XXIV Autocontrol

En silencio dejó Misael la habitación. Con su tenida deportiva llegó a la cocina, donde Trinidad preparaba el desayuno. En un rincón, la mesa bajo la que Sara había buscado refugio, todavía seguía en pie. Cubierta con un mantel verde agua, servía para tener plantas. Las macetitas contenían las hierbas más comúnmente usadas en la cocina.

—Conseguí té para la señorita Sara en el pueblo. Traje una caja de sabores frutales ¿Alguno en particular que pueda gustarle? —Trinidad le extendió la caja.

Él no se molestó en cogerla.

—Escoge uno tú.

—Naranja con chocolate. Si le gusta la leche chocolatada, podría gustarle ese.

—Debería darte un ascenso. Evita hacer ruido para que no se despierte. Necesita descansar.

—Sí, señor.

Salió por la puerta que estaba a pocos pasos del refrigerador. La mañana fría era perfecta para calentar los músculos mediante el ejercicio y qué mejor que trotar en el bosque. No necesitaba más acompañamiento que el crujir de las hojas secas bajo sus zapatillas.

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