Eran casi las nueve de la noche cuando me despedí del reverendo Juan Benedicto. No suelo permanecerá despierta hasta tan tarde, pero esta era una ocasión especial, y mi madre también lo comprendió. Ahora estoy en mi cama, pero, por más que lo intento, mi mente se niega a colaborar y otorgarme el descanso que tanto necesito.No logro entenderme últimamente. Mis pensamientos se han llenado de ideas absurdas, y cada una me provoca una punzada de vergüenza. Por ejemplo, esta noche me pareció que el reverendo me miraba de una forma que trascendía la amistad, y lo peor de todo es que no me desagradó. Es una tontería, lo sé, pero compartimos tanto en común que por un instante me atreví a pensar que podríamos ser perfectos el uno para el otro. Y, sin embargo, cuando mi mirada se cruza con la de Iván Felipe, mi corazón insiste en agitarse, aunque solo pueda verlo a la distancia.De pronto, un sonido fuerte me sobresalta haciendo que me incorpore de golpe en la cama. Apenas había conciliado el
—Tendrás que estar más pendiente de la protección de tu familia —dice Jaime mientras toma la botella y llena ambos vasos con calma —. Puede ser una coincidencia, pero también podría no serlo.—¿A qué te refieres? —pregunto, esforzándome por comprender el trasfondo de sus palabras.—Si uno de esos monstruos sabe que eres el nuevo capitán, tu familia podría estar en peligro. Más aún, considerando que tú ideaste la nueva estrategia.No le falta razón. Fue gracias a mis sugerencias y a los resultados obtenidos en Europa que me permitieron elegir mi destino. Anhelaba regresar, pero jamás imaginé que el peligro se instalaría tan cerca de mi hogar.—Puedo proteger a mi esposa y a mi madre —digo tras una pausa, meditando cada palabra—, pero no tengo forma de mantener aquí a la tía Leticia ni a mi prima sin una excusa creíble.Tomo con desgano el vaso que me ofrece y miro su contenido como si buscara una respuesta en el fondo del líquido ámbar.—No deberíamos estar bebiendo —añado, casi para m
—Te digo que debemos ser cuidadosos. Deshazte de las evidencias —ordeno con firmeza a mi viejo capataz.—Pero señora, ese ingreso es muy bueno. ¿Y si le explicamos al señor?—Ni se te ocurra hablar con mi hijo —interrumpo bruscamente a Polidoro, alzando la voz para dejar claro mi descontento—. Eduqué a Iván Felipe para que fuera un caballero, un hombre honorable, un pilar de la sociedad. No puedo permitir que se entere de esto ahora.Polidoro sostiene mi mirada por un instante, sus ojos brillando con un ligero destello de disgusto, pero finalmente baja la cabeza en señal de sumisión. Eso es lo que aprecio de él: sabe cuál es su lugar.—Sí, señora. Tengo claras mis instrucciones.—En cuanto al otro asunto, quiero a toda esa gente fuera de aquí hoy mismo.—Así será, pierda cuidado —responde, dándose media vuelta. Antes de salir, ajusta su viejo sombrero y desaparece tras la puerta.Suspiro profundamente. ¿Cómo es posible que los problemas se acumulen tan rápido? Tengo tantas cosas que r
—No entiendo por qué me trajiste a este lugar —dice mamá, observando con extrañeza la construcción deteriorada que encontré ayer.—Me gusta el lugar. Creo que la forma en que la luz atraviesa esos vitrales me trae paz. Además —miro alrededor, dejando que mis ojos recorran cada rincón antes de volver a fijarlos en ella—, supongo que lo necesitas tanto como yo.Mamá es una de esas personas tan transparentes que sus emociones se reflejan en su rostro sin remedio. Ahora está angustiada. Tras la inesperada conversación que tuve anoche con mi tía, creo saber la razón.Agacha la cabeza y, con un gesto contenido, se sienta en una de las desvencijadas bancas, apretando su pañuelo como si quisiera encontrar en él la fuerza que le falta.—Dime que Enola miente —susurra, clavando en mí una mirada ahora llorosa—. Dime que tu hermana no ha cometido adulterio, que nunca fue amante de ese hombre.Mi mirada se desvía hacia el suelo. Cuánto desearías decirle lo que anhela escuchar, evita ser yo quien c
Le dije a mamá que quería quedarme un rato más. Ya sabe dónde estoy y comprende que necesito escapar un poco de la casa. No logro entender las imágenes que adornaban este lugar, pero, sin importar desde dónde lo mire, es un templo. Aunque no creo que sea católico.Debió haber sido hermoso en sus mejores días. Tal vez pueda hablar con Iván Felipe para ver si es posible restaurarlo; Podría usarse como oratorio. Sin embargo, no puedo quedarme aquí por más tiempo. Me pongo en camino a casa, pero en el trayecto encuentro a una niña.—Hola, bonita, ¿vives por aquí? —me agacho para estar a su altura. La niña me sonríe con dulzura antes de responder. Supongo que es hija de algún trabajador.—Sí, me llamo Abigaíl. Me gusta tu cabello —dice, mientras toca uno de mis rizos, desacomodándolo con sus diminutos dedos.—Gracias, Abigaíl. Mucho gusto, me llamo Rebeca. Eres muy pequeña para andar sola por aquí, ¿dónde están tus padres?Señala hacia dónde quedan las viviendas de los trabajadores. Son un
Aunque el beta no está conforme, obedece las órdenes enviadas por nuestro alfa. Con una mirada repleta de resignación, recoge mis pertenencias y las entrega a don Noé antes de desaparecer en el interior de la casa de la manada.—Por ahora, es asunto suyo —dice el beta, lanzando una última mirada a don Noé antes de cerrar la puerta tras de sí.—Espero no arrepentirme de esto —murmura don Noé en cuanto quedamos solos—. Sube al coche; Hay muchas cosas que necesito explicarte.La idea de entrar en esa caja con ruedas me desagrada, pero no es momento de discutir por detalles insignificantes. A regañadientes, tomo mis cosas, pero don Noé se adelanta y las aparta de mis manos.—Sube, sube. Yo me encargo de tus maletas —dice con una naturalidad que me parece irritante.—Soy más fuerte y joven que usted. Puedo cargar mis cosas perfectamente.—No seas testaruda, niña. Tendremos que hablar de esa actitud también. Ahora, simplemente sube.Con un suspiro de fastidio, ruedo los ojos. Aunque me gust
—¡Padre Juan Benedicto! ¡Padre Juan Benedicto!La insistente voz de la religiosa y los golpes en la puerta me arrancan del sueño con un sobresalto. Mis ojos se abren de golpe, la oscuridad de la habitación se mezcla con la pálida luz entre las gruesas cortinas. ¿Qué habrá ocurrido para que me busquen tan temprano? Me incorporo lentamente, todavía atrapado entre el cansancio y la vigilia. Extiendo una mano hacia el reloj de bolsillo sobre la mesita. Las agujas marcan las seis y diez de la mañana.—¡Padre Juan Benedicto! ¿Se encuentra bien? —insiste la voz tras la puerta.—Dios la bendiga, hermana —respondo, carraspeando para aclarar mi garganta—Por favor, dígale al padre Andrés que no podré apoyarlo en la mañana —digo agarrando rápidamente la sábana al darme cuenta de que estoy desnudo.—Entendido, padre. Avisaré al padre Andrés. Haré que le lleven los alimentos a su habitación —la religiosa no parece notar mi turbación.Sus pasos se desvanecen por el pasillo. Suspiro con fuerza, pero
Jamás pensé que mi suegra sería mi enemiga, pero dadas las circunstancias, era inevitable. Durante años, aquella mujer gobernó la casa Ortega con puño de hierro, un ícono de autoridad indiscutible. Sin embargo, conmigo cometió un error garrafal; no soy un peón ni una de las criadas para temblar ante sus palabras.Sé que no irá de chismosa a contarle nada a mi marido. Es evidente que Pablo con su origen humilde es más agresivo, sabe más de pelea que Iván Felipe. Fue casi placentero ver la ira y la impotencia en su rostro antes de que se retirara, huyendo como una leona herida a su cuarto, probablemente en busca de consuelo para la migraña que, estoy segura, le provoqué.Ahora más que nunca necesito a mi marido de mi lado. Debo ser inteligente y tierna con él para garantizar que me crea a mí y no a ella.Abro la ventana y dejo que la brisa acaricie mi rostro mientras observo la belleza de la hacienda. Este lugar, con sus verdes praderas y su aire de grandeza, es mi hogar ahora, y no est