—¿Por qué soy presa del demonio? —pregunta minutos después, su voz cargada de una mezcla de culpa y desconcierto, mientras intenta detener los pensamientos que parecen consumirlo.Se ve tan adorable, tan indefenso, que me resulta imposible no sonreír. Su fragilidad despierta en mí algo inesperado, un deseo feroz de protegerlo, de reclamarlo. Soy una omega; ser fuerte, líder y protector no es lo mío. Pero con este hombre, no tengo opción. Su vulnerabilidad me exige algo más profundo. De un solo movimiento, los botones de su camisa vuelan, dejando al descubierto su pecho.—Ya te dije que no soy un demonio —murmuro mientras me inclino sobre él, mis labios rozando la piel cálida y firme de su pecho. La tensión en sus músculos se intensifica bajo mi toque, como si mi presencia le desafiara y le tentara a la vez—. Seré tu compañera, tu mujer, por el tiempo que nos queda en este mundo.—Eres un demonio o he enloquecido... no hay más opciones —responde, sin apartar los ojos de mis movimientos
Espanto de mi mente los rostros de Rebeca y de la propia señora Enola, obligándome a concentrarme en lo urgente.El cielo está despejado, una noche fresca y aparentemente tranquila, pero mi inquietud persiste. He recorrido la casa entera, sin hallar en el exterior rastro alguno del aroma de Raquel. El problema es que, aunque este lugar es mucho más pequeño que mis propios terrenos, sigue siendo amplio y lleno de recovecos. Podría aparecer desde cualquier dirección. Conozco su impulsividad, pero dudo que sea tan imprudente como para cruzar la verja principal, llegar a la casa y tocar la puerta.Decido arriesgarme y buscar su olor desde más lejos, y efectivamente lo encuentro, bueno, algo así, encuentro sus ropas. Están bien escondidas, así que las dejo ahí por si ella está cerca y las necesita. El aroma es leve, eso me indica que pasó por aquí hace unas cuantas horas. Por lo menos no está actuando completamente por impulso. Está tratando de encontrar la mejor oportunidad de caza, a
Eran casi las nueve de la noche cuando me despedí del reverendo Juan Benedicto. No suelo permanecerá despierta hasta tan tarde, pero esta era una ocasión especial, y mi madre también lo comprendió. Ahora estoy en mi cama, pero, por más que lo intento, mi mente se niega a colaborar y otorgarme el descanso que tanto necesito.No logro entenderme últimamente. Mis pensamientos se han llenado de ideas absurdas, y cada una me provoca una punzada de vergüenza. Por ejemplo, esta noche me pareció que el reverendo me miraba de una forma que trascendía la amistad, y lo peor de todo es que no me desagradó. Es una tontería, lo sé, pero compartimos tanto en común que por un instante me atreví a pensar que podríamos ser perfectos el uno para el otro. Y, sin embargo, cuando mi mirada se cruza con la de Iván Felipe, mi corazón insiste en agitarse, aunque solo pueda verlo a la distancia.De pronto, un sonido fuerte me sobresalta haciendo que me incorpore de golpe en la cama. Apenas había conciliado el
—Tendrás que estar más pendiente de la protección de tu familia —dice Jaime mientras toma la botella y llena ambos vasos con calma —. Puede ser una coincidencia, pero también podría no serlo.—¿A qué te refieres? —pregunto, esforzándome por comprender el trasfondo de sus palabras.—Si uno de esos monstruos sabe que eres el nuevo capitán, tu familia podría estar en peligro. Más aún, considerando que tú ideaste la nueva estrategia.No le falta razón. Fue gracias a mis sugerencias y a los resultados obtenidos en Europa que me permitieron elegir mi destino. Anhelaba regresar, pero jamás imaginé que el peligro se instalaría tan cerca de mi hogar.—Puedo proteger a mi esposa y a mi madre —digo tras una pausa, meditando cada palabra—, pero no tengo forma de mantener aquí a la tía Leticia ni a mi prima sin una excusa creíble.Tomo con desgano el vaso que me ofrece y miro su contenido como si buscara una respuesta en el fondo del líquido ámbar.—No deberíamos estar bebiendo —añado, casi para m
—Te digo que debemos ser cuidadosos. Deshazte de las evidencias —ordeno con firmeza a mi viejo capataz.—Pero señora, ese ingreso es muy bueno. ¿Y si le explicamos al señor?—Ni se te ocurra hablar con mi hijo —interrumpo bruscamente a Polidoro, alzando la voz para dejar claro mi descontento—. Eduqué a Iván Felipe para que fuera un caballero, un hombre honorable, un pilar de la sociedad. No puedo permitir que se entere de esto ahora.Polidoro sostiene mi mirada por un instante, sus ojos brillando con un ligero destello de disgusto, pero finalmente baja la cabeza en señal de sumisión. Eso es lo que aprecio de él: sabe cuál es su lugar.—Sí, señora. Tengo claras mis instrucciones.—En cuanto al otro asunto, quiero a toda esa gente fuera de aquí hoy mismo.—Así será, pierda cuidado —responde, dándose media vuelta. Antes de salir, ajusta su viejo sombrero y desaparece tras la puerta.Suspiro profundamente. ¿Cómo es posible que los problemas se acumulen tan rápido? Tengo tantas cosas que r
—No entiendo por qué me trajiste a este lugar —dice mamá, observando con extrañeza la construcción deteriorada que encontré ayer.—Me gusta el lugar. Creo que la forma en que la luz atraviesa esos vitrales me trae paz. Además —miro alrededor, dejando que mis ojos recorran cada rincón antes de volver a fijarlos en ella—, supongo que lo necesitas tanto como yo.Mamá es una de esas personas tan transparentes que sus emociones se reflejan en su rostro sin remedio. Ahora está angustiada. Tras la inesperada conversación que tuve anoche con mi tía, creo saber la razón.Agacha la cabeza y, con un gesto contenido, se sienta en una de las desvencijadas bancas, apretando su pañuelo como si quisiera encontrar en él la fuerza que le falta.—Dime que Enola miente —susurra, clavando en mí una mirada ahora llorosa—. Dime que tu hermana no ha cometido adulterio, que nunca fue amante de ese hombre.Mi mirada se desvía hacia el suelo. Cuánto desearías decirle lo que anhela escuchar, evita ser yo quien c
Le dije a mamá que quería quedarme un rato más. Ya sabe dónde estoy y comprende que necesito escapar un poco de la casa. No logro entender las imágenes que adornaban este lugar, pero, sin importar desde dónde lo mire, es un templo. Aunque no creo que sea católico.Debió haber sido hermoso en sus mejores días. Tal vez pueda hablar con Iván Felipe para ver si es posible restaurarlo; Podría usarse como oratorio. Sin embargo, no puedo quedarme aquí por más tiempo. Me pongo en camino a casa, pero en el trayecto encuentro a una niña.—Hola, bonita, ¿vives por aquí? —me agacho para estar a su altura. La niña me sonríe con dulzura antes de responder. Supongo que es hija de algún trabajador.—Sí, me llamo Abigaíl. Me gusta tu cabello —dice, mientras toca uno de mis rizos, desacomodándolo con sus diminutos dedos.—Gracias, Abigaíl. Mucho gusto, me llamo Rebeca. Eres muy pequeña para andar sola por aquí, ¿dónde están tus padres?Señala hacia dónde quedan las viviendas de los trabajadores. Son un
Aunque el beta no está conforme, obedece las órdenes enviadas por nuestro alfa. Con una mirada repleta de resignación, recoge mis pertenencias y las entrega a don Noé antes de desaparecer en el interior de la casa de la manada.—Por ahora, es asunto suyo —dice el beta, lanzando una última mirada a don Noé antes de cerrar la puerta tras de sí.—Espero no arrepentirme de esto —murmura don Noé en cuanto quedamos solos—. Sube al coche; Hay muchas cosas que necesito explicarte.La idea de entrar en esa caja con ruedas me desagrada, pero no es momento de discutir por detalles insignificantes. A regañadientes, tomo mis cosas, pero don Noé se adelanta y las aparta de mis manos.—Sube, sube. Yo me encargo de tus maletas —dice con una naturalidad que me parece irritante.—Soy más fuerte y joven que usted. Puedo cargar mis cosas perfectamente.—No seas testaruda, niña. Tendremos que hablar de esa actitud también. Ahora, simplemente sube.Con un suspiro de fastidio, ruedo los ojos. Aunque me gust