XII Esencia natural

Un dulce aroma despertó a la nariz de Sara, luego a su estómago y luego a Sara. En la barra de la cocina había panqueques con mermelada y un vaso de leche con chocolate.

—Tu novio te preparaba el desayuno —dijo Misael, parado junto al mesón.

Su pulcra y recatada apariencia no daba luces de la bestia que había sido la noche anterior, entre las sábanas. Parecía que fueran dos entes diferentes. El Misael que tenía en frente estaba a años luz de distancia.

—¿Lo preparaste tú?

Él sonrió.

—No, Sara. Yo no soy tu novio y no cocino. Traje a una sirvienta. Estará aquí por si necesitas comer.

Ahora fue Sara la que sonrió.

—¿Olvidas que sé cocinar? Y ya no soy una niña, ya no desayuno esto, pero lo comeré en agradecimiento a tu amabilidad.

—Me gustan las personas educadas —dijo él, rodeándola de la cintura—. Vendré a verte más tarde, que tengas un buen día.

Con un beso se despidió. Sara comió sus panqueques con una impropia sonrisa. Se suponía que tenía el corazón roto y que estaba destr
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