El ulular de la sirena de la ambulancia se fue silenciando mientras descendía por las lomas. Algunos de sus habitantes se asomaron a los jardines para ver qué ocurría, otros enviaron a sus empleados a averiguar. Afuera de la casa de Marcos Arias había un gran contingente policíaco. Y la infaltable prensa también había llegado. Como pirañas buscaban conseguir una exclusiva: el verdadero rostro del monstruo que había mantenido en vilo a la ciudad durante semanas, el estado de su última víctima, su escondite, sus secretos.—Recibí información clave que me permitió encontrar al culpable. Gracias a eso, fue posible salvar la vida de la detective Rojas —declaraba el fiscal frente a las cámaras.Por fortuna había llevado ropa de recambio y lucía impecable. Y la radiante sonrisa no se le borraba de la cara.—Ese patán —mascullaba Max, dando la calada final a su cigarrillo.Era el último, prometió mirando hacia el cielo, donde se encontró con una resplandeciente luna nueva. Al interior de la
—¿Entonces así fue como ocurrió? —preguntó Max.No quería ser descortés, pero no podía apartar la vista del parche que le cubría toda la zona de la nariz y pómulos.—Así es —dijo Dolly, con voz gangosa—. Dejé a Misael sedado en la habitación y bajé por algo al auto. Fue cuando ese lobo me atacó. No me dio tiempo de defenderme de lo rápido y violento que fue. Creo que pudo inyectarme algo, no estoy muy segura. Me sentí muy débil. Y el dolor fue espantoso, todos los huesos me crujían. Luego ya no hubo nada, creo que morí. Los médicos dicen que estuve muerta unos minutos.—Tendrás que agradecerle a Misael, él fue quien te devolvió a la vida con una poco ortodoxa maniobra de reanimación.Dolly sonrió. Terminó de dar su declaración y descansó. Tantos huesos rotos llevarían algo de tiempo en sanar.Max siguió pensando en ella hasta la hora del almuerzo. Era un hombre débil, supuso.Al fiscal le entregó un completo archivo del caso, con todas las evidencias en contra de Marcos Arias. Lo únic
La serena respiración de Misael evidenciaba su letargo. Se había dormido en el pasillo y en su cabeza se sucedían con rapidez escenas de su infancia.Las fogatas que iluminaban la noche rodeada de montañas, un pequeño niño atragantado con comida..."Mi mami es la mejor... ella prepara estos rollos y me quiere mucho"... —decía él.¿A qué sabrían esos rollos de carne? Lamentaba no haberlos probado y darle tan poca importancia.Ojalá y alguien los preparara para él.La añoranza, la aldea y la comida se desvanecieron con el surgir de su conciencia. Un gemido lo había despertado.Otro lo hizo levantarse de un brinco y pegarse a la puerta. De allí brotaban gemidos, jadeos y suspiros. Habían reemplazado a las palabras y expulsado a los gruñidos.Esperó, yendo de un lado al otro, conteniéndose para no abrir la puerta e irrumpir dentro. Treinta minutos después, Dolly abrió.—¿Funcionó? —se apresuró a preguntar él.—Está cansada... Procura que descanse.En el sillón encontró a Sara, con las rop
Misael miró la mano del muchacho y luego a su joven rostro.—¿Qué clase de jugarreta es ésta? ¿Quieres burlarte de mí?—Claro que no, Misael. Quiero que seamos socios.Misael sonrió de mala gana.—¿Por qué?—Porque eres el mejor en esto, por qué más va a ser. —No quiero tener nada que ver con las empresas de Frederick.—No se usará capital de las empresas Overon y no estarán involucradas en modo alguno. Quiero invertir unos ahorros, un premio que gané durante mis estudios. Y confío en ti, sé que estarán en buenas manos.—Antes de lo ocurrido no habría dudado de tus palabras. Mi imagen y reputación están por los suelos ahora y tú presides las empresas Overon. Frederick no querrá que te relaciones conmigo.—En este negocio, quien no se atreve a correr riesgos, no surge. Si Frederick se enfadara y me despidiera, pues conseguiría otro trabajo y ya. Tú eres mi hermano, eso es más importante.—Ni siquiera me acuerdo de ti.—Me senté a comer a tu lado en la fogata esa noche —recordó con ale
—¡Mira nada más el tamaño de este bebé! —dijo Max, posando para una foto junto al enorme ejemplar que acababa de pescar.Se sacó una foto más y lo regresó al mar.—¡¿Qué acabas de hacer?! —preguntó Samuel.A punto y había estado de lanzarse al mar también. Era un pez magnífico.—Soy vegetariano ahora. Si vine aquí fue por ustedes.—Jenny te tiene de los huevos —dijo Tobías.Samuel y él rieron de buena gana y bebieron de sus cervezas, esperando que el jalón en sus cañas les indicara que algo había picado. Mientras tanto, descansaban en sus tumbonas bajo el sol.—¿Y qué? No soy menos hombre por dejarme influenciar por ella. Mis huevos están donde quieren estar y están felices.Las risas inundaron el yate, el lugar perfecto para pasar tiempo de calidad con los amigos.—¿Y qué tal el retiro? —preguntó Tobías.—Aburrido. Con mi esposa nos inscribimos a clases de baile, de cocina hasta de pintura china. Siento que me hago más viejo a cada instante. Extraño la adrenalina.—¿Pintura china? Y a
—Otro con el pescuezo roto —dijo Samuel Durán, sin prestar mucha atención al resto del cuerpo. Era el tercero que encontraban en el mes: todos hombres, todos con espantosas fracturas, todos en callejones oscuros. No podía tratarse de una coincidencia. Samuel miró su reloj, faltaban diez minutos para el mediodía. —No sólo tiene el cuello roto, su brazo parece de goma —dijo Max Benítez. Estaba quebrado al menos en tres partes. Dada su experiencia de casi diez años como detective y por la panzota que tenía el muerto, debía pesar al menos cien kilos. Eso reafirmaba la hipótesis que había estado masticando desde que viera a la primera víctima, con la cabeza al revés, pero que no se había atrevido a comentar porque rogaba estar equivocado. —Creo que fue una bestia, un licántropo —dijo por fin. Fue como si se hubiera sacado un enorme peso de encima. Ahora sí que necesitaría de toda su experiencia como investigador y de toda la sagacidad de su compañero, su mentor, su padre en la institu
—La víctima era un empleado modelo. Siempre llegaba a la hora, mantenía su puesto de trabajo ordenado, era amigable y colaborador con sus compañeros, respetuoso con sus superiores. Incluso donaba parte de su sueldo a organizaciones de caridad —dijo Sara. Estaban en un restaurante. Se pensaba mejor con el estómago lleno, eso decía siempre Samuel. En la terraza tenían la privacidad necesaria para hablar de trabajo y disfrutar de las delicias culinarias al mismo tiempo. —La gente siempre habla bien de los muertos los primeros días. Todo cambia después del funeral —aseguró Max, mordisqueando su hamburguesa. Sara comía una ensalada. —Nunca oí nada similar en la academia, pero tiene mucho sentido. ¿Qué hay de su familia? —Con la familia esa regla no siempre se cumple. A veces es al revés. La ex esposa estaba muy interesada en saber quién era el beneficiario del seguro de vida. —¿Su muerte podría tener que ver con eso? —Es una posibilidad. La hermana me dijo que frecuentaba a una muje
Había mujeres que llevaban a diario estrictas rutinas de belleza para mantener la piel, el mayor tejido del cuerpo, tersa, hidratada y nutrida. Sara no era la excepción, por supuesto, aunque sus razones iban más allá de la salud o vanidad. La apariencia visual no le importaba mucho, ella se enfocaba en un sentido que para los humanos era bastante limitado, no así para los lobos. El sensible olfato de sus congéneres era a quien buscaba engañar. Para lograrlo disponía de todo un arsenal de productos destinados a enmascarar su esencia, desde el shampoo que usaba hasta el bloqueador solar. Daba gracias porque hubiera personas interesadas en la necesidad de mantener ciertas cosas en secreto, y que existiera la tecnología que lo permitiera. Era un ritual agotador, claro que sí, pero le permitía vivir con cierta tranquilidad, sobre todo en esos días en que su naturaleza lobuna clamaba con fuerza por saciar sus instintivos deseos. Ser una omega y estar en celo era una gran desventaja y ella n