—Aisling, por Dios, di algo —insistió Alaric. La chica seguía inmóvil, sin pronunciar palabra, con la mirada fija, no en su rostro, sino en su entrepierna, que ya estaba cubierta—. Oye, mírame.Finalmente, Aisling salió de su burbuja de asombro cuando Alaric se movió hacia ella. Por reflejo, retrocedió.—¿Qué haces en mi habitación? —preguntó Alaric, manteniendo una distancia prudente para no asustarla—. ¿Viniste a decirme algo? Parecías apurada.—Ah... yo... —balbuceó, sin saber qué decir. Lo miró a los ojos; él parecía calmado, sereno, a pesar de que hacía solo un momento estaba sorprendido—. Lo siento, no sabía que estabas... bueno... desnudo.Alaric se pasó una mano por el cabello, sin saber cómo manejar la situación. Esa chiquilla, además de imprudente, parecía ajena a muchas cosas. ¿Qué debía hacer ahora? Si su intención era evitar incomodarla, todo había terminado peor de lo que imaginaba.—No pasa nada, está bien, Aisling —respondió, buscando calmar la tensión entre ambos—. No
—¿Alaric? —pronunció Aisling, de espaldas, esperando aún que él aplicara la crema en su piel—. ¿Por qué tardas tanto? Rápido.¿Rápido? Era lo que quería hacer, pero por primera vez en su vida, una mujer... no, una jovencita, lo ponía nervioso. ¿Y si, al sentir sus manos recorriendo esa piel tersa y lechosa, se descontrolaba como un toro?.Se aclaró la garganta antes de responder.—¿Estás segura de que esto es necesario?.—¿Cuánto tiempo más vamos a seguir así, Alaric? Claro que es necesario —dijo, impaciente.Alaric cerró los ojos y maldijo en silencio. Nada de esto estaría sucediendo si aquella noche no la hubiera visto como Dios la trajo al mundo.Resignado, se echó crema en la mano, suspirando antes de extenderla.—Recoge un poco tu cabello —le indicó, posicionándose detrás de ella—. Así no se ensucia.—Bien —obedeció, llevándose el cabello hacia adelante, dejando su espalda y hombros al descubierto.Y ahí estaba otra vez, ese embriagante aroma a vainilla que tanto la caracterizaba
Alaric interrumpió el beso en cuanto escuchó los golpes en la puerta, dejando a Aisling agitada y desorientada. Sus mejillas estaban encendidas, los labios hinchados, y su respiración descontrolada.—¿Quién es? —preguntó él, claramente molesto por la interrupción.—Soy yo, señor, Gerd —respondió su asistente desde el otro lado—. Lamento la imprudencia, no lo encontré en su habitación y supuse que estaba aquí. Tiene una llamada.—Te dije que no acepto llamadas hasta mi regreso —gruñó Alaric, pasándose una mano por el cabello con frustración—. Recházala y dile que no estoy disponible.—Señor, es importante —insistió Gerd—, no es sobre el trabajo.El tono de urgencia de Gerd hizo que Alaric reconsiderara. No podía ser cualquier persona. Miró a Aisling, quien aún estaba de pie, procesando lo que acababa de ocurrir entre ellos.—Quédate aquí un momento —le dijo con firmeza—. Volveré enseguida.Ella asintió y lo vio salir de la habitación sin decir más. Una vez sola, se dejó caer en la cama
—¿Es tu pareja? —preguntó una de las rubias, señalando a Aisling con la mirada—. ¿O es pariente?.—Es mi tutor —respondió Aisling rápidamente, sin darle tiempo a él para contestar—. Es soltero y está disponible.Alaric se volvió hacia la chica, con los ojos enfurecidos. ¿Qué demonios acababa de salir de su boca? ¿Había escuchado mal? No, Aisling los miraba a los tres con ojos inocentes mientras sostenía su cóctel, como si fuera una hija abriendo camino a su padre con otra mujer. La situación era similar. Las rubias soltaron una risita, con la atención puesta en el guapo alemán.—Qué suerte —dijo la otra, coqueta—. ¿Podemos robártelo?. —Sí —respondió Aisling con toda tranquilidad—. No hay problema.No sabía cómo reaccionar ante la situación, pero sentía que, de esa manera, era mucho mejor. Después de todo, Alaric había puesto un límite, y ella lo estaba respetando. No eran nada, y aunque le desagradaba la presencia de otras mujeres a su alrededor cuando estaban disfrutando de un tiemp
—¡Aisling, abre la puerta! —rugió Alaric, golpeando con fuerza, la furia vibrando en su voz. No hubo respuesta, ni un solo sonido al otro lado. La impotencia crecía en su pecho—. ¡Aisling!.—Señor, ¿qué ocurre? —Gerd, su asistente, apareció en ese momento, alerta.—Ve a la recepción y consigue la llave de esta habitación —ordenó Alaric, con los ojos fijos en la puerta como si pudiera abrirla con solo mirarla—. Si no la abren ahora, la derribo. ¡Rápido!.Gerd no esperó más y se marchó apresurado. Alaric, impaciente, se apoyó contra la puerta, el impulso de destrozarla con sus propias manos era casi incontrolable. Su mandíbula se tensaba con cada segundo que pasaba.—Aisling, por favor, hablemos —su tono se suavizó, pero no ocultaba la frustración—. ¿Por qué estabas llorando? Hablemos antes de que esto empeore, abre.El silencio fue la única respuesta. Alaric sintió una mezcla de ira y miedo trepando por su espalda. Algo no estaba bien. Su mente lo traicionaba con las peores posibilidad
—De ninguna manera, Aisling. ¿Por qué querrías ir con él? —espetó Alaric, su tono oscilando entre la irritación y el desconcierto.Aisling se incorporó lentamente en la cama, clavando su mirada en la de él sin pronunciar palabra. Aunque aún sentía el temor latente de desafiarlo, sabía que él mismo se había ganado ese momento de rebeldía.—Gerd no me saca de quicio —respondió con aquella excusa que ella misma dudaba—. No quiero cenar contigo cuando estoy molesta. Me arruinaría el estómago.—Aisling, estás siendo ridícula —replicó él, con una nota de exasperación en la voz.—¿Ridícula? —le devolvió con frialdad—. Solo te pedí lo que dijiste que podía pedir. ¿O eso también era una mentira?.La incredulidad de Alaric se transformó en una impaciencia sofocante. No estaba dispuesto a perder el tiempo con caprichos, y mucho menos con una joven que, de repente, había decidido plantar cara. No tenía espacio en su vida para ese tipo de juegos.—Haz lo que quieras —murmuró, poniéndose de pie con
A la mañana siguiente, Aisling se despertó tras apenas cuatro horas de sueño. Se había quedado desvelada hasta tarde, esperando el regreso de Alaric, pero él no apareció, y eventualmente el agotamiento la venció. Ahora, el amargor que sentía era más intenso que antes. ¿De verdad había pasado la noche fuera? Se quitó las sábanas con fastidio, deslizó sus pies en las pantuflas y salió de su habitación en pijama. La puerta de la habitación de al lado estaba cerrada esta vez, lo que indicaba que había vuelto, pero demasiado tarde.Su orgullo no le permitió tocar la puerta. En cambio, se dio la vuelta y caminó hacia el salón de la suite, donde se encontró con Gerd.—Buen día, señorita —la saludó cortésmente, señalando una mesa ya preparada con el desayuno.Frente a Aisling, un vaso elegante de cristal lleno de chia pudding esperaba. La base era un cremoso pudín de semillas de chía, cubierto por una colorida disposición de rodajas de plátano dorado, fresas brillantes y unas cuantas frambue
Aisling quedó en shock. Estaba siendo devorada por esos labios de nuevo, y su corazón latía frenéticamente mientras sentía su lengua buscando conquistar más territorio. Cuando finalmente comprendió lo que estaba ocurriendo, forcejeó con todas sus fuerzas y giró la cabeza, liberándose con un esfuerzo desesperado.Alaric la dejó en el suelo, pero no estaba preparado para lo que sucedió a continuación: apenas Aisling recuperó el aliento, su mano voló con fuerza, estampando una bofetada en la mejilla de él. El golpe resonó seco, provocando un silencio sepulcral. Gerd casi sufre un infarto, Rod se quedó boquiabierto y el resto de los presentes miraba atónito. Aisling, aún agitada y temblorosa, se llevó la mano a la boca, horrorizada por lo que había hecho. Sabía que había cruzado una línea peligrosa.—Aisling… —la voz de Alaric era grave, sus ojos negros como la noche se clavaron en ella. La mandíbula apretada, su expresión se transformó en una mezcla de furia contenida—. ¿Cómo te atreves?