—No entiendo por qué me trajiste a este lugar —dice mamá, observando con extrañeza la construcción deteriorada que encontré ayer.—Me gusta el lugar. Creo que la forma en que la luz atraviesa esos vitrales me trae paz. Además —miro alrededor, dejando que mis ojos recorran cada rincón antes de volver a fijarlos en ella—, supongo que lo necesitas tanto como yo.Mamá es una de esas personas tan transparentes que sus emociones se reflejan en su rostro sin remedio. Ahora está angustiada. Tras la inesperada conversación que tuve anoche con mi tía, creo saber la razón.Agacha la cabeza y, con un gesto contenido, se sienta en una de las desvencijadas bancas, apretando su pañuelo como si quisiera encontrar en él la fuerza que le falta.—Dime que Enola miente —susurra, clavando en mí una mirada ahora llorosa—. Dime que tu hermana no ha cometido adulterio, que nunca fue amante de ese hombre.Mi mirada se desvía hacia el suelo. Cuánto desearías decirle lo que anhela escuchar, evita ser yo quien c
Le dije a mamá que quería quedarme un rato más. Ya sabe dónde estoy y comprende que necesito escapar un poco de la casa. No logro entender las imágenes que adornaban este lugar, pero, sin importar desde dónde lo mire, es un templo. Aunque no creo que sea católico.Debió haber sido hermoso en sus mejores días. Tal vez pueda hablar con Iván Felipe para ver si es posible restaurarlo; Podría usarse como oratorio. Sin embargo, no puedo quedarme aquí por más tiempo. Me pongo en camino a casa, pero en el trayecto encuentro a una niña.—Hola, bonita, ¿vives por aquí? —me agacho para estar a su altura. La niña me sonríe con dulzura antes de responder. Supongo que es hija de algún trabajador.—Sí, me llamo Abigaíl. Me gusta tu cabello —dice, mientras toca uno de mis rizos, desacomodándolo con sus diminutos dedos.—Gracias, Abigaíl. Mucho gusto, me llamo Rebeca. Eres muy pequeña para andar sola por aquí, ¿dónde están tus padres?Señala hacia dónde quedan las viviendas de los trabajadores. Son un
Aunque el beta no está conforme, obedece las órdenes enviadas por nuestro alfa. Con una mirada repleta de resignación, recoge mis pertenencias y las entrega a don Noé antes de desaparecer en el interior de la casa de la manada.—Por ahora, es asunto suyo —dice el beta, lanzando una última mirada a don Noé antes de cerrar la puerta tras de sí.—Espero no arrepentirme de esto —murmura don Noé en cuanto quedamos solos—. Sube al coche; Hay muchas cosas que necesito explicarte.La idea de entrar en esa caja con ruedas me desagrada, pero no es momento de discutir por detalles insignificantes. A regañadientes, tomo mis cosas, pero don Noé se adelanta y las aparta de mis manos.—Sube, sube. Yo me encargo de tus maletas —dice con una naturalidad que me parece irritante.—Soy más fuerte y joven que usted. Puedo cargar mis cosas perfectamente.—No seas testaruda, niña. Tendremos que hablar de esa actitud también. Ahora, simplemente sube.Con un suspiro de fastidio, ruedo los ojos. Aunque me gust
—¡Padre Juan Benedicto! ¡Padre Juan Benedicto!La insistente voz de la religiosa y los golpes en la puerta me arrancan del sueño con un sobresalto. Mis ojos se abren de golpe, la oscuridad de la habitación se mezcla con la pálida luz entre las gruesas cortinas. ¿Qué habrá ocurrido para que me busquen tan temprano? Me incorporo lentamente, todavía atrapado entre el cansancio y la vigilia. Extiendo una mano hacia el reloj de bolsillo sobre la mesita. Las agujas marcan las seis y diez de la mañana.—¡Padre Juan Benedicto! ¿Se encuentra bien? —insiste la voz tras la puerta.—Dios la bendiga, hermana —respondo, carraspeando para aclarar mi garganta—Por favor, dígale al padre Andrés que no podré apoyarlo en la mañana —digo agarrando rápidamente la sábana al darme cuenta de que estoy desnudo.—Entendido, padre. Avisaré al padre Andrés. Haré que le lleven los alimentos a su habitación —la religiosa no parece notar mi turbación.Sus pasos se desvanecen por el pasillo. Suspiro con fuerza, pero
Jamás pensé que mi suegra sería mi enemiga, pero dadas las circunstancias, era inevitable. Durante años, aquella mujer gobernó la casa Ortega con puño de hierro, un ícono de autoridad indiscutible. Sin embargo, conmigo cometió un error garrafal; no soy un peón ni una de las criadas para temblar ante sus palabras.Sé que no irá de chismosa a contarle nada a mi marido. Es evidente que Pablo con su origen humilde es más agresivo, sabe más de pelea que Iván Felipe. Fue casi placentero ver la ira y la impotencia en su rostro antes de que se retirara, huyendo como una leona herida a su cuarto, probablemente en busca de consuelo para la migraña que, estoy segura, le provoqué.Ahora más que nunca necesito a mi marido de mi lado. Debo ser inteligente y tierna con él para garantizar que me crea a mí y no a ella.Abro la ventana y dejo que la brisa acaricie mi rostro mientras observo la belleza de la hacienda. Este lugar, con sus verdes praderas y su aire de grandeza, es mi hogar ahora, y no est
La temperatura del cuarto ha vuelto a bajar. Mi cabeza reposa suavemente sobre el brazo de mi marido, mientras mis dedos trazan círculos perezosos en su pecho. Sus ojos, llenos de un interés sereno, no se apartan de mí.—Me inquieta el futuro de mi hermana —hablo con una nota de aparente pesar en la voz—. No puedo soportar la idea de que termine siendo una solterona. ¿Qué será de ella cuando mamá ya no esté?Él me observa detenidamente, como si evaluara el peso de mis palabras antes de responder.—Te tiene a ti —dice al fin, con una calma que pretende ser reconfortante—. Yo nunca te impediría cuidar de tu hermana.—Lo sé, amor, pero ese no es el punto —replico, incorporándome ligeramente sobre los codos para mirarlo de frente—. No creo que esa sea una vida plena para una mujer. ¿Vivir solo para ayudar a criar a nuestros hijos?El destello en su rostro al escuchar la palabra "hijos" me delata lo mucho que ese tema lo entusiasma.—Espero que sean muchos —dice, con una sonrisa que suaviz
El aroma de mi hermano impregnado en ella se hace cada vez más evidente, una invasión que despierta en mí una aversión visceral. Su coquetería, que antes me resultaba sutil y encantadora, ahora me parece forzada y vulgar. La manera en que su cadera danza al compás de su largo faldón ha perdido todo rastro de gracia. ¿Cómo pude haber creído que una mujer tan superficial podría ser mi luna? ¿Cómo llegué a imaginar que podía confiar mi corazón a alguien como ella?—Quiero pedirte perdón —dice con una mirada que intenta aparentar pesar—. No puedo disolver mi matrimonio. Las consecuencias sociales serán un desastre para una familia como la mía.—¿Una familia como la tuya ? —recalco, haciendo eco de sus palabras. Su expresión se tensa, y con nerviosismo se apresura a justificarse.—Puede que para las personas de origen humildes como tú esas cosas no sean relevantes. Incluso he oído que a veces ni siquiera hay matrimonio, solo... convivencia. Si me fugara contigo, no solo rompería el corazón
La realidad que descubro supera con creces mis peores imaginaciones. Peleas clandestinas: obligan a licántropos a luchar entre sí hasta casi la muerte. Estoy seguro de que las ganancias etiquetadas como "misceláneas" en el libro contable de esta hacienda provienen de esa monstruosidad.Con paso firme, me dirijo hacia la casa, dispuesto a confrontarla. El encuentro en su sala de tejidos, rodeado de finos hilos y tapices que contrastan grotescamente con sus acciones.—¿Qué deseas? —pregunta altanera al verme cruzar el umbral—. ¿No se supone que solo le rindes cuentas a mi hija?Controlo la situación, y ella pronto lo sabrá.—Es cierto, mis informes son para él. Pero esta conversación es diferente. Por eso, es perfecto que no esté en la hacienda.Su ceño se frunce. Con un movimiento medido, deja su bordado a un lado y me observa con más atención.— ¿Diferente? ¿A qué te refieres? ¿Piensas chantajearme tan descaradamente?Una sonrisa satisfecha cruza mi rostro. Está alerta. Justo como qui