—La víctima era un empleado modelo. Siempre llegaba a la hora, mantenía su puesto de trabajo ordenado, era amigable y colaborador con sus compañeros, respetuoso con sus superiores. Incluso donaba parte de su sueldo a organizaciones de caridad —dijo Sara.
Estaban en un restaurante. Se pensaba mejor con el estómago lleno, eso decía siempre Samuel. En la terraza tenían la privacidad necesaria para hablar de trabajo y disfrutar de las delicias culinarias al mismo tiempo.—La gente siempre habla bien de los muertos los primeros días. Todo cambia después del funeral —aseguró Max, mordisqueando su hamburguesa.Sara comía una ensalada.—Nunca oí nada similar en la academia, pero tiene mucho sentido. ¿Qué hay de su familia?—Con la familia esa regla no siempre se cumple. A veces es al revés. La ex esposa estaba muy interesada en saber quién era el beneficiario del seguro de vida.—¿Su muerte podría tener que ver con eso?—Es una posibilidad. La hermana me dijo que frecuentaba a una mujer que conoció en un bar, no he podido contactarla. Fuera de eso, no hay nada interesante. Habrá que ver qué nos dicen los peritajes del laboratorio.A las seis de la tarde estuvo el informe preliminar de la autopsia, que Sara leyó en voz alta en la oficina. Un profundo silencio sobrevino cuando acabó. Era una novata y apenas la conocía, pero Max estuvo seguro de que ella pensaba lo mismo que él.—No fue un humano —dijo Max, con tétrica expresión—. Apuesto mi placa a que fue un licántropo.A Sara se le secó la garganta y empezó a toser. De su bolso sacó una botella con agua que había comprado y, sin que él la viera, se tomó una píldora. Repentinamente Max dejó la oficina. Con una carpeta Sara se abanicó el rostro. Se roció un poco de su perfume y trató de poner en orden sus pensamientos.—Sígueme y trae el informe del forense —dijo Max, asomándose.Llegaron a una sala a unos cuantos metros de ahí. Había seis detectives dentro, una sola mujer entre ellos. Estaban sentados en torno a una larga mesa ovalada.—Ella es Rojas, la novata —dijo Max—. Novata, ellos son Juan, Luis, Anton, Marcela, Karim y Pietro, detectives de homicidios igual que nosotros.Los seis pares de ojos la miraron con curiosidad. Genial, ahora todos sabían que era la novata. Ya lo veía venir, tardaría semanas o incluso meses para que la llamaran Sara o al menos Rojas. Sería la novata hasta que llegara alguien más novato que ella.—Novata, háblales sobre los resultados de la autopsia —dijo Max, sentándose junto a los demás detectives.El calor que empezó a recorrer el cuerpo de Sara fue tan palpable que estuvo segura de que le salía vapor. Ella era la novata, m*****a sea, no estaba lista para hacer una exposición frente a sus pares. ¡Sus pares! ¿Qué pensarían ellos si la veían sonrojada o le temblaba la voz? No conseguiría su respeto, la tratarían como una novata hasta que jubilara, si es que duraba tanto y no querían mandarla de regreso a la academia.Max Benítez era un infeliz. Ella podría haber preparado una presentación con lujo de detalles si le hubiera informado su idea de hacer una reunión. Había tomado cursos de computación y manejo de software. Ahora su único apoyo era el informe que temblaba en sus manos.¡Y la mancha! En el restaurante se había manchado la blusa. Era una mancha pequeña bajo su hombro que no había logrado quitar, cortesía del kétchup de la hamburguesa de su compañero. Pensarían que era descuidada, sucia, que no apreciaba su trabajo, que no respetaba a sus compañeros ni a sí misma. Todo le dio vueltas, iba a desmayarse en cualquier momento. Quería tomarse el frasco entero de supresores y bañarse en perfume para que nadie oliera su miedo.—¡Rojas!—¡Sí!Dio un paso hacia la mesa para mostrarles las fotos de la escena del crimen. La carpeta resbaló de sus dedos sudorosos y el informe se desperdigó sobre ellos. A la horrorosa primera impresión que estaba dando habría que sumar su torpeza.Inhaló profundamente y aferró su orgullo con todas sus fuerzas.—La víctima murió por una fractura cervical —dijo, mientras escarbaba en los papeles y les enseñaba las grotescas imágenes—. Tenía fracturas defensivas en los brazos, pero no lesiones externas que atribuyan los daños a un objeto contundente.—Diles lo del brazo izquierdo.—Algo que llamó la atención del forense fue que los huesos del brazo parecían haber sido sometidos a una presión tal que los restos óseos se fragmentaron en múltiples partes.—Se hicieron polvo —recalcó Max, ubicándose junto a Sara—. Si sumamos a esto que la víctima es hombre, fue asesinado de madrugada y encontrado en la calle, creo poder afirmar que nuestros cuatro casos están relacionados.Por la mañana se había encontrado un nuevo cuerpo en similares condiciones.El silencio que se hizo en la sala de reuniones fue interrumpido por burlonas risas.—¿Qué te fumaste, Benítez? —preguntó Luis.—Nuestro muerto cayó desde un tercer piso, ya estamos por cerrar el caso —dijo Anton.—Al nuestro lo atropellaron —agregó Marcela.—Todas esas son suposiciones —insistió Max.—¿A sí? ¿Y qué los golpeó entonces? ¿Un elefante? —dijo Luis.—Déjenme explicarles...—No hay ningún asesino en serie, Max. La partida de Samuel realmente te afectó —dijo Pietro.—Averigua qué maquina aplastó a tu víctima, cierra el caso y vete de fiesta con tu novata. Les hace falta relajarse a los dos —dijo Karim.Uno a uno se fueron retirando, riendo hasta más no poder. Sara terminó de poner todos los papeles de vuelta en la carpeta. Se le cayeron una vez más cuando Max mandó a volar una silla de una patada. Había sido una primera reunión realmente mala, pero bien sabían ambos que pudo ser mucho peor.—Al menos no les dijo sobre su hipótesis del hombre lobo.Los ojos de Max parecieron refulgir en ira asesina. No hizo falta nada más para que Sara saliera corriendo y no volviera a hablarle en lo que quedaba del día. 〜✿〜—¿Qué tal tu primer día, amor? —preguntó Jay.Tenía el cabello rubio despeinado. Todavía llevaba puesto el mandil y había restos de un polvo verde en su pálido pómulo. Sara se lo sacudió. Era comino.Ella no sabía por dónde empezar a contarle. Si algo le habían recalcado en la academia era que el trabajo debía permanecer en el trabajo. Llevarlo a casa acabaría por mermar su fortaleza mental.—Bien, aunque mi compañero es un cretino. No pierde oportunidad para recordarme que estoy a kilómetros por debajo de él.—Eso es común cuando eres nuevo. Haz lo que sabes hacer y, tarde o temprano, le dejarás la boca cerrada.Sara asintió, probando otro bocado de estofado. Nadie cocinaba como Jay. Quizás su madre, pero de eso había pasado mucho.—Él cree que nuestro asesino es un licántropo.La garganta de Jay se cerró. Se cubrió con una servilleta para toser.—¿Es así? —preguntó cuando pudo hablar.—No hay pruebas suficientes, pero él está convencido de ello. No quiero ni imaginar lo que ocurriría si llegara a ser cierto.La perfectamente estructurada sociedad que habían logrado construir humanos y lobos, donde vivían todas las diversidades respetando los derechos y deberes de cada quien, se desestabilizaría. Los licántropos perderían su lugar.—De seguro es un error, no te preocupes Sara. Estaremos bien, nadie nos quitará lo que hemos conseguido.Había mujeres que llevaban a diario estrictas rutinas de belleza para mantener la piel, el mayor tejido del cuerpo, tersa, hidratada y nutrida. Sara no era la excepción, por supuesto, aunque sus razones iban más allá de la salud o vanidad. La apariencia visual no le importaba mucho, ella se enfocaba en un sentido que para los humanos era bastante limitado, no así para los lobos. El sensible olfato de sus congéneres era a quien buscaba engañar. Para lograrlo disponía de todo un arsenal de productos destinados a enmascarar su esencia, desde el shampoo que usaba hasta el bloqueador solar. Daba gracias porque hubiera personas interesadas en la necesidad de mantener ciertas cosas en secreto, y que existiera la tecnología que lo permitiera. Era un ritual agotador, claro que sí, pero le permitía vivir con cierta tranquilidad, sobre todo en esos días en que su naturaleza lobuna clamaba con fuerza por saciar sus instintivos deseos. Ser una omega y estar en celo era una gran desventaja y ella n
Los sentidos de Sara nunca antes habían estado tan atentos ni tan conectados con el arma que cargaba y que apuntaba directo a la cabeza de Iván Reyes, en una sala de reuniones de K&R. Unas horas antes—Amor ¿Qué haces con mi pañuelo en tu cuello? —preguntó Sara por la mañana, cuando fue a desayunar luego de trotar. —Hago lo necesario —dijo Jay. Había llevado el pañuelo puesto desde que se levantara. Sólo se lo sacó para ponérselo a Sara antes de que se fuera. —Es mi saludo para tus compañeros, si es que hay algún lobo entre ellos. Sara se preocupaba de ocultar sus propias feromonas, pero las de su novio eran completamente bienvenidas. —Lindo pañuelo —le dijo Max al saludarla. Estuvieron apenas unas horas en la oficina y fueron deprisa con el jefe. —El padre de la niña a la que la víctima habría abusado era su compañero de trabajo, la novata lo descubrió —dijo Max. —La gente publica todo en las redes sociales, no fue muy difícil. —Muy bien, hablaré con el juez —dijo Tobías Mo
—Vaya, vaya, tenías razón, muchacho. ¿Quién lo diría?—Mi instinto no me engaña, Samuel. Ha sido así desde el principio y confío en él aunque nadie más lo haga.—¿Qué tal tu nuevo compañero?—Ay, Samuel. Ni te lo imaginas —dijo Max, vaciando su vaso—. En apenas unos días ha pasado mucho. Fue por más cervezas al refrigerador. Mañana tendría el día libre y había bastante que hablar con su amigo. Lejos de allí, en el barrio residencial del lado oeste, una casa de gris piedra estaba sumida en el silencio. —Sara, ya llegué —dijo Jay en cuanto cruzó la puerta.Ella no contestó, pero no fue necesario. Estaba metida en la tina, con expresión cansada. —Ahí afuera es un caos. Al final tu compañero tenía razón —dijo él, sentándose en el borde—. ¿Cómo estás?—Agotada. Lo peor es que siento que no he hecho nada. —Debe ser el estrés. Esto ha sido muy inesperado. Los representantes del consejo se reunirán con el ministro de seguridad pública. La paranoia está subiendo como la espuma. Sara cerr
Sin importar lo mojado del pavimento por la lluvia de la noche anterior, Sara corría a través del parque. El aire húmedo era refrescante, aunque el aroma a tierra la sofocara un poco. Faltaba una semana para cumplir un mes en la estación. Que se hubiera sabido sobre su naturaleza salvaje desde el principio había contribuido a su paz mental. No había nada que ocultarle a sus compañeros y tampoco había atraído ninguna desgracia o de eso estuvo segura hasta llegar a la pileta. En el centro del parque, sembrado de añosos árboles, había una pileta. El agua no estaba muy limpia luego de la lluvia, pero servía para elongar sus brazos y piernas en la orilla. No era la única que lo pensaba. A diferencia de Sara, él no estaba interesado en ocultar quien era, pese a que llevaba una gorra para complementar su atuendo deportivo. De todos los parques, de toda la ciudad, de todos los lugares para elongar, Misael Overon escogía el mismo que ella. —También te quedaba de paso —le dijo Sara, llevando
Su aroma flotaba sobre la ciudad como el de las flores en la primavera. Debía estarse volviendo loco. Según sus cálculos, la estación de policías estaba a cuatro kilómetros y medio de su edificio, su olfato no era tan bueno como para que el aroma de Sara le llegara, pero así había sido. Estaba en medio de una reunión cuando lo sintió, sutil y etéreo, pero tal y como lo recordaba. La memoria emotiva, se había dicho. Ella regresó, la había visto y había estado pensando en ella un par de veces, por eso recordaba repentinamente su aroma, porque lo estaba recordando, no oliendo. Era imposible. Al acabar la reunión se acercó a la ventana. Los gases de la combustión de los autos, la tierra húmeda, el perfume de una mujer que pasaba por el frontis del edificio, los alimentos que se preparaban en el restaurante de en frente, nada de Sara. Sara no estaba más que en sus recuerdos, esos que había sepultado junto a sus memorias de juventud. No volvió a pensar en ella durante el día. Fue durante
—¡Júrame que no te fuiste con ese Overon! —exigió Max, enfurecido. Por la tarde, los de narcóticos habían hecho una redada y varios Álvarez estaban ya detenidos, mientras otros, entre los que estaba su sospechoso, se habían fugado. Estaban como locos con el rastreo mediante cámaras de vigilancia y triangulación satelital de sus teléfonos y ella, bien gracias, flirteando por ahí con un magnate. —No me fui con él. Me sentí mal, por eso no pude regresar. —También es un lobo ¿No? —preguntó, pese a saber que Sara no podía contestarle. Había leyes de protección de identidad que se lo impedían. —Tengo un novio y lo amo. Me sentí mal, pero ya estoy un poco mejor, es la verdad. —Bien, te creo, pero tendrás trabajo extra. Olvídate de tus fines de semana por lo que queda del mes. Si no hay un caso, ayudarás a Jenny a transcribir reportes, pero algo harás. Ahí se iba su viaje a la playa. —Ve a control de tránsito. Te quedarás frente a las pantallas hasta que encuentres algo útil. Sara sa
La fuerza de voluntad era algo que se trabajaba y se pulía. En la academia, Sara se había entrenado para que su mano no temblara si debía matar a un criminal. Sin embargo, la clase de criminal que era Misael Overon le resultaba difícil de determinar. ¿Era un ladrón que buscaba arrebatarle su felicidad? ¿Era un terrorista que hacía tambalear su paz mental? ¿Era un sociópata empecinado con atormentarla? ¿Era el amor perdido que regresaba para enloquecerla? Daba igual lo que fuera, no pudo clavarle el cuchillo. Tampoco pudo resistirse a sus encantos, que fueron más intensos y salvajes esta vez. El lobo dejó salir su seductora esencia, de fragancia irresistible. Las feromonas acabaron por mermar toda resistencia de Sara y sucumbió a los deseos de Overon. Era sólo una omega, sin voluntad entre sus brazos más que entregarse a él en cuerpo y alma. Era la luna rechazada que por fin se reencontraba con su mate. No hubo palabras, no hubo confesiones de amor o disculpas por el dolor causado.
Todo crimen tenía un castigo que le era equivalente. A veces tardaba en llegar, pero siempre lo hacía. A veces, la angustia de su espera era tan inaguantable que acababa uno buscándolo, eso le había pasado a Sara. Callar le habría permitido continuar como si nada, pero lo que se construía sobre mentiras tarde o temprano se tambaleaba. El dolor de mentirle a Jay era peor que su abandono. Era lo que ella se merecía, era el castigo justo a su traición. Era afortunada, pensó, recordando a la mujer infiel degollada por su esposo. —Vamos, nena, ponte en cuatro para mí. El llanto de Sara se intensificó y se cubrió la cabeza con una almohada. El único alojamiento que pudo encontrar había sido en un motel. Todavía no recibía su primer sueldo y no le quedaba mucho dinero. Sus ahorros estaban en una cuenta compartida con Jay y él le había bloqueado la tarjeta.—Dámelo todo, papi, hazme gritar. Encogida en la cama, que por fortuna olía a detergente, lamentó no haber podido lidiar con tanta deb