Esta tarde, Iván Felipe apareció por el cuartel sin previo aviso. Su llegada me alegra, aunque no puedo evitar sentir que hay algo extraño. Apenas llevo una semana aquí, y él no es del tipo que hace visitas casuales.—Deja de hostigar a mis hombres —le digo, interponiéndome entre él y los agotados reclutas.—¿Tus hombres? —responde con una sonrisa desdeñosa—. No olvides que son mi escuadrón.Su tono tiene una mezcla de desafío y cansancio. Es como si llevara días acumulando un peso que ahora quiere descargar. Lo reconozco en su mirada, en la tensión que lleva en los hombros.—Parece que necesitas desquitarte con alguien —le provoco, llevando una mano al pomo de mi espada—. ¿Qué tal yo?Su sonrisa se vuelve más amplia, más afilada.—Después no digas que no te lo advertí —responde mientras desenvaina con un movimiento fluido, casi despreocupado—. Estoy de malas.Lo sabía. Necesita desahogarse, y parece que no hay mejor manera que cruzando espadas. Nos movemos al patio de entrenamiento,
—No sabes lo contenta que estoy por ti, hija. Ese hombre es un sueño, ¿no te parece? Solo puedo dedicarle una sonrisa breve a mamá y asentir en silencio. Sé que tiene razón; lo que dice es verdad. El señor Jaime es todo lo que una chica podría desear. Es joven, pertenece a una de las familias más poderosas del país y, aunque no posee la belleza deslumbrante de Iván Felipe, su aire de seriedad y aristocracia tiene un magnetismo propio. Entonces, ¿por qué dudo tanto? Debería haber dicho "sí" sin pensarlo dos veces y asegurar mi futuro. Pero hay una parte de mí, rebelde e inquieta, que se resiste.Tal vez mi hermana tenga razón y estoy desperdiciando mi vida al involucrarme tanto en los asuntos de los demás, en especial los de ella. Pero ¿cómo podría quedarme al margen cuando entre ella y Pablo están jugando con la vida y el honor de Iván Felipe? El corazón me duele solo de imaginar el sufrimiento de un hombre inocente, y más aún al saber que mi hermana no tiene intenciones de dejar a e
Si estuviéramos en los tiempos de mis abuelos, seguramente me habrían tildado de pusilánime. Para un alfa, decidir que una mujer le pertenece es un acto instintivo, casi trivial. Pero desde mi perspectiva, el verdadero desafío está en lograr que ella quiera estar conmigo por su propia voluntad, sin que mi posición o mi naturaleza influyan en su decisión. Sin embargo, su nerviosismo al estar cerca de mí es innegable; lo noto en cada pequeño gesto, en cada respiración entrecortada. Su aroma ha vuelto a transformarse, volviéndose más exquisito, más embriagador. Esa mutación no es normal y me desconcierta profundamente, pero antes de que pueda reflexionar más, su voz rompe mis pensamientos.—Es una lástima el estado de este lugar, ¿verdad?Ante nosotros se alzan las ruinas de un antiguo templo dedicado a la diosa. Camino unos pasos, maravillado, y entro sin dudar. Han pasado años desde la última vez que visité uno, pero este tiene algo diferente. La solemnidad que emana es casi palpable.
¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Cómo pude ser tan ingenua? Sabía quién era él, lo supe desde el principio. No era un buen hombre. Todo en él gritaba peligro, pero una parte de mí, obstinada y ciega, se negó a aceptarlo.Camino apresurada, con el corazón en un puño, buscando refugio en la casa. Antes de llegar, giro para asegurarme de que no me sigue. Me detengo un instante, respiro hondo e intento recomponerme. Estoy agitada, y las lágrimas que escaparon seguramente han dejado rastro en mis mejillas. Con una mano temblorosa aliso mi vestido, limpio mi rostro y cruzo la puerta.—Ya están sirviendo el desayuno —me informa mamá al verme entrar.—Olvidé algo en el cuarto. Ya bajo —respondo, subiendo las escaleras con una serenidad fingida.Al cerrar la puerta de mi habitación, dejo que mi cuerpo caiga contra ella, cubriendo mi rostro con las manos. Cierro los ojos. Trato de similar lo que acaba de ocurrir.—Mi primer beso —murmuro, como si decirlo en voz alta le quitara un peso que no qui
Muy a mi pesar, debo admitir que sé poco sobre actividades recreativas. Desde siempre, mi único empeño ha sido estar a la altura del honor de ser el primogénito de don Ignacio Enríquez Quesada, y en ese esfuerzo, la diversión nunca tuvo cabida. Mi hermana Antonia suele reprocharme mi escaso encanto social, y temo que no le falta razón.Nunca creí necesario cultivarlo. Mi apellido bastaba para inclinar en mi favor las miradas de cualquier dama, y siempre supuse que el simple cumplimiento de los protocolos sería suficiente para conseguir la esposa que eligiera. Sin embargo, esta vez no es así.La joven sentada frente a mí no me ha concedido una sola mirada de aprobación sincera. Me ha dedicado sonrisas y gestos de cortesía, nada más. Nada comparable a los que, aquel día, obsequió a mi hermano. Lo cierto es que me fijé en ella por la forma en que interactuó con Juan Benedicto, aunque jamás imaginé que realmente sería distinta a las demás. Su actitud no cambió cuando manifesté mis inten
Agradezco al cielo la aparición de mamá, pues no sé cómo habría respondido a eso. Obviamente, el tema queda pendiente, pero eventualmente él querrá su respuesta.Nos encontramos en medio de la plaza del pueblo. Para estas festividades, no solo han decorado el parque, sino que también han cerrado algunas calles cercanas, llenándolas de vida y bullicio. No solemos asistir a estos eventos, en parte por falta de dinero, pero también por prudencia. Al ser mujeres, los comerciantes a menudo intentan aprovecharse de nuestra ignorancia y sacar ventaja. Sin embargo, esta ocasión es diferente.Debo admitir que es agradable. Observar a los niños correr con globos de vibrantes colores, maravillarse con los puestos repletos de artesanías y productos novedosos... todo crea una atmósfera mágica.Por un momento, mis ojos se detienen en un lazo azul cielo. Es hermoso. No obstante, no me detengo mucho y sigo a mamá.—Lamento esto —le murmuro con una leve sonrisa al señor Jaime, después de qué mamá lo p
Cuando mis labios por fin tocaron los suyos, algo se activó en mí. No hubo lugar para la duda ni espacio para el pensamiento racional; cada fibra de mi ser gritaba que ella era la otra mitad de mi alma. Me juré a mí mismo hacer las cosas bien, ganar su aceptación, su confianza... pero esa maldita cita me lo pone difícil.¿Cómo puedo permanecer en calma cuando sé que, en este preciso instante, otro hombre tiene su atención? Alguien la mira con intenciones que no le corresponde, y ella, en su inocencia, aún no lo comprende. No podía dejarme ver, pero estuve allí, en cada uno de sus pasos junto a él. Escuché cada palabra, analicé cada reacción y eso... eso me está llevando al límite.Es un hombre hábil, lo reconozco, pero no avanzará más de lo que lo ha hecho hoy. Cuando ese animal atacó, estuve a un instante de destrozarlo sin medir las consecuencias, pero él reaccionó antes. Tomó la primera espada que encontró y, con una única estocada precisa, redujo a la bestia a una agonía lenta y d
—Perdón, madre. Creo que me quejaba en sueños —respondo, esforzándome por tranquilizarla—, pero estoy bien.Mamá me observa con preocupación, su mirada se detiene en mi pierna.—Qué incidente tan desafortunado... Que ese animal se escapara justo hoy, con tanta gente en la plaza y tú en tu primera cita. Menos mal no pasó a mayores. Pudo haber sido peor si el señor Jaime no hubiera controlado la situación.Asiento pensativa, pues es verdad. Aún no estoy segura si podría aceptar en mi vida a Jaime. Creo que tiene cualidades muy buenas y claras las prioridades en su vida, pero temo que es un hombre de extremos, no conoce los puntos medios y eso me genera algo de temor, y escalofrío cuando pienso en su falta de reacción a la sangre.—¿Te duele mucho, mi cielo?Abro la boca para responder, pero entonces lo noto. No hay dolor. Mi tobillo está completamente bien. Me quedo inmóvil, confundida. ¿Cómo es posible?Mi estómago se contrae al pensar en él. En sus manos tocándome de forma tan íntima.