XI Un respiro

La generosidad era una hermosa muestra del vínculo que unía desinteresadamente a algunos seres vivos. Y era una palabra que Misael Overon usaba a su antojo.

—Me largo de aquí —dijo Sara, caminando en dirección a la puerta.

Él se le interpuso.

—No voy a dejarte sola si estás triste.

—Estoy triste por tu causa.

—Mayor razón para hacerme responsable, Sara. Hay algo que nos une, lo sabes, lo has sentido. Y es por esa razón que puedo hacerte sentir mejor. Déjame intentarlo.

Él estaba en lo cierto, algo los unía, por eso él la había rechazado. Rechazaba atraerla como un imán, rechazaba desear lo que no amaba y, con el fin de romper ese vínculo, se había ido lejos. No importaba la distancia ni el olvido, ese algo seguía vivo y, tanto tiempo después, los llevaba uno junto al otro inevitablemente.

—Sara ¿Por qué crees que fui a buscarte? ¿Cómo crees que te encontré?

—De seguro le pagas a alguien para que me vigile.

—No, Sara, no. El dolor que sientes yo también lo siento. Cuando te he
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