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XVIII Roedores esperanzados

Luego de dar aviso a Max, Sara se dirigió a la ubicación que Aníbal le había enviado. Siguiendo las indicaciones de la aplicación de navegación GPS, llegó a un barrio residencial en los suburbios. La calle, solitaria, estaba iluminada a intervalos por los focos de anaranjada luz artificial. Por cada uno bueno había dos malos. La casa en cuestión estaba en una de esas manchas sombrías, que daban el aspecto de estarlo observando todo a través de gruesos barrotes. Nadie había por allí a esas horas, salvo un gato, que cruzaba tranquilamente la calle aprovechando la soledad.

Se contactó con la central para averiguar algo respecto a la casa y sus ocupantes. No tardaron en decirle que el dueño tenía cargos por receptación y robo. La idea de ir y pedirle amablemente que le entregara el teléfono fue bastante breve. Sin embargo, la serie de eventos burocráticos que le permitirían hacerse con el aparato ya había iniciado.

Dos horas estuvo esperando hasta conseguir una orden para allanar y poli
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