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LXXV Sal de tu escondite

—¿Entonces así fue como ocurrió? —preguntó Max.

No quería ser descortés, pero no podía apartar la vista del parche que le cubría toda la zona de la nariz y pómulos.

—Así es —dijo Dolly, con voz gangosa—. Dejé a Misael sedado en la habitación y bajé por algo al auto. Fue cuando ese lobo me atacó. No me dio tiempo de defenderme de lo rápido y violento que fue. Creo que pudo inyectarme algo, no estoy muy segura. Me sentí muy débil. Y el dolor fue espantoso, todos los huesos me crujían. Luego ya no hubo nada, creo que morí. Los médicos dicen que estuve muerta unos minutos.

—Tendrás que agradecerle a Misael, él fue quien te devolvió a la vida con una poco ortodoxa maniobra de reanimación.

Dolly sonrió. Terminó de dar su declaración y descansó. Tantos huesos rotos llevarían algo de tiempo en sanar.

Max siguió pensando en ella hasta la hora del almuerzo. Era un hombre débil, supuso.

Al fiscal le entregó un completo archivo del caso, con todas las evidencias en contra de Marcos Arias. Lo únic
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