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48. ESPERANDO MI CONFESIÓN

—¡Padre Juan Benedicto! ¡Padre Juan Benedicto!

La insistente voz de la religiosa y los golpes en la puerta me arrancan del sueño con un sobresalto. Mis ojos se abren de golpe, la oscuridad de la habitación se mezcla con la pálida luz entre las gruesas cortinas. ¿Qué habrá ocurrido para que me busquen tan temprano? Me incorporo lentamente, todavía atrapado entre el cansancio y la vigilia. Extiendo una mano hacia el reloj de bolsillo sobre la mesita. Las agujas marcan las seis y diez de la mañana.

—¡Padre Juan Benedicto! ¿Se encuentra bien? —insiste la voz tras la puerta.

—Dios la bendiga, hermana —respondo, carraspeando para aclarar mi garganta—Por favor, dígale al padre Andrés que no podré apoyarlo en la mañana —digo agarrando rápidamente la sábana al darme cuenta de que estoy desnudo.

—Entendido, padre. Avisaré al padre Andrés. Haré que le lleven los alimentos a su habitación —la religiosa no parece notar mi turbación.

Sus pasos se desvanecen por el pasillo. Suspiro con fuerza, pero
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