CAPÍTULO 5

Alicia buscó la llave bajo una maceta, como su padre solía esconderla. Sus manos temblorosas finalmente la encontraron, y rápidamente abrió la puerta, cerrándola de golpe tras de sí.

Dentro, la casa estaba sumida en penumbras. Un olor extraño flotaba en el aire, como humedad mezclada con algo metálico. Alicia avanzó lentamente, llamando a su padre con voz baja.

—¿Papá? Soy yo... Alicia—llamó en medio del llanto—¿papito?

De pronto, un sonido vino desde el piso superior, como un mueble arrastrándose. Alicia apretó el b**e con fuerza, su corazón latiendo con fuerza mientras subía las escaleras.

—Papá... ¿Estás ahí?—volvió a preguntar.

A medida que caminaba, podía sentir como un frío aterrador, peor que el que estaba en el exterior, calaba con agresividad hasta lo más profundo de sus huesos. Sintiéndose con mareo, así como con fiebre, mientras su mordida ardía en aumento, continuó avanzando hasta llegar a la lujosa cocina.

Sin embargo, unas bolsas de compras regadas en el piso la asustaron, ya que estas y el resto del lugar estaban cubiertas con sangre. Caminando con cuidado, escuchando un gruñido, fue hasta uno de los interruptores para finalmente encontrarse algo que detuvo un momento su corazón.

Con su cabello escurriendo agua, sus ojos llorosos observaron a una mujer vestida con el uniforme de servicio, lleno de sangre, golpeándose contra la pared al lado del nevecón.

—¿Señora Lisa?—llamó asustada a la cuidadora de su padre.

Cuando la llamó por su nombre, la mujer se detuvo, pero con un gruñido gutural, comenzó a girar su cabeza, notando así la enorme mordida que tenía en su hombro y en su mejilla izquierda. Sintiendo que se ahogaba, se quiso defender antes de que ella se le abalanzara encima.

No obstante, la mujer, quien era más fuerte que las otras personas monstruosas, no se inmutó ante aquel golpe. Solo se tambaleó hacia atrás antes de seguir su camino hasta donde ella y con una destreza impresionante saltar encima de ella.

Perdiendo el equilibrio, Alicia se golpeó con fuerza la espalda y parte de su nuca, mientras con su brazo herido intentaba defenderse de la mordida de la señora Lisa. Sin embargo, un fuerte destello, seguido de un ruido, fue lo único que presenció antes de perder la consciencia.

—¡Suéltala, Lisa!—la voz de su padre resonó en la oscuridad de su inconsciencia.

Escuchando a lo lejos su voz, como un leve eco en medio de una inmensa caverna subterránea, pudo abrir poco a poco sus ojos y, pese a lo borrosa que estaba su visión, notó como la señora lisa estaba tirada en el piso, mientras su padre le disparaba varias veces en la cabeza.

—Papá...—susurró Alice.

El anciano veterano, de casi ochenta años, había luchado desde la mañana contra su sirvienta infectada. No había podido llamar a su hija para ponerla en advertencia; sin embargo, al verla siendo atacada, no le importó necesitar de su silla de ruedas para caminar.

—¡Hija!—gritó asustado al ver que le han mordido su brazo—¿hace cuánto tiempo te mordieron?

—No... lo sé—respondió desorientada.

Sintiéndose como se asfixiaba, necesitando con urgencia su tanque de oxígeno, el hombre ocultó que él también había sido mordido y puso como pudo el cuerpo de su hija en la silla de ruedas, empujándola hasta llegar a su estudio en el primer piso.

Si algo le había dado el ejército, aparte de mucho dinero, tras haber trabajado con estos por más de cincuenta años, fue una mente calculadora. Conociendo a la perfección lo que estaba ocurriendo en la ciudad, oprimió un botón debajo de su escritorio, el cual abrió una compuerta secreta detrás de un librero.

Entre lagunas, Alice podía observar como su pálido y cansado padre la llevaba hasta lo que parecía ser un pequeño ascensor, para luego entrar y cerrar la puerta con prisa. A partir de allí, todo se puso oscuro para ella.

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El padre de Alice, Conrad Warrick, llevó a su hija hasta el último piso de su villa, donde tenía ubicada una de las entradas subterráneas del bunquer que había mandado a hacer después de haber comprado el terreno de la villa. Sabía muy bien, por su conexión con el ejército, que era cuestión de tiempo para que algo saliera mal.

Habiendo estado involucrado el origen de todo, pasó más de ocho años desarrollando una "cura" experimental, que no había sido sino hasta ayer en la noche que había logrado sintetizar. Sin embargo, aunque al principio quería usarla para el mismo, no contaba con que su hija saliera afectada.

Sabiendo que era cuestión de tiempo para que su cuerpo ya no aguantara más y siendo apenas un anciano, decidió que lo mejor sería darle la única "cura" que había hecho a su hija. Con su garganta amarga, ya que sabía que dentro de poco no la volvería a ver más, al menos quería hacer algo por ella siendo aún humana.

—Lo siento—dijo al borde del llanto—todo esto ha sido mi culpa.

Con mucho esfuerzo, sintiendo como su fiebre aumentaba, colocó el cuerpo de su hija dormida encima de la cama que había en la oficina que estaba en el búnquer. Allí, sacándola de un pequeño refrigerador, sacó un maletín el cual tenía una ampolla experimental y una jeringa con una aguja bastante larga.

Presintiendo que le dolería, Conrad lo inyectó rápido, provocando en efecto que su hija comenzara a retorcerse del dolor. Llorando, se colocó en su silla de ruedas, mientras se colocaba su mascarilla de oxígeno. Viendo que dentro de poco era hora para que el mismo sucumbiera a aquel mal, escribió una nota para Alice.

"En el computador encontrarás todas las respuestas, hija mía. Perdóname, por mi culpa las he arrastrado a ambas a un futuro lleno de oscuridad. Solo espero que mi nieta pueda crecer como una humana normal, independiente a todo. Recuerda Alice, ¡NO CONFÍES EN EL EJÉRCITO!"

Con tristeza, comenzando a derramar lágrimas, salió de la oficina rumbo al ascensor. Pasando por distintos sistemas de seguridad, provocó que el ascensor que daba acceso a esa entrada se bloqueara desde afuera, de modo que nada ni nadie pudiera perturbar a su hija.

Deteniéndose con brusquedad, comenzó a toser sangre, alarmándose por lo rápido que estaba siendo todo en su cuerpo, pese a los cuidados de años que tuvo. Por eso, apresurándose, volvió a la cocina y dejó abierto todas las llaves de gas.

Escuchando el tic tac de su reloj de pulso, antes de perder la conciencia por completo, notando el fuerte olor de gas que inundaba el lugar, encendió una cerilla, la cual provocó una fuerte explosión que resonó, aun en contra de la tormenta que hacía.

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