—Perdón, madre. Creo que me quejaba en sueños —respondo, esforzándome por tranquilizarla—, pero estoy bien.Mamá me observa con preocupación, su mirada se detiene en mi pierna.—Qué incidente tan desafortunado... Que ese animal se escapara justo hoy, con tanta gente en la plaza y tú en tu primera cita. Menos mal no pasó a mayores. Pudo haber sido peor si el señor Jaime no hubiera controlado la situación.Asiento pensativa, pues es verdad. Aún no estoy segura si podría aceptar en mi vida a Jaime. Creo que tiene cualidades muy buenas y claras las prioridades en su vida, pero temo que es un hombre de extremos, no conoce los puntos medios y eso me genera algo de temor, y escalofrío cuando pienso en su falta de reacción a la sangre.—¿Te duele mucho, mi cielo?Abro la boca para responder, pero entonces lo noto. No hay dolor. Mi tobillo está completamente bien. Me quedo inmóvil, confundida. ¿Cómo es posible?Mi estómago se contrae al pensar en él. En sus manos tocándome de forma tan íntima.
¿Qué estoy haciendo? Debo haber perdido el juicio.Me arrodillo junto a la cama, entrelazo las manos y cierra los ojos en un intento desesperado de encontrar claridad. Todo en mi interior me empuja hacia esto, y aunque la decisión debería ser mía, siento que, en realidad, nunca lo ha sido. Mi tobillo, tan doloroso hasta hace poco, ahora no me causa molestia alguna, lo que solo aumenta mi desconcierto.Cuando finalmente reúno el valor, me levanto con ayuda de una muleta y bajo a la sala. Pablo se pone de pie al verme entrar. Su expresión es indescifrable, su ceño apenas fruncido, pero no pronuncia palabra. No quiero preocupar a mamá. Hay demasiado que debo decirle a este hombre, pero no puedo hacerlo bajo su mirada vigilante. En algún momento, hablaremos a solas.—Buenos días, señorita Rebeca. Me alegra saber que su lesión no fue grave —su voz es serena, pero hay una tensión en su semblante que no pasa desapercibida.—Así es, afortunadamente no ha sido nada de cuidado. Por favor, tome
Me alegré cuando escuché sobre el ataque de aquel animal. No podía evitar imaginar la expresión de terror en el rostro de mi hermana, esa mosca muerta que siempre parecía salir ilesa de todo. No le deseo la muerte, claro está, pero una herida menor, como la que sufrió, me resultó gratificante. Sin embargo, mi satisfacción se esfumó con las noticias que llegaron después.Era inesperado, inconcebible. Pablo no solo era medio hermano de mi esposo, sino que, además, ya no era un don nadie. Ahora era un Ortega. Apenas me reponía de la sorpresa cuando recibí otra revelación aún más perturbadora: Pablo era el dueño de la prestigiosa hacienda Amanecer y, para colmo, acababa de comprometerse oficialmente con mi hermana.La fortuna la persigue, todo lo bueno le sucede a ella. Es injusto. Pablo era mío, y voy a recuperarlo.Convencer a mi esposo de que me permitiera viajar al pueblo y quedarme con mamá no me costó esfuerzo alguno. La excusa era perfecta: ayudar a cuidar a Rebeca mientras se repo
Estoy siendo imprudente, tanto o más que un adolescente. Me había prometido controlarme, pero ahora, sabiéndola mía, es imposible. Aquel hombre, a los ojos de todo el pueblo, es un héroe; así que, aunque no me enorgullece haberla forzado a darme un sí, lo he hecho.Su respuesta llega clara cuando la escucha hablar con su madre en la habitación. No me ama. Sin embargo, está dispuesta a un matrimonio sin amor con tal de alejarme de Marta. No me importa. Tengo toda la vida para ganarme su corazón.Hablé con don Noé. No aprueba mi proceder, pero aun así, me aconsejó que consiguiera los anillos de compromiso. Y lo hice. Según entiendo, esa joya le indica a todos que ella me pertenece, que es mía, del mismo modo en que los licántropos marcamos a nuestra pareja, así que con gusto los consigo.Al regresar a la Hacienda Ortega, sostengo una interesante conversación con mi medio hermano.—¿Por qué aceptaste ser mi capataz si eres el dueño de otra hacienda? —pregunta Iván Felipe con extrañeza—.
—No está bien lo que estás haciendo —insiste don Noé, su voz grave y llena de preocupación—. No puedes casarte con esa joven sin que sepa la verdad. No sabes cómo lo tomará. Podrías terminar dañando su vida... y la tuya, si no manejas bien la situación.He pensado mucho en eso y sé que tiene razón, pero encontrar el momento adecuado para hablar con ella y confesarle lo que soy es complicado. Su madre y su vigilante hermana rara vez la dejan sola.—Se supone que ayer pasaba Iván Felipe por su mujer, así que espero que apartir de hoy sea más fácil hablar con Rebeca —comento.—Eso espero... —responde con un suspiro—. ¿Y cómo van las adecuaciones aquí?Caminamos entre las construcciones de la manada. Algunas edificaciones ya estaban bastante avanzadas, mientras que otras apenas comienzan a tomar forma. Los jóvenes aceptan los cambios con facilidad, pero los mayores, aunque obedientes, siguen mostrando cierta resistencia.—La escuela está prácticamente lista. Por ahora, solo tenemos dos p
—Es un gusto volverlo a ver, padre Juan Benedicto. Permítame presentarme oficialmente, soy Raquel.Un frío recorre mi cuerpo y por poco pierdo la fuerza en cuanto la veo. Frente a mi está el tentador demonio de ojos avellana y tez bronceada que noches atrás descontroló mi mundo haciéndome dudar de mi vocación y temer por mi alma.—Que bueno saber que se conocen. Supongo que se habían visto en la hacienda amanecer —dice el padre Andrés ageno a la situación— eso facilitará mucho más las cosas, ¿No es así, padre?—dice el hombre mirándome.Escuché perfectamente sus palabras, pero mi concentracion está en la hermosa criatura que ahora a plena luz de día trae a mi mente las imágenes y sensaciones que tanto luché por suprimir. Mi boca se niega a emitir sonido hasta que el padre Andrés recalca su premisa y debo obligarme a hablar.—¿Quieres preguntarme algo? —dice el demorio una vez que el padre Andrés sale del aula en que supuestamente tengo que educarlo en la fé.—¿Es este un tipo de pru
Están acostumbradas a que mis visitas sean siempre en la tarde, así que hoy decido adelantar mi recorrido. Al llegar al jardín, encuentro a Rebeca sola, sumergida en la lectura bajo la sombra de un árbol. La luz de la mañana resalta la suavidad de su piel, y por un instante, me detengo solo para contemplarla.Parece que, al igual que en la hacienda Ortega, aquí tampoco puede evitar madrugar.—Buen día —digo, sentándome a su lado en la base del frondoso árbol.Rebeca alza la vista, sorprendida. Se incorpora con rapidez, cerrando el libro con un gesto casi defensivo.—Buen día —responde—. Vamos a la casa, ahí está mi madre.—Sí, pero yo quiero hablar contigo, no con ella. Nunca tenemos la oportunidad de hacerlo a solas. Siempre está presente.Tomo su mano con suavidad, deteniendo su avance. Siento cómo se tensa ante el contacto.—Pero eso no está bien... No es correcto que estemos solos —musita, como si pronunciara una verdad inamovible.—Pero hemos estado solos antes. Incluso en la hac
—¡Atrápenlo, que no escape! —grito al ver cómo el lobo de tamaño mediano, que hasta hace poco tenía la apariencia de un joven, huye entre los árboles.Los licántropos están ahora demasiado cerca de los pueblos. Nos están perdiendo el miedo y, si aprenden a mezclarse entre la población, será un problema grave. Siguen desapareciendo personas, sobre todo en los corregimientos más pequeños, y aunque la mayoría de los cuerpos nunca aparecen, la conclusión más lógica es aterradora: esas bestias los están devorando.Se suponían que en este continente no eran una raza agresiva. Pero ya no estoy tan seguro. En el pueblo vecino, a solo cuatro horas de camino, encontraron los restos destrozados de una mujer. Dejó atrás a su esposo ya su pequeña hija. Una familia destruida. Están de luto. Y es mi deber asegurarme de que algo así no vuelva a ocurrir.El licántropo que persigo coincide con la descripción de un desconocido que, según los aldeanos, siguió con insistencia a la mujer asesinada durante