Los sentidos de Sara nunca antes habían estado tan atentos ni tan conectados con el arma que cargaba y que apuntaba directo a la cabeza de Iván Reyes, en una sala de reuniones de K&R.
Unas horas antes—Amor ¿Qué haces con mi pañuelo en tu cuello? —preguntó Sara por la mañana, cuando fue a desayunar luego de trotar.—Hago lo necesario —dijo Jay.Había llevado el pañuelo puesto desde que se levantara. Sólo se lo sacó para ponérselo a Sara antes de que se fuera.—Es mi saludo para tus compañeros, si es que hay algún lobo entre ellos.Sara se preocupaba de ocultar sus propias feromonas, pero las de su novio eran completamente bienvenidas.—Lindo pañuelo —le dijo Max al saludarla.Estuvieron apenas unas horas en la oficina y fueron deprisa con el jefe.—El padre de la niña a la que la víctima habría abusado era su compañero de trabajo, la novata lo descubrió —dijo Max.—La gente publica todo en las redes sociales, no fue muy difícil.—Muy bien, hablaré con el juez —dijo Tobías Moreno, el jefe de la unidad.—También necesitaremos refuerzos. Apuesto mi placa a que, si este tipo es el culpable, es un lobo —agregó Max.Tobías lo miró con hastío.—Para eso tienes a tu novata. Y tú que estabas enfadado cuando descubriste su naturaleza. Les avisaré cuando esté la orden.Max salió murmurando algo inentendible, incluso para Sara y su oído superior. Se detuvieron a pocos pasos de la oficina del jefe, junto a la máquina de café.—Yo haré el interrogatorio —dijo Max, revolviendo el contenido de su vaso—. Tú estarás atenta a cualquier cambio en sus constantes vitales.—Que mi oído sea más sensible que el de un humano no me convierte en un detector de mentiras. La frecuencia cardíaca puede aumentar por múltiples factores y...—Tú estarás atenta y me avisarás si miente, guíñame un ojo o algo así.Sara suspiró. Cogió un vaso con agua caliente y se preparó un té. La manzanilla siempre la ayudaba a relajarse.—Así que ya tienes a tu principal sospechoso y todo gracias a la novata —dijo Luis, confirmando que en la estación los muros tenían oídos pese al habitual ruido que había—. Definitivamente tu novata tiene "olfato" detectivesco.La bromita hizo reír a todos los que estaban por allí. Si Sara se quedaba callada ahora, episodios como este se volverían habituales.—¿Sabes qué más puedo oler? —preguntó ella.—A nadie le interesa, esperemos afuera —dijo Max.Ella lo siguió.—Lo mejor que puedes hacer es ignorarlo, no caigas en su juego. No tienes nada que demostrarle a nadie.—Cada vez será peor.—Eso forjará tu carácter. Nadie que te viera pensaría que eres un lobo.La muchacha no superaba el metro setenta, delgada aunque con músculos que parecían ligeramente tonificados bajo la ropa, al menos lo que permitían ver los gruesos ropajes de otoño. No era para nada una criatura feroz.—Esa es la idea —dijo ella."Eso era lo peligroso", pensó él.La orden del juez estuvo lista y fueron a K&R por Iván Reyes, ex pareja de la actual pareja de la víctima.—Se queda con la novia y, no conforme con eso, abusa de la hija. Nuestra víctima debería estar en la cárcel, no en un cementerio —decía Max mientras conducía.—La gran mayoría de los abusadores de menores son reincidentes. Hay personas que matan una vez y ya no más, lo mismo con algunos ladrones, pero los abusadores siempre reinciden. Son depredadores —dijo Sara.—Que esté muerto es mejor, ¿es lo que dices?—No, sólo señalo lo que dicen las estadísticas. No hay un sistema de rehabilitación efectivo para ellos, porque el problema está en sus instintos más básicos. Para ir contra los instintos se debe tener mucha voluntad y no es algo simple. Es una lucha constante y puede llegar a ser muy doloroso. Cuando pierdes, te conviertes en una bestia y nadie quiere ser una bestia, a menos que tengas una razón muy poderosa para serlo.—En algo estamos de acuerdo. Lobo o no, nuestro asesino es una bestia —concluyó Max.La supuesta bestia entró a la sala de reuniones que le facilitaron a los detectives para el interrogatorio. Partirían por las buenas, con una interrogación de rutina. Si se negaba a cooperar, le enseñarían la orden del juez. El hombre los miró con desconfianza, aunque debía ser muy confiado para permanecer en su trabajo luego de haber triturado a su compañero de labores.Los detectives se presentaron y los tres tomaron asiento. Las primeras preguntas fueron de rutina: su relación con la víctima, si él tenía enemigos y fueron in crescendo.—¿Cómo reaccionó cuando él y su ex pareja terminaron en una relación? —preguntó Max.—¿De qué me está hablando? ¿Renato con Susana? No, no es posible... ¡¿Qué m****a me estás diciendo?!Max le dio una rápida mirada a Sara, que estaba sentada a la izquierda del interrogado, pero fuera de su ángulo de visión. Ella le guiñó un ojo.El corazón de Iván bombeaba a gran velocidad, pero bien podía ser por la sorpresa de la noticia, por sentirse traicionado o por suponer que se estaba convirtiendo en el principal sospechoso. Lo peor era que Max había tenido la razón. El ambiente empezaba a llenarse de feromonas.—¿Me vas a decir que no lo sabías? —cuestionó Max—. ¿Dónde estabas el lunes diez de junio, entre las dos y tres de la mañana?—¡¿Creen que yo lo hice?! ¡¿Qué pruebas tienen?!—Contesta la pregunta.El hombre se levantó, golpeando la mesa. Los detectives se levantaron también.—Tenemos una orden del juez para interrogarte. Contesta las preguntas o esto se pondrá peor para ti.—¡¿Crees que lo maté porque salía con mi ex?!El frenético latir del corazón del hombre le retumbaba a Sara en los oídos y dentro de su propio pecho. La furia flotaba en el aire y su aroma era amargo y sofocante.—Tal vez por eso o porque supiste lo que le hizo a tu hija.Los ojos de Iván se desorbitaron y su rostro se contrajo en una mueca de pavorosa ferocidad. No podría controlar a su lobo, los instintos lo estaban arrastrando a la locura.Disimuladamente Sara soltó la correa que sujetaba su pistola.—¡¿QUÉ LE HIZO A ROSITA ESE INFELIZ?!... ¡ESA PERRA DESGRACIADA, LA VOY A MATAR!No alcanzó a alejarse tres pasos de la mesa cuando Max se le interpuso.—Sólo saldrás de este lugar para ir a la estación.La respuesta de Iván fue apuntarlo con una pistola directo a la cara. Al mismo tiempo, Sara lo apuntó a él.—Baja la pistola, Iván. La chica es novata y le tiembla la mano. Hablemos, a eso vinimos. Si hubiese sido mi hija, yo habría hecho lo mismo.—¡CÁLLATE!... ¡Nadie me enviará a la cárcel!El dedo de Sara, firmemente posicionado en el gatillo, empezó a apretarlo. Un tiro limpio directo a la cabeza, a sólo unos cuantos milímetros, sólo eso debía presionar.Repentinamente las puertas de la sala se abrieron con violencia y entró un hombre de traje y corbata, con un largo abrigo al que la prisa le daba movimiento. Una mirada a la escena que se desarrollaba le bastó para proferir una orden que al interrogado le resonó hasta en los mismísimos huesos.—¡Baja esa pistola! —gritó con voz potente, demasiado para oídos de lobos.Como si fuera una orden dada por Dios mismo, los brazos de Iván cayeron y de sus manos la pistola, que Max se apresuró a coger. No había furia ni poder que pudiera resistirse a aquella voz, que le hablaba a sus sometidos instintos. Iván era un lobo, un omega, y nada podía hacer cuando un alfa daba una orden.Contrariado, como un conejo encandilado en la carretera, el sospechoso fue empujado sobre la mesa y esposado. Sara, cuyos brazos cayeron al mismo tiempo y con la misma obediencia que los de Iván, no se atrevía a alzar la mirada. Estaba fija en sus manos, en los temblorosos dedos que se le habían agarrotado. Toda su fuerza estaba concentrada en la descomunal tarea de evitar que la pistola se le cayera. No sólo había sido la voz del hombre, sino su esencia lobuna y poderosa, que era como un huracán. Había barrido con su voluntad como a las hojas se las llevaba el viento, sin que nada pudiera hacer.No había defensa que valiera. Luchar contra los instintos era doloroso, otras veces era imposible.—Coopera con los oficiales, Iván. Será por tu bien —dijo el hombre, con una voz serena, pero que guardaba cierto aire de dominación.Un susurro hipnótico.—No sé qué ha pasado, pero gracias —dijo Max—. Rojas, nos vamos.Sara no se movió de su lugar, los pies se le habían clavado al suelo y temblaban tanto como sus brazos.—¿Rojas? —volvió a llamar Max.Iván aprovechó los segundos de distracción para darle a Max con el hombro y corrió hacia el ventanal. Nadie habría imaginado que sería posible, teniendo la puerta tan cerca. Nadie esperaría que se lanzara contra el cristal considerando que estaban en el quinto piso. Nadie esperaría que sobreviviera a tal caída.Cuando Max y Misael Overon, CEO de K&R, se acercaron al borde, nada había en el suelo.—Vaya, vaya, tenías razón, muchacho. ¿Quién lo diría?—Mi instinto no me engaña, Samuel. Ha sido así desde el principio y confío en él aunque nadie más lo haga.—¿Qué tal tu nuevo compañero?—Ay, Samuel. Ni te lo imaginas —dijo Max, vaciando su vaso—. En apenas unos días ha pasado mucho. Fue por más cervezas al refrigerador. Mañana tendría el día libre y había bastante que hablar con su amigo. Lejos de allí, en el barrio residencial del lado oeste, una casa de gris piedra estaba sumida en el silencio. —Sara, ya llegué —dijo Jay en cuanto cruzó la puerta.Ella no contestó, pero no fue necesario. Estaba metida en la tina, con expresión cansada. —Ahí afuera es un caos. Al final tu compañero tenía razón —dijo él, sentándose en el borde—. ¿Cómo estás?—Agotada. Lo peor es que siento que no he hecho nada. —Debe ser el estrés. Esto ha sido muy inesperado. Los representantes del consejo se reunirán con el ministro de seguridad pública. La paranoia está subiendo como la espuma. Sara cerr
Sin importar lo mojado del pavimento por la lluvia de la noche anterior, Sara corría a través del parque. El aire húmedo era refrescante, aunque el aroma a tierra la sofocara un poco. Faltaba una semana para cumplir un mes en la estación. Que se hubiera sabido sobre su naturaleza salvaje desde el principio había contribuido a su paz mental. No había nada que ocultarle a sus compañeros y tampoco había atraído ninguna desgracia o de eso estuvo segura hasta llegar a la pileta. En el centro del parque, sembrado de añosos árboles, había una pileta. El agua no estaba muy limpia luego de la lluvia, pero servía para elongar sus brazos y piernas en la orilla. No era la única que lo pensaba. A diferencia de Sara, él no estaba interesado en ocultar quien era, pese a que llevaba una gorra para complementar su atuendo deportivo. De todos los parques, de toda la ciudad, de todos los lugares para elongar, Misael Overon escogía el mismo que ella. —También te quedaba de paso —le dijo Sara, llevando
Su aroma flotaba sobre la ciudad como el de las flores en la primavera. Debía estarse volviendo loco. Según sus cálculos, la estación de policías estaba a cuatro kilómetros y medio de su edificio, su olfato no era tan bueno como para que el aroma de Sara le llegara, pero así había sido. Estaba en medio de una reunión cuando lo sintió, sutil y etéreo, pero tal y como lo recordaba. La memoria emotiva, se había dicho. Ella regresó, la había visto y había estado pensando en ella un par de veces, por eso recordaba repentinamente su aroma, porque lo estaba recordando, no oliendo. Era imposible. Al acabar la reunión se acercó a la ventana. Los gases de la combustión de los autos, la tierra húmeda, el perfume de una mujer que pasaba por el frontis del edificio, los alimentos que se preparaban en el restaurante de en frente, nada de Sara. Sara no estaba más que en sus recuerdos, esos que había sepultado junto a sus memorias de juventud. No volvió a pensar en ella durante el día. Fue durante
—¡Júrame que no te fuiste con ese Overon! —exigió Max, enfurecido. Por la tarde, los de narcóticos habían hecho una redada y varios Álvarez estaban ya detenidos, mientras otros, entre los que estaba su sospechoso, se habían fugado. Estaban como locos con el rastreo mediante cámaras de vigilancia y triangulación satelital de sus teléfonos y ella, bien gracias, flirteando por ahí con un magnate. —No me fui con él. Me sentí mal, por eso no pude regresar. —También es un lobo ¿No? —preguntó, pese a saber que Sara no podía contestarle. Había leyes de protección de identidad que se lo impedían. —Tengo un novio y lo amo. Me sentí mal, pero ya estoy un poco mejor, es la verdad. —Bien, te creo, pero tendrás trabajo extra. Olvídate de tus fines de semana por lo que queda del mes. Si no hay un caso, ayudarás a Jenny a transcribir reportes, pero algo harás. Ahí se iba su viaje a la playa. —Ve a control de tránsito. Te quedarás frente a las pantallas hasta que encuentres algo útil. Sara sa
La fuerza de voluntad era algo que se trabajaba y se pulía. En la academia, Sara se había entrenado para que su mano no temblara si debía matar a un criminal. Sin embargo, la clase de criminal que era Misael Overon le resultaba difícil de determinar. ¿Era un ladrón que buscaba arrebatarle su felicidad? ¿Era un terrorista que hacía tambalear su paz mental? ¿Era un sociópata empecinado con atormentarla? ¿Era el amor perdido que regresaba para enloquecerla? Daba igual lo que fuera, no pudo clavarle el cuchillo. Tampoco pudo resistirse a sus encantos, que fueron más intensos y salvajes esta vez. El lobo dejó salir su seductora esencia, de fragancia irresistible. Las feromonas acabaron por mermar toda resistencia de Sara y sucumbió a los deseos de Overon. Era sólo una omega, sin voluntad entre sus brazos más que entregarse a él en cuerpo y alma. Era la luna rechazada que por fin se reencontraba con su mate. No hubo palabras, no hubo confesiones de amor o disculpas por el dolor causado.
Todo crimen tenía un castigo que le era equivalente. A veces tardaba en llegar, pero siempre lo hacía. A veces, la angustia de su espera era tan inaguantable que acababa uno buscándolo, eso le había pasado a Sara. Callar le habría permitido continuar como si nada, pero lo que se construía sobre mentiras tarde o temprano se tambaleaba. El dolor de mentirle a Jay era peor que su abandono. Era lo que ella se merecía, era el castigo justo a su traición. Era afortunada, pensó, recordando a la mujer infiel degollada por su esposo. —Vamos, nena, ponte en cuatro para mí. El llanto de Sara se intensificó y se cubrió la cabeza con una almohada. El único alojamiento que pudo encontrar había sido en un motel. Todavía no recibía su primer sueldo y no le quedaba mucho dinero. Sus ahorros estaban en una cuenta compartida con Jay y él le había bloqueado la tarjeta.—Dámelo todo, papi, hazme gritar. Encogida en la cama, que por fortuna olía a detergente, lamentó no haber podido lidiar con tanta deb
La generosidad era una hermosa muestra del vínculo que unía desinteresadamente a algunos seres vivos. Y era una palabra que Misael Overon usaba a su antojo. —Me largo de aquí —dijo Sara, caminando en dirección a la puerta. Él se le interpuso. —No voy a dejarte sola si estás triste. —Estoy triste por tu causa. —Mayor razón para hacerme responsable, Sara. Hay algo que nos une, lo sabes, lo has sentido. Y es por esa razón que puedo hacerte sentir mejor. Déjame intentarlo. Él estaba en lo cierto, algo los unía, por eso él la había rechazado. Rechazaba atraerla como un imán, rechazaba desear lo que no amaba y, con el fin de romper ese vínculo, se había ido lejos. No importaba la distancia ni el olvido, ese algo seguía vivo y, tanto tiempo después, los llevaba uno junto al otro inevitablemente. —Sara ¿Por qué crees que fui a buscarte? ¿Cómo crees que te encontré? —De seguro le pagas a alguien para que me vigile. —No, Sara, no. El dolor que sientes yo también lo siento. Cuando te he
Un dulce aroma despertó a la nariz de Sara, luego a su estómago y luego a Sara. En la barra de la cocina había panqueques con mermelada y un vaso de leche con chocolate. —Tu novio te preparaba el desayuno —dijo Misael, parado junto al mesón. Su pulcra y recatada apariencia no daba luces de la bestia que había sido la noche anterior, entre las sábanas. Parecía que fueran dos entes diferentes. El Misael que tenía en frente estaba a años luz de distancia. —¿Lo preparaste tú? Él sonrió. —No, Sara. Yo no soy tu novio y no cocino. Traje a una sirvienta. Estará aquí por si necesitas comer.Ahora fue Sara la que sonrió. —¿Olvidas que sé cocinar? Y ya no soy una niña, ya no desayuno esto, pero lo comeré en agradecimiento a tu amabilidad. —Me gustan las personas educadas —dijo él, rodeándola de la cintura—. Vendré a verte más tarde, que tengas un buen día. Con un beso se despidió. Sara comió sus panqueques con una impropia sonrisa. Se suponía que tenía el corazón roto y que estaba destr