107. Traidores

—Lo siento, ha perdido al bebé.

Las palabras del doctor golpean a Alaric como un mazazo. Pasa una mano por su rostro, sintiendo cómo el hastío le cala los huesos. No era su hijo, lo sabe, pero jamás habría deseado este desenlace.

—¿Sabe la causa?.

El doctor revisa su tabla antes de responder.

—No encontramos sustancias extrañas en su sangre. Podría ser estrés extremo, deficiencia de hierro o ácido fólico… —hace una pausa, observándolo con gravedad—. Pero lo más preocupante es la autolesión.

Alaric alza la vista, su expresión se endurece.

—¿Autolesión?.

—Sí. La paciente parece haberse golpeado a sí misma en el abdomen bajo. Eso, probablemente, causó el aborto.

El aire se vuelve denso. Alaric se queda inmóvil, su ceño se frunce.

—Entendido. Gracias, doctor.

El médico asiente y se retira, dejándolo solo frente a la puerta de la habitación donde Margaret está internada. Su mirada se clava en la madera como si pudiera atravesarla. La rabia le bulle bajo la piel, cada pensamiento una chisp
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