40. ME IMPRIMÉ

—¿Por qué soy presa del demonio? —pregunta minutos después, su voz cargada de una mezcla de culpa y desconcierto, mientras intenta detener los pensamientos que parecen consumirlo.

Se ve tan adorable, tan indefenso, que me resulta imposible no sonreír. Su fragilidad despierta en mí algo inesperado, un deseo feroz de protegerlo, de reclamarlo. Soy una omega; ser fuerte, líder y protector no es lo mío. Pero con este hombre, no tengo opción. Su vulnerabilidad me exige algo más profundo. De un solo movimiento, los botones de su camisa vuelan, dejando al descubierto su pecho.

—Ya te dije que no soy un demonio —murmuro mientras me inclino sobre él, mis labios rozando la piel cálida y firme de su pecho. La tensión en sus músculos se intensifica bajo mi toque, como si mi presencia le desafiara y le tentara a la vez—. Seré tu compañera, tu mujer, por el tiempo que nos queda en este mundo.

—Eres un demonio o he enloquecido... no hay más opciones —responde, sin apartar los ojos de mis movimientos
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