en la pista de baile.

Y entonces, todo sucedió tan rápido que Aisling ni siquiera supo cómo pasó. Un segundo estaban caminando, y al siguiente, ahí estaban, sentados en una banca de hierro en el jardín, ¡besándose! Marcus, con una mano sobre su mejilla, la había acercado a sus labios.

Cuando él rompió el beso, Aisling tardó unos segundos en reaccionar. Era su primer beso, y fue tan torpe que deseó desaparecer de la faz de la tierra en ese mismo instante. ¡Maldita sea! Odiaba no saber más sobre esas cosas.

Se suponía que iban a hablar, ¡hablar! Pero la atracción fue tan fuerte que no pudo resistirse. Así que, cuando Marcus se acercó, ella simplemente... lo siguió.

—Lo siento —se disculpó Marcus, aclarando su garganta, claramente incómodo—. No pude evitarlo... sabes que me gustas, ¿verdad?.

Aisling casi se atraganta con su propia saliva. Claro que lo sabía, era más que evidente. Pero jamás se imaginó que él fuera a ser tan directo. ¿Qué podía salir de un chico torpe y una chica tímida juntos? Pues nada bueno, seguro, más que un montón de enredos.

Aisling lo miró, y ahí estaba él, esperando su respuesta con esa mezcla de nervios y esperanza.

—Lo sé —respuesta estúpida, se reprochó a sí misma—. Es decir... es obvio, ambos... nos gustamos.

—Entonces, ¿sientes lo mismo?.

—Así es, pero...—y ahí fue cuando el nombre de Alaric explotó en su cabeza como un recordatorio de la realidad. El globo de ensueño en el que estaba se desinfló de golpe, haciéndola volver a tierra.

De repente, estar ahí ya no se sentía tan bien. La culpabilidad la aplastaba, como si estuviera haciendo algo terriblemente indebido. No es que quisiera parecer una mojigata, pero crecer bajo un régimen de control total tenía sus efectos.

—¿Pero qué? —insistió Marcus, inclinándose hacia ella—. ¿Podemos ser algo más?.

—Aún no —se resistió, tratando de mantener la calma—. Es muy pronto, ¿no? Apenas hemos tenido oportunidad de vernos. No nos conocemos bien.

—Todo habría sido diferente si tú...

—Lo sé también —lo interrumpió antes de que terminara la frase. Sabía perfectamente lo que iba a decir, y no era culpa suya. Todo el mundo sabía que ella estaba bajo la custodia del magnate, y muchos la envidiaban por eso, como si fuera un gran privilegio. Pero la realidad era mucho más oscura. En el fondo, se sentía más sola que nunca—. No sé si podamos vernos otra vez, Marcus. Mi tutor... ha regresado. Lo viste en la graduación.

—No te preocupes —dijo él, tomando su mano con suavidad—. No voy a presionarte. De algún modo encontraremos la manera de vernos. A través de tu amiga Dorothea, o enviándonos mensajes y llamadas clandestinas. Podemos conocernos mejor así, ¿qué te parece?.

Aisling le devolvió la sonrisa, asintiendo. ¡Claro que era una buena idea! Al fin y al cabo, todo este tiempo habían estado comunicándose en secreto, así que seguir con esa rutina clandestina solo le añadía más emoción a la mezcla.

Marcus, con esa sonrisa de galán que se había ensayado en el espejo, se inclinó un poco más, dejando clara su intención de repetir el beso. Aisling, valiente y algo emocionada, aceptó sus labios de nuevo. Esta vez se tomó con más calma, acompasando el suave ritmo que él marcaba mientras la sostenía por el rostro con ambas manos, como si fuera algo frágil… o de porcelana.

Pero Marcus no se apresuró a nada más. Era todo ternura y dulzura, como un caballero salido de un libro de época. Nada de afanes ni manos desubicadas, como si de verdad quisiera mantener todo en el terreno de lo romántico, y no en el del "mejor me voy antes de que te sientas incómoda".

—¿Entramos? —preguntó finalmente, ofreciéndole la mano como si estuviera en una película de Disney—. Hace un poco de frío aquí afuera.

—Sí —Aisling aceptó su mano—. Además, tengo que buscar a Dorothea. A estas alturas ya debe estar más ebria que una cuba.

—Lo más probable —asintió Marcus, riendo—. O buscándote como loca por toda la casa.

Y, como si hubiera invocado al caos en persona, Dorothea apareció entre la multitud, empujando gente sin piedad, lista para darle a Aisling el sermón del siglo por haberse esfumado y casi causarle un ataque al corazón.

Aisling la escuchó, o al menos fingió hacerlo, asintiendo con cara de "sí, sí, tienes toda la razón" mientras por dentro lo único que pensaba era en cómo se las iba a arreglar para llegar a casa sin que todo el mundo notara que estaba en las nubes.

Por supuesto, el desastre no acabó ahí. Horas más tarde, Aisling ya estaba igual o peor que Dorothea. No tenía ni idea de en qué momento ocurrió, solo sabía que estar ebria era como vivir en un torbellino: todo daba vueltas y la realidad se sentía más lejos que nunca. Se había dejado llevar por la diversión, el alcohol, y la loca idea de que, por una vez, era libre de hacer lo que quisiera. Hasta que, claro, se pasó de tragos.

Y para rematar el caos, cuando finalmente miró el reloj, ya había pasado la medianoche. Solo faltaba que las campanadas marcaran el inicio del desastre.

Y sí, efectivamente, el caos hizo su gran entrada. Entre la multitud de jóvenes ebrios, apareció la figura que Aisling jamás pensó ver en ese tipo de evento. Ahí, de pie, como una torre humana entre todos esos mortales, más alto que cualquier exjugador de baloncesto, majestuoso, imponente... y con una mirada que podía atravesar acero. Los ojos de Alaric Kaiser estaban cargados de dagas, y todas apuntaban directo a ella.

Aisling parpadeó, esperando que fuera solo una alucinación producto de todo el alcohol que había ingerido. Quizás su cerebro le estaba jugando una mala pasada, ¿no? Pero no, el temblor que recorría su cuerpo no tenía nada que ver con el licor, así que lo confirmó: era él. Y estaba muy, pero muy enfadado.

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