—¿Es tu pareja? —preguntó una de las rubias, señalando a Aisling con la mirada—. ¿O es pariente?.—Es mi tutor —respondió Aisling rápidamente, sin darle tiempo a él para contestar—. Es soltero y está disponible.Alaric se volvió hacia la chica, con los ojos enfurecidos. ¿Qué demonios acababa de salir de su boca? ¿Había escuchado mal? No, Aisling los miraba a los tres con ojos inocentes mientras sostenía su cóctel, como si fuera una hija abriendo camino a su padre con otra mujer. La situación era similar. Las rubias soltaron una risita, con la atención puesta en el guapo alemán.—Qué suerte —dijo la otra, coqueta—. ¿Podemos robártelo?. —Sí —respondió Aisling con toda tranquilidad—. No hay problema.No sabía cómo reaccionar ante la situación, pero sentía que, de esa manera, era mucho mejor. Después de todo, Alaric había puesto un límite, y ella lo estaba respetando. No eran nada, y aunque le desagradaba la presencia de otras mujeres a su alrededor cuando estaban disfrutando de un tiemp
—¡Aisling, abre la puerta! —rugió Alaric, golpeando con fuerza, la furia vibrando en su voz. No hubo respuesta, ni un solo sonido al otro lado. La impotencia crecía en su pecho—. ¡Aisling!.—Señor, ¿qué ocurre? —Gerd, su asistente, apareció en ese momento, alerta.—Ve a la recepción y consigue la llave de esta habitación —ordenó Alaric, con los ojos fijos en la puerta como si pudiera abrirla con solo mirarla—. Si no la abren ahora, la derribo. ¡Rápido!.Gerd no esperó más y se marchó apresurado. Alaric, impaciente, se apoyó contra la puerta, el impulso de destrozarla con sus propias manos era casi incontrolable. Su mandíbula se tensaba con cada segundo que pasaba.—Aisling, por favor, hablemos —su tono se suavizó, pero no ocultaba la frustración—. ¿Por qué estabas llorando? Hablemos antes de que esto empeore, abre.El silencio fue la única respuesta. Alaric sintió una mezcla de ira y miedo trepando por su espalda. Algo no estaba bien. Su mente lo traicionaba con las peores posibilidad
—De ninguna manera, Aisling. ¿Por qué querrías ir con él? —espetó Alaric, su tono oscilando entre la irritación y el desconcierto.Aisling se incorporó lentamente en la cama, clavando su mirada en la de él sin pronunciar palabra. Aunque aún sentía el temor latente de desafiarlo, sabía que él mismo se había ganado ese momento de rebeldía.—Gerd no me saca de quicio —respondió con aquella excusa que ella misma dudaba—. No quiero cenar contigo cuando estoy molesta. Me arruinaría el estómago.—Aisling, estás siendo ridícula —replicó él, con una nota de exasperación en la voz.—¿Ridícula? —le devolvió con frialdad—. Solo te pedí lo que dijiste que podía pedir. ¿O eso también era una mentira?.La incredulidad de Alaric se transformó en una impaciencia sofocante. No estaba dispuesto a perder el tiempo con caprichos, y mucho menos con una joven que, de repente, había decidido plantar cara. No tenía espacio en su vida para ese tipo de juegos.—Haz lo que quieras —murmuró, poniéndose de pie con
A la mañana siguiente, Aisling se despertó tras apenas cuatro horas de sueño. Se había quedado desvelada hasta tarde, esperando el regreso de Alaric, pero él no apareció, y eventualmente el agotamiento la venció. Ahora, el amargor que sentía era más intenso que antes. ¿De verdad había pasado la noche fuera? Se quitó las sábanas con fastidio, deslizó sus pies en las pantuflas y salió de su habitación en pijama. La puerta de la habitación de al lado estaba cerrada esta vez, lo que indicaba que había vuelto, pero demasiado tarde.Su orgullo no le permitió tocar la puerta. En cambio, se dio la vuelta y caminó hacia el salón de la suite, donde se encontró con Gerd.—Buen día, señorita —la saludó cortésmente, señalando una mesa ya preparada con el desayuno.Frente a Aisling, un vaso elegante de cristal lleno de chia pudding esperaba. La base era un cremoso pudín de semillas de chía, cubierto por una colorida disposición de rodajas de plátano dorado, fresas brillantes y unas cuantas frambue
Aisling quedó en shock. Estaba siendo devorada por esos labios de nuevo, y su corazón latía frenéticamente mientras sentía su lengua buscando conquistar más territorio. Cuando finalmente comprendió lo que estaba ocurriendo, forcejeó con todas sus fuerzas y giró la cabeza, liberándose con un esfuerzo desesperado.Alaric la dejó en el suelo, pero no estaba preparado para lo que sucedió a continuación: apenas Aisling recuperó el aliento, su mano voló con fuerza, estampando una bofetada en la mejilla de él. El golpe resonó seco, provocando un silencio sepulcral. Gerd casi sufre un infarto, Rod se quedó boquiabierto y el resto de los presentes miraba atónito. Aisling, aún agitada y temblorosa, se llevó la mano a la boca, horrorizada por lo que había hecho. Sabía que había cruzado una línea peligrosa.—Aisling… —la voz de Alaric era grave, sus ojos negros como la noche se clavaron en ella. La mandíbula apretada, su expresión se transformó en una mezcla de furia contenida—. ¿Cómo te atreves?
Alaric profundizó el beso con una urgencia que Aisling no podía sobrellevar. Sus labios se movían con posesividad, reclamando cada rincón de los suyos. El peso de su cuerpo, la fuerza con la que mantenía sus manos atrapadas por encima de su cabeza, la hacía sentir pequeña, indefensa... y, sin embargo, un calor extraño comenzó a invadirla, despertando algo en su interior que no podía controlar.El roce de su lengua contra la de ella hizo que sus rodillas temblaran, el pulso acelerado de Aisling palpitando con fuerza en sus oídos. Todo en Alaric era intenso: el sabor amargo del poder que emanaba de cada uno de sus movimientos, la presión firme de sus dedos en su piel desnuda, y la forma en que sus labios insistían en un beso que no le daba espacio para respirar. Era un beso de rabia, de deseo reprimido, de celos.—¿Ves lo que provocas? —susurró contra sus labios, deteniéndose solo el tiempo suficiente para que ambos recuperaran algo de aire, su aliento cálido contra el rostro de Aisling
Aisling apoyó la frente contra la pared del baño, dejando que el agua recorriera todo su cuerpo. Sus ojos permanecían bien abiertos, fijos en el piso, mientras sentía el pulso de su corazón retumbar en sus oídos. ¿Había sido todo aquello un sueño?.Lentamente, llevó los dedos a sus labios, aún sintiendo la leve hinchazón. Alaric había vuelto a devorar su boca a su antojo, de una manera tan salvaje que solo recordarlo le provocaba calor.Las preguntas invadieron su mente. ¿Él estaba enamorado de ella? ¿Por qué la trataba así? ¿Desde cuándo había empezado esa cercanía? Él le dijo que la volvía loco, que la deseaba y que estaba celoso. ¿Todo era cierto? Aisling no dejaba de darle vueltas una y otra vez.No podía negarse a sí misma que le había gustado todo lo que él hizo: desde esos besos tan bruscos hasta las caricias en su cuello. Pero no se sentía del todo bien con la situación. Alaric era su tutor, el hombre que la había cuidado, el mismo que la abandonó por años. El controlador egoc
Esta vez, Aisling sentía menos presión que antes. Alaric no estaba siendo brusco; al contrario, ese beso que compartían era lento y tierno. Aunque con cierta torpeza, ella podía seguir el ritmo. Apoyó ambas manos en su pecho cuando él subió una mano por su espalda para acercarla más a él.El lento movimiento de labios continuaba, cambiando los ángulos. Alaric tomaba sus labios, jalando suavemente del inferior y superior mientras los chupaba. Aisling seguía el ritmo, agitada, su centro palpitando de anticipación. Sabía que estaba mal, pero cuando él era amable y delicado, se sentía bien, le gustaba. Aunque era innegable que también le atraía su lado salvaje.El alemán cortó el beso, dándole espacio para respirar. Aisling lo miró a los ojos, respirando con dificultad, con las mejillas sonrojadas y el corazón acelerado.—¿Te gusta? —preguntó él cerca de su boca—. ¿No te desagrada?.Aisling negó con la cabeza.—¿Y ya no estás enojada conmigo? —a eso, ella no respondió—. Parece que sí.—Qu