|Artem Zaitsev| Un golpe tras otro con el puño de hierro. La sangre salpica como una obra de arte macabra, y el rostro del tipo queda reducido a una masa amorfa. Apenas un calentamiento, un preludio de lo que quiero hacerle. Pero entonces miro a Alaric. Su expresión: fría, contenida. ¿De verdad siente algo por este pedazo de carne magullada? Qué conmovedor.—¿Y bien? ¿Piensas confesar tus pecados antes de que Dios se canse de ti? —le suelto, dejando caer otro golpe que le arranca un diente. Bonito souvenir.—Artem, basta —ordena Alaric desde su trono improvisado, imperturbable, como si estuviera en una reunión de negocios y no en medio de un baño de sangre—. Déjalo hablar.—Creí que no querías explicaciones.—Siempre hay que dar margen a la duda.Resoplo con desdén y lanzo el puño de hierro a Roco, que sigue aquí a pesar de la herida de bala en la pierna. Ahí está, como yo, rechazando la idea de pudrirse en una camilla esperando una milagrosa recuperación. Qué horror. Me aparto, pre
|Alaric Kaiser|Llego a la mansión y encuentro a mi abuela en la sala de estar, esperando. Elena ya no está con ella.Algo debe haber descubierto para querer hablar conmigo. Seguro es sobre Margaret. Su desaparición le resulta extraña, y la incertidumbre ya le pesa demasiado.—Abuela —le doy un beso en la frente al acercarme—. ¿Qué haces aquí y no en tu habitación?.—Ya no es necesario que esté confinada —responde con seriedad—. Alaric, dime lo que me estás ocultando.Suspiro y me siento a su lado. Lo sabía. Sabe algo, pero quiere que se lo confirme yo mismo. Ya es hora de enfrentar esto.—¿Por dónde quieres que empiece? —pregunto, evitando mirarla—. ¿Por Margaret y todo lo que hizo? ¿Por Aisling y su amiga? ¿Por cuál?.—Por todo —exige, con voz firme—. No lo soporto más. Desde que llegué siento que me ocultas algo. Es hora de que me lo digas.—Si no lo he hecho, es por tu salud —la miro fijamente—. Los doctores advirtieron: nada de emociones fuertes.—Estoy preparada —afirma, con det
—¿Nana? —parpadeo varias veces, luchando por distinguir la realidad de un sueño—. ¿Eres tú?.Ella asiente, y aunque quiero quitarme la mascarilla de oxígeno e incorporarme, un dolor desgarrador me atraviesa el costado, arrancándome un jadeo. Nana, con la ternura que recuerdo, me obliga a recostarme de nuevo.—Shh, tranquila —susurra mientras acaricia mi cabello—. No tienes que levantarte. Estoy aquí, mi niña.Respiro hondo, intentando contener las lágrimas. Me dijeron que tengo una costilla rota, pero eso no importa ahora. Lo único que importa es que Nana está aquí.Mis ojos recorren su figura con avidez. Han pasado cuatro largos años desde que me dejó al cuidado de Alaric. Está más envejecida, más cansada, pero su mirada sigue siendo la misma: cálida, protectora. Mi garganta se anuda, y una sonrisa temblorosa se dibuja en mis labios. Ella está aquí, de verdad está aquí.—Mi niña... —murmura, acariciando mi cabello con esa suavidad que tanto añoraba—. ¿Qué han hecho de ti? ¿Fue un err
|Alaric Kaiser| El regreso a la mansión fue un reto. Los periodistas bloqueaban la entrada, hambrientos de más información, aunque ya había respondido lo necesario. No tengo intención de añadir nada más; lo único que deseo es dejar este asunto atrás, terminar con todo de una vez. Sin embargo, apenas distingo un auto desconocido estacionado junto a otros dos en la entrada, comprendo la razón del alboroto mediático. Las visitas han llegado. Tardaron más de lo esperado, pero aquí están.Desciendo del coche y entro con paso firme. Tal como sospechaba, los Adams han venido. Varios hombres ocupan la sala de espera; ellos están en un sofá, mientras mi abuela ocupa otro y Kate permanece de pie en una esquina, tensa.Sus rostros reflejan un disgusto evidente al verme cruzar el umbral. La señora Mónica es la primera en levantarse. Camina hacia mí con tal ímpetu que no alcanzo a prever la bofetada que arde en mi mejilla.—¡Miserable! —grita con su impecable acento inglés—. ¿Cómo se atrevió a h
|Aisling Renn| "La ex prometida del magnate Alaric Kaiser, Margaret Adams, condenada a prisión por una serie de crímenes graves:Margaret Adams, la ex prometida del magnate Alaric Kaiser, ha sido condenada hoy a una extensa pena de prisión tras ser hallada culpable de varios delitos graves, entre los que se incluyen aborto ilegal, lesiones corporales graves y secuestro.El tribunal de Berlín dictaminó que Adams, de 26 años, provocó la muerte de su feto mediante un acto de violencia autoinfligida, lo que constituye una violación del artículo 218 del Código Penal Alemán (StGB), que regula el aborto ilegal. Además, la joven fue responsable de ordenar un ataque violento contra una persona, lo que resultó en lesiones graves a la víctima, un delito tipificado en el artículo 224 del Código Penal Alemán (StGB), por lesiones corporales graves (Schwere Körperverletzung).En otro caso, dos personas fueron secuestradas, y tras una exhaustiva investigación, se determinó que Margaret Adams estuvo
***Alaric ha retomado su vida rutinaria: su trabajo y yo. Cree que estamos bien, pero sé que no lo estamos. La conversación de aquel día dejó sus sentimientos al descubierto, pero no trajo claridad, solo silencio. Desde entonces, evita el tema a toda costa porque le duele, y yo he elegido callar.Pero hoy es diferente. Hoy es mi partida, y él no lo sabe. Me iré lejos, donde ni él ni nadie pueda encontrarme.Tres pares de ojos me observan, expectantes, intentando descifrar la razón detrás de esta reunión repentina. Son mis amigos, pero algo en mi actitud los inquieta.—Quiero despedirme —rompo el silencio, y sus rostros se tensan—. Me voy, chicos. Me voy lejos.Thea lleva una mano a la boca, igual que Alonso, mientras Marcus parece petrificado. Es como si mis palabras los hubieran golpeado.—¿Hablas en serio? —La voz de Thea tiembla—. Lin, dime que esto es una broma.—Claro, tiene que serlo —interviene Alonso, aunque su tono delata inseguridad—. ¿Verdad, Lin?.Los tres esperan una ris
|Artem Zaitsev| Duele como el infierno. Al incorporarme, un gruñido se escapa de mi garganta. No he sanado del todo, pero no pienso seguir acostado en esta maldita cama como si fuera un cadáver.Dejo escapar un suspiro frustrado cuando la enfermera que Roco dejó a mi cargo entra apresurada al verme levantarme. Odio a las moscas molestas revoloteando a mi alrededor.—Señor...—Sí, sí, al diablo —escarbo las palabras con rabia—. No pienso quedarme un minuto más en esa cama. Necesito aire.Solía ignorar las recomendaciones de quedarme quieto, y eso siempre acababa igual: desangrándome y con las heridas convirtiéndose en un maldito grano en el culo. A la fuerza tuve que resignarme a esta cárcel, confinado como un inútil en mi habitación. Entre estas cuatro paredes al menos tengo control; en un hospital, no soy más que carne para experimentos.Camino hasta la sala, cada paso un recordatorio de que mi cuerpo sigue hecho mierda. Busco a Roco con la mirada; él ha estado manejando todo mientr
Estoy encerrada. Artem decidió que la mejor forma de demostrar su amor eterno era dejarme confinada en su habitación. Incluso tuvo el detalle romántico de asegurar la puerta desde afuera. Es un milagro que no haya optado por encadenarme a la cama. Agradezco que al menos puedo moverme libremente; un poco de ejercicio nunca viene mal, supongo. Aunque, ¿realmente cree que podría huir a estas alturas?.Con un plof me dejo caer sobre su colchón, que parece un trampolín de lujo. El rebote me envuelve en su perfume, esa mezcla entre madera, especias y pura arrogancia masculina. Todo huele a él. Las sábanas de seda negra son tan suaves que, por un instante, considero la idea de quedarme dormida ahí mismo. Tentador. Pero no, no puedo. Tengo que concentrarme en la locura que está tramando Artem sin siquiera pedirme opinión.¿Casarnos? ¿En serio? ¿No es un poco apresurado? Apenas llevamos un suspiro de tiempo conociéndonos, y él ya quiere ponerme un anillo. Y, por si fuera poco, soy demasiado jo