Había mujeres que llevaban a diario estrictas rutinas de belleza para mantener la piel, el mayor tejido del cuerpo, tersa, hidratada y nutrida. Sara no era la excepción, por supuesto, aunque sus razones iban más allá de la salud o vanidad. La apariencia visual no le importaba mucho, ella se enfocaba en un sentido que para los humanos era bastante limitado, no así para los lobos. El sensible olfato de sus congéneres era a quien buscaba engañar. Para lograrlo disponía de todo un arsenal de productos destinados a enmascarar su esencia, desde el shampoo que usaba hasta el bloqueador solar.
Daba gracias porque hubiera personas interesadas en la necesidad de mantener ciertas cosas en secreto, y que existiera la tecnología que lo permitiera. Era un ritual agotador, claro que sí, pero le permitía vivir con cierta tranquilidad, sobre todo en esos días en que su naturaleza lobuna clamaba con fuerza por saciar sus instintivos deseos. Ser una omega y estar en celo era una gran desventaja y ella no deseaba que nadie indeseable la encontrara y quisiera utilizar. Por paradójico que fuera, en su esclavizante rutina de camuflaje, ella encontraba algo de libertad.Y podía llevar una vida prácticamente normal haciendo lo que más amaba. Llegó a casa luego de trotar en el parque cercano como acostumbraba hacer en las mañanas. Se duchó, usó todos los productos inhibidores y supresores, desayunó con Jay y estuvo lista para enfrentar un nuevo día. 〜✿〜Muy sonriente Sara entró a la oficina a eso de las diez de la mañana.—Los peritajes al teléfono de la víctima estarán listos en unas tres horas —le informó a Max.—¿Ah sí? Me dijeron que tardarían al menos dos días.—Eso es sin cupcakes de arándanos. Oí que a Aníbal le encantan los que venden en frente y fui a comprobarlo empíricamente. Tres horas y tendremos los resultados.—Vaya, vaya, novata. Es tu segundo día y ya andas sobornando. Sí que aprendes rápido.—El conocimiento es poder.Encendió el computador para revisar los archivos que le habían enviado los de la agencia de seguros.—Oye, Rojas ¿Tienes alguna enfermedad?Ella dejó de teclear. Disimuladamente buscó su bolso con la vista. Estaba a un costado, sobre el archivero.—Hace un rato fui a buscar unos documentos y tu bolso se cayó. Rodó esto.En su mano estaba el frasco con las píldoras supresoras.—La primidona es un fármaco anticonvulsivo ¿No? ¿Tienes epilepsia? —preguntó él, con total naturalidad.—... Sí.—Ya veo —dijo, levantándose y dejándole el frasco sobre el escritorio—. ¡¿Y por qué m****a no me lo habías dicho?! ¡¿Creíste que no era importante?! ¡Soy tu compañero! Allá afuera, cuando un criminal me apunte a la cabeza, mi vida estará en tus manos. ¡¿Cómo podré confiar en ti si me ocultas información?! ¡¿Cómo podré cuidarte si no me dices que estás enferma?!Vaya pulmones que tenía el hombre. Todos los de alrededor ya debían estar enterados de su enfermedad.—No me gusta depender de los demás. Esto es asunto mío y lo tengo bajo control. Aprendí a cuidarme desde pequeña, no le traeré problemas.—Eso espero, Rojas. ¿Hay algo más que debería saber?Ella negó y no fue respuesta suficiente para Max. Él mismo se encargaría de revisar el expediente de la muchacha, ya que, por alguna razón, nadie lo había puesto al tanto de su situación. Quién sabía qué más habían pasado por alto. 〜✿〜Sara corría hacia la oficina, con el informe sobre el teléfono calientito.—¿Dónde está Max? —le preguntó a Jenny al no hallarlo en la oficina.—Fue a hablar con el jefe. Y andaba dando portazos, así que está de mal humor.¿En algún momento se le acababa el mal humor? Tal vez pronto. Tal vez cuando oyera lo que ella le diría.La oficina del jefe de la unidad estaba al final de la habitación. Avanzó por entre los escritorios de los oficiales cuyos rangos no les alcanzaba todavía para una oficina y se detuvo antes de llegar a la puerta. Los gritos se sentían desde allí.—¡¿Creíste que no era necesario decírmelo, Tobías?! ¡¿Cómo puedes pasar por sobre mí de ese modo?! ¡¿Soy un monigote?! ¡¿Soy invisible?! —gritaba Max, fuera de sí.Sara estuvo segura de que acabaría perdiendo la voz.—No era obligación que te lo dijera.—¡¿QUÉ?!Sí, se quedaría sin voz.—¡Es mi compañera! ¡Paso más de diez horas al día junto a ella! ¡Mi vida dependerá de la de ella en más de una ocasión! ¡¿Crees que no tengo derecho a saber que es una loba?!El informe resbaló de los dedos de Sara. La puerta frente a ella pareció alejarse y la oficina ensancharse. Sus piernas temblaron y no quiso mirar atrás. No era necesario voltear porque sabía que todos sus compañeros allí presentes habían oído su mayor secreto. Desnuda, así se sentía, despojada de todas sus fortalezas, de su dignidad y autoestima.—Max, conoces las leyes. Sabes que hay derechos que la protegen. Su naturaleza es confidencial y no está obligada a revelarla. "Tú no me dices y yo no te pregunto". Así funciona el mundo, acéptalo y sigue con tu vida.Incapaz de alzar la mirada, Sara salió como pudo de la estación. Se dejó caer en el banco que había en la entrada. Cerca de quince minutos después llegó Max. Tomó asiento junto a ella. El silencio que mantuvo la hizo creer que efectivamente se había quedado sin voz. Perfecto, ella ya no quería volver a oírlo. Y si se había amputado la lengua de una mordida, mejor todavía.—Me mentiste.Milagrosamente el hombre hablaba, pero su voz era más ronca.—Y usted me sacó del clóset de la licantropía. Creo que estamos a mano.—Aunque no te guste, aunque las leyes digan lo contrario, tenía derecho a saberlo. Todos allí dentro tenían derecho a saberlo, somos compañeros, somos un equipo; somos familia.—No todas las familias son buenas. Ahora tendré que vivir con sus miradas de desconfianza, sus burlas. "¿Estás al día con tus vacunas?", "¿Te pusiste el talco anti pulgas?", "¿Pedirás licencia cuando estés en celo?". Ya me las sé de memoria.Max se mantuvo en silencio, mirando la pileta que había en la entrada con expresión meditabunda. Sara quería llorar, pero ahora más que nunca debía parecer fuerte. Ya lloraría cuando llegara a casa.—Entonces... —dijo Max luego de un rato— ¿Pedirás licencia cuando estés en celo?Sara se lo quedó mirando con incredulidad y finalmente sonrió.—Tengo el tema bajo control, no afectará mi trabajo.—Eso espero. Y espero una cosa más de ti, Rojas. Sin importar tu naturaleza, vas a ayudarme a atrapar al asesino, aunque sea un lobo también. ¿Lo harás?¿Acaso él no se dedicaba a capturar criminales humanos todo el tiempo? ¿Por qué debería ser diferente para ella capturar a un lobo?—Lo haré, compañero. Y lograré que puedas confiar en mí.Volvieron a la oficina y siguieron trabajando en el caso. El seguro de la víctima estaba a nombre de su madre, una anciana senil que era incapaz de planear el homicidio de su hijo. Ni siquiera recordaba tener un hijo. Siguiente arista, lo descubierto en el teléfono. En el registro de mensajes había una conversación con una mujer, presumiblemente una pareja, que resultaba bastante interesante y que convirtió el encontrarla en una prioridad. Ella lo acusaba de haber abusado sexualmente de su pequeña hija.Sin embargo, no había interpuesto ninguna denuncia en su contra.—¿Por qué denunciarlo? —decía Max— La mujer es una loba, un infeliz ha lastimado a su cachorra. Ningún sistema de justicia castigará tal agravio así que ¡Zas! Le da un abrazo de oso y le rompe todos los huesos. Problema arreglado.Era una buena hipótesis, Sara no podía negarlo. La ira de la mujer fácilmente la habría hecho violar todas las reglas que regulaban el pacto de vida en sociedad entre humanos y lobos. Y, sin proponérselo, condenaba junto con ella a todos los lobos que cumplían las reglas de no violencia.—Que esté inubicable es otro punto a mi favor —agregó Max.También era cierto.—Tú que eres una loba también, debes saber si es posible solicitar que nos informen si la mujer efectivamente lo es.—Sólo si tuviéramos pruebas indudables de su culpabilidad.—Debe haber otra manera, una que no requiera tanta formalidad.Violar la intimidad de alguien así como acababa de ser violada la suya, eso era lo que su compañero deseaba. Era el precio para atrapar a un asesino.—Sus otras parejas deben saberlo —dijo Sara—. Es poco probable que sus familiares nos revelen algo, pero sus ex parejas sí, sobre todo si no terminaron en buenos términos.—¡Muy bien, novata! Encárgate de encontrarlos.Sara permaneció en la oficina, pegada al computador. Tampoco le emocionaba mucho la idea de salir, pero fue inevitable hacerlo al atardecer.—Oye Max, ¿No tiene tu compañera conflicto de intereses? —preguntó Pietro— Ya sabes, para atrapar a tu lobo asesino en serie.Las burlonas risas de todo el cuartel que estaba allí presente se silenciaron cuando Sara apareció.—Hasta mañana —dijo ella, saliendo rápidamente.Era apenas el principio.—Hoy tuve un pésimo día —dijo Sara, tendida boca abajo sobre la cama.Le contó todo lo ocurrido a Jay. El alfa fue hasta su lado y le masajeó los hombros.—A ti te fue bien cuando te descubrieron ¿No?—Esa es la ventaja de trabajar sólo con lobos —dijo él.—No hay escuadrones de policías sólo de lobos.No estaba permitido que formaran organizaciones. Ya no había manadas, había familias, sin vínculos políticos o militares, sólo la consanguinidad. O eso exigía la ley.—De seguro hay más lobos allí —dijo Jay, subiéndole la camiseta hasta sacársela.Le repartió suaves besos por la espalda.—Lo sé, eso es lo que me preocupa.—Yo te quitaré las preocupaciones.A los besos le siguieron seductoras caricias y Sara siguió perdiendo la ropa.—¿Por qué hueles a cloro? —preguntó Sara.El penetrante olor inundaba la habitación y le causaba picor en la nariz, y eso que su olfato estaba lejos de ser tan agudo como el de un alfa.—Manché mi ropa. Intentaba limpiarla.—Déjala en el canasto, yo la lavaré el fin de semana. ¿Qué tipo de mancha es?—Pintura. Intentaré con diluyente o compraré otra, no te preocupes.—Espero que no haya sido la camisa que te regalé en nuestro aniversario, no te la he visto puesta.—No fue esa, amor.Era una camisa exclusiva, que tenía unos bordados en las mangas de la banda de rock favorita de Jay.A media noche, seguro de que Sara dormía, Jay fue hasta su taller en el sótano. Había allí un escritorio y varios estantes con los materiales que él usaba para su trabajo. A un costado del mueble había una caja fuerte. Introdujo la combinación y sacó un recipiente. En él se remojaba la camisa de los bordados en el agua con cloro. La removió y notó con fastidio que las manchas rojizas seguían allí.Estaba en serios problemas.Los sentidos de Sara nunca antes habían estado tan atentos ni tan conectados con el arma que cargaba y que apuntaba directo a la cabeza de Iván Reyes, en una sala de reuniones de K&R. Unas horas antes—Amor ¿Qué haces con mi pañuelo en tu cuello? —preguntó Sara por la mañana, cuando fue a desayunar luego de trotar. —Hago lo necesario —dijo Jay. Había llevado el pañuelo puesto desde que se levantara. Sólo se lo sacó para ponérselo a Sara antes de que se fuera. —Es mi saludo para tus compañeros, si es que hay algún lobo entre ellos. Sara se preocupaba de ocultar sus propias feromonas, pero las de su novio eran completamente bienvenidas. —Lindo pañuelo —le dijo Max al saludarla. Estuvieron apenas unas horas en la oficina y fueron deprisa con el jefe. —El padre de la niña a la que la víctima habría abusado era su compañero de trabajo, la novata lo descubrió —dijo Max. —La gente publica todo en las redes sociales, no fue muy difícil. —Muy bien, hablaré con el juez —dijo Tobías Mo
—Vaya, vaya, tenías razón, muchacho. ¿Quién lo diría?—Mi instinto no me engaña, Samuel. Ha sido así desde el principio y confío en él aunque nadie más lo haga.—¿Qué tal tu nuevo compañero?—Ay, Samuel. Ni te lo imaginas —dijo Max, vaciando su vaso—. En apenas unos días ha pasado mucho. Fue por más cervezas al refrigerador. Mañana tendría el día libre y había bastante que hablar con su amigo. Lejos de allí, en el barrio residencial del lado oeste, una casa de gris piedra estaba sumida en el silencio. —Sara, ya llegué —dijo Jay en cuanto cruzó la puerta.Ella no contestó, pero no fue necesario. Estaba metida en la tina, con expresión cansada. —Ahí afuera es un caos. Al final tu compañero tenía razón —dijo él, sentándose en el borde—. ¿Cómo estás?—Agotada. Lo peor es que siento que no he hecho nada. —Debe ser el estrés. Esto ha sido muy inesperado. Los representantes del consejo se reunirán con el ministro de seguridad pública. La paranoia está subiendo como la espuma. Sara cerr
Sin importar lo mojado del pavimento por la lluvia de la noche anterior, Sara corría a través del parque. El aire húmedo era refrescante, aunque el aroma a tierra la sofocara un poco. Faltaba una semana para cumplir un mes en la estación. Que se hubiera sabido sobre su naturaleza salvaje desde el principio había contribuido a su paz mental. No había nada que ocultarle a sus compañeros y tampoco había atraído ninguna desgracia o de eso estuvo segura hasta llegar a la pileta. En el centro del parque, sembrado de añosos árboles, había una pileta. El agua no estaba muy limpia luego de la lluvia, pero servía para elongar sus brazos y piernas en la orilla. No era la única que lo pensaba. A diferencia de Sara, él no estaba interesado en ocultar quien era, pese a que llevaba una gorra para complementar su atuendo deportivo. De todos los parques, de toda la ciudad, de todos los lugares para elongar, Misael Overon escogía el mismo que ella. —También te quedaba de paso —le dijo Sara, llevando
Su aroma flotaba sobre la ciudad como el de las flores en la primavera. Debía estarse volviendo loco. Según sus cálculos, la estación de policías estaba a cuatro kilómetros y medio de su edificio, su olfato no era tan bueno como para que el aroma de Sara le llegara, pero así había sido. Estaba en medio de una reunión cuando lo sintió, sutil y etéreo, pero tal y como lo recordaba. La memoria emotiva, se había dicho. Ella regresó, la había visto y había estado pensando en ella un par de veces, por eso recordaba repentinamente su aroma, porque lo estaba recordando, no oliendo. Era imposible. Al acabar la reunión se acercó a la ventana. Los gases de la combustión de los autos, la tierra húmeda, el perfume de una mujer que pasaba por el frontis del edificio, los alimentos que se preparaban en el restaurante de en frente, nada de Sara. Sara no estaba más que en sus recuerdos, esos que había sepultado junto a sus memorias de juventud. No volvió a pensar en ella durante el día. Fue durante
—¡Júrame que no te fuiste con ese Overon! —exigió Max, enfurecido. Por la tarde, los de narcóticos habían hecho una redada y varios Álvarez estaban ya detenidos, mientras otros, entre los que estaba su sospechoso, se habían fugado. Estaban como locos con el rastreo mediante cámaras de vigilancia y triangulación satelital de sus teléfonos y ella, bien gracias, flirteando por ahí con un magnate. —No me fui con él. Me sentí mal, por eso no pude regresar. —También es un lobo ¿No? —preguntó, pese a saber que Sara no podía contestarle. Había leyes de protección de identidad que se lo impedían. —Tengo un novio y lo amo. Me sentí mal, pero ya estoy un poco mejor, es la verdad. —Bien, te creo, pero tendrás trabajo extra. Olvídate de tus fines de semana por lo que queda del mes. Si no hay un caso, ayudarás a Jenny a transcribir reportes, pero algo harás. Ahí se iba su viaje a la playa. —Ve a control de tránsito. Te quedarás frente a las pantallas hasta que encuentres algo útil. Sara sa
La fuerza de voluntad era algo que se trabajaba y se pulía. En la academia, Sara se había entrenado para que su mano no temblara si debía matar a un criminal. Sin embargo, la clase de criminal que era Misael Overon le resultaba difícil de determinar. ¿Era un ladrón que buscaba arrebatarle su felicidad? ¿Era un terrorista que hacía tambalear su paz mental? ¿Era un sociópata empecinado con atormentarla? ¿Era el amor perdido que regresaba para enloquecerla? Daba igual lo que fuera, no pudo clavarle el cuchillo. Tampoco pudo resistirse a sus encantos, que fueron más intensos y salvajes esta vez. El lobo dejó salir su seductora esencia, de fragancia irresistible. Las feromonas acabaron por mermar toda resistencia de Sara y sucumbió a los deseos de Overon. Era sólo una omega, sin voluntad entre sus brazos más que entregarse a él en cuerpo y alma. Era la luna rechazada que por fin se reencontraba con su mate. No hubo palabras, no hubo confesiones de amor o disculpas por el dolor causado.
Todo crimen tenía un castigo que le era equivalente. A veces tardaba en llegar, pero siempre lo hacía. A veces, la angustia de su espera era tan inaguantable que acababa uno buscándolo, eso le había pasado a Sara. Callar le habría permitido continuar como si nada, pero lo que se construía sobre mentiras tarde o temprano se tambaleaba. El dolor de mentirle a Jay era peor que su abandono. Era lo que ella se merecía, era el castigo justo a su traición. Era afortunada, pensó, recordando a la mujer infiel degollada por su esposo. —Vamos, nena, ponte en cuatro para mí. El llanto de Sara se intensificó y se cubrió la cabeza con una almohada. El único alojamiento que pudo encontrar había sido en un motel. Todavía no recibía su primer sueldo y no le quedaba mucho dinero. Sus ahorros estaban en una cuenta compartida con Jay y él le había bloqueado la tarjeta.—Dámelo todo, papi, hazme gritar. Encogida en la cama, que por fortuna olía a detergente, lamentó no haber podido lidiar con tanta deb
La generosidad era una hermosa muestra del vínculo que unía desinteresadamente a algunos seres vivos. Y era una palabra que Misael Overon usaba a su antojo. —Me largo de aquí —dijo Sara, caminando en dirección a la puerta. Él se le interpuso. —No voy a dejarte sola si estás triste. —Estoy triste por tu causa. —Mayor razón para hacerme responsable, Sara. Hay algo que nos une, lo sabes, lo has sentido. Y es por esa razón que puedo hacerte sentir mejor. Déjame intentarlo. Él estaba en lo cierto, algo los unía, por eso él la había rechazado. Rechazaba atraerla como un imán, rechazaba desear lo que no amaba y, con el fin de romper ese vínculo, se había ido lejos. No importaba la distancia ni el olvido, ese algo seguía vivo y, tanto tiempo después, los llevaba uno junto al otro inevitablemente. —Sara ¿Por qué crees que fui a buscarte? ¿Cómo crees que te encontré? —De seguro le pagas a alguien para que me vigile. —No, Sara, no. El dolor que sientes yo también lo siento. Cuando te he