—¡Mira nada más el tamaño de este bebé! —dijo Max, posando para una foto junto al enorme ejemplar que acababa de pescar.Se sacó una foto más y lo regresó al mar.—¡¿Qué acabas de hacer?! —preguntó Samuel.A punto y había estado de lanzarse al mar también. Era un pez magnífico.—Soy vegetariano ahora. Si vine aquí fue por ustedes.—Jenny te tiene de los huevos —dijo Tobías.Samuel y él rieron de buena gana y bebieron de sus cervezas, esperando que el jalón en sus cañas les indicara que algo había picado. Mientras tanto, descansaban en sus tumbonas bajo el sol.—¿Y qué? No soy menos hombre por dejarme influenciar por ella. Mis huevos están donde quieren estar y están felices.Las risas inundaron el yate, el lugar perfecto para pasar tiempo de calidad con los amigos.—¿Y qué tal el retiro? —preguntó Tobías.—Aburrido. Con mi esposa nos inscribimos a clases de baile, de cocina hasta de pintura china. Siento que me hago más viejo a cada instante. Extraño la adrenalina.—¿Pintura china? Y a
—Otro con el pescuezo roto —dijo Samuel Durán, sin prestar mucha atención al resto del cuerpo. Era el tercero que encontraban en el mes: todos hombres, todos con espantosas fracturas, todos en callejones oscuros. No podía tratarse de una coincidencia. Samuel miró su reloj, faltaban diez minutos para el mediodía. —No sólo tiene el cuello roto, su brazo parece de goma —dijo Max Benítez. Estaba quebrado al menos en tres partes. Dada su experiencia de casi diez años como detective y por la panzota que tenía el muerto, debía pesar al menos cien kilos. Eso reafirmaba la hipótesis que había estado masticando desde que viera a la primera víctima, con la cabeza al revés, pero que no se había atrevido a comentar porque rogaba estar equivocado. —Creo que fue una bestia, un licántropo —dijo por fin. Fue como si se hubiera sacado un enorme peso de encima. Ahora sí que necesitaría de toda su experiencia como investigador y de toda la sagacidad de su compañero, su mentor, su padre en la institu
—La víctima era un empleado modelo. Siempre llegaba a la hora, mantenía su puesto de trabajo ordenado, era amigable y colaborador con sus compañeros, respetuoso con sus superiores. Incluso donaba parte de su sueldo a organizaciones de caridad —dijo Sara. Estaban en un restaurante. Se pensaba mejor con el estómago lleno, eso decía siempre Samuel. En la terraza tenían la privacidad necesaria para hablar de trabajo y disfrutar de las delicias culinarias al mismo tiempo. —La gente siempre habla bien de los muertos los primeros días. Todo cambia después del funeral —aseguró Max, mordisqueando su hamburguesa. Sara comía una ensalada. —Nunca oí nada similar en la academia, pero tiene mucho sentido. ¿Qué hay de su familia? —Con la familia esa regla no siempre se cumple. A veces es al revés. La ex esposa estaba muy interesada en saber quién era el beneficiario del seguro de vida. —¿Su muerte podría tener que ver con eso? —Es una posibilidad. La hermana me dijo que frecuentaba a una muje
Había mujeres que llevaban a diario estrictas rutinas de belleza para mantener la piel, el mayor tejido del cuerpo, tersa, hidratada y nutrida. Sara no era la excepción, por supuesto, aunque sus razones iban más allá de la salud o vanidad. La apariencia visual no le importaba mucho, ella se enfocaba en un sentido que para los humanos era bastante limitado, no así para los lobos. El sensible olfato de sus congéneres era a quien buscaba engañar. Para lograrlo disponía de todo un arsenal de productos destinados a enmascarar su esencia, desde el shampoo que usaba hasta el bloqueador solar. Daba gracias porque hubiera personas interesadas en la necesidad de mantener ciertas cosas en secreto, y que existiera la tecnología que lo permitiera. Era un ritual agotador, claro que sí, pero le permitía vivir con cierta tranquilidad, sobre todo en esos días en que su naturaleza lobuna clamaba con fuerza por saciar sus instintivos deseos. Ser una omega y estar en celo era una gran desventaja y ella n
Los sentidos de Sara nunca antes habían estado tan atentos ni tan conectados con el arma que cargaba y que apuntaba directo a la cabeza de Iván Reyes, en una sala de reuniones de K&R. Unas horas antes—Amor ¿Qué haces con mi pañuelo en tu cuello? —preguntó Sara por la mañana, cuando fue a desayunar luego de trotar. —Hago lo necesario —dijo Jay. Había llevado el pañuelo puesto desde que se levantara. Sólo se lo sacó para ponérselo a Sara antes de que se fuera. —Es mi saludo para tus compañeros, si es que hay algún lobo entre ellos. Sara se preocupaba de ocultar sus propias feromonas, pero las de su novio eran completamente bienvenidas. —Lindo pañuelo —le dijo Max al saludarla. Estuvieron apenas unas horas en la oficina y fueron deprisa con el jefe. —El padre de la niña a la que la víctima habría abusado era su compañero de trabajo, la novata lo descubrió —dijo Max. —La gente publica todo en las redes sociales, no fue muy difícil. —Muy bien, hablaré con el juez —dijo Tobías Mo
—Vaya, vaya, tenías razón, muchacho. ¿Quién lo diría?—Mi instinto no me engaña, Samuel. Ha sido así desde el principio y confío en él aunque nadie más lo haga.—¿Qué tal tu nuevo compañero?—Ay, Samuel. Ni te lo imaginas —dijo Max, vaciando su vaso—. En apenas unos días ha pasado mucho. Fue por más cervezas al refrigerador. Mañana tendría el día libre y había bastante que hablar con su amigo. Lejos de allí, en el barrio residencial del lado oeste, una casa de gris piedra estaba sumida en el silencio. —Sara, ya llegué —dijo Jay en cuanto cruzó la puerta.Ella no contestó, pero no fue necesario. Estaba metida en la tina, con expresión cansada. —Ahí afuera es un caos. Al final tu compañero tenía razón —dijo él, sentándose en el borde—. ¿Cómo estás?—Agotada. Lo peor es que siento que no he hecho nada. —Debe ser el estrés. Esto ha sido muy inesperado. Los representantes del consejo se reunirán con el ministro de seguridad pública. La paranoia está subiendo como la espuma. Sara cerr
Sin importar lo mojado del pavimento por la lluvia de la noche anterior, Sara corría a través del parque. El aire húmedo era refrescante, aunque el aroma a tierra la sofocara un poco. Faltaba una semana para cumplir un mes en la estación. Que se hubiera sabido sobre su naturaleza salvaje desde el principio había contribuido a su paz mental. No había nada que ocultarle a sus compañeros y tampoco había atraído ninguna desgracia o de eso estuvo segura hasta llegar a la pileta. En el centro del parque, sembrado de añosos árboles, había una pileta. El agua no estaba muy limpia luego de la lluvia, pero servía para elongar sus brazos y piernas en la orilla. No era la única que lo pensaba. A diferencia de Sara, él no estaba interesado en ocultar quien era, pese a que llevaba una gorra para complementar su atuendo deportivo. De todos los parques, de toda la ciudad, de todos los lugares para elongar, Misael Overon escogía el mismo que ella. —También te quedaba de paso —le dijo Sara, llevando
Su aroma flotaba sobre la ciudad como el de las flores en la primavera. Debía estarse volviendo loco. Según sus cálculos, la estación de policías estaba a cuatro kilómetros y medio de su edificio, su olfato no era tan bueno como para que el aroma de Sara le llegara, pero así había sido. Estaba en medio de una reunión cuando lo sintió, sutil y etéreo, pero tal y como lo recordaba. La memoria emotiva, se había dicho. Ella regresó, la había visto y había estado pensando en ella un par de veces, por eso recordaba repentinamente su aroma, porque lo estaba recordando, no oliendo. Era imposible. Al acabar la reunión se acercó a la ventana. Los gases de la combustión de los autos, la tierra húmeda, el perfume de una mujer que pasaba por el frontis del edificio, los alimentos que se preparaban en el restaurante de en frente, nada de Sara. Sara no estaba más que en sus recuerdos, esos que había sepultado junto a sus memorias de juventud. No volvió a pensar en ella durante el día. Fue durante