La fuerza de voluntad era algo que se trabajaba y se pulía. En la academia, Sara se había entrenado para que su mano no temblara si debía matar a un criminal. Sin embargo, la clase de criminal que era Misael Overon le resultaba difícil de determinar. ¿Era un ladrón que buscaba arrebatarle su felicidad? ¿Era un terrorista que hacía tambalear su paz mental? ¿Era un sociópata empecinado con atormentarla? ¿Era el amor perdido que regresaba para enloquecerla? Daba igual lo que fuera, no pudo clavarle el cuchillo. Tampoco pudo resistirse a sus encantos, que fueron más intensos y salvajes esta vez. El lobo dejó salir su seductora esencia, de fragancia irresistible. Las feromonas acabaron por mermar toda resistencia de Sara y sucumbió a los deseos de Overon. Era sólo una omega, sin voluntad entre sus brazos más que entregarse a él en cuerpo y alma. Era la luna rechazada que por fin se reencontraba con su mate. No hubo palabras, no hubo confesiones de amor o disculpas por el dolor causado.
Todo crimen tenía un castigo que le era equivalente. A veces tardaba en llegar, pero siempre lo hacía. A veces, la angustia de su espera era tan inaguantable que acababa uno buscándolo, eso le había pasado a Sara. Callar le habría permitido continuar como si nada, pero lo que se construía sobre mentiras tarde o temprano se tambaleaba. El dolor de mentirle a Jay era peor que su abandono. Era lo que ella se merecía, era el castigo justo a su traición. Era afortunada, pensó, recordando a la mujer infiel degollada por su esposo. —Vamos, nena, ponte en cuatro para mí. El llanto de Sara se intensificó y se cubrió la cabeza con una almohada. El único alojamiento que pudo encontrar había sido en un motel. Todavía no recibía su primer sueldo y no le quedaba mucho dinero. Sus ahorros estaban en una cuenta compartida con Jay y él le había bloqueado la tarjeta.—Dámelo todo, papi, hazme gritar. Encogida en la cama, que por fortuna olía a detergente, lamentó no haber podido lidiar con tanta deb
La generosidad era una hermosa muestra del vínculo que unía desinteresadamente a algunos seres vivos. Y era una palabra que Misael Overon usaba a su antojo. —Me largo de aquí —dijo Sara, caminando en dirección a la puerta. Él se le interpuso. —No voy a dejarte sola si estás triste. —Estoy triste por tu causa. —Mayor razón para hacerme responsable, Sara. Hay algo que nos une, lo sabes, lo has sentido. Y es por esa razón que puedo hacerte sentir mejor. Déjame intentarlo. Él estaba en lo cierto, algo los unía, por eso él la había rechazado. Rechazaba atraerla como un imán, rechazaba desear lo que no amaba y, con el fin de romper ese vínculo, se había ido lejos. No importaba la distancia ni el olvido, ese algo seguía vivo y, tanto tiempo después, los llevaba uno junto al otro inevitablemente. —Sara ¿Por qué crees que fui a buscarte? ¿Cómo crees que te encontré? —De seguro le pagas a alguien para que me vigile. —No, Sara, no. El dolor que sientes yo también lo siento. Cuando te he
Un dulce aroma despertó a la nariz de Sara, luego a su estómago y luego a Sara. En la barra de la cocina había panqueques con mermelada y un vaso de leche con chocolate. —Tu novio te preparaba el desayuno —dijo Misael, parado junto al mesón. Su pulcra y recatada apariencia no daba luces de la bestia que había sido la noche anterior, entre las sábanas. Parecía que fueran dos entes diferentes. El Misael que tenía en frente estaba a años luz de distancia. —¿Lo preparaste tú? Él sonrió. —No, Sara. Yo no soy tu novio y no cocino. Traje a una sirvienta. Estará aquí por si necesitas comer.Ahora fue Sara la que sonrió. —¿Olvidas que sé cocinar? Y ya no soy una niña, ya no desayuno esto, pero lo comeré en agradecimiento a tu amabilidad. —Me gustan las personas educadas —dijo él, rodeándola de la cintura—. Vendré a verte más tarde, que tengas un buen día. Con un beso se despidió. Sara comió sus panqueques con una impropia sonrisa. Se suponía que tenía el corazón roto y que estaba destr
Notablemente incómoda, Sara rechazó el intrusivo toque. Apartó las manos del lobo, que se mantenía a corta distancia. —Te estaba esperando, Sara. Ya sabes para qué. —Pues no lo sé ni me interesa. —No es lo que pensabas el otro día. Estabas tan deseosa, Sara. Tan caliente y seductora. Tu aroma es embriagador, aunque esté manchado por otro. Yo soy mejor, déjame demostrártelo. Se le abalanzó como la presa que en ella veía, tan dispuesta a lo que él deseara. No logró su infame cometido, Sara interpuso su mano y sus bocas jamás se encontraron, pero la posición era comprometedora, la aplastaba con su cuerpo ardiente contra el auto. —No volveré a repetirlo, Rodolfo. No me interesas y no quiero nada contigo. No vuelvas a buscarme o te denunciaré y el acoso no se verá bien en tu expediente. —Pensé que serías más divertida. Me equivoqué. El lobo se alejó por el estacionamiento a paso lento, llevándose consigo la nube de feromonas que lo acompañaba como una sombra. Al menos en algo había
—¿Cómo te fue con los archivos? —preguntó Max. —No encontré algo similar en otras caídas a ríos. Tenías razón, se parece mucho más al de Cortés —dijo Sara. —Bien. Es una pista interesante, pero sigue sin llevarnos a nada. No hallé ninguna conexión entre ellos o con Reyes. —El informe de la autopsia indica que conducía bajo los efectos del alcohol, 1,9 gramos por mililitro. Estaba en las nubes. —Guarda todo en la carpeta y entrégasela a Karim. Nos asignaron otro caso. Partieron de inmediato hacia la escena del crimen. —Si ya teníamos un caso ¿Por qué nos asignaron otro? —preguntó ella. —Evidentemente hacemos una buena dupla y este es un caso gordo, Rojas. —¿La víctima es alguien importante? Todas las víctimas lo eran, pero algunas generaban más revuelo que otras: políticos, artistas, millonarios. La prensa estaría al pendiente de cada paso que dieran y entorpecerían bastante su labor, eso había aprendido en la academia. —Es uno de los nuestros, Rojas. Un compañero. No me han c
Con un catálogo de perfumes de sándalo, Sara fue a la perfumería más grande de la ciudad. No halló en venta ninguna fragancia que calzara con la de la escena del crimen. —También preparamos perfumes a gusto del cliente. Es un servicio exclusivo —dijo el encargado. No tenían muestras de ellos, pero sí un registro con los ingredientes. —¿Alguien ha pedido uno de sándalo? —Podría revisar, pero la información de nuestros clientes es confidencial. Para acceder a ella necesitaría una orden y, para que se la dieran, pruebas. Lo único que tenía era su olfato. Fue a una tienda de artículos de cuidado personal, la misma donde se abastecía de sus productos para lobos. Nada con aroma a sándalo. —Es suave, se desvanece muy rápido —dijo la dependienta. Volvió con Max a la estación, él había estado interrogando a testigos del edificio y compañeros de Rodolfo. El hombre no tenía novia, nadie sabía quién podía ser su acompañante.—Isaías dijo que se juntaba con putas, podría ser una. Sara frun
Empresas K&R era uno de los mejores lugares para trabajar en la ciudad, así lo había dicho una prestigiosa revista de negocios el año pasado, y el anterior. Con un empleado asesinado, otro revelándose como lobo y posible culpable, policías yendo y viniendo interrogando a todo el mundo, difícilmente mantendrían el lugar este año. El efecto ya se dejaba ver en la caída del precio de sus acciones. Y ligeramente en su humor. "Podría ser mucho peor", le habían dicho los analistas, "podríamos tener la soga al cuello". Misael Overon se aflojó la corbata. —Hazlos pasar, Clarisa. —No están aquí, señor. Me llamó Adela, están en su casa. Adela era su ama de llaves. Una mujer de unos cincuenta años, diligente y con expresión severa. —¿Por qué me avisan a mí que ellos están allá y no a ellos que estoy acá? Se aflojó más la corbata. —Adela se los dijo, pero insisten en verlo allá. Misael suspiró pesadamente, mirando una vez más el reloj. —Díganles que me desocuparé en tres horas, tengo mu