La temperatura del cuarto ha vuelto a bajar. Mi cabeza reposa suavemente sobre el brazo de mi marido, mientras mis dedos trazan círculos perezosos en su pecho. Sus ojos, llenos de un interés sereno, no se apartan de mí.—Me inquieta el futuro de mi hermana —hablo con una nota de aparente pesar en la voz—. No puedo soportar la idea de que termine siendo una solterona. ¿Qué será de ella cuando mamá ya no esté?Él me observa detenidamente, como si evaluara el peso de mis palabras antes de responder.—Te tiene a ti —dice al fin, con una calma que pretende ser reconfortante—. Yo nunca te impediría cuidar de tu hermana.—Lo sé, amor, pero ese no es el punto —replico, incorporándome ligeramente sobre los codos para mirarlo de frente—. No creo que esa sea una vida plena para una mujer. ¿Vivir solo para ayudar a criar a nuestros hijos?El destello en su rostro al escuchar la palabra "hijos" me delata lo mucho que ese tema lo entusiasma.—Espero que sean muchos —dice, con una sonrisa que suaviz
El aroma de mi hermano impregnado en ella se hace cada vez más evidente, una invasión que despierta en mí una aversión visceral. Su coquetería, que antes me resultaba sutil y encantadora, ahora me parece forzada y vulgar. La manera en que su cadera danza al compás de su largo faldón ha perdido todo rastro de gracia. ¿Cómo pude haber creído que una mujer tan superficial podría ser mi luna? ¿Cómo llegué a imaginar que podía confiar mi corazón a alguien como ella?—Quiero pedirte perdón —dice con una mirada que intenta aparentar pesar—. No puedo disolver mi matrimonio. Las consecuencias sociales serán un desastre para una familia como la mía.—¿Una familia como la tuya ? —recalco, haciendo eco de sus palabras. Su expresión se tensa, y con nerviosismo se apresura a justificarse.—Puede que para las personas de origen humildes como tú esas cosas no sean relevantes. Incluso he oído que a veces ni siquiera hay matrimonio, solo... convivencia. Si me fugara contigo, no solo rompería el corazón
La realidad que descubro supera con creces mis peores imaginaciones. Peleas clandestinas: obligan a licántropos a luchar entre sí hasta casi la muerte. Estoy seguro de que las ganancias etiquetadas como "misceláneas" en el libro contable de esta hacienda provienen de esa monstruosidad.Con paso firme, me dirijo hacia la casa, dispuesto a confrontarla. El encuentro en su sala de tejidos, rodeado de finos hilos y tapices que contrastan grotescamente con sus acciones.—¿Qué deseas? —pregunta altanera al verme cruzar el umbral—. ¿No se supone que solo le rindes cuentas a mi hija?Controlo la situación, y ella pronto lo sabrá.—Es cierto, mis informes son para él. Pero esta conversación es diferente. Por eso, es perfecto que no esté en la hacienda.Su ceño se frunce. Con un movimiento medido, deja su bordado a un lado y me observa con más atención.— ¿Diferente? ¿A qué te refieres? ¿Piensas chantajearme tan descaradamente?Una sonrisa satisfecha cruza mi rostro. Está alerta. Justo como qui
Observo a ese hombre hablando con Marta, y las lágrimas de impotencia resbalan por mis mejillas, ardientes y amargas. Se siguen viendo. Sigue siendo amantes, pese a que mi hermana juró, con ojos llenos de lágrimas, que todo había terminado entre ellos hace meses. Pero no puedo ignorar la verdad: la complicidad en sus gestos, esa cercanía que no deja espacio a dudas.Aprieto con fuerza el libro que llevo en las manos, intentando sofocar el temblor que me recorre. Entonces él levanta la vista y nuestras miradas se cruzan. Un vacío helado se instala en mi estómago. ¡Tonta, tonta, tonta! Las palabras se martillan en mi cabeza con crueldad. ¿Cómo pude ser tan ingenua? Hace solo unas horas mi corazón se aceleró al escuchar sus dulces palabras, creyendo en su encanto.Retrocedo un paso, queriendo desaparecer, pero él se aparta antes, dirigiéndose hacia la zona de cultivos. Respiro hondo, enjuago mis lágrimas y fijo la mirada en el sendero que lleva a mi hermana. No puedo aguantarlo más.—Er
La madre de la muchacha solloza inconsolable, aferrada al frágil cuerpo de su hija, mientras el padre permanece detrás, con los puños apretados y los ojos oscuros de impotencia. La señorita Rebeca trata de consolar a la mujer, susurrándole palabras tranquilizadoras mientras asegura que el médico no tardará.—No creí que fuera posible volver a verla —murmura el hombre, con la voz rota por la emoción. Su mirada, húmeda y fija en la joven, lo delata—. Es la primera chica que regresa.Lo observo con una mezcla de incredulidad y rabia contenida. Me cuesta comprender cómo esta gente puede sacrificar tanto por conservar un techo y un plato de comida, incluso a costa de sus propios hijos. Mi voz surge, seca y directa, sin detenerse a considerar las consecuencias.—Si todos sabían que era Polidoro quien se llevaba a las jóvenes, ¿por qué no lo denunciaron? —pregunto, cruzando los brazos con dureza.El hombre apenas aparta la mirada de su hija para responder.—Eran solo rumores... Nadie tenía p
—Ayúdeme, señora. Recuerda que si caigo, usted cae conmigo.—¿Te atreves a amenazarme? —pregunto, indignada, mientras mi voz busca mantener la calma frente a Polidoro.—Nunca, señora. Pero tenga en cuenta que si ese hombre me delata con el patrón por lo de las muchachas, lo más seguro es que también hable de los otros asuntos... de esos animales. Y ahí sí, caemos los dos.Siento un escalofrío recorrerme. Sabía que este momento llegaría, que debía cortar todo lazo con ese negocio tan pronto como llegara mi hijo. Pero, ingenuamente, pensé que tendría más tiempo. No preví que él traería un nuevo capataz... ni que Polidoro sería degradado.—Te advertí que debíamos ser cuidadosos con ese hombre —digo con frialdad, esforzándome por no mostrar el temor que se gestaba en mi interior—. Seguramente percibió el olor de los otros animales desde lejos.—Pero se supone que para eso se cultivaron hierbas aromáticas por todos lados, para confundirlos —responde Polidoro, terco y con un tono que hace h
Esta tarde, Iván Felipe apareció por el cuartel sin previo aviso. Su llegada me alegra, aunque no puedo evitar sentir que hay algo extraño. Apenas llevo una semana aquí, y él no es del tipo que hace visitas casuales.—Deja de hostigar a mis hombres —le digo, interponiéndome entre él y los agotados reclutas.—¿Tus hombres? —responde con una sonrisa desdeñosa—. No olvides que son mi escuadrón.Su tono tiene una mezcla de desafío y cansancio. Es como si llevara días acumulando un peso que ahora quiere descargar. Lo reconozco en su mirada, en la tensión que lleva en los hombros.—Parece que necesitas desquitarte con alguien —le provoco, llevando una mano al pomo de mi espada—. ¿Qué tal yo?Su sonrisa se vuelve más amplia, más afilada.—Después no digas que no te lo advertí —responde mientras desenvaina con un movimiento fluido, casi despreocupado—. Estoy de malas.Lo sabía. Necesita desahogarse, y parece que no hay mejor manera que cruzando espadas. Nos movemos al patio de entrenamiento,
—No sabes lo contenta que estoy por ti, hija. Ese hombre es un sueño, ¿no te parece? Solo puedo dedicarle una sonrisa breve a mamá y asentir en silencio. Sé que tiene razón; lo que dice es verdad. El señor Jaime es todo lo que una chica podría desear. Es joven, pertenece a una de las familias más poderosas del país y, aunque no posee la belleza deslumbrante de Iván Felipe, su aire de seriedad y aristocracia tiene un magnetismo propio. Entonces, ¿por qué dudo tanto? Debería haber dicho "sí" sin pensarlo dos veces y asegurar mi futuro. Pero hay una parte de mí, rebelde e inquieta, que se resiste.Tal vez mi hermana tenga razón y estoy desperdiciando mi vida al involucrarme tanto en los asuntos de los demás, en especial los de ella. Pero ¿cómo podría quedarme al margen cuando entre ella y Pablo están jugando con la vida y el honor de Iván Felipe? El corazón me duele solo de imaginar el sufrimiento de un hombre inocente, y más aún al saber que mi hermana no tiene intenciones de dejar a e