X Algo de dignidad
Todo crimen tenía un castigo que le era equivalente. A veces tardaba en llegar, pero siempre lo hacía. A veces, la angustia de su espera era tan inaguantable que acababa uno buscándolo, eso le había pasado a Sara. Callar le habría permitido continuar como si nada, pero lo que se construía sobre mentiras tarde o temprano se tambaleaba. El dolor de mentirle a Jay era peor que su abandono. Era lo que ella se merecía, era el castigo justo a su traición.

Era afortunada, pensó, recordando a la mujer infiel degollada por su esposo.

—Vamos, nena, ponte en cuatro para mí.

El llanto de Sara se intensificó y se cubrió la cabeza con una almohada. El único alojamiento que pudo encontrar había sido en un motel. Todavía no recibía su primer sueldo y no le quedaba mucho dinero. Sus ahorros estaban en una cuenta compartida con Jay y él le había bloqueado la tarjeta.

—Dámelo todo, papi, hazme gritar.

Encogida en la cama, que por fortuna olía a detergente, lamentó no haber podido lidiar con tanta deb
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